Alguna vez has platicado con alguien y cuando le dices algo que la persona tendría que confiar que ocurrirá, te contesta: “Yo como Santo Tomás, ver para creer”.
Esta respuesta popular hace referencia al discípulo de Jesús que no estuvo presente cuando Jesús se presentó en vivo y a todo color ante sus discípulos después de su resurrección. Cuando los demás le contaron lo que había acontecido, el respondió que a menos que pusiera sus dedos en sus manos horadadas y pusiera su mano en su costado, no creería que había resucitado.
Podemos ser muy duros con Tomás, pero la verdad, nosotros no estamos muy lejos de su postura. Tendemos a creer con más facilidad lo que podemos ver y tocar. No obstante, a veces, aunque estemos viendo o palpando y experimentando, algo en nosotros se resiste a creer.
Esta ha sido la lucha del ser humano y que vemos desde el Jardín del Edén. La caída de la humanidad en pecado, en el fondo, se debió a un asunto de fe. La disyuntiva estaba entre creer la voz de la serpiente o creer la Palabra de Dios. Lamentablemente, el representante de la humanidad encontró más fácil y atractivo creer la voz de la serpiente y desde entonces, luchamos con la incredulidad. Tenemos este defecto de fábrica.
Y esto es lo que encontramos en el libro de Jueces, que estamos considerando este mes en nuestra serie: corazones errantes y que nos narra lo que aconteció en uno de los tiempos más oscuros de la historia del pueblo de Dios.
Hemos visto cómo en este período las cosas se fueron saliendo cada vez más de control. El pueblo de Dios que ya estaba instalado en la tierra prometida, no había cumplido del todo el llamado de Dios y no pudo expulsar de la tierra a todos los pueblos que la habitaban, así estuvo viviendo y conviviendo con pueblos paganos y sus culturas y religiones.
En vez de ellos ser luz en la oscuridad, sus vidas se llenaron de tinieblas. Adoraron a otros dioses y abandonaron al Señor del pacto. El Señor como medida disciplinaria permitía que los pueblos circunvecinos los dominaran y oprimieran y cuando estaban en lo más profundo de sus angustias, clamaban al Señor por misericordia.
Nuestro Dios, siendo compasivo y misericordioso, los liberaba de sus opresiones levantado una especie de líderes o caudillos que son llamados en nuestras traducciones, “jueces”. Y mientras estos líderes vivían, el pueblo permanecía orientado hacia el Señor, pero tan pronto moría, comenzaba de nuevo este ciclo de desviación y alejamiento del Dios del pacto.
Esta pauta se repite y se repite a lo largo del libro, solo que cada vez va empeorando hasta el punto de escuchar que en Israel se hacían cosas como las que se hicieron en su momento en Sodoma y Gomorra.
El pueblo de Dios en este período tenía un corazón errante. Y en la historia que consideraremos hoy se resalta cómo el corazón errante lucha con la incredulidad.
Nosotros también tenemos este tipo de luchas. La verdad de las cosas es que nuestra lucha con el pecado es una lucha, en el fondo, de fe. Mientras más creamos que las promesas de Dios son verdad, menos luchas tendremos con la preocupación, la ansiedad y el desánimo.
Mientras más creamos que la vida de santidad a la que Dios nos llama es la verdadera felicidad, más prontos estaremos en abandonar las promesas huecas que el pecado nos ofrece y que al final nunca entrega, sino solo destrucción y ruina.
Todos luchamos con una falta de fe o una incredulidad que manifiesta dudas acerca de Dios, de su carácter, sus promesas, de su poder, de su presencia.
Todos luchamos como Tomás; aunque no lo decimos, quizá sí pensamos y así actuamos: ver para creer. Queremos tener certezas objetivas y observables para creer. Pero somos llamados a vivir por fe, no por vista.
Tampoco estamos hablando de una fe ciega o sin razón alguna. Dios ha hecho todo lo suficiente y necesario para que podamos confiar en él cuando no tengamos todas las certezas objetivas que desearíamos. Dios ha cumplido lo suficiente en la historia y en nuestras vidas como para que podamos tener razones para confiar en él y sus promesas en el resto del camino donde no podemos ver con claridad lo que viene.
Todos tenemos este tipo de luchas, pero Dios es bueno y paciente para mostrarnos y recordarnos una y otra vez que él es digno de confianza, que él es fiel, que el cumple sus promesas y su poder es soberano y que su presencia está con su pueblo, aun cuando no le podamos ver con nuestros ojos.
Así lo vemos en la vida del juez que estaremos considerando hoy en los capítulos 6 al 8 del libro de jueces. Es uno de los jueces más conocidos y mencionados. Su historia es una de las que más detalles se narran y en la que más se describe la participación del Señor comunicándose y manifestándose visiblemente en favor de su pueblo. Estamos hablando de Gedeón.
Gedeón es un personaje interesante y Dios logra sus propósitos liberadores para con su pueblo, aunque su instrumento era alguien a quien tuvo que estarle dando afirmaciones, señales, confirmaciones objetivas para fortalecer su fe. Gedeón cumplió su llamado, pero siempre mostró cierto grado de inseguridad e incredulidad. Al final, ante las tantas dudas de Gedeón, no nos queda duda que Dios es el Señor soberano y fiel a su pacto que cumple sus propósitos incluso a través de instrumentos imperfectos que luchan con falta de fe o con la incredulidad.
Consideremos entonces tres tipos de dudas que Gedeón tuvo respecto al Señor que podrían ser muy parecidas a las dudas con las que nosotros podríamos luchar en nuestras vidas por incredulidad.
Primero, consideremos las Dudas sobre el carácter de Dios.
La historia de Gedeón inicia con la declaración de que el ciclo de debacle espiritual mostrado en el libro de Jueces comenzaba de nuevo.
Dice Jueces 6:1: Los israelitas hicieron lo malo ante los ojos del Señor, y él los entregó en manos de los madianitas durante siete años.
Nuevamente, el pueblo desvía sus corazones errantes hacia los ídolos paganos de los pueblos circunvecinos y abandonan al Señor. El Señor traer su disciplina sobre ellos a través de los madianitas que eran tribus nómadas que andaban en camellos y se dedicaban a saquear los pueblos a su paso.
Por siete años, esta situación permanecía y era una verdadera plaga, porque los madianitas eran despiadados, no sólo robaban, saqueaban y mataban, sino también destruían todos los campos de cultivo para que los israelitas no tuvieran nada que comer.
La inseguridad era tal que los israelitas se hacían escondites en las cuevas y otros lugares de refugio para preservar la vida, aunque no lograban salvar sus cosechas ni su ganado de la devastación que hacían los madianitas.
En esas condiciones de angustia, el pueblo clamó al Señor del pacto. Pero esta vez, no envió enseguida a un libertador, sino envió primero a un profeta.
Este profeta explicó qué es lo que estaba pasando y les dio el marco de referencia pactual para explicar lo que estaban viviendo.
El profeta les dijo, en Jueces 6:8-10 el Señor les envió un profeta que dijo: «Así dice el Señor, Dios de Israel: “Yo los saqué de Egipto, tierra de esclavitud, 9 y los libré de su poder. También los libré del poder de todos sus opresores, a quienes expulsé de la presencia de ustedes para entregarles su tierra”. 10 Les dije: “Yo soy el Señor su Dios; no adoren a los dioses de los amorreos, en cuya tierra viven”. Pero ustedes no me obedecieron.
Este es el mensaje que nos reporta el libro que dijo el profeta. No nos dice la reacción de los que oyeron el mensaje, pero explica qué es lo que estaba pasando.
Dios tenía un pacto con su pueblo. El los había liberado de la esclavitud de Egipto para que fueran su pueblo santo. Ellos serían su pueblo y él sería su Dios. El pueblo debía ser de Dios, por Dios y para Dios, pero ellos se habían rebelado contra Él. Lo habían abandonado y habían ido en pos de los dioses falsos de los amorreos. Habían quebrantado el pacto.
Lo que estaba pasando no era culpa de Dios. La maldición bajo la cual vivían no era porque Dios los había abandonado, sino porque ellos habían preferido a dioses falsos y los habían hecho los ídolos de sus corazones errantes. Lo que vivían eran las consecuencias previstas en el pacto. No había sorpresas ni caprichos divinos, sino todo estaba estipulado en el pacto que ellos habían quebrantado.
Luego de este marco pactual que explicaba lo que estaba viviendo el pueblo, la narración cambia de escena y nos encontramos ahora en la región de Ofra y encontramos al hijo de Joás del clan de Abiezer, llamado Gedeón. Este estaba limpiando el trigo, pero a escondidas en un lagar, para ocultarlo por temor a los madianitas.
Dice la Biblia que el Ángel del Señor se presentó ante Gedeón y lo saludó diciendo: “El Señor está contigo, valiente guerrero”.
Estas palabras parece que le hicieron corto circuito a Gedeón. No le parecía que el Señor estuviera con él, ni se consideraba un guerrero valiente (de hecho, estaba limpiando el trigo a escondidas).
Gedeón responde con estas palabras, que se me antojan un tanto hostiles, en Jueces 6:13: —Pero, señor —respondió Gedeón—, si el Señor está con nosotros, ¿cómo es que nos sucede todo esto? ¿Dónde están todas las maravillas que nos contaban nuestros antepasados, cuando decían: “¡El Señor nos sacó de Egipto!”? ¡La verdad es que el Señor nos ha desamparado y nos ha entregado en manos de Madián!
La incredulidad de Gedeón ante la declaración del Angel del Señor tenía su base en una duda seria sobre la fidelidad del Señor a su pacto.
Gedeón acusa a Dios, en cierta manera, de haber fallado a su pacto con su pueblo. Hizo maravillas en el pasado, pero ya no está presente. Dios ha abandonado a su pueblo. Dios no es confiable. Este era el tipo de duda que estaba teniendo Gedeón ante la opresión y sufrimiento que pasaban por la opresión madianita.
No sé si te puedes identificar con las dudas de Gedeón. Sobre todo, cuando estamos sufriendo, cuando estamos padeciendo situaciones adversas, comienzan muchos pensamientos de duda a revolotear nuestras mentes. ¿Será que Dios es bueno después de todo? ¿Será que Dios sigue aquí? ¿Será que le importo a Dios? El sufrimiento es un contexto que facilita las dudas sobre el carácter de nuestro Dios.
Para tener su respuesta a tales cuestionamientos, Gedeón solo tenía que haber escuchado al profeta que Dios envió. Él les había dicho claramente porque estaban padeciendo lo que padecían. Y en vez de reclamar a Dios, debían arrepentirse de sus malos caminos.
Pero aún así, aunque según yo debió haberlo reprendido, lo que hace el Señor es confirmarle su carácter fiel aun ante un pueblo infiel. Dios iba a liberar a su pueblo, ese pueblo que no merecía nada, pero por la fidelidad de Dios, recibirían misericordia a través de un libertador.
Ese libertador sería nada menos ni nada más, que el guerrero valiente que se llamaba Gedeón. En Jueces 6:16, le dice: —Tú derrotarás a los madianitas como si fueran un solo hombre, porque yo estaré contigo.
El Dios que había sido acusado de haber abandonado a su pueblo, estaba mostrando su carácter fiel e intachable, al enviar a un libertador contra los madianitas opresores. Y no solo lo enviaba, sino que le garantizaba su presencia real y permanente para esta obra.
¡Cuán equivocado estaba Gedeón acerca del carácter de Dios! Su teología estaba errada. Dios es fiel siempre, pase lo que pase en nuestras vidas. Aunque no lo entendamos todo, aunque no sea cómodo todo, aunque no le encontremos propósito inmediato a todo, Dios es fiel y nunca va a abandonar a su pueblo. El es inmutable en su carácter santo, bueno y justo.
Nuestras dudas acerca de su carácter deben disiparse cuando vemos su fidelidad a lo ancho y largo de la Escritura. Nadie puede reprocharle al Señor que actuó con injusticia o maldad. Esta debe ser tu premisa básica cuando estés sufriendo. No siempre lo vas a entender, no siempre tendrá sentido, pero aférrate al Dios de la Escritura que es fiel a sus promesas, a su pacto y a su pueblo.
Pero Gedeón tenía sus dudas aún. El sabía que su familia y clan era de las más insignificantes de Israel ¿Cómo sería él el libertador? Por supuesto, como que no estaba escuchando todo lo que el Señor le estaba diciendo, pues le dijo claramente que iba a vencer PORQUE él estaría con él.
No obstante, el incrédulo y dudoso Gedeón pide una señal de que en verdad este mensaje venía de Dios. En su misericordia y paciencia, Dios le provee una señal a este incrédulo valiente guerrero.
Gedeón trae comida que pone sobre una roca y el Angel toca con su báculo la roca y de ella sale fuego y consume toda la comida y el ángel desaparece de su vista. Esta fue una poderosa señal de que Dios había hablado con él.
Con esto queda asustadísimo Gedeón porque pensó que por esta experiencia iba a morir, pues nadie podía ver al Señor y vivir.
Nuevamente, en su misericordia y paciencia, Dios le asegura que no tenía nada qué temer pues no moriría y Gedeón edifica un altar para el Señor y le pone por nombre Jehova-salom (El Señor es la paz).
Con toda esta experiencia tan intensa, pudiéramos pensar que Gedeón se volvió un hombre de una fe inquebrantable y un guerrero valiente, pero si nos conocemos bien a nosotros mismos y como solemos actuar, sabemos que no fue así.
Gedeón (quizá parecido a nosotros) no sólo tuvo dudas sobre el carácter de Dios, sino también…en segundo lugar, tuvo
Dudas sobre el propósito de Dios.
Recordemos que el pueblo estaba infestado de adoración a baal y a Aserá, dioses falsos de esas tierras. Era tan así, que mismo padre de Gedeón tenía su propio altar a baal. Si Dios iba a liberar a su pueblo, tenía que comenzar con liberarlos de la idolatría esclavizante a estos dioses falsos.
Entonces, le pide a Gedeón que derribe estos altares que su padre tenía y con la madera de estos ídolos hace un altar al Señor donde ofrece unos holocaustos. Pero el valiente guerrero hizo todo esto de noche por temor a las represalias de su familia.
Cuando a la mañana siguiente el pueblo salió y vio derribado el altar a baal, se enojaron y más al saber que Gedeón lo había hecho y exigían a su padre que lo sacara para que lo lincharan.
Pero interesantemente, el padre razonó con ellos y les dijo: Si baal es dios en verdad, pues que él se las arregle con el que derribó su altar. Y esto al final de cuentas, aplacó al pueblo y le pusieron el sobrenombre de Yerubaal (que significa baal defienda). Y en varios episodios de su vida será conocido por esto.
Como vemos, la idolatría era un mal de la incredulidad del pueblo en el Dios del pacto. Tenía que dejar sus ídolos para regresar al Señor.
Las cosas se van precipitando porque los madianitas y otros pueblos del oriente se prepararon para la guerra con Israel en el valle de Jezreel. Eran grandes multitudes preparadas para pelear.
Dice la Escritura que el Espíritu De Dios vino sobre Gedeón y convocó al pueblo para la guerra. Era un hecho, aquí iban a entrar en batalla contra un ejército que los superaba en número.
Y ya estando planteadas las cosas para la guerra, comenzó nuevamente Gedeón con sus dudas, con su incredulidad en particular sobre si Dios estaba decidido a cumplir su propósito a través de él. Tuvo dudas de si en verdad estaba siendo llamado para cumplir este propósito. No le fue suficiente la señal de la comida consumida en la peña, necesitaba más confirmaciones para creer que Dios cumpliría su propósito.
Así le dice a Dios en Jueces 6:36-37: Gedeón dijo a Dios: «Si has de salvar a Israel por mi intervención, como has prometido, mira, tenderé un vellón de lana en el lugar donde se limpia el trigo, sobre el suelo. Si el rocío cae solo sobre el vellón y todo el suelo alrededor queda seco, entonces sabré que salvarás a Israel por mi conducto, como prometiste».
El valiente guerrero, que era Yerubaal por haber destruido el altar a baal, que había tocado el cuerno convocando a los ejércitos de Israel, que estaba a punto de entrar a la guerra, tenía todavía dudas de que Dios iba a cumplir sus propósitos usándolo como su instrumento.
Y Pide esta señal del vellón de lana húmedo y el suelo seco. Dios en su paciencia y misericordia ante esta incredulidad, concede la señal confirmando su voluntad y determinación de cumplir su propósito.
Pero no conforme con esto, Gedeón pide la señal de nuevo (por si las moscas, como decimos), pero al revés. Ahora el suelo debía estar húmedo y el vellón seco. Y Dios tiene la paciencia para darle de nuevo la señal positiva de sus propósitos.
Lo que nos debe asombrar es la paciencia de Dios con estos instrumentos imperfectos y faltos de una fe robusta para cumplir sus propósitos. Pero me temo que nosotros no somos tan distintos.
Cómo nos da trabajo creerle a Dios cuando nos dice que actuemos de alguna manera obedeciendo su palabra, pero que no nos parece como que vaya a funcionar en la vida real. Como que somos como Gedeón pidiendo señales para obedecer.
Señor, si quieres que perdone a mi prójimo, dame la señal de que el de el primer paso.
Señor, si quieres que me reconcilie con mi cónyuge, dame una señal de que me sienta enamorado de ella otra vez.
Señor, si quieres que le hable de Cristo a mis compañeros, dame una señal de que alguien me pregunte algo sobre mi fe.
Señor…dame una señal. Nos parecemos a Gedeón, dudando de que Dios quiere realizar sus propósitos descritos claramente en la Escritura en y con nosotros.
Como que queremos una señal extraordinaria para estar seguros y así obedecer a Dios. Hermanos si Dios lo ha dicho en su palabra, no pidamos más señal, él quiere cumplir sus propósitos en y con nosotros. Sencillamente, obedezcamos y confiemos en que él es fiel a su pacto y la victoria viene solo de él.
Gedeón tuvo dudas del carácter de Dios, del propósito de Dios, pero también tuvo dudas, en tercer lugar, Dudas sobre el Poder de Dios.
Ya estaba todo dispuesto para la batalla contra los madianitas. Los madianitas estaban en el valle al Norte y el ejército de Gedeón acampó en el manantial del Jarod. Y Dios le dijo a Gedeón en Jueces 7:2-3: El Señor dijo a Gedeón: «Tienes demasiada gente para que yo entregue a Madián en sus manos. A fin de que Israel no vaya a jactarse contra mí y diga que su propia fortaleza lo ha librado, 3 anúnciale ahora al pueblo: “¡Cualquiera que esté temblando de miedo, que se vuelva y se retire del monte de Galaad!”». Así que se volvieron veintidós mil hombres y se quedaron diez mil.
Dios iba cumplir sus propósitos, pero era importante que fuera totalmente evidente que no fue por la fuerza de Israel, o por la sagacidad de Gedeón, sino solo por el poder del Señor. Tenía que ser claro que Israel era débil y en su debilidad experimentó el poder de su Dios. Así que les dieron pase libre a todos los que tuvieran mucho miedo. Quizá yo también hubiera aprovechado ese pase gratis para salir del campo de batalla.
Quedaron solo diez mil hombres. Y aún así, el Señor le dijo a Gedeón que eran todavía demasiados. Entonces, por un procedimiento de selección que tenía que ver con cómo bebían agua, quedaron solo 300 hombres seleccionados para pelear contra los madianitas que eran miles. ¡Era una misión imposible! No había manera que un ejército tan pequeño pudiera derrotar a un ejército tan numeroso. Si pasaba, la única respuesta sería el poder de Dios, sin lugar a dudas.
No se tú, pero yo tendría mis dudas de esto. Y tal parece que Gedeón también las tenía. Entonces Dios, nuevamente, siendo paciente y misericordioso con Gedeón le dijo en Jueces 7:9-11, Aquella noche el Señor dijo a Gedeón: «Levántate y baja al campamento, porque voy a entregar en tus manos a los madianitas. 10 Si temes atacar, baja primero al campamento con tu criado Furá 11 y escucha lo que digan. Después de eso cobrarás valor para atacar el campamento».
Pues parece que sí tenía sus temores Gedeón pues desciende sigilosamente al campamento enemigo y alcanza escuchar la conversación de dos centinelas. Uno le decía al otro que tuvo un sueño en el que veía un pan de cebada (me imagino gigante) que llegaba rodando hasta el campamento madianita y con tal fuerza golpeaba una tienda de campaña que esta se venía abajo.
El compañero le respondió interpretando el sueño: esto no es otra cosa sino que Dios ha entregado en manos de Gedeón a los madianitas. Gedeón escuchó esto y lo tomó como una confirmación de que el poder de Dios haría lo imposible.
Y así fue, que repartió cantaros con antorchas dentro a sus trecientos hombres y también les dio trompetas y les dijo que cuando diera la señal rompieran los cantaros y tocaran las trompetas y gritaran: Por el Señor y por Gedeón.
Y así lo hicieron y el poder del Señor se manifestó maravillosamente como dice Jueces 7:22, Al sonar las trescientas trompetas, el Señor hizo que los hombres de todo el campamento se atacaran entre sí con sus espadas. El ejército huyó hasta Bet Sitá, en dirección a Zererá, hasta la frontera de Abel Mejolá, cerca de Tabat.
Como vemos, el texto bíblico es muy cuidadoso en dejar claro quien hizo qué se lograran estas victorias. No fue Gedeón al final de cuentas, sino fue el poder de Dios que hizo que los hombres se atacaran y se mataran entre sí. Los trescientos hombres de Gedeón solo vieron cómo el Señor derrotaba al ejército enemigo.
Así es siempre hermanos, no somos nosotros los que logramos las cosas, sino es sólo el poder de Dios manifestado en favor de su pueblo. La gloria no es para nosotros, entonces, sino solo para él.
Por eso dice, el que se gloría, gloríese en el Señor. Su poder se manifiesta en la debilidad para que su gloria se a todas luces evidente. No hay ninguna pizca de gloria para nosotros. Sólo a él es la gloria.
La vida de Gedeón continúa y quisiera decirles que todo fue maravilloso con él y sus decisiones, pero tristemente no fue así. Aunque trató de luchar contra su orgullo y dignidad, al final hizo algunas acciones que no son muy encomiables. Pero era el tiempo de los jueces, en el que no había rey en Israel y cada quien hacía lo que bien le parecía.
No obstante, a través de este guerrero valiente, como le nombraron, a través de Yerubaal, a través de este juez con tantas dudas y necesitado de tantas señales, el Dios del pacto mostró su fidelidad hacia su pueblo con corazones errantes.
Lo que el pueblo de Dios necesitaba, como nos enseña el libro de Jueces, es un rey que reinase sobre sus corazones y que les hiciera permanecer fieles al pacto del Señor.
Ese rey, sabemos que vino finalmente y logró todo lo que los jueces y los reyes previos no pudieron lograr. El fue un rey diferente. Un rey siervo que vino a buscar y a salvar lo que se había perdido. El sí nos rescató de la opresión del pecado. El nunca dudo del carácter del Señor del pacto, él nunca dudo del
Propósito del Señor de salvación a través de él, él nunca dudo del poder de Dios manifestado en la cruz y al tercer día en su resurrección de entre los muertos. Su nombre es Jesús, y él es el Rey de reyes y Señor de Señores.
Cuando los fariseos y los maestros de la ley le pidieron una señal para que crean en él, les respondió en Mateo 12:39-40:
39 Jesús contestó: —¡Esta generación malvada y adúltera pide una señal milagrosa! Pero no se le dará más señal que la del profeta Jonás. 40 Porque así como Jonás estuvo tres días y tres noches en el vientre de un enorme pez, también tres días y tres noches estará el Hijo del hombre en el corazón de la tierra.
La señal que apunta a Jesucristo como el rey que necesitamos es la de los tres días y tres noches. Es decir, es la señal que ocurrió cuando al tercer día después de su crucifixión, Dios lo levantó de entre los muertos. Su resurrección es la señal suficiente para que todos doblemos nuestras rodillas ante el rey.
Por eso, a Tomás, a aquel del que recordamos con el “ver para creer” le dijo Jesús en Juan 20:27:—Pon tu dedo aquí y mira mis manos. Acerca tu mano y métela en mi costado. Y no seas incrédulo, sino hombre de fe.
Así como a Gedeón lo ayudaron en su incredulidad con señales, Jesús le muestra a Tomás, LA señal de señales, él mismo resucitado.
Jesús ayuda a Tomás en su incredulidad al mostrarle las evidencias que él pensaba necesitar para creer. Pero además le exhorta acerca de algo muy básico en la vida cristiana: la fe. Le dice deja la incredulidad y vuélvete un hombre de fe. Un hombre que entiende las promesas de Dios y las cree. Un hombre que escucha la Palabra de Dios y la cree.
Tomás respondió ahora sí con una fe contundente: “Señor mío y Dios mío”. Esta es la respuesta de fe que se debe tener ante el Cristo resucitado y la señal que nos ha dejado el Señor para confirmar nuestra fe. Esta es la fe que transforma corazones y le da sentido a nuestras vidas. Qué puedas creer en tu corazón que Dios lo levantó de entre los muertos y le confieses con tu boca como el Señor.
Y Jesús agrega algo muy importante en Juan 20:29, —Porque me has visto, has creído —le dijo Jesús—; dichosos los que no han visto y sin embargo creen.
Dichosos, felices, bienaventurados los que creen sin haberlo visto. A los que creen sin haber visto señales. ¡Qué maravilloso! Jesús nos está incluyendo ahora a nosotros que no estuvimos allá esos primeros días después de la muerte de Cristo. A nosotros que no metimos nuestros dedos en las heridas ni tocamos su costado. A nosotros que hemos creído por el testimonio de aquellos que lo vieron la señal y hablaron con él después de su resurrección y que cumpliendo el mandato que él les dio, comunicaron las buenas noticias de la vida, muerte y resurrección de Cristo.
Así que hermanos, no tengamos más dudas. Nuestra fe está más que confirmada por la resurrección de Jesucristo. Afianza tu corazón en la fe en Jesús. Guarda y obedece todas las cosas que nos ha enseñado. Sé un discípulo que hace discípulos. Sigue aferrado de tu rey Jesucristo, pues no hay duda alguna, Él es el rey de reyes y Señor de Señores que necesitamos en nuestras vidas.