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Summary: La maternidad espiritual

La maternidad espiritual de Cristo es un estado exaltado que se alcanza al abrazar un rotundo "sí" a Dios, incluso frente a exigencias aparentemente imposibles, haciendo eco del llamado divino que convirtió a María en una madre virgen. Para llegar a ser madres de Cristo, debemos interiorizar y hacer nuestra la oración de María: "Heme aquí, la sierva del Señor; hágase en mí según tu palabra" (Lucas 1,38).

Esta oración, a menudo considerada como la más grande del mundo, sirve como conducto que hizo descender lo divino del cielo para residir dentro del alma y el cuerpo de una joven humilde. Precipitó el acontecimiento más trascendental de la historia de la humanidad ( la encarnación de Dios en Jesús ) y alteró para siempre la trayectoria de nuestra existencia. La oración de María contrasta marcadamente con lo que a menudo se denomina la oración más común del mundo, aquella en la que intentamos someter a Dios a nuestra voluntad. Mientras que la súplica común clama: "Tu voluntad será transformada", la oración de María, la más grande del mundo, resuena con el eco de entrega: "Hágase tu voluntad".

El camino para llegar a ser la madre de Cristo, iluminado por María en el evangelio de hoy, implica un compromiso profundo con la palabra de Dios y una afirmación inquebrantable de la voluntad de Dios, incluso cuando parece contradecir nuestros planes y aspiraciones meticulosamente elaborados. La narración del encuentro de María con lo divino nos recuerda que la vocación de ser madre de Cristo no es una tarea fácil.

A medida que nos acercamos a la inminente celebración de la Navidad, María sirve como un conmovedor recordatorio de que la esencia de la temporada no reside simplemente en la pintoresca ciudad de Belén sino en el santuario interior de nuestros corazones. La verdadera y profunda Navidad no se mide por las festividades exteriores sino por el nacimiento de Cristo en el interior, un renacimiento espiritual que transforma lo ordinario en extraordinario.

Al contemplar el camino de María, somos testigos de una joven que, al recibir un mensaje divino que parecía desafiar la razón, respondió con un humilde y decidido "sí". La receptividad de María a la voluntad divina, incluso ante lo incomprensible, revela la esencia del verdadero discipulado. Es una invitación para que cada uno de nosotros cultive una disposición que refleje la de ella : una disposición a abrazar la voluntad de Dios a pesar de nuestros miedos, incertidumbres y prejuicios.

La oración de María se convierte en un faro que nos aleja de la tentación de moldear a Dios según nuestros deseos y, en cambio, nos anima a alinear nuestra voluntad con la divina. En un mundo que clama por control, el fiat de María es un testimonio de la belleza de la rendición, ilustrando que al renunciar a la ilusión de control, encontramos la verdadera libertad.

Convertirse en madre de Cristo, como lo ejemplifica María, exige un "sí" continuo al plan de Dios en desarrollo. Nos invita a navegar los giros y vueltas de la vida con fe y confianza, reconociendo que la voluntad de Dios, aunque misteriosa, encierra la promesa de una gracia transformadora. Es una invitación a dejar de lado nuestra comprensión limitada y abrazar el despliegue divino, permitiendo que la voluntad de Dios dé forma a la narrativa de nuestras vidas.

La yuxtaposición de la oración de María con el telón de fondo de la súplica más común del mundo es un crudo recordatorio del poder transformador inherente a la entrega a lo divino. Mientras que la oración común busca doblegar lo divino a nuestros deseos, la oración de María nos alinea con un propósito más elevado, invitándonos a participar en el desarrollo del plan de Dios para nuestras vidas.

Al sumergirnos en la narrativa sagrada del fiat de María, somos llamados a emular su coraje, humildad y confianza inquebrantable en Dios. Su viaje desde un pueblo oscuro hasta el escenario central de la historia de la salvación se convierte en una hoja de ruta para navegar por las complejidades de nuestras propias vidas, guiándonos hacia una maternidad espiritual que hace eco de su profundo "sí".

Que en la quietud de nuestros corazones, a medida que se acerca la Navidad, hagamos eco de la oración de María y acojamos el nacimiento de Cristo en nuestro interior. Que la presencia divina, antes confinada a Belén, encuentre su morada en lo más íntimo de nuestras almas, transformándonos en vasos de gracia y portadores de la luz de Cristo. En este tiempo sagrado, atendamos el llamado de María a abrazar la voluntad de Dios, reconociendo que la Navidad más grande es aquella en la que Cristo nace en nosotros. Que el corazón de Jesús resida en todos nuestros corazones. Amén.

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