Ninguno tenga en poco tu juventud
Si Jaime White estuviera con nosotros y le pidiésemos que leyese de su Biblia el texto que expresase su filosofía de la vida, creo que leería 1 Cor 14:12, la ultima parte:
…procurad abundar… para edificación de la iglesia.
Jaime White nació hace 180 años (1821), el pasado 4 de agosto. Fue un niño enfermizo. De hecho, su madre Betsy White, con frecuencia dudaba si acaso su hijo llegaría a la edad adulta. Años más tarde, Jaime White, el esposo de Elena White, escribió:
Se me ha dicho que era… un niño débil, nervioso y poco menos que ciego.
Las condiciones escolares de aquellos días hacia difícil aun para los niños normales el obtener una educación. ¿Y qué podía un maestro hacer con un estudiante que difícilmente podía distinguir una letra de otra? De manera que abandonó la escuela.
Por fin, cuando cumplió 19 años, habiendo crecido alto y fuerte, un milagro de milagros tuvo lugar: recuperó la vista y pudo leer. Pero tuvo que empezar desde el principio. Esto requirió de mucho animo y dedicación, determinación y confianza, para inscribirse en la escuela junto con niños de 6 anos de edad. Procuren imaginarse a Jaime White, 6 pies de alto y fuerte como un roble, sentado entre los niños, para aprender el arte de leer, escribir y hacer cuentas. Sus amigos se burlaban de él. Era el hazmerreír del pueblo. Pero Jaime White era un hombre con determinación y en 12 semanas el director de la escuela le dio un diploma que le certificaba para enseñar a algunos de los alumnos más pequeños. Era como un animal sediento, que bebía de cuanta fuente de información pudiese encontrar.
El siguiente invierno, después de haber empezado sus estudios, empezó a enseñar como maestro. Tuvo que estudiar hasta muy tarde en la noche para mantenerse por encima de sus discípulos.
Todo esto tomó lugar al mismo tiempo que el movimiento millerita en los años 1840s. Jaime White tenia entonces la idea que los milleritas no eran otra cosa que fanáticos con algunas tuercas sueltas o de más. si no hubiera sido por su madre, que le animó a que atendiese a una de estas reuniones, nunca hubiera ido a una de sus reuniones. Pero, por amor a su madre, fue en una ocasión. Y después de esto no dejó de ir. Lo que escuchó lo convenció. Y su convicción se volvió tan fuerte que pronto llegó a la conclusión que debería unirse a ese movimiento.
Pero él ya había dedicado su vida a un propósito: El de ser famoso en el área de la educación. Quería llegar a ser un gran hombre. A pesar de que era cristiano, tenia un gran deseo de llegar a ser alguien en el mundo, intelectualmente.
Su convicción de llevar el mensaje millerita a sus discípulos, de compartir su fe, de compartir su convicción, era tan fuerte que noche tras noche lloraba en el mar de la indecisión. Finalmente, una noche, mientras atravesaba un sembradío de maíz, luchando con el Señor, se detuvo y golpeando el suelo con el pie, mirando al cielo casi gritó su respuesta al llamado de Dios: “No voy a ir”.
No iría con sus discípulos a compartir su fe. Regresó a su cuarto, empacó sus libros y ropa, preparándose para regresar a sus estudios en Newport Academy. Le pidió prestado un caballo a su padre y se marchó a la escuela a continuar su educación. Rentó un cuarto y trató de sumergiese en sus estudios. Pero se dio cuenta que no podía. Aunque estudiaba sus lecciones se daba cuenta que le era imposible concentrarse en ellas.
Jaime White decidió volver a Troy, a visitar a sus discípulos. En su camino de retorno, sintió que una gran paz inundaba su alma. Sentía que estaba haciendo la voluntad de Dios.
Cuando llegó a Troy no tenia idea de que era lo que iba a hacer. Al siguiente día se dirigió a casa de uno de sus discípulos y cuando le abrieron la puerta fue inmediatamente a su tema:
“¿Me permiten tener el privilegio de orar por ustedes y por su familia?”
“Por supuesto”, fue la respuesta inmediata. “Pero antes, ¿podría esperar por nuestros vecinos? Ellos también deberían compartir esta bendición”.
La madre envió a sus hijos a invitar a los vecinos y en media hora 25 personas estaban presentes. Jaime White, al verlos reunidos, decidió preguntarles si eran cristianos y al ir uno por uno con la misma pregunta, se dio cuenta que ni un solo de ellos había recibido a Jesús como su salvador personal. Jaime entonces les hablo de lo que significa seguir a Jesús y oró fervientemente por ellos.
Hizo lo mismo en cada de cada uno de sus alumnos. Y entonces volvió a sus estudios. Pero encontró que aun le era imposible concentrarse en sus estudios. Sentía en las venas la convicción de ir a predicar el mensaje de la segunda venida de Cristo.
Jaime White decidió abandonar sus estudios de nuevo y volver a Troy. Llegando a Troy anuncio en publico que iba a predicar esa noche. Cuando llego el momento, el lugar estaba lleno a reventar. Se sintió avergonzado y cohibido. Después de 20 minutos de dar tumbos, de sentirse incompetente y chasqueado por su predica, se sentó abruptamente, concluyendo así la reunión.
Jaime White no entendía que era lo que le estaba sucediendo. Si Dios había puesto esta convicción en su corazón de predicar, ¿por qué le había fallado tan miserablemente? Esa noche pasó varias horas en el bosque tratando de descubrir la razón de su derrota. No tardo tiempo en descubrir la causa. El problema de Jaime White era que tenia blancos que se oponían radicalmente. Quería ser predicador y obtener renombre en el mundo. Cuando decidió dejarlo todo por la cause del Salvador se sintió inundado de paz y libertad. Jaime White estaba poniendo sus manos en el arado y nunca las iba a quitar de allí.
Si hay un ingrediente necesario en la vida de cada cristiano, es dedicación y consagración total al servicio de Jesús. Creo que Jesús lo pone de una manera muy especial y de manera contundente en Mateo 10:34-39:
No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa. El que ama a padre o madre más que a mi, no es digno de mi; el que ama a hijo o hija más que a mi, no es digno de mi; y el que no toma su cruz y sigue en pos de mi, no es digno de mi. El que halla su vida, la perderá; y el que pierda su vida por causa de mi, la hallará”.
Estas palabras con relación a perder nuestra vida por causa del Señor tienen que ver con algo más que el martirio. Tiene que ver con el perder nuestra vida en la completa dedicación y consagración al servicio de Jesús. Esto tiene que ser una realidad en la vida de cada cristiano.
“El que halla su vida, la perderá”. No podemos tener nuestra vida, ni una sola parte de la misma y ser un verdadero discípulo de Jesús, en el sentido que lo expone en este pasaje. Pero si perdemos nuestra vida en completa dedicación a él, encontramos entonces la vida.
Con el tiempo Jaime White se convirtió en un tremendo predicador. Una de sus experiencias como predicador tuvo lugar una fría noche de invierno, en enero de 1843, en Augusta, Maine, la capital del estado. Predicó con poder a un grupo de personas que se reunieron en la escuela para escuchar su mensaje.
La noche siguiente un grupo de personas, no muy contentas con su mensaje, trataron de disolver la reunión. Uno de ellos llegó incluso a tirarle con un clavo. El clavo le pegó en la frente y cayó en su Biblia. Jaime White simplemente tomó aquel clavo y lo puso en su bolsillo. Pero continuó con su mensaje. Después de que terminó de predicar, el editor de un diario local, a quienes algunos habían incitado para que refutase el mensaje de Jaime White, le sugirió que le pidiese a la gente que permaneciera. Jaime White le respondió que eso era asunto de los presentes, el que se quedasen o no. Únicamente 25 personas, aproximadamente, se quedaron. Esto hizo que los oponentes de Jaime White se pusieran furiosos.
El editor del periódico decidió entonces incitar a todo el pueblo en contra de Jaime White. Cuando llego éste al salón de las reuniones varias gentes le advirtieron que la reunión seria saboteada. El lugar estaba abarrotado. Gente de pie por todos lados. Algunos tuvieron que permanecer fuera, a pesar del frío.
Jaime White respondió: “Si esa es la voluntad de Dios, así sea”.
Una vez en el púlpito no se atrevió a arrodillarse para orar. Ni siquiera cerro los ojos. Oró con los ojos abiertos, contemplado a su audiencia. Después de que terminó de orar empezó con su tema y al mismo tiempo bolas de nieve empezaron a caer sobre los reunidos. Y en especial sobre Jaime White. Los fuertes gritos de los saboteadores hacían casi imposible escuchar al que predicaba.
Con toda calma Jaime White cerro su Biblia y con una voz fuerte empezó a dar una descripción gráfica del día del juicio.
“Arrepiéntanse”, les urgió, “y conviértanse, para que sus pecados sena borrados. Miren a Cristo y prepárense para su venida, o dentro de poco tiempo estarán pidiendo a las rocas y a las montañas que caigan sobre ustedes. Hoy se burlan, pero ese día van a llorar”.
Y le escucharon. La multitud se calmo en su algarabía. Jaime White sacó entonces de su bolsillo el clavo que le habían arrojado la noche anterior. Levantándolo en alto dijo: “Un pobre pecador me tiro este clavo anoche. Que el Señor tenga misericordia de él. Lo peor que puedo desearle en estos momentos es que sea tan feliz como lo soy yo. Las manos de Jesús fueron clavadas a una cruel cruz. ¿Por qué habrían de recibir sus seguidores un mejor trato que el que Jesús mismo recibió?”
Entonces extendió sus brazos contra la pared como uno que estuviese crucificado. La multitud se conmovió al escuchar esto. Continuo después hablando acerca del amor de Dios y urgió a todos a aceptar la salvación y a prepararse para la venida de Jesús. Cuando invito a ponerse de pie a todos los que hubiesen aceptado a Cristo, cerca de 100 personas se pusieron de pie. La reunión había durado casi dos horas.
Una vez que hubo terminado de predicar, tomó su Biblia y sus ilustraciones, y se dirigió a la salida. La gente se hizo a un lado para darle el paso. Fue entonces que un hombre se puso a su lado y le tomo del brazo, ayudándole a salir de entre la multitud. Cuando hubieron salido, Jaime se volvió hacia el hombre para darle las gracias, pero había desaparecido. Anos más tarde Jaime White recordaría este incidente con la certeza que no fue un ángel de Dios enviado para protegerle.
Fue necesaria la dirección de un gran dirigente, para poder seguir adelante, después del chasco de 1844. Jaime White leyó y releyó:
“No perdáis, pues, vuestra confianza, que tiene grande galardón; porque os es necesaria la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa. Porque aun un poquito, y el que ha de venir vendrá, y no tardará. Mas el justo vivirá por fe; y si retrocediere, no agradara a mi alma” (Hebreos 10:35-38).
Continuó con sus estudios y continuó con sus predicas.
Un día, a principios de 1845, conoció y escuchó a Elena Harmon, quien tenia entonces 17 anos. Ella había escuchado hablar de Jaime White, el enérgico predicador de seis pies de alto que había bautizado o llevado a Cristo a más de 1000 personas en unas cuantas semanas. Al poco tiempo comenzaron a conversar y se sintieron atraídos el uno hacia el otro.
El 30 de agosto de 1846, un lunes, Jaime White y Elena Harmon contrajeron matrimonio en la ciudad de Portland, Maine. No tuvieron luna de miel. Fue algo que ni siquiera se les ocurrió. Jaime y Elena White tenían todas sus posesiones terrenales puestas en la obra del evangelio, incluso su vida. Jaime White trabajaba, mientras predicaba, para mantener a su esposa. Hizo todo tipo de trabajos.
Trabajó en una cantera hasta que la sangre manaba de sus dedos. Cortó leña, desde muy temprano en la mañana hasta muy tarde en la noche, por 50¢ diarios. Por supuesto, 50¢ entonces eran mucho más que ahora, pero no era mucho. Durante todo el tiempo que cortó leña, tuvo un dolor en el costado. Con otros dos hombres cortaron a mano, con una hoz, 100 acres de sembradío, por $87.50. La mayor parte de este dinero fue directamente a la obra. Muchas veces, mientras se encontraba haciendo esta labor, tuvo que orar por fuerza suficiente para terminar.
Finalmente, cuando la prensa adventista fue mudada a Rochester, New York, para empezar a publicar nuestra propia literatura, rentaron una casa. No tenían muebles. Compraron seis sillas por u dólar y ninguna de ellas era igual a las otras. Compraron dos camas por 25¢ cada una. Lo más probable es que su colchón haya sido algún tipo de madera blanda. Compraron otras cuatro sillas por 62¢.
No tenían mesa, así que tomaron dos barriles y pusieron un pedazo de madera encima. Su comida era de lo más limitada. En vez de comer papas, comían nabos, y a la manera nuestra comían frijoles 365 días al año, excepto el ano bisiesto, cuando los comían 366 días. Urias Smith escribió en cierta ocasión que no le molestaba comer frijoles todos los días, pero que si se iba a hacer de esto una prueba para ser adventista, no estaba de acuerdo.
Una cosa que Jaime y Elena tenían en abundancia el uno hacia el otro era amor. Anos mas tarde, él escribió: “Ella ha sido la corona de mi gozo”. Y Elena White escribió, tiempo después de que él hubo fallecido: “Aunque está muerto, siento que fue el mejor hombre que alguna vez caminó por este suelo”.
Cuando hablamos de vigor y animo, dudo mucho que esta reunión fuera posible si no hubiese sido por Jaime White. Fue necesario tanto de una Elena White como de un Jaime White para iniciar este movimiento y ponerlo en marcha.
Jaime White siempre creyó en el ministerio profético de su esposa. Siempre creyó firmemente que sus visiones provenían de Dios. Un día ella dijo a su esposo: “Tengo un mensaje para ti. Debes empezar a imprimir un pequeño periódico y enviarlo a la gente. Será pequeño al principio; pero conforme la gente lo lea, te enviaran fondos para imprimirlo y será todo un éxito desde el principio. Se me ha mostrado que de este modesto comienzo saldrán rayos de luz que darán la vuelta al mundo. (Life Sketches, p. 125).
Cuando Jaime White escuchó estas palabras de su esposa, las volvió en realidad. Primero empezó a publicar The Present Truth (La verdad presente). Cuando las primeras 1000 copias del primer numero salió de las prensas, de 8 paginas cada uno, se arrodillaron y oraron porque la bendición del Señor fuera con cada uno de ellos.
Jaime White trabajó arduamente para producir este periódico. Con frecuencia permanecía despierto hasta pasada media noche, escribía sus editoriales entre 8 y 12 de la noche. Sus días de trabajo eran de 12 a 14 horas de duración. Día tras día. No tenia descanso.
Muy pronto inicio otro periódico, The Advent Review, pero este no era suficientemente distintivo para los adventistas como guardadores del sábado, así que inicio un tercer periódico, The Second Advent Review and Sabbath Herald. El cuarto periódico que inicio fue The Youth Instructor. Cuatro periódicos funcionando semana tras semana, mes tras mes. La verdad es que es difícil imaginarse como pudo hacer todo eso.
No podemos menos que maravillarnos de la labor de los jóvenes que iniciaron este movimiento. Creo que ya es hora de que la juventud tome de nuevo la dirección de la iglesia y la lleve adelante, al encuentro con su Señor y Salvador. Dios usó jóvenes para iniciar este movimiento y son jóvenes los que lo van a terminar.
Cuando la obra adventista se mudo a Rochester, en 1853, se llevo a cabo una evaluación de las edades de aquellos pioneros:
Jaime White, 32 años
Elena White, 26 años
Clarissa Bonfoey, 32 años
Annie Smith, hermana de Urias Smith, 25 años
Urias Smith, 21 años
George Amadon, 21 años
Oswald Sowell, 25 años
Fletcher Byington, 20 años
Warren Bachelor, 14 años
Luman Masten, 24 años
Stephen Belden, 24 años
Sarah Belden, 20 años
Nathaniel White, 22 años
Anna White, 25 años
John Loughborough, 21 años
John Andrews, 24 años
Había únicamente 3 personas que tenias mas de 30 años de edad en este grupo. La edad promedio era de 23 años.
Las palabras del apóstol Pablo parecen apropiadas, cuando hablamos de este grupo de jóvenes: “Ninguno tenga en poco tu juventud, sino se ejemplo a los creyentes en palabra, conducta, amor, espíritu, fe y pureza” 1 Tim 4:12.
Este es el día en que los jóvenes deben de tomar en sus hombros el reto de Dios. No importa quien sea o cuales sean tus circunstancias o tu pasado. Este es el día para dedicar tu vida completamente a Jesucristo. Esta obra en estos postreros días necesita tu empuje, tu juventud, tu liderazgo, tu animo, tu coraje, tu osadía. Dios necesita tu sangre para llevar este mensaje adelante. Ante todo, es necesario que estés dispuesto a gastar tu vida, dispuesto a ser gastado por la obra del Señor. Dispuesto a dar 12, 14 ó 18 horas, de manera desinteresada porque el mensaje sea llevado a todo el mundo.
Tenemos una gran obra que hacer, tenemos un gran mensaje que predicar. Hoy es el día en que debemos de consagrar nuestras vidas de una manera total a Dios. Hoy es el día, esta es la hora. Dios te esta esperando. Dios no pide de ti más de lo que Jaime White y los jóvenes de sus días estuvieron dispuestos a dar. Tu eres el presente y el futuro de esta obra. Tu eres el que lleva este mensaje adelante. Tu eres el portavoz de Dios. Haz tu decisión de dar tu vida a Cristo.
Si Jaime White estuviera con nosotros y le pidiésemos que leyese de su Biblia el texto que expresase su filosofía de la vida, creo que leería 1 Cor 14:12:
…procurad abundar… para edificación de la iglesia.