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Ninguno Tenga En Poco Tu Juventud
Contributed by Alberto Valenzuela on Oct 8, 2006 (message contributor)
Summary: El ejemplo de la vida de un pionero de la iglesia adventista.
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Ninguno tenga en poco tu juventud
Si Jaime White estuviera con nosotros y le pidiésemos que leyese de su Biblia el texto que expresase su filosofía de la vida, creo que leería 1 Cor 14:12, la ultima parte:
…procurad abundar… para edificación de la iglesia.
Jaime White nació hace 180 años (1821), el pasado 4 de agosto. Fue un niño enfermizo. De hecho, su madre Betsy White, con frecuencia dudaba si acaso su hijo llegaría a la edad adulta. Años más tarde, Jaime White, el esposo de Elena White, escribió:
Se me ha dicho que era… un niño débil, nervioso y poco menos que ciego.
Las condiciones escolares de aquellos días hacia difícil aun para los niños normales el obtener una educación. ¿Y qué podía un maestro hacer con un estudiante que difícilmente podía distinguir una letra de otra? De manera que abandonó la escuela.
Por fin, cuando cumplió 19 años, habiendo crecido alto y fuerte, un milagro de milagros tuvo lugar: recuperó la vista y pudo leer. Pero tuvo que empezar desde el principio. Esto requirió de mucho animo y dedicación, determinación y confianza, para inscribirse en la escuela junto con niños de 6 anos de edad. Procuren imaginarse a Jaime White, 6 pies de alto y fuerte como un roble, sentado entre los niños, para aprender el arte de leer, escribir y hacer cuentas. Sus amigos se burlaban de él. Era el hazmerreír del pueblo. Pero Jaime White era un hombre con determinación y en 12 semanas el director de la escuela le dio un diploma que le certificaba para enseñar a algunos de los alumnos más pequeños. Era como un animal sediento, que bebía de cuanta fuente de información pudiese encontrar.
El siguiente invierno, después de haber empezado sus estudios, empezó a enseñar como maestro. Tuvo que estudiar hasta muy tarde en la noche para mantenerse por encima de sus discípulos.
Todo esto tomó lugar al mismo tiempo que el movimiento millerita en los años 1840s. Jaime White tenia entonces la idea que los milleritas no eran otra cosa que fanáticos con algunas tuercas sueltas o de más. si no hubiera sido por su madre, que le animó a que atendiese a una de estas reuniones, nunca hubiera ido a una de sus reuniones. Pero, por amor a su madre, fue en una ocasión. Y después de esto no dejó de ir. Lo que escuchó lo convenció. Y su convicción se volvió tan fuerte que pronto llegó a la conclusión que debería unirse a ese movimiento.
Pero él ya había dedicado su vida a un propósito: El de ser famoso en el área de la educación. Quería llegar a ser un gran hombre. A pesar de que era cristiano, tenia un gran deseo de llegar a ser alguien en el mundo, intelectualmente.
Su convicción de llevar el mensaje millerita a sus discípulos, de compartir su fe, de compartir su convicción, era tan fuerte que noche tras noche lloraba en el mar de la indecisión. Finalmente, una noche, mientras atravesaba un sembradío de maíz, luchando con el Señor, se detuvo y golpeando el suelo con el pie, mirando al cielo casi gritó su respuesta al llamado de Dios: “No voy a ir”.
No iría con sus discípulos a compartir su fe. Regresó a su cuarto, empacó sus libros y ropa, preparándose para regresar a sus estudios en Newport Academy. Le pidió prestado un caballo a su padre y se marchó a la escuela a continuar su educación. Rentó un cuarto y trató de sumergiese en sus estudios. Pero se dio cuenta que no podía. Aunque estudiaba sus lecciones se daba cuenta que le era imposible concentrarse en ellas.
Jaime White decidió volver a Troy, a visitar a sus discípulos. En su camino de retorno, sintió que una gran paz inundaba su alma. Sentía que estaba haciendo la voluntad de Dios.
Cuando llegó a Troy no tenia idea de que era lo que iba a hacer. Al siguiente día se dirigió a casa de uno de sus discípulos y cuando le abrieron la puerta fue inmediatamente a su tema:
“¿Me permiten tener el privilegio de orar por ustedes y por su familia?”
“Por supuesto”, fue la respuesta inmediata. “Pero antes, ¿podría esperar por nuestros vecinos? Ellos también deberían compartir esta bendición”.
La madre envió a sus hijos a invitar a los vecinos y en media hora 25 personas estaban presentes. Jaime White, al verlos reunidos, decidió preguntarles si eran cristianos y al ir uno por uno con la misma pregunta, se dio cuenta que ni un solo de ellos había recibido a Jesús como su salvador personal. Jaime entonces les hablo de lo que significa seguir a Jesús y oró fervientemente por ellos.
Hizo lo mismo en cada de cada uno de sus alumnos. Y entonces volvió a sus estudios. Pero encontró que aun le era imposible concentrarse en sus estudios. Sentía en las venas la convicción de ir a predicar el mensaje de la segunda venida de Cristo.