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Summary: Ni por ti, ni por mí, sino sólo por el poder de Dios

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Tienes el Poder

Intro: Uno de mis profesores en el seminario nos platicaba una anécdota de su juventud. Nos relataba que cuando estaba en la preparatoria los jóvenes llevaban sus automóviles a la escuela. Algo que hacían con frecuencia era calificar a todos los carros que entraban al estacionamiento. Es decir, la dignidad de la persona estaba en su carro. Un día un estudiante nuevo llegó a la Escuela, conduciendo un carro, que de acuerdo con el juicio de los demás, era una verdadera carcachita. Era un modelo un poco anticuado, la pintura ya no lucía con brillo, en fin, el paso de los años eran notorios sobre el automóvil. Pero lo que más llamó la atención es que el conductor entró al estacionamiento con toda seguridad y garbo, mostrando una especie de orgullo por su carcachita. Los demás se sintieron ofendidos por tal muestra de firmeza y querían demostrarle a ese muchacho que no tenía nada de qué estar orgulloso.

Los jóvenes también tenían la práctica (irresponsable, por cierto) de hacer carreras callejeras con sus carros los sábados en la noche. El siguiente sábado, todos estaban tratando de localizar a aquel joven de la carcachita para darle la lección de su vida. Por fin, uno lo encontró haciendo su alto en el semáforo en una avenida. Se alineó con él y le retó a una carrera pisando el acelerador dos veces. El joven de la carcacha aceptó el reto. Al ponerse el semáforo en verde, ambos vehículos salieron rechinando las llantas, pero sucedió que el retador se dio cuenta, unos segundos después, que la carcachita iba delante de él por muchos metros de ventaja. En un abrir y cerrar de ojos, la carcachita llegó a la meta y ganó la carrera. Todos estaban asombrados por este evento. ¿Cómo pudo ganar la carcacha? ¿Qué paso? La respuesta la obtuvieron cuando el dueño de la carcacha abrió el capirote de su automóvil y vieron el motor modificado y adaptado que este joven y su padre (un experto en ingeniería automotriz) habían puesto en esta carcachita. Por fuera no dabas ni un peso por ella, pero por dentro tenía una potencia, un poder inimaginable capaz de ganar cualquier carrera.

Hemos estado hablando este mes de nuestra misión como personas que estamos en una relación creciente con Jesús de compartir con otros lo que Dios está haciendo en nuestras vidas. También hemos hablado que el mensaje que tenemos para compartir es uno de buenas noticias, es el mensaje del amor de Dios y su gracia para con los pecadores por medio de Jesucristo. Y todo esto lo decimos con la finalidad de que cada uno de nosotros sea intencional en compartir con otros acerca del amor de Dios en Jesucristo.

Pero si eres como yo, quizá te sientes como la carcachita de la historia de mi profesor, respecto a este asunto de hablar a otros de lo que Dios está haciendo en ti. Si eres como yo, a lo mejor sientes que no tienes suficiente conocimiento como para hablar de Jesús con tu familia, tus compañeros de trabajo o las vecinas, o el equipo de fútbol. O probablemente, pienses que te falta experiencia. Quizá dices, “nunca lo he hecho”, “no se cómo hacerlo”. Y esto se agrava porque piensas que no tienes facilidad de palabra. ¿Qué voy a decir? ¿Cómo lo voy a decir? ¿Y si me confundo al hablar?

Quizá nos visitas por primera vez. Sabes, la persona que te invitó quizá tuvo este tipo de luchas internas. Hace tiempo que quería platicarte acerca de Dios o invitarte, pero no se atrevía porque quizá pensaba alguna de estas cosas. Pero hay algo maravilloso que Dios está haciendo en ellos que quieren compartirlo contigo y por eso, por fin, dieron ese paso. Qué bueno que estás aquí. Te animo a que sigas escuchando con un corazón dispuesto.

La verdad es que cuando se trata de compartir nuestra fe en Cristo con los demás vienen muchas preguntas y luchas internas a nuestros corazones. Experimentamos temor, duda, inseguridad y otra serie de experiencias. Recuerdo que siendo un jovencito creciendo en la iglesia, a veces nos llevaban a cursos de evangelismo (que es precisamente un curso donde te ayudan a saber qué hacer y decir para compartir tu fe con otros). Pero en ese entonces, lo que menos me gustaba personalmente era que luego nos llevaban a un parque, al zócalo o al zoológico y nos decían que hablásemos del evangelio con alguien. Digo que no me gustaba, no porque pensara que fuera algo malo, sino porque allí comenzaban mis temores, dudas y nerviosismos. Recuerdo que llegaba al parque y aunque había cientos de personas me preguntaba ¿A quién le hablo? No hay nadie. La verdad es que fueron experiencias difíciles personalmente, pero muy desafiantes para mi crecimiento en mi relación con Cristo.

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