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Summary: En todo momento dependemos de nuestro gran Dios del pacto

Todavía recuerdo aquel día siendo aún niño, cuando mi padre nos dio la noticia de haríamos un viaje familiar. Ese viaje familiar que muchos niños de mi época añoraban: “Vamos a Disneyladia” en California. El parque de Florida todavía no existía en ese entonces.

Los meses fueron pasando y la expectativa iba creciendo. No podía creer que iba a ir a Disneylandia. Por fin llegó el día. Volamos a la ciudad de México y luego en otro vuelo hasta Tijuana. De allí volaríamos a Los Angeles. Ese vuelo se sobrevendió, y mi familia quedó en espera de un siguiente vuelo, mientras que toda la excursión en la que íbamos continuó el viaje. Esos momentos de espera se me hicieron eternos. Yo ya quería llegar e ir a Disneylandia.

Cuando por fin llegamos ya estaba entrada la tarde. Llegamos a uno de esos típicos hoteles californianos de las películas con una piscina grande en medio de los cuartos. Toda la gente de la excusión se estaba bañando así que yo le rogué a mis padres que me dejaran bañarme en la piscina. Ellos accedieron y entré juntamente con mis hermanos un buen rato.

Después cenamos y nos fuimos a dormir porque la mañana siguiente sería el gran día del sueño cumplido: estaría en disneylandia. La mañana llegó, pero al abrir los ojos me di cuenta que algo no andaba bien. Al comentarlo con mis padres, resultó que tenía una calentura muy elevada.

Al fin hijo de doctor y con el entusiasmo de conocer disneylandia, dije: “Aún así voy con ustedes. No me puedo perder este día”. Y creo que fue muy grande mi insistencia que salimos con el grupo hacia el parque a la hora acordada.

No recuerdo mucho a partir de ese momento, sólo que mi estado físico se deterioraba cada vez más y me sentía cada vez más miserable. Ya para el medio día, tuve que decir, “ya no puedo más, quiero acostarme”. Y recuerdo que mi mamá y yo fuimos enviados de vuelta al hotel donde me pasé durmiendo el resto del día. Y hermanos, ese fue mi gran y esperado viaje a Disneylandia.

Quisiera decirles que esta fue una experiencia aislada de mi vida, pero la realidad es que no es así. Seguramente, tú también has experimentado en tu vida momentos muy altos, muy especiales, muy poderosos, seguidos de momentos muy bajos, muy lúgubres y sobrios. Experiencias de la cima de la montaña, seguidos del contrastante valle tenebroso.

Esa es una realidad de la vida. Como seres humanos, no siempre estamos en la cima de la montaña, no siempre vivimos con esa sensación de poder, de vigor, de victoria, sino a veces, también experimentamos debilidad, flaqueza, fracaso. Somos vasos de barro, como dice la Escritura. El poder, la victoria, estar en la cima de la montaña no depende de nuestras fuerzas, de nuestros recursos, de nuestras habilidades, sino sólo de nuestro gran Dios del pacto. En todo momento dependemos de nuestro gran Dios del pacto.

Hoy llegamos al final de nuestra serie de sermones: Vasos de barro. Hemos resaltado el hecho de que la gloria de Dios se hace aún más evidente cuando los instrumentos que usa son frágiles, vulnerables, desechables y reemplazables. De este modo, no cabe duda de quién es la causa que los propósitos se cumplan y no cabe gloria alguna para la vasija sino sólo para el alfarero. ¡Cuánto más frágil el vaso, más gloria tiene el artista!

Concluimos este día con el salón de la fama de los vasos de barro con un personaje que también tiene su lugar importante en la historia bíblica y me refiero a Elías. Veremos a Elías en su punto más alto, pero también en su punto más bajo, y lo que resaltará de este vaso de barro, es que en todo momento dependemos únicamente de nuestro gran Dios del pacto.

Elías fue un profeta que vivió en el tiempo de la Monarquía en Israel, de hecho, en el tiempo en el que el Reino ya estaba dividido en el Reino de Sur con capital en Jerusalén y el reino del Norte con capital en Samaria. Elías principalmente profetizó en el Reino del Norte y fue considerado enemigo del famoso y perverso rey Acab.

En el primer libro de Reyes tenemos su primera aparición en el capítulo 17:1 donde dice:

Ahora bien, Elías, el de Tisbé de Galaad, fue a decirle a Acab: «Tan cierto como que vive el SEÑOR, Dios de Israel, a quien yo sirvo, te juro que no habrá rocío ni lluvia en los próximos años, hasta que yo lo ordene».

Elías fue enviado como profeta ante el rey Acab para decirle que como parte de un juicio de Dios habría una gran sequía que duraría varios años. Toda esa región se quedaría sin el vital líquido por mucho tiempo y esto sería un gran problema para el pueblo.

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