Trilogía
Cada generación y cada época ha tenido un símbolo que la representa. De esta manera, cuando hablamos del tiempo de las pirámides, nos estamos refiriendo al antiguo Egipto o al México precortesiano. Cuando hablamos de la batalla de Lepanto, nos referimos al momento cuando España llegó a la cúspide de su hegemonía, cuando pudo vencer a los musulmanes en una decisiva batalla naval en la bahía de Lepanto, de donde recibe su nombre. Los estudiosos de literatura española habrán alguna vez leído acerca del “manco de Lepanto,” el príncipe de la literatura universal, el inmortal Miguel de Cervantes Saavedra, quien quedara lisiado en esa batalla, autor de “Don Quijote de la Mancha.” La época de Martin Lutero está identificada con reforma en el ambiente religioso. Los principios de este siglo están identificados por reformas en el campo político: la gran revolución roja que convirtió a Rusia al comunismo y la revolución mejicana.
Los años 50s fueron los años del twist, de la Guerra Fría, de la Guerra de Corea. Los 60s los años del rock’n’roll, los años de Elvis Presley, los años de los Beatles, los años de Jack Kennedy, los años de Viet-nam, los años de los hippies, y el LSD, los años de las canciones de protesta. Los 70s fueron los años de Nixon y Watergate. Los 80s son los años de la computadora, del punk-rock, los años del rearmamento nuclear, la década que el espacio se convierte en el escenario de la guerra de las galaxias, la década del SIDA. Los 90s marcaron el fin de la URSS, el resurgimiento de los movimientos islámicos, los años de Madonna y U2, la primera guerra del Golfo Pérsico. Esta década empezó mal, con el ataque a las torres gemelas el 11 de septiembre y el inicio de la segunda guerra del Golfo Pérsico.
Entre nosotros, aquí mismo, en esta mañana, habemos personas que nos identificamos más con un período que con otro. Hay quienes añoran todavía las canciones de Agustín Lara, de Jorge Negrete; las películas de Pedro Infante. Hay quienes viven soñando y cantando las canciones de Palito Ortega, de Piero, de Atahualpa Yupanqui. Hay quienes se quedaron en la era de los Beatles. Hay quienes no han regresado de Viet-nam… de Irak…
Tan somos de diferentes épocas y tenemos diferentes valores y diferentes manera de ver la vida, que todavía no comprendo como puede ser posible que a los jovencitos de 15 años les guste traer el pelo corto casi al ras. Yo, que no soy mucho mayor que ellos y todavía no me considero de la “vieja ola,” o “pasado de moda,” ni un “viejo chocho con ideas anticuadas,” hubiera dado cuanto hay en este mundo porque me dejaran crecer el cabello tan siquiera a que me cubriera las orejas. ¿Quién tiene la razón, ellos, con su corte de pelo al ras, o yo, con mis ideas hippiosas? La respuesta es: ambos. Lo que pasa es que somos de diferentes generaciones. Sus gustos y mis gustos no son los mismos. Así como tus gustoso, los míos y los de ellos no son los mismos.
Tiene razón la canción popular que dice:
Cada loco con su tema,
contra gustos no hay disputas,
artefactos, bestias, hombres y mujeres,
cada uno es como es,
cada quien es cada cual
y baja las escaleras como quiere.
Para comunicarse con cada generación, Dios ha usado lo que esa generación conocía, usándolo para enseñarles. Si Jesús hubiera venido en nuestros días, ¿hubiera hablado del sembrador, de la cizaña, de los talentos? Yo creo que nos hubiera hablado de computadoras, de inflación, de la migra, de reacciones atómicas. Creo esto porque cuando Dios se comunica con sus hijos se pone al nivel de ellos.
Sin embargo, creo que Dios hizo más que ponerse a nuestro nivel. En Cristo, Dios fue más allá que ponerse a nuestro nivel. Dios fue hasta el sacrificio para hacerte entender de su amor y su bondad contigo. La tarea de Jesús fue la de darnos a entender ese inmenso amor, ese tremendo amor manifestado por Dios, por medio de Jesús. Y Jesús nos presentó el amor de Dios en una parábola:
Entonces comenzó Jesús a decirles por parábolas: Un hombre plantó una viña, la cercó de vallado, cavó un lagar, edificó una torre, y la arrendó a unos labradores, y se fue lejos.
Y a su tiempo envió un siervo a los labradores, para que recibiesen de éstos del fruto de la viña. Mas ellos, tomándole, le golpearon, y le enviaron con las manos vacías. Volvió a enviarles otro siervo; pero apedreándole, le hirieron en la cabeza, y también le enviaron afrentado. Volvió a enviar a otro, y a éste mataron; y a otros muchos, golpeando a unos y matando a otros.
Por último, teniendo aún un hijo suyo, amado, le envió también a ellos, diciendo: Tendrán respeto de mi hijo. Mas aquellos labradores dijeron entre sí: Este es el heredero; venid, matémosle, y la heredad será nuestra. Y tomándole, le mataron, y le echaron fuera de la viña. ¿Qué, pues, hará el señor de la viña? Vendrá y destruirá a los labradores, y dará su viña a otros. ¿Ni aún esta escritura habéis leído; la piedra que desecharon los edificadores ha venido a ser cabeza del ángulo; el Señor ha hecho esto, y es cosa maravillosa a nuestros ojos? Y procuraban prenderle, porque entendían que decía contra ellos aquella parábola; pero temían a la multitud, y dejándole, se fueron (Marcos 12:1-12).
Jesús estaba usando un lenguaje que era familiar para los judíos que le escuchaban. Nuestro Señor parece haber tomado las palabras y el lenguaje de Isaías 5:1-7, para hablarles de algo que ellos estaban acostumbrados a leer. En ambos casos se hace todo lo posible para que la viña produzca y se le equipa de todo lo necesario. En el caso de Isaías, son las viñas las que no rinden como debieran; en la historia de Jesús, son los labradores los que no respetan al dueño de la viña.
Los labradores, por supuesto, representan a los dirigentes de Israel a lo largo de la historia de esta nación, hasta el tiempo de Jesús. Los siervos representan a los profetas del Señor.
En las escrituras encontramos que a los profetas se les da vez tras vez el nombre, o el título de siervos. Así encontramos que Moisés fue llamado siervo:
[Josué hablando a los hijos de Israel, les dice:] Yo era de edad de cuarenta años cuando Moisés siervo de Jehová me envió a Cades-barnea a reconocer la tierra; y yo le traje noticias como lo sentía en mi corazón (Josué 14:7).
Lo mismo encontramos con referencia al rey David:
[Abner, general de David, hablando a los ancianos de Israel, les dice:] Ahora pues, hacedlo; porque Jehová ha hablado a David, diciendo: Por mano de mi siervo David libraré a mi pueblo Israel de manos de los filisteos, y de mano de todos sus enemigos (2 Samuel 3:18).
El profeta Amós, nos dice muy claro:
Porque no hará nada Jehová el Señor, sin que revele su secreto a sus siervos los profetas (Amós 3:7).
Por medio del profeta Jeremías, encontramos que el Señor le dice a Israel:
…desde el día que vuestros padres salieron de la tierra de Egipto hasta hoy. Y os envié a todos los profetas mis siervos, enviándolos desde temprano y sin cesar… (Jeremías 7:25).
Pablo se llama a sí mismo siervo de Jesucristo (Rom 1:1), lo mismo que Santiago (Stgo 1:1), Pedro (2 Ped 1:1), y Judas (Jud 1).
Los siervos son, entonces, los profetas enviados por el Señor.
El Hijo no es otro sino Jesús mismo.
Para quienes escuchaban a Jesús hablar, la analogía era clara. Ellos entendían su mensaje. No únicamente les estaba hablando de algo que ellos entendían, sino que estaba usando una ilustración de algo común y conocido para ellos.
La historia misma podría bien haber sido algo que sucedió en Palestina en los días de Jesús. La región estaba pasando por tiempos tumultuosos y muchos señores se iban a otros lugares más cómodos y pacíficos, como Roma, la capital del imperio. El hombre de esta historia podría haber sido un judío acaudalado o un romano que veía el viñedo como una inversión.
De acuerdo con la ley de los judíos, el primer año para exigir el pago de la renta era cinco años después de que se hubo plantado:
Y cuando entréis en la tierra, y plantéis toda clase de árboles frutales, consideraréis como incircunciso lo primero de su fruto; tres años os será incircunciso; su fruto no se comerá. Y el cuarto año todo su fruto será consagrado en alabanza a Jehová. Mas el quinto año comeréis el fruto de él, para que os haga crecer su fruto. Yo Jehová vuestro Dios (Levítico 19:23-25).
De esta manera, el pago podría bien ser con los mismos frutos o por una cantidad arreglada de antemano. Lo más probable es que Jesús no estaba interesado en detalles concernientes al tipo de la cosecha ni a la cantidad de pago. ¿De qué estaba hablando entonces Jesús?
El carácter de Dios
Esta parábola nos habla, en primer lugar, de la generosidad de Dios. Dios no únicamente creó al mundo y lo echó a rodar. En la parábola encontramos que Dios equipó a su viñedo con todo lo necesario para que produjese y para hacer el trabajo de los labradores más fácil y produjese más beneficios. Cuando Dios creó este planeta te tenía a tí en mente. El Salmista nos dice:
Sobre ti fue echado desde antes de nacer;
desde el vientre de mi madre, tu eres mi Dios (Salmo 32:10).
Lo que quiero que tengas claro es que Dios hace y da generosamente. Dios no da a regañadientes ni a medias. Dios hace todo a lo máximo y de una manera magnánima y generosa.
En segundo lugar, nos habla de la confianza de Dios. No de la confianza que debemos de tener en Dios, sino de la que él tiene en nosotros. El hombre de la parábola se fue y dejó a los labradores solos. No les dejó un supervisor, ni un guarda. Los dejó solos. A pesar de lo que somos, Dios muestra su amor y su misericordia, al tenernos la suficiente confianza para darnos libertad absoluta. Nos permite hacer de nuestras vidas lo que querramos. Unicamente Dios posee tal confianza. Esta es algo que se ha esfumado de nuestro diccionario. Unicamente Dios pudo hacer seres completamente libres. El hombre ni aun a las máquinas les da libertad. ¿Nunca te has puesto a pensar que a todo lo que el hombre hace, si tiene valor alguno, le pone llave? ¿de qué sirve un auto sin la llave? Hacemos mansiones y les echamos llave. Amazamos fortunas y las guardamos bajo llave. Dios te dio el ser, con todo lo que te rodea, y te permite actuar con absoluta y completa, con rotunda libertad.
“Confiad en Dios—dijo Oliver Cromwell, quien derrocase a la monarquía inglesa para establecer una republica—y conservad la pólvora seca.”
La parábola nos habla, en tercer lugar, de la infinita paciencia de Dios. Paciencia. Lo que tu y yo necesitamos en abundancia. Dios la tiene. ¿Con cuánta frecuencia no nos portamos como ese cartel que dice: “Señor, dame paciencia, ¡pero dámela ya!?” No fue una vez, o dos, que envió el Señor a sus siervos, sino en muchas ocasiones, para darles una oportunidad. Para no pecar de apresurados. Dios esperaba que reaccionasen. La verdad es que el hombre de la parábola trató a los labradores con una paciencia que no merecían.
Paciencia. ¿Será que eres digno de la paciencia que Dios ha tenido contigo? ¿Eres conciente que Dios te está llamando vez tras vez? Paciencia.
Pero hasta la paciencia de Dios tiene un límite. Lo último que aprendemos de Dios es que al fin su justicia va a triunfar. Dios es paciente, pero cuando su paciencia se acaba, su juicio viene implacablemente. En la Biblia encontramos a un Dios paciente y misericordioso, que se revela a Moisés, quien exclama:
¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso, tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la iniquidad, la rebelión y el pecado… (Exodo 34:6, 7a).
Pero de ese mismo Dios de misericordia y paciencia, se dice también, una vez que su paciencia se ha agotado:
Tú, temible eres tú;
¿Y quién podrá estar en pie delante de ti cuando se encienda tu ira? (Salmo 76:7).
Gracias a Dios su paciencia aún continúa. Pero esta paciencia es inmerecida. ¿Seguirás abusando de su paciencia?
El carácter de Cristo
La parábola hace una distinción clara entre los siervos, los profetas y el hijo. El hijo se alguien especial. No es uno más entre otros tantos. El hijo se identifica con el Padre. El hijo es Cristo, el Mesías. Jesús no dudaba de su misión, se identificaba con el Padre y nos lo está haciendo saber.
Este mismo Jesús, el hijo del Padre Eterno, vino a esta tierra sabiendo que iba a morir. Para Jesús la cruz no fue una amarga sorpresa y decepción a lo largo de su camino. El sabía que el camino que pisaba conducía al Calvario. El sabía que no podía haber un final de cuentos de hadas, en el cual todos viven felices para siempre. Jesús sabía de la cruz del Calvario y pese a eso, para mostrar el gran amor del Padre hacia ti, siguió hacia adelante. ¡Eso es sacrificio! ¡Eso es paciencia del Padre, en el sufrimiento del Hijo! ¡Eso es amor!
Pero, además del sufrimiento y la cruz, Jesús sabía que al fin se obtendría el triunfo. Jesús sabía que después de ese viernes de dolorosa agonía, vendría el domingo de resurrección. Jesús sabía que después de todos estos siglos de oscuridad religiosa, de indiferente cristianismo, de qué-me-importa-a-mí Adventismo, vendría el día de la recompensa final, cuando los suyos recibirían su recompensa. Jesús te veía a través de los siglos y te aseguraba, con su muerte, la recompensa.
Si la cruz del Calvario echaba sombras tristes sobre su sendero, la mañana de la victoria final le daba aliento y confianza. Jesús sabía también, que después del rechazo y el escarnio, vendría la recompensa de la gloria. Jesús estuvo dispuesto a todo eso por ti. No era gloria para sí mismo que buscaba. ¡El había dejado esa gloria, para que tu pudieras tenerla también!
El lugar del hombre
Únicamente hay una razón por la cual los labradores pensaron que podrían matar al hijo y salirse con la suya, quedándose con todo el viñedo. Les pasó lo mismo que a Argentina con Inglaterra en la Guerra de las Malvinas: pensaron que estaba demasiado lejos para que el Señor interviniese. Lo triste es que tu y yo todavía pensamos igual. Pensamos que Dios está demasiado lejos y demasiado ocupado para ocuparse de nosotros. La parábola nos dice que Dios no está tan lejos como creemos; que Dios no nos ha dejado solos, a la deriva, sino que nos tiene en mente. Lo terrible es que, mientras tratamos de cambiar nuestra propia libertad por su paciencia, el día de rendir cuentas se acerca inexorablemente.
La parábola también nos enseña que si no tomamos nuestro lugar y cumplimos con nuestras obligaciones en el reino de los cielos, nuestro lugar será cedido a otros más dignos.
¿Qué estás haciendo en el viñedo del Señor?
El sabía lo que necesitaba—un jardín de un millón de dólares. Bueno, el sabía que sus amigos pensarían que su gusto era un tanto extraño, diferente y poco común. Algunos incluso llegarían a dudar de su salud mental. Pero no le importaba. Sin escatimar en esfuerzos, encontró el jardín de sus sueños y pagó hasta el último centavo que tenía para conseguirlo. ¡Al fin era suyo!
Siendo que era un hombre detallado y organizado, sabía lo que tenía que hacerse primero. Así que empezó a buscar a jardineros de calidad—jardineros de jardineros, si me hacen favor. Tenían que ser especialistas. Y no deseando equivocarse en nada, procedió entonces a asegurarse que recibieran todo el conocimiento, entrenamiento, equipo y material que pudiesen necesitar. Con solemnes consejos sus jardineros fueron enviados a amar y cuidar su jardín. Secretamente él esperaba que otros viesen su jardín y fuesen inspirados a copiarlo y hacer sus propios jardines tan bellos como el suyo. Sin embargo, no tardó mucho tiempo para que surgiesen algunos problemas. Los jardineros empezaron a pasar largas horas discutiendo las aplicaciones de alguna información que tuviesen. Todos sabían y estaban de acuerdo que las plantas podían perecer si se les echaba agua en exceso. Sabían también que cada especie de planta requería un cuidado diferente de las demás. Fue entonces que uno de los jardineros más talentosos sugirió lo que todos consideraron un plan brillantísimo. Para cuidarse de no echar agua en exceso a las plantas, las regarían únicamente dos veces al año. Para evitar que por accidente las plantas tuviesen exceso de agua, todas las mangueras se mantendrían bajo llave en la bodega. Para que ninguna persona sin autorización pudiese entrar en la bodega, únicamente el jardinero y su asistente tendrían las llaves. Resolver el problema del cuidado requerido para cada planta fue fácil—iban a cultivar un solo tipo de plantas. Así fue como lo decidieron. Los jardineros seleccionaron la planta que cultivarían y regarían dos veces al año. Así tendrían la seguridad de obtener la mejor calidad, pues su cultivo y cuidado estaría designado únicamente para este tipo de planta. Y definitivamente no había peligro de que se muriesen por exceso de agua. No tardó mucho para que se dejasen ver los efectos de su decisión. Las plantas empezaron a encogerse, a arrugarse, después a secarse, hasta que se murieron. El jardín muy pronto perdió su colorido y belleza. Las pocas plantas que aun permanecían no llamaban la atención y daba lástima contemplarlas. Los cientos de admiradores desaparecieron. Ya nadie venía al invernadero a comprar las hermosas plantas y flores exóticas que una ves abundaran, para iniciar su propio jardín.
El corazón del hombre se llenó de tristeza. Hasta que un día, su hijo se ofreció voluntariamente a ir con un grupo de amigos y enseñar a los jardineros como se cuida de verdad un jardín. Conforme el hijo y sus amigos caminaban por el jardín, con todo cuidado podaban, arreglaban y regaban con latas vacías las marchitas y moribundas plantas. Casi milagrosamente las plantas que parecían no tener vida empezaron a echar flores de nuevo. Diariamente, contra mucha oposición de parte de los jardineros, el hijo y sus amigos continuaban entre las plantas cuidando cariñosamente y regando conforme cada planta necesitaba. No tardó mucho tiempo para que las visitas volviesen de nuevo y lo que descubrieron fue una agradable sorpresa: ¡el jardín estaba repleto de una gran variedad de plantas y de flores! Los jardineros habían argüido que un jardín con tanta variedad de plantas y de flores no podía existir. Pero el hijo había cuidado pacientemente las plantas y les mostró que el resultado era tremendo…
¿Qué estás haciendo en la viña del Señor? ¿Estás cultivando para tu propio beneficio o para el reino de los cielos? ¿Estás siguiendo el método del Maestro o tu propio método? ¿Qué estás haciendo en la viña del Señor? ¿Has reconocido a Jesús como el Hijo y Señor de tu vida y a él le has entregado los frutos de tu existencia? Ven a Jesús mientras la paciencia divina está a tu alcance. El vino a buscarse hace 2000 años atrás. En su búsqueda el continúa inquiriendo por buenos labradores para su jardín. Dale hoy tu vida. El te dará la corona de la vida, cuando venga en su gloria a dar a cada un su pago y recompensa.