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Summary: La señal que necesitamos que confirma nuestra fe es la resurrección de Jesucristo.

Alguna vez has platicado con alguien y cuando le dices algo que la persona tendría que confiar que ocurrirá, te contesta: “Yo como Santo Tomás, ver para creer”.

Esta respuesta popular hace referencia al discípulo de Jesús que no estuvo presente cuando Jesús se presentó en vivo y a todo color ante sus discípulos después de su resurrección. Cuando los demás le contaron lo que había acontecido, el respondió que a menos que pusiera sus dedos en sus manos horadadas y pusiera su mano en su costado, no creería que había resucitado.

Podemos ser muy duros con Tomás, pero la verdad, nosotros no estamos muy lejos de su postura. Tendemos a creer con más facilidad lo que podemos ver y tocar. No obstante, a veces, aunque estemos viendo o palpando y experimentando, algo en nosotros se resiste a creer.

Esta ha sido la lucha del ser humano y que vemos desde el Jardín del Edén. La caída de la humanidad en pecado, en el fondo, se debió a un asunto de fe. La disyuntiva estaba entre creer la voz de la serpiente o creer la Palabra de Dios. Lamentablemente, el representante de la humanidad encontró más fácil y atractivo creer la voz de la serpiente y desde entonces, luchamos con la incredulidad. Tenemos este defecto de fábrica.

Y esto es lo que encontramos en el libro de Jueces, que estamos considerando este mes en nuestra serie: corazones errantes y que nos narra lo que aconteció en uno de los tiempos más oscuros de la historia del pueblo de Dios.

Hemos visto cómo en este período las cosas se fueron saliendo cada vez más de control. El pueblo de Dios que ya estaba instalado en la tierra prometida, no había cumplido del todo el llamado de Dios y no pudo expulsar de la tierra a todos los pueblos que la habitaban, así estuvo viviendo y conviviendo con pueblos paganos y sus culturas y religiones.

En vez de ellos ser luz en la oscuridad, sus vidas se llenaron de tinieblas. Adoraron a otros dioses y abandonaron al Señor del pacto. El Señor como medida disciplinaria permitía que los pueblos circunvecinos los dominaran y oprimieran y cuando estaban en lo más profundo de sus angustias, clamaban al Señor por misericordia.

Nuestro Dios, siendo compasivo y misericordioso, los liberaba de sus opresiones levantado una especie de líderes o caudillos que son llamados en nuestras traducciones, “jueces”. Y mientras estos líderes vivían, el pueblo permanecía orientado hacia el Señor, pero tan pronto moría, comenzaba de nuevo este ciclo de desviación y alejamiento del Dios del pacto.

Esta pauta se repite y se repite a lo largo del libro, solo que cada vez va empeorando hasta el punto de escuchar que en Israel se hacían cosas como las que se hicieron en su momento en Sodoma y Gomorra.

El pueblo de Dios en este período tenía un corazón errante. Y en la historia que consideraremos hoy se resalta cómo el corazón errante lucha con la incredulidad.

Nosotros también tenemos este tipo de luchas. La verdad de las cosas es que nuestra lucha con el pecado es una lucha, en el fondo, de fe. Mientras más creamos que las promesas de Dios son verdad, menos luchas tendremos con la preocupación, la ansiedad y el desánimo.

Mientras más creamos que la vida de santidad a la que Dios nos llama es la verdadera felicidad, más prontos estaremos en abandonar las promesas huecas que el pecado nos ofrece y que al final nunca entrega, sino solo destrucción y ruina.

Todos luchamos con una falta de fe o una incredulidad que manifiesta dudas acerca de Dios, de su carácter, sus promesas, de su poder, de su presencia.

Todos luchamos como Tomás; aunque no lo decimos, quizá sí pensamos y así actuamos: ver para creer. Queremos tener certezas objetivas y observables para creer. Pero somos llamados a vivir por fe, no por vista.

Tampoco estamos hablando de una fe ciega o sin razón alguna. Dios ha hecho todo lo suficiente y necesario para que podamos confiar en él cuando no tengamos todas las certezas objetivas que desearíamos. Dios ha cumplido lo suficiente en la historia y en nuestras vidas como para que podamos tener razones para confiar en él y sus promesas en el resto del camino donde no podemos ver con claridad lo que viene.

Todos tenemos este tipo de luchas, pero Dios es bueno y paciente para mostrarnos y recordarnos una y otra vez que él es digno de confianza, que él es fiel, que el cumple sus promesas y su poder es soberano y que su presencia está con su pueblo, aun cuando no le podamos ver con nuestros ojos.

Así lo vemos en la vida del juez que estaremos considerando hoy en los capítulos 6 al 8 del libro de jueces. Es uno de los jueces más conocidos y mencionados. Su historia es una de las que más detalles se narran y en la que más se describe la participación del Señor comunicándose y manifestándose visiblemente en favor de su pueblo. Estamos hablando de Gedeón.

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