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Summary: La justificación es sólo por gracia, sólo por fe, solo por Cristo y solo para la gloria de Dios.

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Cuando vas a hacer una solicitud lo primero que tienes que prever es enterarte de los requisitos, de tal manera que midas si tienes posibilidades de calificar para recibir aquello que solicitas.

Hay todo tipo de requisitos que tienes que cubrir satisfactoriamente para aspirar a lo que solicitas: edad, experiencia, credenciales, ciertos documentos de identidad, recomendaciones, y muchas otras cosas.

Los requisitos marcan cierta medida, estándar, un nivel, una dimensión que si no la llenas, no la alcanzas, no la logras, entonces, automáticamente estás descalificado.

Todos hemos experimentado alguna vez el hecho de haber sido rechazados o no aprobados en alguna solicitud por no llenar todos los requisitos necesarios. Por otro lado, también conocemos la alegría que da cuando te presentas ante la instancia a la que solicitas, con tu carpeta llena de papeles que demuestran que cumples todos los requisitos que exige la convocatoria.

Pero hay un conjunto de requisitos que por más que nos esforcemos por reunir y cumplir, por más que nos desvelemos y sacrifiquemos, por más que trabajemos, nunca podremos llenar por nosotros mismos. Y estos son los requisitos para ser considerados justos o rectos delante de Dios y merecedores de ser aceptados para vivir delante de su presencia para siempre.

Esta realidad de la imposibilidad de ser intachable delante de Dios, atormentó el alma de un monje agustino que vivió en el siglo XVI, llamado Martín Lutero, que se dio cuenta que por más que quería salvar su alma, por más que quería ser justo y merecedor de las bendiciones de salvación de nuestro Dios, no podía lograrlo. Siempre era hallado falto, carente, deficiente, imperfecto y reprobado delante de la justicia de Dios.

La pregunta clave y de fondo para Lutero y otros reformadores era: ¿cómo una persona pecadora puede ser admitido o recibido como justo delante de un Dios santo? En otras palabras, ¿Cómo las personas pecadoras, como usted y como yo, pueden aspirar a tener una relación con Dios de salvación perdurable y eterna? ¿Cómo personas imperfectas que no llenan los requisitos de rectitud y justicia pueden ser aceptadas por Dios como justas y dignas de vivir para siempre como sus hijos amados?

La respuesta la encontraron en la Escritura y ante la realidad de la condición del ser humano, esta respuesta fue una muy buena noticia…fue el evangelio.

Hoy exploraremos lo que los reformadores del siglo XVI, de cuyo legado nos beneficiamos como iglesia presbiteriana, redescubrieron en las Escrituras respecto al tema bíblico de la justificación. Es decir, de cómo una persona pecadora puede ser recibida como hijo de Dios si nunca podrá cumplir todos los requisitos de rectitud y justicia que son necesarios para entrar a una relación eterna y permanente con un Dios que es Santo y justo.

Si todas las personas, de entrada, estamos reprobados, rechazados, carentes, insuficientes para entrar al reino de Dios, ¿Cómo es que podemos llegar a ser considerados justos, rectos, intachables y dignos de estar delante de él?

La doctrina que abordamos este día, entonces, es la doctrina bíblica de la justificación por la fe, que fue uno de los pilares doctrinales distintivos y más destacados a partir del tiempo de la reforma religiosa del siglo XVI, que estos meses en nuestra serie, Una salvación tan grande, estamos subrayando.

Para hacerlo estaremos considerando la epístola a los Romanos en su capítulo 3, donde te invito a tener tu Biblia abierta.

El punto de partida para ir entendiendo las buenas noticias que implican la doctrina bíblica de la justificación por la fe, tiene que ser la condición real y deplorable del ser humano caído y fuera de Cristo.

Al llegar al capítulo 3 de la epístola a los Romanos, el apóstol Pablo, ha estado discutiendo el tema de la rectitud requerida por Dios y ha mostrado cómo ningún ser humano es digno o merecedor de ser considerado justo delante de Dios. O sea, nadie puede decir por sí mismo que tiene el derecho de entrar al cielo por su propio esfuerzo. Al contrario, citando los Salmos, el apóstol muestra que “No hay justo ni aun uno”.

Esa la conclusión a la que quiere Pablo que lleguemos como nos indica Romanos 3:9-12: ¿A qué conclusión llegamos? ¿Acaso los judíos somos mejores? ¡De ninguna manera! Ya hemos demostrado que tanto los judíos como los que no son judíos están bajo el pecado. Así está escrito: «No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han descarriado; juntos se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡No hay uno solo!».

Llegamos al veredicto final: ¡Todos son culpables! Nadie llena la medida. Nadie tiene la rectitud suficiente para ser aceptado delante de Dios como justo.

El problema básico del ser humano es que, a partir de la desobediencia de Adán y Eva, todos (judíos y gentiles sin excepción) nacemos marcados, cautivos, atados, manchados por el pecado. El pecado es una condición determinante en la naturaleza humana desde el día de nuestra concepción. Tanto judíos como gentiles están bajo el pecado.

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