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Summary: El mensaje profético no era simplemente para estar informados del futuro, sino para afectar nuestro presente.

En los años de la adolescencia y juventud temprana estuve en contacto con un hermano creyente, mayor que nosotros, que fue de influencia en nuestra relación con el Señor.

Como sabemos, esos años de la vida son de muchas decisiones y tentaciones, de muchas dudas y convicciones, de muchas luchas, victorias y derrotas. Y este hermano era muy directo con nosotros. O sea, el mostraba su interés y preocupación con nuestro desarrollo espiritual sin la cortesía yucateca.

Los yucatecos tendemos a ser más indirectos con los asuntos incómodos ¿Te has dado cuenta? Como que le damos vueltas a las cosas cuando tenemos que hablar de asuntos que sabemos que van a causar cierta controversia o tensión. Pero, este hermano no se andaba con rodeos y cuando tenía que hablar contigo de algo, te lanzaba la pregunta directa sin anestesia.

Por supuesto, como jóvenes, cuando sabías que no te estabas portando muy bien, hasta cierto punto, evitabas hablar con él por el temor de que te fuera a preguntar algo y quedaras al descubierto. Pero muchas veces, eso era precisamente lo que necesitabas: Alguien que te “incomodara” por tu bien. Alguien que te confrontara, no porque le cayeras mal o para ofenderte, sino porque te amaba y se interesaba por ti.

Doy gracias a Dios por varios de esos momentos incómodos con ese hermano, porque me regresaron al camino de sabiduría y sensatés que hay en la obediencia al Señor. Aunque en el momento no se sentía como una experiencia agradable, tuvo efectos de bendición en nuestro crecimiento en Cristo.

En la Biblia, esas personas “incómodas” para el pueblo del Señor, eran los profetas. Cuando leemos los libros proféticos pareciera que solo están regaña y regaña y señala y señala. Casi casi como que queremos evitarlos como nosotros lo hacíamos con ese hermano para que no nos confrontara. Pero debemos entender algo acerca de la actividad profética en la Escritura.

Cuando escuchamos la palabra “profeta” pensamos en alguien que anuncia o predice el futuro, y ciertamente, los profetas predijeron el futuro muchas veces, pero no era un simple anuncio de lo que iba a pasar como si fuera una narración histórica y exacta del futuro. Sino ese futuro descrito se planteaba como un futuro cierto a menos que el pueblo no hiciera ajustes radicales en su presente.

Los anuncios proféticos eran planteados con la finalidad principal de afectar la manera en que vivía el pueblo en el presente para que se arrepintiera de corazón y ese futuro anunciado no fuera a volverse realidad. En pocas palabras, los anuncios proféticos, aunque nos parezcan duros, crudos, incómodos y en cierto sentido muy como negativos, tenían una intención de profunda gracia y misericordia.

Lamentablemente, el pueblo no siempre escuchó a los profetas, no siempre hizo caso a los anuncios que, ciertamente desgarraban el corazón, pero que eran la manera de empezar a extirpar su cáncer.

Todo esto debemos tener en cuenta ahora que en nuestra serie de sermones: “Mi pecado, Su gracia”, estamos considerando el libro del profeta Oseas en el Antiguo Testamento. Quizá en este camino sintamos la incomodidad de ser confrontados de manera directa y hasta queramos evadir el mensaje crudo de Dios para nuestras vidas, pero no huyamos del Señor, porque el confronta, advierte, señala, con una finalidad de gracia y misericordia. Para que, viendo nuestro pecado con toda claridad, corramos hacia él y seamos transformados por su gracia.

Al hablar del libro profético de Oseas en el Antiguo Testamento, debemos primeramente ubicarnos en el tiempo histórico de la redención.

El libro de Oseas recopila parte de los episodios de la vida del profeta, así como sus mensajes proféticos para el reino del Norte, es decir, Israel.

Debemos recordar que el reinado unido del pueblo de Dios, primero con Saúl, luego, David y por último Salomón, sufrió una división en dos reinos, quedando al sur, Judá, con capital en Jerusalén y al norte el llamado Israel, con capital en Samaria.

Pasaron muchos reyes en ambos reinos. En el reino del Sur, en Judá, estaba el linaje del rey David. En el norte, pasaron varias familias por el trono. Algunos reyes daban destellos de justicia (sobre todo en el sur), pero la gran mayoría no hacían lo que agradaba al Señor (sobre todo en el norte).

Dios había advertido acerca del exilio, la expulsión de la tierra, si no se arrepentían de sus caminos y finalmente, este juicio llegó sobre ambos reinos. En el año 722 antes de Cristo le llegó su día al reino del norte, a Israel, a manos de los Asirios y en el 586 antes de Cristo cayó Judá con la toma total de Jerusalén a manos de los Babilonios.

El profeta Oseas ministró antes de la caída de Samaria, es decir, unos años antes de que cayera el reino del Norte en el 722 antes de Cristo a manos de los Asirios.

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