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Summary: No hay persona ni circunstancia tan perdida que la gracia de Dios no pueda transformar

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Intro: ¿Te has dado cuenta cómo la idea o concepto que tengas de una persona afecta la manera en la que te relacionas con ella? Si tienes la idea de que la persona es muy culta pues tratas de no platicar trivialidades con ella, sino tratas de cuidar lo que dices, cómo lo dices y los temas que sacas a colación en la plática. En fin, el concepto o idea que tengamos de una persona afecta la manera en la que nos relacionamos con ella.

Esto me quedó muy claro hace muchos años, cuando siendo joven y soltero conocí a una señorita. Sabía que venía de fuera de nuestro Estado y esto era evidente por su manera de vestir, su manera de hablar y de relacionarse. Debo confesar que no me agradaba mucho pues la había clasificado con la etiqueta de “pesada” (como decimos por acá). Este concepto afectó mi escasa relación con ella. Por lo mismo, casi no coincidíamos en los mismos círculos y mucho menos buscaba ocasión para interactuar con ella.

Pasó el tiempo y providencialmente en una ocasión tuve la oportunidad de platicar a mayor profundidad con ella. A partir de ese momento, mi concepto de ella fue cambiando favorablemente y llegó a cambiar de tal modo que tres años después me casé con ella hace más de 26 años. ¡Cuán equivocado era mi concepto de Delia! Pero mi concepto equivocado me llevó, por mucho tiempo, a no intentar si quiera conocerla más.

Algo similar nos puede pasar con relación a Dios. A nuestro alrededor hay muchas ideas respecto a Dios que cuando las creemos, afectan de una u otra manera, la forma en la que nos relacionamos con él. Por eso este mes, estaremos tratando de explorar algunas verdades en cuanto a Dios y nuestra relación con él, según se ha revelado él mismo en la Escritura. Tener un concepto bíblico y verdadero de Dios es vital para poder relacionarnos correctamente con él.

Dios es Soberano y por lo tanto, podemos confiar en él. Dios no cambia en sus promesas y carácter y por eso él será fiel a su pacto y sus promesas son dignas de confianza. Hoy nos toca abordar otro atributo de Dios que al entenderlo mejor afectará la manera en la que nos relacionamos con él. Hoy hablaremos de la gracia de Dios.

Cuando hablamos de la gracia de Dios estamos tratando de describir algo que caracteriza a Dios que consiste en que él da cosas buenas, regalos, dones maravillosos a personas que no lo merecen. Lo hace no porque el que recibe tenga algo en particular que atraiga el favor o la atención de Dios, sino simplemente porque él se complace en dar por amor y para Su gloria.

Cuando Dios actúa en su gracia hacia alguien, Él asume la cuenta, el que recibe no merece para nada la bendición que se le da y por lo tanto, no hay lugar para la jactancia personal, sino lo que resplandece es la gloria de Dios. Él se lleva todo el crédito y la gloria. Dios es un Dios de gracia y éstas son buenas noticias para todos nosotros.

Graeme Goldsworthy define gracia así: La gracia se refiere a la actitud de Dios hacia los pecadores rebeldes al mostrarles una misericordia que no solo no es merecida, sino que es justamente lo opuesto de lo que se merecen.

Esta es la lección principal de un pequeño libro del Antiguo Testamento sobre un profeta llamado Jonás. Aunque Jonás es bastante conocido y famoso por haber permanecido por tres días en el vientre de un gran pez, eso es lo menos importante del libro que lleva su nombre. Si hay un mensaje importante en el libro y para nosotros hoy es este: No hay persona o circunstancia tan perdida que la gracia de Dios no pueda transformar.

La historia comienza con la declaración de misión por parte de Dios para Jonás. El capítulo 1:1-2 nos dice: “La palabra del SEÑOR vino a Jonás hijo de Amitay: «Anda, ve a la gran ciudad de Nínive y proclama contra ella que su maldad ha llegado hasta mi presencia.»”

La gran cuidad de Nínive era la capital del reino Asirio al norte de Israel. Ninive era una ciudad pagana y ahora le había llegado su momento. Su maldad había colmado al Señor quien ahora le enviaba a su profeta Jonás para anunciarles su destrucción. El mensaje era concreto y exacto: «¡Dentro de cuarenta días Nínive será destruida!»

No había por donde confundirse. Jonás debía ir a Nínive y dar este mensaje claro y concreto. La maldad de Nínive era grande y Dios estaba trayendo juicio sobre ella. Nínive era culpable. Su pecado era real y sonante. Eran reos de muerte. Eran, como decimos, un caso perdido. Jonás sólo debía cumplir la misión encomendada.

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