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Al Pastor De Huesos Secos
Contributed by José Soto on Mar 29, 2006 (message contributor)
Summary: Es más fácil confiar en nuestras muchas habilidades retóricas, en las muchas ayudas audio-visuales, en los buenos sermones bien bosquejados de acuerdo a la más alta técnica homilética, y llenar nuestros mensajes de bla, bla, bla... Pero mientras sigamos
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Al pastor de huesos secos
Ezequiel 37.1-14
De unos días para acá, he venido pensando sobre un tema relacionado con el crecimiento de la iglesia en todas sus esferas. Como bautista, me llama la atención el hecho de que siendo, como es el decir nuestro, una de las iglesias con mayor celo por la sana doctrina y con un tipo de gobierno que se aprecia de ser sano también, nos hayamos estancados en cuanto el crecimiento. Crecimiento numérico primeramente, y espiritual además, aunque creo firmemente que el primero es resultado del segundo.
Me pregunté ¿cuál será la causa? ; al principio pensé en culpar a la membresía en general, por su falta de interés, su indiferencia en llevar a buen suceso la comisión que le fue encargada por el Maestro. Pero entre más lo pensaba más me parecía que la causa estaba en otro lado. Y me parecía así porque, como miembro que soy de una iglesia, me doy cuenta de que muchas veces me da pereza ir a la iglesia a escuchar lo mismo de siempre: un sermón poco profundo o sin base doctrinal firme; estudios bíblicos que más bien son monólogos del maestro. Poco a poco me fui convenciendo de que el problema no estaba en la membresía sino en el pastor o el líder de la iglesia: Pastores que no motivan a sus congregaciones ni de palabra n de hecho, que no producen ningún cambio en la vida de la congregación.
En una época como la que nos toca vivir, se hace indispensable la voz profética de liderazgo que nos dé aliento, esperanza, coraje; que nos motive a entregarnos íntegros al Señor para que él cumpla su voluntad en este mundo. En este mundo lleno de suicidios, homicidios y guerras; lleno de hambre, de niños maltratados o abusados; lleno de injusticia social y de inmoralidad.
Necesitamos la voz profética que logre cambios en esta humanidad desprovista de fuerza transformadora. Pero la triste realidad es que estamos llenos de pastores cuya predicación pareciera pedir perdón por causar tanto aburrimiento y vacuidad. En nuestros templos se escucha mucho bla bla bla y se ve muy poca acción; y es que lo que escuchamos no produce ánimo; no produce cambios.
Vivimos en una época donde la comunicación ha alcanzado límites insospechables. La comunicación de hoy tiene un alcance poco imaginado por el apóstol Pablo y difícil de creer por cualquier profeta del Antiguo Testamento. Un ejemplo reciente nos lo brinda la recién pasada guerra Tormenta del Desierto en el Golfo Pérsico; pues por primera vez en la historia humana pudimos ver en vivo, vía satélite, un conflicto armado. La comunicación masiva escrita, radial y televisiva; la telefonía celular y la interacción con las computadoras han puesto a disposición del público una cantidad de información insospechada. Información que en la mayoría de las veces es más deformadora del ser humano que formadora del mismo; es decir, cada vez deforma más la imagen de Dios en el ser humano y le va dando forma de serpiente engañosa. Cada día me convenzo más de que la comunicación de hoy, en un noventa y cinco por ciento, lleva en sus entrañas el espíritu de la serpiente, cuyo único efecto es impartir muerte.
¿Cómo podemos los pastores y predicadores competir con tan poderoso contrincante. La nuestra, creo yo, es una tarea de comunicación. Comunicamos el mensaje de Dios; comunicamos un mensaje ajeno; un mensaje cuyo propósito es impartir vida. ¿Pero cómo puede un montón de huesos secos dar vida a otro montón de huesos secos? Porque si el pastor o predicador no es fuente de vida y cambio para su congregación es porque él mismo se encuentra en condición de muerte.
¿Cómo podemos hacer de nuestra predicación una comunicación de vida, un impartir aliento de vida en las congregaciones muertas? La respuesta la encontré recientemente en un pasaje famoso del profeta Ezequiel. El capítulo 37 del libro de ese profeta contiene en los versículos del 1 al 14 una respuesta clara y directa al pastor de huesos secos.
El pasaje nos muestra claramente a Dios comunicándose con el profeta. Solo que este es identificado como el “hijo del hombre” (vv.3, 9,11), y es Dios quien se dirige a él en esos términos. Esta frase pone de manifiesto la humanidad del profeta; se le recuerda que es un simple mortal. Y la tarea de este mortal es la de comunicar mensajes de parte de Dios al pueblo, tarea a la que se le ha puesto el nombre de profetizar. A este simple mortal se le ordena profetizar a un montón de huesos secos. Pero ¿qué se le puede decir a un montón de huesos secos que sea de su interés? Solo un mensaje se impone, uno de esperanza, que no puede ser otro que el de la posibilidad de la vida. Y no solo se nos dice que están secos, sino secos en gran manera (v.2) ¡Vaya tarea! ¡Que reto! “Oye mortal, ¿vivirán estos huesos?” (v.3)