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Summary: Este discurso hace eco de la enseñanza del apóstol Pablo en Romanos, Capítulo 7 y explica la necesidad de la entropía, muerte y destrucción para todo lo que se ha alejado de su patrón previsto, de su propósito previsto.

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Jesús dijo que todo pecado será perdonado, excepto el pecado contra el Espíritu Santo (ver Marcos 3: 28-29, Mateo 12: 31-32 y Lucas 12: 10). ¿Por qué este pecado sería imperdonable? Porque negar el Espíritu Santo, decir no a los llamados del Espíritu Santo hacia la iluminación, mensajes que masajean el alma humana tratando de devolverle la vida. Es porque decir no al Espíritu Santo es cerrar la puerta a la posibilidad de curación, restauración o recuperación de la vida espiritual. Rechazar el testimonio del Espíritu Santo sella el destino del alma, porque «el que no cree ya está condenado» Juan 3: 18a). El alma que rechaza el Espíritu Santo no puede, como resultado, aceptar el don de la salvación, no puede aceptar la liberación de la condenación que se ofrece, porque «nadie puede decir: “Jesús es el Señor” sino por el Espíritu Santo» 1 Corintios 12: 3b), y porque reconocer que Jesús es el Señor es necesario para nuestra salvación. «De hecho, en ningún otro hay salvación, porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres mediante el cual podamos ser salvos» Hechos 4: 12). Este, entonces, es el pecado imperdonable porque cierra la puerta herméticamente, rechaza el Evangelio, rechaza incluso la posibilidad de una nueva vida, rechaza el plan de salvación de Dios e insiste en permanecer en su estado actual de condena.

La ley es un tema al que se le presta mucha atención en el Nuevo Testamento, especialmente por el apóstol Pablo, que dedica gran parte de sus escritos a este tema (Romanos Capítulo 7, por ejemplo). En Gálatas 3: 13, Pablo habla de la ley como una maldición. Es cierto que la ley era necesaria para que existiera alguna creación. La ley es el modelo, por así decirlo, que Dios usó para cada cosa creada. La ley establece límites que separan lo que es de lo que no es. La ley es como la marca del lápiz que transforma el papel en blanco en un dibujo reconocible. Sin embargo, esta misma ley, esta herramienta, este método usado por Dios para modelar al hombre y toda la creación, es lo que ahora nos acusa de nuestro pecado y busca nuestra destrucción.

A primera vista, pasajes como 2 Tesalonicenses 1: 7-9, que dice «Esto sucederá cuando el Señor Jesús se manifieste desde el cielo entre llamas de fuego, con sus poderosos ángeles, para castigar a los que no reconocen a Dios ni obedecen el evangelio de nuestro Señor Jesús. Ellos sufrirán el castigo de la destrucción eterna, lejos de la presencia del Señor y de la majestad de su poder»; y, Lucas 13: 6-9 donde leemos, «( Jesús) les contó esta parábola: «un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo, pero, cuando fue a buscar fruto en ella, no encontró nada. Así que le dijo al viñador: “Mira, ya hace tres años que vengo a buscar fruto en esta higuera, y no he encontrado nada. ¡Córtala! ¿Para qué ha de ocupar terreno?” “Señor —le contestó el viñador—, déjela todavía por un año más, para que yo pueda cavar a su alrededor y echarle abono. Así tal vez en adelante dé fruto; si no, córtela». Parece inconsistente con la afirmación del Nuevo Testamento de que Dios es amor, y el amor nunca cesará. Esta aparente inconsistencia desaparece cuando llegamos a comprender verdaderamente la ley y su función.

Todas las cosas mueren como consecuencia natural de la misma ley por la cual se creó el universo físico; esta muerte no se debe a la ira de Dios que exige satisfacción, sino a la ley que refleja la justicia de Dios y exige a todo lo creado permanecer en perfecta armonía con el patrón por el cual fue creado. Apartarse de ese plan de acción, tener ese cableado corrompido, hace que sea imposible estar en el sentido ontológico. La muerte y la omisión de Dios es el resultado de la corrupción de nuestra alma. El alma es la esencia interna de la humanidad que fue creada a imagen de Dios y que siempre tuvo la intención de permanecer en esa imagen. Si la imagen no se puede volver a despertar, restaurar, el alma, como la higuera en la parábola contada por Jesús en Lucas 13: 6-9, debe cortarse. Desafortunadamente, una vez corrompida, no hay restauración sin la intervención directa de Dios.

Otros pasajes bíblicos similares, algunos en forma de parábolas, otros en forma de advertencias directas, apuntan al mismo mensaje subyacente. En Juan 15: 6, por ejemplo, Jesús advierte: «El que no permanece en mí es desechado y se seca, como las ramas que se recogen, se arrojan al fuego y se queman».

Como aclaración adicional, consideremos ahora la naturaleza y función de la ley. No creo que este término, la ley, como se usa en la Biblia se dé por sabido. Al pensar en este concepto, la mayoría de las personas piensan en la ley como algo decidido por la sociedad y escrito en un código legal que regula el comportamiento humano. La ley, en el sentido bíblico, incluye esta función. Sin embargo, tiene una función mucho más amplia de lo que comúnmente se entiende. La ley establece los límites de cada cosa creada. Estos límites hacen posible la existencia. Estos límites son el modelo o las fórmulas por las cuales se define una cosa. Si se cambia el límite de cualquier manera, la cosa misma cambia. Por ejemplo, si se cambia la estructura química de H2O (agua) a H2O2, el agua ya no existe: se destruye (por así decirlo) y muta a peróxido de hidrógeno. Esa es una ley de la naturaleza. O bien, si se cambia la ortografía de «libro» a «atrás» la palabra ya no representa el concepto de algo para leer. El concepto al que apunta ya no es el mismo. Primero, los límites permiten la creación y la existencia continua de todo lo que existe. Segundo, debido a que estos límites son necesarios para la existencia continua de todo lo que existe, cuando los límites se ignoran o se rompen, la cosa definida por estos límites no puede continuar viviendo, sino que, como consecuencia natural, debe morir; es decir, dejar de ser. Esta muerte, o destrucción, es la muerte en el sentido ontológico, y esta ley se aplica a todas las cosas creadas, incluida el alma del hombre.

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