Al pastor de huesos secos
Ezequiel 37.1-14
De unos días para acá, he venido pensando sobre un tema relacionado con el crecimiento de la iglesia en todas sus esferas. Como bautista, me llama la atención el hecho de que siendo, como es el decir nuestro, una de las iglesias con mayor celo por la sana doctrina y con un tipo de gobierno que se aprecia de ser sano también, nos hayamos estancados en cuanto el crecimiento. Crecimiento numérico primeramente, y espiritual además, aunque creo firmemente que el primero es resultado del segundo.
Me pregunté ¿cuál será la causa? ; al principio pensé en culpar a la membresía en general, por su falta de interés, su indiferencia en llevar a buen suceso la comisión que le fue encargada por el Maestro. Pero entre más lo pensaba más me parecía que la causa estaba en otro lado. Y me parecía así porque, como miembro que soy de una iglesia, me doy cuenta de que muchas veces me da pereza ir a la iglesia a escuchar lo mismo de siempre: un sermón poco profundo o sin base doctrinal firme; estudios bíblicos que más bien son monólogos del maestro. Poco a poco me fui convenciendo de que el problema no estaba en la membresía sino en el pastor o el líder de la iglesia: Pastores que no motivan a sus congregaciones ni de palabra n de hecho, que no producen ningún cambio en la vida de la congregación.
En una época como la que nos toca vivir, se hace indispensable la voz profética de liderazgo que nos dé aliento, esperanza, coraje; que nos motive a entregarnos íntegros al Señor para que él cumpla su voluntad en este mundo. En este mundo lleno de suicidios, homicidios y guerras; lleno de hambre, de niños maltratados o abusados; lleno de injusticia social y de inmoralidad.
Necesitamos la voz profética que logre cambios en esta humanidad desprovista de fuerza transformadora. Pero la triste realidad es que estamos llenos de pastores cuya predicación pareciera pedir perdón por causar tanto aburrimiento y vacuidad. En nuestros templos se escucha mucho bla bla bla y se ve muy poca acción; y es que lo que escuchamos no produce ánimo; no produce cambios.
Vivimos en una época donde la comunicación ha alcanzado límites insospechables. La comunicación de hoy tiene un alcance poco imaginado por el apóstol Pablo y difícil de creer por cualquier profeta del Antiguo Testamento. Un ejemplo reciente nos lo brinda la recién pasada guerra Tormenta del Desierto en el Golfo Pérsico; pues por primera vez en la historia humana pudimos ver en vivo, vía satélite, un conflicto armado. La comunicación masiva escrita, radial y televisiva; la telefonía celular y la interacción con las computadoras han puesto a disposición del público una cantidad de información insospechada. Información que en la mayoría de las veces es más deformadora del ser humano que formadora del mismo; es decir, cada vez deforma más la imagen de Dios en el ser humano y le va dando forma de serpiente engañosa. Cada día me convenzo más de que la comunicación de hoy, en un noventa y cinco por ciento, lleva en sus entrañas el espíritu de la serpiente, cuyo único efecto es impartir muerte.
¿Cómo podemos los pastores y predicadores competir con tan poderoso contrincante. La nuestra, creo yo, es una tarea de comunicación. Comunicamos el mensaje de Dios; comunicamos un mensaje ajeno; un mensaje cuyo propósito es impartir vida. ¿Pero cómo puede un montón de huesos secos dar vida a otro montón de huesos secos? Porque si el pastor o predicador no es fuente de vida y cambio para su congregación es porque él mismo se encuentra en condición de muerte.
¿Cómo podemos hacer de nuestra predicación una comunicación de vida, un impartir aliento de vida en las congregaciones muertas? La respuesta la encontré recientemente en un pasaje famoso del profeta Ezequiel. El capítulo 37 del libro de ese profeta contiene en los versículos del 1 al 14 una respuesta clara y directa al pastor de huesos secos.
El pasaje nos muestra claramente a Dios comunicándose con el profeta. Solo que este es identificado como el “hijo del hombre” (vv.3, 9,11), y es Dios quien se dirige a él en esos términos. Esta frase pone de manifiesto la humanidad del profeta; se le recuerda que es un simple mortal. Y la tarea de este mortal es la de comunicar mensajes de parte de Dios al pueblo, tarea a la que se le ha puesto el nombre de profetizar. A este simple mortal se le ordena profetizar a un montón de huesos secos. Pero ¿qué se le puede decir a un montón de huesos secos que sea de su interés? Solo un mensaje se impone, uno de esperanza, que no puede ser otro que el de la posibilidad de la vida. Y no solo se nos dice que están secos, sino secos en gran manera (v.2) ¡Vaya tarea! ¡Que reto! “Oye mortal, ¿vivirán estos huesos?” (v.3)
¿Qué puede responder un simple mortal a una pregunta como esta? El profeta tiene una respuesta, sencilla pero con una claridad y profundidad apenas sospechada: “Señor, eso sólo tú lo sabes.” El profeta no se atreve a pronunciarse sobre algo de lo que Dios todavía no ha dado su palabra. Él sabe que no puede adelantar nada si su Dios no ha dicho que así sucederá; la única garantía de que algo va a suceder con toda seguridad se encuentra en la firma de quien endosa esa garantía. En todo el pasaje se hace un fuerte énfasis en la palabra pronunciada por Dios (la palabra “decir”, en varias de sus formas, aparece unas 14 veces en el pasaje) Sin duda estamos ante un pasaje donde la comunicación es el tema.
Ante la sabia repuesta del mortal, Dios le urge ahora a profetizar, a comunicar un mensaje (v.4) En este sentido, se hace énfasis en que el mortal solo tiene que comunicar un mensaje de parte de Dios, pues debe siempre decir: “Así ha dicho Jehová” (vv. 5,9,12) Una y otra vez el pasaje nos refiere al personaje central: Jehová (que aparece unas once veces, en contraste con el “hijo del hombre” que solo aparece tres veces) Es Jehová quien dice, quien pregunta, quien toma con su espíritu al profeta, quien envía a profetizar, y sobre todo quien da un mensaje de esperanza. Pero eso no es todo, Jehová no se queda en el mero hablar, sino que va a los hechos. Es un Dios que ante los hechos, no solo habla, sino que actúa. “He aquí” (v.2) un hecho real: hay un montón de huesos secos que necesitan vida; pues “He aquí” otro hecho real: “yo hago entrar espíritu” en esos huesos (v.5) Dios siempre respalda con hechos sus palabras: “yo Jehová hablé, y lo hice.” (v.14)
En estos primeros 6 versículos que hemos analizado, todo el foco de atención se centra en la acción globalizante de Jehová. Él es quien hace todo, y al profeta solo le queda una acción de obediencia: profetizar lo que se le ha ordenado.
Así pasamos a la segunda sección del pasaje (vv.7-10), en la que el foco de atención recae en el profeta. Es aquí donde se encuentra el mensaje central del pasaje.
“Profeticé”, dice el mortal, “como me fue ordenado”. El mortal comenzó a hablar, a comunicar el mensaje, y mientras lo hacía algo grande comenzó a suceder: los huesos se untaron cada uno con el que le correspondía, y carne comenzó cubrirlos. Pero, hay un problema, “no había espíritu en ellos”. Con esto repetimos la estructura de la sección anterior: “he aquí” (v.7) un hecho real: la comunicación profética solo ha dado como resultado un montón de “zombis”; cuerpos sin vida. ¿Qué se puede hacer? “Profetiza, mortal, profetiza al espíritu”, pero para que te obedezca el Espíritu de Dios, una vez más debes hacerlo de parte de Dios: “Así ha dicho Jehová el Señor: Espíritu, ven. (v.9)
En esta sección se da una concentración mayor de dos palabras importantes en el pasaje: “espíritu” (10 veces en todo el pasaje) y “profetizar” (7 veces) La palabra “espíritu” (“viento” o “aliento de vida”) es la unidad a todo el pasaje. En la primera sección (vv.1-6) Jehová todo lo hace por medio del espíritu: controla al profeta haciéndolo “reposar” (nuj) en el valle de la visión y da vida a los huesos. En la tercera sección (vv.11-14) Jehová dará vida a Israel por medio de su espíritu y lo hará “reposar” (nuj) en la tierra prometida. En esas dos secciones, el ejemplo está claro: Dios todo lo hace por medio de su espíritu. La acción de profetizar solo aparece una vez en cada una de esas secciones; y cinco veces en la sección central (vv.7-10) En los versículos 7 y 8 el profeta comienza en obediencia la labor profética, pero sin el poder del espíritu. Algo faltaba y por eso el resultado fue un montón de cuerpos sin vida. Algo te falta –le dice Dios al profeta—invoca en mi nombre el poder del espíritu que da vida (v.9)
Una vez más, la obediencia no se hace esperar: “ y profeticé como me había mandado”. Ahora sí hay un resultado transformador: “y entró espíritu en ellos, y vivieron”. Solo el espíritu, activado por la predicación profética, puede hacer que una comunidad se una y cobre vida, y se mantenga sobre sus pies. Si el profeta quiere tener resultados a través de su predicación, tiene que acompañar su mensaje con el poder transformador del espíritu vivificador de Dios. De lo contrario carecerá de poder, caerá en las palabras huecas que solo dan como resultado una congregación que aparenta estar convida, pero que no son otra cosa que un montón de carne y huesos.
Pasemos a la tercera y última sección (vv.11-14), la cual es típica en las versiones del profeta (en ella siempre se ofrece una explicación de la visión) “Mortal, esos huesos que viste, no son otros sino Israel” (v.11) Israel está en esos momentos en el exilio babilónico, lejos de su tierra. Es lógico entonces que se sequen sus huesos, pues en Babilonia no fluye la “leche y la miel” que los alimentaba en la tierra prometida: esa fortaleza y dulzura de saberse uno en su propia tierra, siendo libre para adorar y servir a su Dios, fuente última del bienestar propio. No hay un templo donde adorar, no hay identidad, no hay justicia. Todo es trabajo y dolor: servidumbre que mata. No había esperanza. “Mortal, profetiza entonces y diles: “Así ha dicho Jehová el Señor: ...pondré mi espíritu en vosotros, y viviréis, y os haré reposar sobre vuestra tierra.”” (vv. 12-14)
En los dos extremos del pasaje se le dice al profeta cual es su tarea: profetizar a unos huesos sin esperanza, secos en gran manera y decirles que recibirán vida. Tarea esta, nada fácil. Pero en el centro del pasaje se le dice cómo debe hacerlo: en el poder el espíritu. Y la garantía del éxito está allí: porque así lo ha dicho Jehová.
El premio Nobel y sobreviviente del holocausto, Elie Wiesel ha dicho que la visión de Ezequiel del valle de los huesos secos no tiene fecha porque cada generación necesita oír en su propio tiempo que estos huesos pueden vivir de nuevo. Así como los exiliados de antaño, nosotros también podemos llegar a sentirnos realmente muertos. Nos sentimos totalmente vacios por dentro. Pero si vemos a través de los ojos de Dios podremos ver realidades más profundas y amplias que nos servirán de base para la esperanza. Dios puede sostenernos y llenar nuestras estériles experiencias con esperanza viva. ¿Será posible?, se pregunta el incrédulo, pero mira con los ojos de Dios y lo verás pasar!!
Una cosa más, el éxito de la proclamación y la gloria del resultado no se lo puede atribuir el profeta a sí mismo, porque todo se hace para que el pueblo reconozca una vez más a su Dios como el soberano y único Dios: “Y sabréis que yo soy Jehová” (v.6); “y sabréis que yo soy Jehová” (v.13); “ y sabréis que yo Jehová hablé, y lo hice” (v.14). Este es el propósito de Dios al dar vida a su pueblo: hacer que este vuelva a reconocer quién es su Dios, su único Dios.
En el libro de los Hechos de los Apóstoles esta verdad que predica Ezequiel es una realidad presente a todo lo largo de su relato.
Pero cuando el Espíritu Santo venga sobre ustedes, recibirá poder y saldrán a dar testimonio de mí, en Jerusalén, en toda la región de Judea y de Samaria, y hasta en las partes más lejanas de la tierra. Hch. 1.8
Pedro, lleno del Espíritu Santo, les contestó: ...
Cuando las autoridades vieron la valentía con que hablaban Pedro y Juan, ... se quedaron sorprendidos, y reconocieron que eran discípulos de Jesús. Hch. 4.8-13
Y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y
anunciaban abiertamente el mensaje de
Dios.
Hch. 6-8
¿Por qué entonces no nos atrevemos a predicar con el poder del espíritu vivificador de Dios? Quizás nos da miedo. Porque para dar vida hay que tener la vida, para dar esperanza debemos tenerla primero. Y si vamos a ser un canal a través del cual Dios da vida y esperanza, nosotros debemos poseerlo. Esa vida la da el Espíritu. Dios no tomó por la fuerza a Ezequiel y lo obligó a profetizar. Ezequiel fue llamado, y él aceptó; pudo negarse, pero aceptó rendir su vida al control del Espíritu de Dios (véase como desde el principio se nos dice que el poder de Dios entró en Ezequiel; capítulos 1-3, por ejemplo)
A nosotros nos da miedo rendir la vida así. Nos da miedo que el Espíritu nos ponga en situaciones incómodas; que nos mande a un camino desértico y polvoriento a hablarle a un extranjero indeseable; que nos ponga en una celda o n medio de un naufragio. Nos da miedo ser enviados al desierto a comer langostas y vestir piel de camello. Nos da miedo renunciar a todo y ser clavados en una cruz.
Es más fácil confiar en nuestras muchas habilidades retóricas, en las muchas ayudas audio-visuales, en los buenos sermones bien bosquejados de acuerdo a la más alta técnica homilética, y llenar nuestros mensajes de bla, bla, bla... Pero mientras sigamos predicando sin invocar el poder del Espíritu en nuestra vida y en nuestro mensaje, seguiremos teniendo las iglesias llenas de “zombis”, que no pueden pararse en sus propios pies y ser libres de verdad. Seguiremos con iglesias que aparentar tener vida, pero están muertas.
Pastor, tú escoges el panorama delante de tus ojos: ¿qué prefieres: un valle desolado lleno de huevos secos, o un valle de vegetación abundante donde fluye leche y miel, donde fluye la vida?
Rev. José A. Soto
29-05-2002
Primera Iglesia Bautista de Heredia, Costa Rica, América Central