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Summary: La gracia reintegra, advierte, convierte y perdona.

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¿Qué haces cuando has actuado mal? ¿Te escondes? ¿Evades tu responsabilidad? ¿Maquillas las circunstancias para que no seas descubierto? ¿O confiesas? ¿Reconoces? ¿Regresas? ¿Pides perdón? ¿Restituyes?

Hay algo dentro de nosotros que nos hace retroceder y escondernos, en vez de arrepentirnos y afrontar nuestras faltas. Recuerdo que de niño en una ocasión acompañé a mi padre a ver a una persona. Esta persona tenía sus oficinas en el centro de la ciudad en un segundo piso y el primer piso era un estacionamiento con techo y por lo mismo bastante oscuro. Llegamos al lugar y mi padre se estacionó junto al único carro que estaba en el estacionamiento que era un automóvil de lujo y me dijo que me quedara en el carro y que no tardaría.

Cuando se fue, miré el carro de lujo y me llamó la atención poderosamente. Recordé que en una ocasión vi que, en un carro lujoso con tan solo alzar la manija de la puerta, se encendían las luces del interior y por mi curiosidad de ver el carro por dentro me animé a hacerlo.

Bajé del carro y alcé la manija de la puerta, pero para mi sorpresa, no sólo la luz interior se activó, sino también la alarma. Y por supuesto, la única persona que estaba allí, era yo (ni a quién echarle la culpa). ¿Y qué hice ante tal situación? Abrí la puerta trasera del carro de mi padre y me escondí acostándome en el piso para que no me encontraran.

Al ratito bajó la secretaria del hombre que fuimos a ver y desactivó la alarma, con una sonrisa al verme en pánico en la parte trasera del carro de mi padre.

Quisiera decirles que, a partir de entonces, siempre he reconocido y afrontado mis faltas en vez de esconderme. Pero, por supuesto, que no es así. Al igual que ustedes, mi tendencia es esconder mi pecado, evadir mi responsabilidad y huir de las consecuencias. ¿Qué podemos hacer? ¿Cómo podremos ser liberados de esta tendencia? ¿Qué puede hacer que, en vez de huir y escondernos, vengamos arrepentidos a Dios?

Las buenas noticias para ti y para mí, son que no tenemos que huir y escondernos, que no tenemos que permanecer alejados en este tiempo entre la primera y segunda venida de Cristo, sino al contrario, aún hoy, podemos venir a nuestro Dios, podemos regresar al Señor arrepentidos porque él es un Dios de gracia, de gracia incansable.

Porque precisamente para eso es su gracia. Como dice: Graeme Goldsworthy: La gracia se refiere a la actitud de Dios hacia los pecadores rebeldes al mostrarles una misericordia que no solo no es merecida, sino que es justamente lo opuesto de lo que se merecen.

Es en la gracia de Dios que encontramos la respuesta y es por ella que podemos regresar a él cuando hemos estado lejos. Incluso, es reconociendo nuestra necesidad de la gracia, es entendiendo nuestra dependencia de la gracia de Dios que podemos seguir creciendo en nuestra relación con Dios por medio de Cristo. De principio a fin, nuestras historias son historias de gracia.

Este mes en nuestra serie: “Gracia incansable” hemos estado considerando una historia de Gracia en el libro del profeta Jonás. Y hoy continuando con nuestra historia veremos las acciones de la gracia de Dios que hacen que, en vez de huir y escondernos cuando fallamos, podamos venir arrepentidos para hallar su misericordia y su perdón.

Pero antes, ahora sí, como hacen las series que nos enganchan en las plataformas digitales, hagamos una especie de resumen para entender en dónde estamos en la historia del profeta Jonás.

“Previamente en Jonás…”

Nuestra historia comienza con un profeta llamado Jonás enviado a la gran ciudad de Nínive, capital del reino Asirio y ciudad pagana, para anunciarles su destrucción porque su maldad había colmado la paciencia del Señor. Dios traería su justo juicio sobre Nínive.

Pero Jonás, en vez de ir a Nínive, se embarcó hacia Tarsis, en dirección opuesta, huyendo del Señor y la encomienda que le había hecho. Pero del Señor, no podemos escondernos ni podemos huir. Dios envió una tormenta que azotó la embarcación cuyos tripulantes agotaron todos sus recursos infructuosamente. Iban a perecer todos si no hacían algo radical.

Jonás les había dicho que lo arrojaran al mar para que la tormenta se calmara y al final de cuentas, muy a pesar de los marineros, lo tuvieron que hacer, y la tormenta se calmó inmediatamente.

Los marineros adoraron a Dios por lo que habían presenciado y Jonás acabó, por obra de Dios, en el vientre de un gran pez por tres días y tres noches.

Estando en el vientre del pez, Jonás, en una especie de retiro espiritual, reflexionó y clamó al Señor, y Dios escuchó su clamor e hizo que el pez lo devolviera a tierra firme.

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