Cuando las paredes hablan
Algunas verdades bíblicas son agradables y nos gusta escucharlas y repetirlas. Otras no son agradables, no nos gusta escucharlas y no nos gusta repetirlas. Pero, agradables o no, tenemos que aceptarlas. La verdad de Dios es la verdad no porque Dios diga que es, sino porque lo es. Debemos entonces poner atención a la verdad divina.
Vamos a pretender que estamos en una corte. La corte no es humana, sino estamos en la corte de Dios. Él mismo es el juez. El fiscal de distrito es el apóstol Pablo. El caso a tratar es la condición del hombre. La audiencia son los lectores de la carta a los Romanos. Los acusados somos tu y yo. El cargo es que si no estamos en Cristo no hay manera de presentarnos ante Dios. Vamos a ver lo que nos dice el apóstol Pablo:
Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; porque lo que de Dios se conoce les es manifiesto, pues Dios se lo manifestó. Porque las cosas invisibles de él, su eterno poder y deidad, se hacen claramente visibles desde la creación del mundo, siendo entendidas por medio de las cosas hechas, de modo que no tienen excusa. Pues habiendo conocido a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias, sino que se envanecieron en sus razonamientos, y su necio corazón fue entenebrecido. Profesando ser sabios, se hicieron necios, y cambiaron la gloria del Dios incorruptible en semejanza de imagen de hombre corruptible, de aves, de cuadrúpedos y de reptiles. Por lo cual también Dios los entregó a la inmundicia, en las concupiscencias de sus corazones, de modo que deshonraron entre sí sus propios cuerpos, ya que cambiaron la verdad de Dios por la mentira, honrando y dando culto a las criaturas antes que al Creador, el cual es bendito por los siglos. Amén (Romanos 1:18-23).
Hay algunos puntos que quiero que consideremos de este pasaje. Primero, la palabra griega (orgh) traducida en nuestra Biblia ira (v. 18a) en este contexto significa “la aversión de Dios a todo lo que es malo.” Su ira no es una expresión repentina de coraje sino una constante condición de odio hacia todo aquello que viola su carácter moral. Segundo, la ira de Dios se manifiesta hacia los hombres porque cada ser humano que ha vivido ha tenido acceso a la misma revelación. Dios no se ha manifestado a unos pocos. Todos han tenido la misma oportunidad de ver a Dios en sus múltiples manifestaciones. Pero algunos hemos preferido no verlo. Hemos decidido poner a un lado la verdad. En base a esto, Dios puede con justicia condenar a todos, incluyendo a aquellos que nunca han escuchado de Jesús. Tercero, ya que Dios a dado amplia evidencia de su existencia, tu y yo estamos sin excusa. No hay ninguna razón para que ninguna persona concluya que Dios no existe o que Dios existe en una forma diferente a la que el ha revelado. En otras palabras, para no creer en Dios, tienes que tirar la razón al viento y volverte irracional.
Pero estamos en una corte. Hemos visto los puntos que presenta Dios. Ahora vamos a ver los cargos. Primero, el hombre ignora voluntariamente a Dios (v. 21a). Segundo, el hombre razona contra Dios (vv. 21b, 22). Tercero, reemplaza totalmente a Dios (v. 23). Cuarto, Dios manifiesta su ira abandonando al hombre en su corrupción (vv. 24, 25).
Lo que Dios nos está diciendo es que si tu y yo rechazamos la oportunidad que tenemos de conocerlo y servirle, vamos con toda seguridad a recibir la manifestación de su ira. Es cierto, Dios te llama y te espera, tiene paciencia contigo. Pero hasta la paciencia divina tiene un límite. El veredicto de la corte puede ser en contra tuya, si no has aprovechado la oportunidad que Dios te da hasta hoy.
En el Antiguo Testamento encontramos un caso que vivamente ilustra este punto. Dios actuó de una manera especial con Nabucodonosor y el rey babilonio reconoció la grandeza del Todopoderoso. Pero su nieto era madera de otro árbol. No quiso aprender de las lecciones de su abuelo. Belsasar, rey de Babilonia, quiso aprender por sí mismo y pagó caramente.
El rey Belsasar hizo un gran banquete a mil de sus príncipes, y en presencia de los mil bebía vino (Daniel 5:1).
Hasta ahora constantemente nos habíamos encontrado con Nabucodonosor como rey de Babilonia. En Daniel 5 nos encontramos con otro personaje: Belsasar. Veintitrés años han pasado desde la muerte de Nabucodonosor. Después de Nabucodonosor en el año 562 A.C. su hijo, Evil-merodac (Jer 52:31), reinó por dos años. En 560 A.C. Evil-merodac fue asesinado por su cuñado, Neriglisar quien reinó cuatro años. En el año 556 el hijo de Neriglisar, Labashi-marduc reinó menos de un año antes de ser asesinado por un grupo de cortesanos. En ese mismo año Nabonidus (556-539 A.C.) tomó el reino de Babilonia. Nabonidus fue probablemente el mejor rey de Babilonia después de Nabucodonosor. Para hacer su reinado oficial, Nabonidus se casó con Nitocris, una hija de Nabucodonosor. Nabonidus era rey de Babilonia cuando la ciudad y el imperio calló en manos de los Medos y los Persas.
El primer problema que surge es: ¿Quién fue, entonces, Belsasar? Belsasar era hijo de Nabonidus. En un documento llamado Una Descripción Persa en Verso de Nabonidus (A Persian Verse Account of Nabonidus), se explica claramente que Nabonidus puso el reinado en su hijo Belsasar. También implica que Nabonidus estableció su residencia en Tema. Belsasar desempeñó todas las funciones de un monarca mientras Nabonidus estaba en Tema. En las palabras de un autor:
Aunque, técnicamente, Belsasar ocupaba una posición de autoridad subordinada a Nabonidus, en realidad, pareciera haber tenido todas las prerrogativas de un monarca. Como la evidencia existente muestra, su palabra era considerada con sumo respeto. En realidad estaba a cargo del reino y lo administraba como un rey… Prácticamente, Belsasar era rey, y así lo consideraba el pueblo.
Así que Belsasar era entonces rey de Babilonia. Era una especie de corregente, tomando el lugar de Nabonidus su padre. Evidentemente Belsasar era un tipo capaz. Evidentemente también sufría de exceso de confianza. Daniel 5:1 dice que el rey “hizo un gran banquete.” Tiene uno que tener confianza excesiva para hacer una fiesta cuando las cosas no están yendo de lo mejor. Para estas fechas, los ejércitos Medo-Persas habían tomado ciudad tras ciudad del Imperio Babilónico y estaban sitiando a la misma Babilonia. Pero, ¿para qué preocuparse? La ciudad era una superfortaleza. Sus murallas eran anchas y fuertes. Sus almacenes estaban repletos de comida. El río Eufrates proveía agua en abundancia. Cualquier enemigo se cansaría antes que los habitantes de Babilonia. Lo mismo que el Titanic, Babilonia era incapaz de hundirse.
¿Para qué preocuparse? Cuando las cosas se van poniendo color de hormiga, lo mejor es hacer una fiesta. Y eso fue lo que hizo Belsasar. Nos parece un poco exagerado decir que invitó a mil de sus príncipes, pero no es tan exagerado. Las cortes de Babilonia y Persia eran enormes. Atheneaus, un historiador antiguo, nos relata que el rey persa daba de comer todos los días a 15,000 hombres. Una estela descubierta en Nimrud describe un festival en el cual el rey Asurbanipal II hizo una fiesta para 69,574 personas por diez días. Los griegos refieren como en la fiesta de la boda de Alejandro el Grande asistieron 10,000 invitados. Así que mil príncipes en la fiesta de Belsasar no es una exageración.
Belsasar, con el gusto del vino, mandó que trajesen los vasos de oro y de plata que Nabucodonosor su padre había traído del templo de Jerusalén, para que bebiesen en ellos el rey y sus grandes, sus mujeres y sus concubinas (Daniel 5:2).
Aquí encontramos el segundo problema en este capítulo. Si Belsasar era hijo de Nabonidus, ¿por qué dice Daniel que Nabucodonosor era su padre? La respuesta es que tanto la palabra padre como hijo no eran usadas en el sentido estricto que las usamos hoy en día. Así, “padre” podía ser el procreador, el posesor, el “hombre en cuya casa uno nace,” el padre adoptivo, o “el que te cría o alimenta,” el protector, el hombre que adopta a uno que ya ha sido adoptado anteriormente, el padrastro que no es un padre adoptivo, lo mismo que un título de respeto, cortesía y cariño. Para casos similares se usaba la palabra “hijo.”
Esto es común en la Biblia. Se nos dice, por ejemplo, que Josafat fue sepultado “en la ciudad de David su padre” (1 Rey 22:50), aunque ni siquiera fue su abuelo. Los judíos en los días de Jesús hablaban de Abraham como su padre (Mat 3:9). El mismo Jesús era llamado “hijo de David” (Mar 10:47). Nosotros mismos usamos expresiones como “padre de la patria,” que muestra nuestra reverencia hacia tal persona.
Una vez puesto ese problema atrás, nos encontramos ahora con la situación de Belsasar. Es el rey regente de Babilonia. La ciudad está sitiada por los Medo-Persas. El rey hace una fiesta, quizás para dar ánimo y confianza a la población. En la borrachera, el rey decide mandar traer los vasos de oro del templo de Jerusalén. En otras palabras, una fiesta no tiene gracia si no hacemos algo diferente. ¡Vamos a beber en los vasos dedicados al Dios de los judíos!
Entonces fueron traídos los vasos de oro que habían traído del templo de la casa de Dios que estaba en Jerusalén, y bebieron en ellos el rey y sus príncipes, sus mujeres y sus concubinas. Bebieron vino, y alabaron a los dioses de oro y de plata, de bronce, de madera y de piedra (Daniel 5:3, 4).
¿No te parecen estas palabras familiares? ¡Son similares a las pronunciadas por el apóstol Pablo! Belsasar y sus cortezanos son culpables de los mismos cargos ante la corte celestial.
¿Por qué no podemos aprender? ¿No era Belsasar nieto de Nabucodonosor? ¿No sabía del relato de los jóvenes en el horno de fuego? ¿No sabía de la locura de su abuelo? ¿No sabía de los edictos promulgados por éste? ¡Por supuesto que sabía! Pero el problema de Belsasar no era único en él. Tu y yo tenemos ese mismo problema. Somos demasiados cabeciduros. Tenemos demasiada confianza en nosotros mismos. Somos demasiado autosuficientes. El adagio es cierto: “Lo único que la historia nos enseña es que no aprendemos nada de la historia.” Después de haber sabido de la experiencia de su abuelo, lo menos que pudo haber hecho es haber tenido una poca de reverencia. Después de estudiar la historia de estos hombres, lo menos que podrías hacer es andarte con más cuidado.
Pero cada generación piensa que no va a cometer los mismos errores que la anterior. Cada uno de nosotros piensa que no va a cometer los errores de los demás. Así que nos descuidamos. Nos hacemos confianzudos. Si algo has de aprender de la historia de Belsasar es a aprender de los errores de los demás. Esto se aplica tanto en tu vida espiritual como en tu vida diaria. Dios no te ha puesto sobre este planeta como único, independiente, sin conexión con el pasado e inmune a los errores de otros. Dios te ha puesto con las mismas inclinaciones a errar que todos los demás.
No únicamente no estamos dispuestos a aprender de las lecciones de otros, sino que no nos damos cuenta que el juicio divino cuelga sobre nuestras cabezas.
En aquella misma hora aparecieron los dedos de una mano de hombre, que escribía delante del candelero sobre lo encalado de la pared del palacio real, y el rey veía la mano que escribía. Entonces el rey palideció, y sus pensamientos lo turbaron, y se debilitaron sus lomos, y sus rodillas daban la una contra la otra. El rey gritó en alta voz que hiciesen venir magos, caldeos y adivinos; y dijo el rey a los sabios de Babilonia: Cualquiera que lea esta escritura y me muestre su interpretación, será vestido de púrpura, y un collar de oro llevará en su cuello, y será el tercer señor en el reino. Entonces fueron introducidos todos los sabios del rey, pero no pudieron leer la escritura ni mostrar al rey su interpretación. Entonces el rey Belsasar se turbó sobremanera, y palideció, y sus príncipes estaban perplejos (Daniel 5:5-9).
Ante los ojos asombrados del rey y aquellos que estaban con él, apareció una mano que escribía algo en la pared. El rey se puso blanco como la cera y “sus rodillas daban la una contra la otra.” Imagínate la escena. Lo más probable es que el caos haya reinado en el salón del banquete. Los pensamientos más negros y oscuros subieron, sin duda alguna, a la mente del rey. Lo mismo que en los capítulos 2 y 4, el rey manda llamar a los sabios pero estos son incapaces de leer la escritura, mucho menos descifrarla. El rey entonces ofrece vestir de púrpura, un collar de oro y ser el tercero al que pueda leer la escritura y mostrar la interpretación. Púrpura era el color de la realeza (cf. Est 8:15). El collar de oro era un símbolo de rango que usaban los regentes persas. Belsasar no podía ofrecer el segundo puesto en el reino porque él mismo era el segundo, después de su padre, Nabonidus.
Belsasar no puede leer lo que la mano a escrito en la pared pero no se imagina nada bueno. Su conciencia le estaba diciendo que “las nuevas” había que interpretarlas como malas. Belsasar se daba cuenta que tenía que responder a una autoridad superior a él o a su padre y aquí estaba frente a ella. Belsasar se daba cuenta que únicamente Dios podría estar detrás de todo esto. Dios estaba detrás de ese mensaje en la pared. Dios estaba detrás de esa mano. Y Belsasar lo sabía.
¿No es curioso cómo reaccionamos ante un superior? Una escritora ha dicho:
Las figuras de autoridad pueden causar mucho miedo—si no sabes como relacionarte con ellas. Tu sabes como se siente estar en situaciones como esta:
Cuando el director de la escuela te llama a su oficina, sacudes tus tenis, aunque estás seguro que no has quebrantado ninguna regla.
Cuando el jefe te quiere ver, tu estómago se vuelve un clavadista olímpico.
Cuando tu maestro de gimnasia grita tu nombre, estás seguro que te va a criticar por algo que no estás haciendo bien.
El temor es el resultado común de cada una de estas situaciones. Algunos deciden que la mejor defensa es una buena defensa, y empiezan a lanzar palabras como dardos a quien esté en comando. Piensan que esta es la mejor manera de no salir heridos. Otros se convierten en cobardes corre-ve-y-diles o lambiscones. Ninguno de estos métodos funciona.
Hay una manera bíblica de tratar a la autoridad: sumisión. Dios ha puesto a cada autoridad para mantener la paz. Ya sea el gobierno de Estados Unidos o el señor García en la clase de mecanografía, esa autoridad mantiene el sentido y el orden. Debes, por lo tanto, estar dispuesto a obedecer esa autoridad ya sea que esté o no en lo correcto. Esta actitud es sumisión.
Cuando se trata de Dios podemos tener la seguridad que está en lo correcto. Cuando se trata de Dios, el consejo es aún más práctico: sumisión. Ese era el problema de Belsasar: falta de sumisión. Después de todo, era el rey. No había nadie a quien rendir cuentas. Era soberano. Podía hacer lo que quisiera. ¿Te has sentido así alguna vez? Después de todo yo soy el jefe de la familia. Después de todo yo soy el patrón. Después de todo yo soy el pastor. Después de todo… ¡Creemos que no hay nadie a quien tenemos que rendir cuentas! Pero hay uno a quien tenemos que rendir cuentas.
Me imagino que ha de ser terrible encontrarse de buenas a primeras con los juicios de Dios. Para entonces ya es demasiado tarde. Si esperas a ver las manos escribiendo en la pared has esperado demasiado tiempo. Tienes que leer los letreros en el camino antes que Dios tome acción e intervenga él mismo.
En el caos de la corte, sin embargo, hubo una mente sobria y clara:
La reina, por las palabras del rey y de sus príncipes, entró a la sala del banquete, y dijo: rey, vive para siempre; no se turben tus pensamientos, ni palidezca tu rostro. En tu reino hay un hombre en el cual mora el espíritu de los dioses santos, y en los días de tu padre se halló en él luz e inteligencia y sabiduría, como sabiduría de los dioses; al que el rey Nabucodonosor tu padre, oh rey, constituyó jefe sobre todos los magos, astrólogos, caldeos y adivinos, por cuanto fue hallado en él mayor espíritu y ciencia y entendimiento, para interpretar sueños y descifrar enigmas y resolver dudas; esto es, en Daniel, al cual el rey puso por nombre Beltsasar. Llámese, pues, ahora a Daniel, y él te dará la interpretación. Entonces Daniel fue traído delante del rey. Y dijo el rey a Daniel: ¿Eres tú aquel Daniel de los hijos de la cautividad de Judá, que mi padre trajo de Judea? Yo he oído de ti que el espíritu de los dioses santos está en ti, y que en ti se halló luz, entendimiento y mayor sabiduría. Y ahora fueron traídos delante de mí sabios y astrólogos para que leyesen esta escritura y me diesen su interpretación; pero no han podido mostrarme la interpretación del asunto. Yo, pues, he oído de ti que puedes dar interpretaciones y resolver dificultades. Si ahora puedes leer esta escritura y darme su interpretación, serás vestido de púrpura, y un collar de oro llevarás en el cuello, y serás el tercer señor en el reino (Daniel 5:10-16).
Hay dos razones por las cuales la reina mencionada aquí no es “la reina,” propiamente dicho. Primero, las esposas ya estaban presentes en el banquete (v 2). Esta persona entró después de que los dedos escribieron el mensaje en la pared. Segundo, esta reina mostró familiaridad con los eventos ocurridos al rey Nabucodonosor. Se trata, lo más probable, de Nitocris, la madre de Belsasar e hija de Nabucodonosor.
Recordando las experiencias de su padre, la reina aconseja al rey que Daniel sea traído y consultado. El hecho que habla tan bien de Daniel pareciera ser una indicación que también ella, como su padre, aceptó al Dios de Daniel como el verdadero Dios.
Imagínate la entrevista entre el anciano vidente (más de ochenta años de edad), y el elegante joven rey (cerca de 36 años). Uno estaba perfectamente cómodo en su espíritu, aunque en el exilio; el otro estaba agitado en espíritu, aunque era rey. Uno no tenía nada que temer de lo desconocido; el otro temía todo lo que era desconocido. Uno podía leer tanto el significado de los años pasados como las palabras en la pared concerniente al presente; el otro había ignorado el pasado y consecuentemente era ignorante acerca del presente y el futuro. A uno se le ofreció oro y un puesto de importancia; el otro perdía su puesto y se volvía en barro.
¿Cuál hubiese sido tu reacción a oferta tan generosa como estaba haciendo el rey a Daniel? Creo que tu y yo la hubiéramos tomado. Pero eso no fue lo que Daniel hizo.
Entonces Daniel respondió y dijo delante del rey: Tus dones sean para ti, y da tus recompensas a otros. Leeré la escritura al rey, y le daré la interpretación. El Altísimo Dios, oh rey, dio a Nabucodonosor tu padre el reino y la grandeza, la gloria y la majestad. Y por la grandeza que le dio, todos los pueblos, naciones y lenguas temblaban y temían delante de él. A quien quería mataba, y a quien quería daba vida; engrandecía a quien quería, y a quien quería humillaba. Mas cuando su corazón se ensoberbeció, y su espíritu se endureció en su orgullo, fue depuesto del trono de su reino, y despojado de su gloria. Y fue echado de entre los hijos de los hombres, y su mente se hizo semejante a la de las bestias, y con los asnos monteses fue su morada. Hierba le hicieron comer como a buey, y su cuerpo fue mojado con el rocío del cielo, hasta que reconoció que el Altísimo Dios tiene dominio sobre el reino de los hombres, y que pone sobre él al que le place. Y tú, su hijo Belsasar, no has humillado tu corazón, sabiendo todo esto; sino que contra el Señor del cielo te has ensoberbecido, e hiciste traer delante de ti los vasos de su casa, y tú y tus grandes, tus mujeres y tus concubinas, bebiste vino en ellos; además de esto, diste alabanza a dioses de plata y oro, de bronce, de hierro, de madera y de piedra, que ni ven, ni oyen, ni saben; y al Dios en cuya mano está tu vida, y cuyos son todos tus caminos, nunca honraste (Daniel 5:17-23).
Antes de revelar el mensaje divino, Daniel recordó algunos de los eventos de la historia de Nabucodonosor. Le estaba recordando que Dios le había dado más de una oportunidad. Dios le había advertido por la experiencia de su abuelo. Y no había aprendido. No había hecho caso. De nada le sirvió la experiencia ajena. En balde fueron las advertencias divinas. Dios ha visto necesario actuar.
Daniel omitió el acostumbrado saludo: “Rey, vive para siempre.” Parecía sin sentido en vista de la inminente muerte de Belsasar. No fue descortés con el monarca, pero fue directamente al punto del asunto. Frente a la asamblea de invitados y dirigentes de la nación procedió diciendo:
Entonces de su presencia fue enviada la mano que trazó esta escritura. Y la escritura que trazó es: MENE, MENE, TEKEL, UPARSIN. Esta es la interpretación del asunto: MENE: Contó Dios tu reino, y le ha puesto fin. TEKEL: Pesado has sido en balanza, y fuiste hallado falto. PERES: Tu reino ha sido roto, y dado a los medos y a los persas. Entonces mandó Belsasar vestir a Daniel de púrpura, y poner en su cuello un collar de oro, y proclamar que él era el tercer señor en el reino (Daniel 5:24-29).
Los nombres que se dan son nombres de medidas de peso. Mene era la mina mencionada en Ezequiel 45:12 y Esdras 2:69; tekel es el sheckel hebreo, la medida de valor; peres se cree que representaba el peras o media mina. La inscripción podría entonces leer: “Una mina, una mina, un sheckel y media mina.” En nuestro idioma podríamos ponerlo como: “Un dólar, un dólar, un nickel y medio dólar.” En este caso se podría también tomar como representativo de los personajes involucrados. El dólar sería Nabucodonosor, el nickel sería Belsasar, y el medio dólar los medo-persas. Esto tampoco es único del libro de Daniel, en el Talmud se relata la historia de un hombre que era mejor que su padre. La historia llama al hijo “una mina de una media mina.”
Más significativo que todo esto era el mensaje. El mensaje que tuvo que darle a Belsasar no era nada agradable. Dios había llegado al límite de su paciencia. Era demasiado tarde. La primera palabra (mene) aquí significa “contar en orden de limitar.” Los días de Belsasar y de Babilonia estaban contados. Ya no había más. La segunda palabra (tekel) implica que al ser pesados en la balanza divina, Belsasar ya sus compañeros habían sido encontrados muy ligeros de peso. Algo así como nuestro dicho: “No dieron la talla.” Querían ser peso gallo y no llegaron a peso pluma. La tercera palabra (peres) quería decir que el reino era dado a los Medos y a los Persas.
El juicio de Dios estaba tan al fin de su misericordia que esa misma noche la sentencia dio lugar a la ejecución:
La misma noche fue muerto Belsasar rey de los caldeos. Y Darío de Media tomó el reino siendo de sesenta y dos años (Daniel 5:30, 31).
Bajo la dirección de Ugbaru, el comandante de los ejércitos de Ciro, los Medo-Persas conquistaron Babilonia la noche del 12 de Octubre, 539 A.C. Mientras la población dormía y el rey y sus príncipes hacían fiesta, los Medo-Persas tomaron la ciudad por sorpresa. Los soldados Medo-Persas habían desviado las aguas del río Eufrates a un lago cercano de tal manera que el agua les llegaba a las rodillas. Babilonia no se dio cuenta la importancia de esa noche. Ese fue el fin del Imperio Babilónico.
Después de estudiar este capítulo, podemos tomar algunas lecciones para nuestros días. De nada serviría haber estudiado la experiencia de Belsasar sin sacar algo de provecho.
La primera lección es: Nuestra respuesta a los designios divinos produce juicio para condenación o bendición. Es importante indicar el contraste entre la reacción de Nabucodonosor y la reacción de Belsasar ante los designios divinos. Ambos eran babilonios. Ambos eran reyes del mismo imperio. Ambos recibieron amonestaciones divinas. Pero mientras el corazón de Nabucodonosor estuvo dispuesto a aceptar a Dios, el de Belsasar no lo estuvo. La experiencia de Nabucodonosor, aunque agria, tuvo un final feliz. La experiencia de Belsasar de agria pasó a amarga, con un final trágico.
Podemos con confianza asegurar que el escribir el mensaje en la pared fue solo el clímax de un largo proceso en el cual este hombre [Belsasar] había llegado a saber exactamente qué estaba rechazando cuando se rehusó a seguir tras las huellas de Nabucodonosor. Fue el mismo Dios que mostró tales juicios a Belsasar, el que mostró misericordia a Nabucodonosor.
En su justicia y en su misericordia Dios te llama aún hoy. Dios te muestra su mano y sus designios tanto en tu experiencia personal como en la experiencia de otros. Es lo que tu haces hoy con tu vida lo que determina lo que Dios hará contigo mañana. Es cierto, tu pasado puede no haber sido de lo mejor, pero Dios no es un Dios del pasado, es un Dios del presente. Mientras la escritura en la pared no sea una realidad en tu vida, Dios te está esperando.
La segunda lección es: Sin importar quien tu seas, Dios a todos nos da la misma oportunidad. Pareciera no ser así. Pero Dios es tan justo y misericordiosos que a todos nos da la misma oportunidad. Es cierto que en la Biblia encontramos personajes contrastantes. Al lado de Abel, está Caín. Al lado de Jacob está Esaú. Al lado de David está Saúl. Al lado de los once discípulos está Judas. Al lado de Nabucodonosor está Belsasar. Uno recibe misericordia de parte de Dios mientras que el otro es condenado. Lo que tienes que tener en cuenta es que fue por sus propias decisiones que los propósitos de Dios se llevaron a cabo. No fue que Dios amó más a Abel o a David. Fue al revés. Abel y David amaron más a Dios que Saúl y Esaú. La absoluta misericordia de Dios se manifiesta al permitirnos ver que cada uno de ellos recibió lo que su respuesta meritaba.
Dios no te va a condenar porque te odia. Dios te va a condenar porque tu le odias. Dios no te va a dar la vida eterna porque te ama. Dios te va a dar la vida eterna porque tu le amas. Dios no odia a nadie. Dios nos ama a todos por igual, a buenos y a malos. Dios no desea que nadie se pierda. Al acercarse a ti, lo mismo que a Nabucodonosor y Belsasar, Dios lo hace en los mismos términos. Dios siempre viene al hombre con misericordia. El mensaje de Dios es el mismo para todos:
Echad de vosotros todas vuestras transgresiones con que habéis pecado, y haceos un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué moriréis, casa de Israel? Porque no quiero la muerte del que muere, dice Jehová el Señor; convertíos, pues, y viviréis (Ezequiel 18:31, 32).
Por último, la lección que aprendemos es: Aunque lentos, los juicios de Dios se manifiestan sobre los hombres, a su tiempo. El reinado de Belsasar continuó por algunos años antes que Dios le pusiera fin. En su gracia infinita, Dios le dio cada oportunidad posible porque reconociera sus faltas. Pero cuando trató de ponerse por sobre Dios, el Señor actuó rápidamente. Aunque el Señor es paciente, no retiene su juicio para siempre. No tomemos su gracia y su misericordia como un juego. Dios es también Dios de juicio y retribución. Debemos hacer un recuento de nuestra experiencia y cambiar si es necesario. Es necesario cambiar, para que no veamos nuestro juicio escrito en la pared.
Dios, aún hoy, te extiende su misericordia. Pero muy pronto estarás ante su juicio. ¿Tomarás toda oportunidad que te da de conocerlo y de servirle? Hoy es el día en que tenemos que aprender. Hoy es el día que tenemos para reconocerle como soberano en nuestra vida. ¿Quién es soberano en tu vida? Si no es el Salvador, te invito a que lo hagas hoy el soberano en tu existencia. El divino Maestro de Galilea vino a morir para que tu pudieras vivir. Vino a darte redención para que tu gozases de vida eterna. Esa vida eterna te la quiere dar hoy. No la desaproveches. Responde hoy a su llamado.
Dios al pródigo llama que venga sin tardar.
Oye pues su voz que hoy te llama a ti.
Aunque lejos vagabas del paternal hogar,
Amoroso llámate aún.
Llámate hoy a ti,
Cansado pródigo, ven.
Tierno, amante, paciente, tu Padre implora aún.
Oye pues su voz que hoy te llama a ti.
Vuelve mientras abogue por ti el Espíritu;
Amoroso llámate aún.
Llámate hoy a ti,
Cansado pródigo, ven.
Ven, recibe el abrazo del Padre celestial.
Oye pues su voz que hoy te llama a ti.
Entra alegre al banquete que brinda, sin igual;
Amoroso llámate aún.
Llámate hoy a ti,
Cansado pródigo, ven.
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