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Summary: Dios actuó de una manera especial con Nabucodonosor y el rey babilonio reconoció la grandeza del Todopoderoso. Pero su nieto era madera de otro árbol. No quiso aprender de las lecciones de su abuelo. Belsasar, rey de Babilonia, quiso aprender por sí mismo

Esto es común en la Biblia. Se nos dice, por ejemplo, que Josafat fue sepultado “en la ciudad de David su padre” (1 Rey 22:50), aunque ni siquiera fue su abuelo. Los judíos en los días de Jesús hablaban de Abraham como su padre (Mat 3:9). El mismo Jesús era llamado “hijo de David” (Mar 10:47). Nosotros mismos usamos expresiones como “padre de la patria,” que muestra nuestra reverencia hacia tal persona.

Una vez puesto ese problema atrás, nos encontramos ahora con la situación de Belsasar. Es el rey regente de Babilonia. La ciudad está sitiada por los Medo-Persas. El rey hace una fiesta, quizás para dar ánimo y confianza a la población. En la borrachera, el rey decide mandar traer los vasos de oro del templo de Jerusalén. En otras palabras, una fiesta no tiene gracia si no hacemos algo diferente. ¡Vamos a beber en los vasos dedicados al Dios de los judíos!

Entonces fueron traídos los vasos de oro que habían traído del templo de la casa de Dios que estaba en Jerusalén, y bebieron en ellos el rey y sus príncipes, sus mujeres y sus concubinas. Bebieron vino, y alabaron a los dioses de oro y de plata, de bronce, de madera y de piedra (Daniel 5:3, 4).

¿No te parecen estas palabras familiares? ¡Son similares a las pronunciadas por el apóstol Pablo! Belsasar y sus cortezanos son culpables de los mismos cargos ante la corte celestial.

¿Por qué no podemos aprender? ¿No era Belsasar nieto de Nabucodonosor? ¿No sabía del relato de los jóvenes en el horno de fuego? ¿No sabía de la locura de su abuelo? ¿No sabía de los edictos promulgados por éste? ¡Por supuesto que sabía! Pero el problema de Belsasar no era único en él. Tu y yo tenemos ese mismo problema. Somos demasiados cabeciduros. Tenemos demasiada confianza en nosotros mismos. Somos demasiado autosuficientes. El adagio es cierto: “Lo único que la historia nos enseña es que no aprendemos nada de la historia.” Después de haber sabido de la experiencia de su abuelo, lo menos que pudo haber hecho es haber tenido una poca de reverencia. Después de estudiar la historia de estos hombres, lo menos que podrías hacer es andarte con más cuidado.

Pero cada generación piensa que no va a cometer los mismos errores que la anterior. Cada uno de nosotros piensa que no va a cometer los errores de los demás. Así que nos descuidamos. Nos hacemos confianzudos. Si algo has de aprender de la historia de Belsasar es a aprender de los errores de los demás. Esto se aplica tanto en tu vida espiritual como en tu vida diaria. Dios no te ha puesto sobre este planeta como único, independiente, sin conexión con el pasado e inmune a los errores de otros. Dios te ha puesto con las mismas inclinaciones a errar que todos los demás.

No únicamente no estamos dispuestos a aprender de las lecciones de otros, sino que no nos damos cuenta que el juicio divino cuelga sobre nuestras cabezas.

En aquella misma hora aparecieron los dedos de una mano de hombre, que escribía delante del candelero sobre lo encalado de la pared del palacio real, y el rey veía la mano que escribía. Entonces el rey palideció, y sus pensamientos lo turbaron, y se debilitaron sus lomos, y sus rodillas daban la una contra la otra. El rey gritó en alta voz que hiciesen venir magos, caldeos y adivinos; y dijo el rey a los sabios de Babilonia: Cualquiera que lea esta escritura y me muestre su interpretación, será vestido de púrpura, y un collar de oro llevará en su cuello, y será el tercer señor en el reino. Entonces fueron introducidos todos los sabios del rey, pero no pudieron leer la escritura ni mostrar al rey su interpretación. Entonces el rey Belsasar se turbó sobremanera, y palideció, y sus príncipes estaban perplejos (Daniel 5:5-9).

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