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Summary: Sólo la fe es el medio para recibir la salvación que es sólo por gracia y sólo por la obra de Cristo.

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Este mes en nuestra serie: “Vida Reformada” hemos estado considerando las llamadas “5 Solas de la Reforma” y sus implicaciones prácticas para nosotros como herederos de la fe reformada. Hemos visto tres de las cinco: Sola Scriptura, Solus Christus y Sola Gratia.

Generalmente, en las iglesias presbiterianas se conmemora la Reforma del Siglo XVI en el mes de octubre porque fue precisamente, en el mes de octubre de 1517, que un monje agustino llamado Martín Lutero, colocó sus 95 tesis en la puerta de la capilla de Wittemberg, Alemania. En este documento manifestaba su oposición en contra de lo que se enseñaba en sus días respecto a las indulgencias. Los eventos históricos que se desencadenaron a partir de ese momento se les llegó a conocer en la historia como la Reforma Religiosa del Siglo XVI.

Como iglesia Presbiteriana podemos trazar desde esa época nuestros orígenes como denominación cristiana.

La pregunta clave y de fondo para Lutero y otros reformadores era: ¿cómo una persona pecadora puede ser admitido o recibido como justo delante de un Dios santo? En otras palabras, ¿Cómo las personas pecadoras, como usted y como yo, pueden aspirar a tener una relación con Dios de salvación perdurable y eterna?

En los días de Lutero, la enseñanza oficial era que a través de sus buenas obras la persona se hacía merecedora de estar con Dios en la gloria. Por supuesto, era importante la fe, se hablaba del sacrificio de Jesús por los pecados, se hablaba del arrepentimiento, pero a todo esto era necesario e indispensable agregarle las buenas obras del individuo para ganar su lugar con Dios.

Entonces, en 1517 la pregunta era ¿Cómo puede ser justificado el ser humano delante de Dios? ¿Cómo puede ser declarado o considerado como justa o recta una persona delante de Dios?

A partir de la Reforma Religiosa del Siglo XVI, se redescubrió un entendimiento bíblico de este asunto. Y aquí estamos en el año 2022 y somos los herederos de este reencuentro con la enseñanza bíblica respecto a cómo puede ser el hombre justificado delante de Dios. Cómo es que somos salvados de la condenación eterna por nuestros pecados.

En semanas pasadas hemos estado hablando de enseñanzas centrales de la reforma que forman parte de nuestras raíces: Sola Gratia, Solo Christus, sola scriptura y hoy estaremos abordando otros de los énfasis de la reforma y que se ha conocido desde entonces en su versión en latín como “Sola FIDE” (Sólo por fe).

Recordemos, la pregunta clave era y es: ¿Cómo las personas pecadoras pueden ser consideradas justas o rectas delante de un Dios santo como para poder estar por la eternidad con el Señor?

La respuesta oficial en los días de la reforma era básicamente: tus obras te hacen merecer el título y la condición de justo. Es decir, todo depende de ti y tu desempeño. Ciertamente, Cristo te “echa la mano” “te pone el estribo”, pero cada uno tiene que complementar esa obra de Cristo con sus propias obras de justicia.

Quizá esto no es muy distinto en el pensamiento popular hoy día. Ronda la idea de que si queremos ir al cielo tenemos que ganarlo con esfuerzo y con medios humanos. Los que tenemos más de un lustro nos acordamos de la canción: Por qué se fue, por qué murió, por qué el Señor me la quito, debo ser bueno para estar con mi amor.

Pero los reformadores, como Lutero, al estudiar las Escrituras comenzaron a notar que la Biblia daba una respuesta distinta. Ciertamente, la Biblia habla de buenas obras, habla de arrepentimiento, habla de obediencia, pero ellos comenzaron a notar que cuando la Biblia habla de cómo una persona puede tener una relación de salvación abundante, creciente y eterna con Dios, daba una respuesta particular.

En pasajes como Romanos 3, la Escritura deja claro cómo es que la persona es justificada delante de Dios.

El apóstol Pablo, en Romanos 3, ha estado discutiendo el tema de la justificación en el contexto y ha mostrado cómo ningún ser humano es digno o merecedor de ser considerado justo delante de Dios. O sea, nadie puede decir por sí mismo que tiene el derecho de entrar al cielo por su propio esfuerzo. Al contrario, citando los Salmos, el apóstol muestra que “No hay justo ni aun uno”.

Romanos 3:10-12: «No hay un solo justo, ni siquiera uno; no hay nadie que entienda, nadie que busque a Dios. Todos se han descarriado, a una se han corrompido. No hay nadie que haga lo bueno; ¡no hay uno solo!»

Los judíos pensaban que por medio de obedecer la ley de Moisés podrían ser considerados justos delante de Dios, pero el apóstol en estos primeros capítulos de la epístola ha estado demostrando que no importa si eres judío o eres gentil (persona de cualquier otra nacionalidad), de igual manera, el cumplimiento de la ley de Moisés no te hace merecedor de la gloria de Dios, como dice Romanos 3:23: “Pues todos han pecado y están privados de la gloria de Dios”.

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