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Un día, un hombre rico estaba caminando por el bosque, y encontró tirado allí un carro muy viejo. El carro estaba casi destruido por el oxido. Ratas habían arrancado toda la tela y la paja de los asientos para hacer nidos pero los habían abandonado años atrás. Varios de los vidrios estaban rotos por balas de cazadores que habían pasado por allí y encontró que el auto era un buen blanco para probar su puntería. La que era una vez pintura, ya era óxido rojo oscuro. El auto no servía ni para llevar al reciclaje.

Pero, el hombre recordaba que una vez su abuelo tenía un auto de modelo igual. Se enamoró de la vieja cachila aunque no valía ni un centésimo. Él decidió sacarlo del bosque y restaurarlo. Empezó a gastar dinero y muchas horas en el proyecto, y después de más de tres años de labor arduo y más de $100,000 en repuestos y materiales, allí delante de él estaba parado el flamante auto, pintado de un color oro brillante, mucho más lindo que cuando salió de la fábrica.

El hombre tomó a sus amigos y dio una pasada por la ciudad. Cuando llegó a casa, se dio cuenta que se había quemada una de las bombitas de la luz trasera. Se enojó con el auto, y mandó llevarlo y tirarlo otra vez en el bosque donde lo había encontrado.

Es una historia ridículo, ¿no? En primer lugar, quien va a gastar tanta plata en un auto viejo que no vale nada? Y después de invertir una fortuna y muchísimo tiempo en rescatarlo, volver a tirarlo porque se quema una bombita de menos de $3 pesos.

Pero hay muchos cristianos que creen que Dios es así. Primero no comprenden cuanto le ha costado a Jesús y al Padre rescatar al hombre del basurero del pecado. Y luego de ponerle su propia vida dentro, esos cristianos creen que por una pequeña falla, Dios lo va a volver a tirar otra vez en el basurero.

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