Una palabra solitaria
De todas las cualidades humanas, quizás sea la honestidad la que más nos llama la atención. De alguna manera, usamos esta característica humana como bandera o como escudo. Proclamamos la necesidad de ser honestos, lo cantamos y lo escribimos. Nos acorazamos bajo la honestidad para justificar nuestros actos. Es curioso que esperamos honestidad de los demás mientras pocas veces estamos dispuestos a ser honestos.
Se cuenta de una gran actriz dramática polaca, Madame Modjeska, quien estaban en cierta ocasión en una fiesta. Los invitados admiradores la presionaban para que recitara alguna parte de cualquier obra melodramática. Al principio ella se negaba pretendiendo que su memoria le fallaría sin el vestuario, las luces, etc. Sin embargo, los invitados insistían tan persistentemente que ella finalmente accedió, anunciando que recitaría su parte en su lengua natal. Los invitados la escucharon maravillados. Algunos hasta empezaron a llorar. Cuando terminó le preguntaron el nombre de la historia tan conmovedora que acababa de relatar. Ella sonrió y dijo:
—Simplemente conté en polaco del uno al cien.
Alexander Pope escribió: “El ingenioso no es más que una pluma al viento; el jefe, sólo una caña. El hombre honesto es la obra más excelsa de Dios.” De todas las virtudes, la honestidad quizás sea la más alabada. Pero también es la que menos podemos encontrar. Una canción moderna nos lo dice así:
Si buscas ternura
no es difícil de encontrar
puedes tener todo el amor que necesitas para vivir
pero si buscas veracidad
es mejor que estuvieras ciego
siempre parece ser difícil de dar.
Honestidad, es una palabra tan solitaria
todos son tan falsos
Honestidad, difícilmente se escucha
y eso es lo que necesito de ti…[1]
Está de más decir que Dios espera honestidad de parte de sus hijos. Uno de los mandamientos claramente nos dice: “No hablarás contra tu prójimo falso testimonio” (Éxodo 20:16). Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento están plagados de referencias a la necesidad de ser honestos.
El vicio de la hipocresía
Lo contrario a la honestidad tiene que ser la hipocresía. El Diccionario Larousse define hipocresía como “vicio que consiste en la afectación de una virtud o cualidad o sentimiento que no tiene uno. Sinónimo con falsedad.” En la Biblia encontramos algunos casos de hipocresía castigados fuertemente por Dios. En el Antiguo Testamento encontramos el caso de Giezi, el siervo de Eliseo, quien fue con Naamán y le pidió falsamente de parte del profeta (2 Reyes 5:21-27). En el Nuevo Testamento tenemos el caso de Ananías y Safira, quienes mintieron a los apóstoles (Hechos 5:1-11). En ambos casos vemos que Dios trata duramente a aquellos que son faltos de honestidad, a aquellos que hipócritamente tratan de ser lo que no son.
Me parece que aquí es donde está el problema.
Nuestro Señor Jesucristo contó una parábola que tiene que ver con este asunto de honestidad e hipocresía. Jesús acababa de purificar el templo, sacando a los vendedores y volcando sus mesas. Al volver al siguiente día al templo, los principales sacerdotes y los ancianos le preguntaron con qué autoridad hacía aquellas cosas. Jesús les contestó contándoles la parábola de los dos hijos:
Pero ¿qué os parece? Un hombre tenía dos hijos, y acercándose al primero, le dijo: Hijo, vé hoy a trabajar en mi viña. Respondiendo él, dijo: No quiero; pero después, arrepentido, fue. Y acercándose al otro, le dijo de la misma manera; y respondiendo él, dijo: Sí, señor, voy. Y no fue. ¿Cuál de los dos hizo la voluntad de su padre? Dijeron ellos: El primero, Jesús les dijo: De cierto os digo, que los publicanos y las rameras van delante de vosotros al reino de Dios. Porque vino a vosotros Juan en camino de justicia y no le creísteis; pero los publicanos y las rameras le creyeron; y vosotros,o viendo esto, no os arrepentisteis después para creerle (Mateo 21:28-32).
Jesús les llamó la atención duramente a aquellos que pretendían ser los dirigentes espirituales de Israel. No se qué es lo que tu entiendas de este pasaje, pero me parece que Jesús está llamando hipócritas a los dirigentes. Creo que a ti y a mi tampoco nos hubiera gustado. Si hay una cosa que cae mal es que le digan a uno que es hipócrita. Y duele más cuando le dicen la verdad.
Por eso es que hacemos todo lo posible por no ser hipócritas. Usamos la honestidad como un escudo. Es nuestra bandera de justificación. Después de todo, Dios no tolera a los hipócritas. Dios ve con buenos ojos a los honestos. ¿Será que así es? ¿Será que Dios ve con buenos ojos a cualquier tipo de honestidad? Me parece que no. Creo que eso no es lo que la parábola nos quiere decir. ¿Qué nos quiere decir, entonces?
No ser hipócrita no es digno de alabanza
En primer lugar, Jesús nos dice que no ser hipócrita no es algo digno de alabanza cuando estamos caminando fuera del reino de los cielos. En la parábola encontramos que de los hijos el primero representa a los parias de la sociedad y el segundo a los dirigentes religiosos. El problema con el primero era que era rebelde. Pero, pensarás, por lo menos era honesto. Y aquí está de nuevo esa palabrita, honestidad. Quizás la palabra que mejor califique al primer hijo no sea honesto, sino cínico. Honesto es aquel que se pone de parte de la verdad sin importar las consecuencias. El cínico no es otra cosa sino un sinvergüenza. Es aquel que aprovecha las circunstancias para salirse con la suya.
La situación del primer hermano era de abierta rebelión. Cuando su padre le pide que vaya a trabajar a su viña se rehúsa rotundamente a hacerlo. En Palestina una viña era el lugar típico de trabajo. Lo mismo que hoy en día para los jovencitos en la escuela trabajar en MacDonalds. Esa era la fuente de sustento. El padre le pide al hijo que vaya a trabajar y el hijo no quiere ir. Se lo dice a su padre. Confesar maldad no es ningún mérito. No ser hipócrita no es nada digno de alabanza. Los hipócritas no entrarán al reino de los cielos pero tampoco entrarán los malos, por muy honestos que hayan sido en su rebeldía. Algunos se consuelan reconociendo que son malos.
Este hijo tenía la actitud de aquel tipo que decía: “Yo soy ateo, gracias a Dios y a la Santísima Virgen María.” En mi misma familia uno de mis tíos abuelos tenía este problema. Siendo ya mayor fue a consultarse con el médico y este le dijo: “Don Máximo, si deja de fumar, podrá vivir por lo menos diez años más.” Al anciano no le gustó mucho aquello y le contestó: “Prefiero vivir séis meses a mi gusto y no diez años al gusto de otro.” ¡Por lo menos era honesto! Y con su honestidad se fue a la tumba diez años antes. Ser honestos en nuestra rebeldía y nuestra maldad es tan solo cabar nuestra propia tumba y gozarnos al hacerlo.
Si hasta ahora has tenido la “consolación” de tu honestidad, quiero que te des cuenta de tu situación. Es una “consolación” muy pobre el saber que vas a la destrucción con los ojos abiertos. Es muy cierto el dicho: “Mal de muchos, consuelo de bobos.” Estar consciente de tu rebeldía no es un gran mérito. Es cierto, eres honesto al reusarte a presumir del carácter que no tienes, pero ¿es sabio no procurar ese carácter? Eres honesto al procurar que se te conozca por lo que eres, pero ¿es sabio ser lo que eres? ¿No sería más honesto si estuvieras más cerca de Dios y fueras como él? No quiero que me tomes mal, no te estoy acusando. Simplemente te estoy aclarando tu situación.
La Escritura pone tu situación muy clara:
Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran una sola vez, y después de esto el juicio (Hebreos 9:27).
Tu situación es que tienes que rendir cuentas con el Todopoderoso. En aquel día de nada te va a servir tu “honestidad” ante su juicio. De nada te va a servir en ese día decir que nunca fuiste cristiano. De nada te va a servir decir que no fuiste un hipócrita.
Peligros de la moralidad sin espiritualidad
En segundo lugar Jesús nos está diciendo que la moralidad, divorciada de vida espiritual es peor que rebelión abierta. Este era el caso del segundo hijo. El padre fue con el segundo hijo y le hizo la misma petición. La reacción del segundo hijo fue diferente. Me lo puedo imaginar. No creo que le haya contestado de mala gana, no. Creo que espontánea y con gusto le dijo que sí a su padre. Me imagino que hasta ha de haber tomado sus cosas y haber hecho todos los ademanes y de estar a punto de ir a trabajar en la viña. Pero no fue.
El problema del segundo hijo era que predicaba una cosa y hacía otra. Este es el mal que nos acosa a los predicadores. Es muy fácil decir. Lo difícil es hacer. Mientras nuestra conducta no sea más que una moralidad de escaparate, no estamos caminando en el reino de los cielos. La moralidad no es la religión de Jesús. Ser “religioso” no es ser como Jesús. Con demasiada frecuencia somos demasiado religiosos y nada cristianos. Si hay una cosa que no quiero ser es una persona religiosa. De nada sirve ser religioso. De nada sirve ser un moralista.
La verdad es que los dos hijos estaban en la misma situación. Sus caracteres eran diferentes en cuanto a pensamiento y palabra, pero ambos estaban en pecado. El pecado del primero era abierta rebelión, el pecado del segundo era falsa pretensión. Ninguno estaba mejor que el otro. El blasfemo no puede sentirse mejor que el hipócrita ni el hipócrita mejor que el blasfemo. Si hasta ahora te haz sentido mejor que los demás por tu “honestidad” o por tu moralidad, ten presente la advertencia :
¿Y piensas esto, oh hombre, tú que juzgas a los que tal hacen, y haces lo mismo, que tú escaparás el juicio de Dios? (Romanos 2:3).
Quiero que recuerdes que todo aquel que se presente ante Dios sin santidad será rechazado, tanto que aquellos que creen que la tienen como aquellos que saben que no la tienen. Tanto los que profesan religión como los profesos irreligiosos son vistos con malos ojos por Dios.
No era que el segundo hijo no supiera que tenía que ir. Tampoco creo que haya sido que no hubiese querido ir. Su caso era como el tuyo y el mío. Sabía mucho. Tenía mucho interés. Pero había otras cosas que le llamaban más la atención. Tu y yo corremos el peligro de estar tan familiarizados con las enseñanzas de Jesús que nos acostumbremos a ellas. Corremos el peligro de tomar la Palabra de Dios de tal manera que ya no nos afecte. Corremos el peligro de de usarla para catalogar a otros y justificarnos a nosotros mismos. Es cierto, aceptamos lo que nos dice, creemos que es la verdad, pero no nos provoca a tomarla en serio. Esta situación no puede seguir. No podemos seguir pretendiendo tener la verdad sin hacer nada al respecto.
Se cuenta que Shahaji Bavasahib, Maharajá de un estado de la India, era un potentado orgulloso en el día y un ladrón de caminos en la noche. Su territorio cubría un terreno de aproximadamente 3,217 millas cuadradas, con una población de aproximadamente un millón de habitantes. Este exaltado monarca se disfrazaba de bandido cada noche y guiaba cada noche un grupo de bandidos enmascarados que atacaban a su propia gente, destruyendo y tomando de sus posesiones. De tiempo en tiempo atacaba sus propias propiedades, llegando a robarse las mismas joyas de la corona. Las joyas aparecían en tiendas de segunda distantes, de donde el gobierno las volvía a comprar. Para disimular sus actividades el Maharajá periódicamente proclamaba un edicto ofreciendo un precio por la cabeza de los malhechores.
Lo mismo que este Maharajá, no podemos pretender ser una cosa mientras somos otra. Nuestra hipocresía engañará a algunas gentes por algún tiempo, pero no puede engañar a toda la gente todo el tiempo. Y aunque engañase a la gente, de Dios no podemos esconder nuestra verdadera actitud. Tiene que efectuarse un cambio en nuestra vida.
Lo que necesitamos no son más sermones. Lo que necesitamos no es más información. Lo que necesitamos no es más enseñanza. Lo que necesitamos no son más amonestaciones. Ya hemos tenido suficiente. Si nos comparamos con nuestros familiares y amistades no cristianos, podemos darnos cuenta que tan por encima de ellos estamos en cuanto a información y enseñanza. Lo que necesitamos es un cambio de actitud. Lo que necesitamos es llevar todo ese caudal de conocimiento a la práctica.
Querer obedecer no es suficiente. Tener buenas intenciones no es lo que cuenta. Si no hay una acción decidida de tu parte estás perdiendo el tiempo. Te estás alejando del reino.
El pasado, no el futuro
En tercer lugar, Jesús nos está diciendo que la parábola refleja el pasado, no el futuro. Tu y yo no podemos cambiar el pasado. Pero podemos cambiar el futuro. Dios nos llama diariamente para que trabajemos en su viña. Su llamado es diario y constante. Jesús no deja de mostrar en esta parábola el amor constante del Padre.
Vivimos en una sociedad que se caracteriza por rebelión. Nos rebelamos contra la autoridad civil. Nos rebelamos contra la autoridad religiosa. Nos rebelamos contra la autoridad familiar. Estamos tan acostumbrados a esto que ni le prestamos atención. ¡Con cuánta frecuencia encontramos a hijos que no solamente desobedecen a sus padres sino que hasta los insultan! Pero el los días de Jesús los hijos no se podían dar tales lujos. La ley era muy clara:
Si alguno tuviere un hijo contumaz y rebelde [como el primer hijo, que se negó a ir], que no obedeciere a la voz de su padre ni a la voz de su madre, y habiéndole castigado, no les obedeciere; entonces lo tomarán su padre y su madre, y lo sacarán ante los ancianos de su ciudad, y a la puerta del lugar donde viva; y dirán a los ancianos de la ciudad: Este nuestro hijo es contumaz y rebelde, no obedece a nuestra voz; es glotón y borracho. Entonces todos los hombres de su ciudad lo apedrearán, y morirá; así quitarás el mal de en medio de ti, y todo Israel oirá, y temerá (Deuteronomio 21:18-21).
¡Esta era la ley! Y lo más probable es que se haya cumplido.
Pero no encontramos al padre de la parábola haciendo ninguna de estas cosas, ni con el primer hijo ni con el segundo. El mensaje es claro: Dios es un Dios de amor y misericordia. El llamado que Dios te hace es para que vivas. La actitud de Dios es de paciencia. No hay tal cosa como obediencia uniforme. No podemos esperar que todos reaccionen igual al mensaje de salvación. Con todo, la mejor obediencia que Dios obtiene es la del arrepentimiento.
Tanto para los hipócritas como para los cínicos hay esperanza. La redención se ofrece a todos. Jesús lo puso muy claro:
Porque he descendido del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envió. Y esta es la voluntad del que me ha enviado: Que todo aquel que ve al Hijo, y cree en él, tenga vida eterna; y yo le resucitaré en el día postrero (Juan 6:39, 40).
Renovación de lo alto
¿Dónde está entonces la respuesta? La respuesta está en Dios. La renovación, el cambio viene de arriba.
Leobardo el Lobo se estaba empezando a sentir incómodo.
Sus padres también eran lobos, y pasaban mucho de su tiempo con un rebaño de ovejas que vivían allí cerca.
Los padres de Leobardo eran normales, pero después de pasar un tiempo con esas hipócritas ovejas, se transformaban. Tenían una ambición enorme porque todos pensaran que ellos también eran ovejas, así que se ponían pieles de oveja encima, tratando de hacer a todos creer que ellos también eran ovejas.
Cada fin de semana sus padres hacían que Leobardo se pusiese su piel de oveja y se iban juntos al redil. En el redil, uno de los zagales les pregonaba acerca de cómo ser una mejor oveja.
Resulta que había algunas ovejas en el rebaño que parecían obtener algo de la plática del zagal. Pero había una inmensa mayoría que eran lobos vestidos con piel de oveja, pretendiendo ser ovejas, y esperando que nadie descubriera su hipocresía.
A Leobardo no lo engañaban. El sabía que tan pronto se acababa la reunión, la mayoría de los lobos iban a su casa y se quitaban la piel de oveja y vivían como lobos el resto de la semana.
Aunque parezca raro los padres de Leobardo nunca se quitaban la piel de oveja—por lo menos Leobardo nunca los vio sin la piel de oveja. Era como si pensasen que por tener la piel de oveja puesta todo el tiempo, se volviesen ovejas algún día.
Los padres de Leobardo parecían estar desesperados porque él actuase como una oveja, aunque a el le encantaba ser un lobo y odiaba todo lo que tenía que ver con las ovejas.
Sus padres lo enviaban a una escuela de ovejas. En la escuela, lo mismo que en el redil, había algunos estudiantes—tan solo unos cuantos—que eran ovejas de verdad. La mayoría eran como Leobardo—lobos que vestían su piel de oveja porque tenían que vestirla. Pero cuando estaban solos se quejaban de lo molesto que era vivir como una oveja. A como ellos lo veían, el asunto de ser una oveja era: “Si se siente bien, no lo hagas; si sabe bien, escúpelo; si es divertido, páralo.”
Un día estaban hablando así cuando una de las ovejas en la clase de Leobardo los escuchó. Después que los otros se fueron, ella fue con Leobardo y se sentó a su lado.
—¿Quieres contarme como te sientes?—le preguntó.
—Bueno… ¿Por qué no?—dijo Leobardo, aunque pensó que ya que era una oveja de verdad, no podría comprenderlo.
Pero la ovejita le escuchó atentamente mientras Leobardo le contaba todas sus frustraciones.
—Leobardo—le explicó después de que hubo terminado—, se exactamente cómo te sientes. Para que sepas, hasta hace un par de años atrás, yo también era un lobo. Crecí igual que tu. Odiaba tener que ser forzada a ser una oveja. Así que un día huí de la escuela, del redil, de mi casa—de todo. Me uní a una manada de lobos. Hacíamos lo que nos daba la gana. Pero pronto descubrí que hacer lo que uno quiere todo el tiempo no es tan divertido como creía. No que no me divirtiese, me divertía. El problema es que no duraba. Después del buen rato siempre me sentía vacía. Una noche traté de terminar con mi vida. Decidí correr frente a un automóvil. Pero antes de hacerlo me encontré por casualidad un Manual del Pastor y lo empecé a leer. Nadie me obligó a leerlo. Simplemente sentí que tenía que hacerlo. Encontré una historia maravillosa. Encontré la historia del Gran Pastor que se convirtió en un cordero y vino a morir por nosotros, para que todo el lobo que lo desea se pueda convertir también en un cordero y vivir en un lugar cubierto de verdes pastos. Lo leí y lo leí con desesperación. ¡Había encontrado lo que necesitaba! Encontré a alguien que me ama con amor perfecto. Alguien que me acepta tal como soy. Alguien que desea hacerme más feliz de lo que alguna vez fui. Después de esa noche pasé todo el tiempo aprendiendo del Gran Pastor. Mientras más hablaba de él, leía acerca de él y hablaba con él, algo raro empezó a pasar… Me di cuenta que ya no me gustaban las cosas que le gustaban a los otros lobos y me emocionaban las cosas que tanto odiaba hacer—las cosas que hacen las ovejas. Entonces descubrí por qué. ¡Descubrí que me había vuelto una oveja! Y Leobardo, ¡no tiene idea de qué tan feliz me siento!
Leobardo la escuchó con interés. El sabía que ella tenía algo que el quería desesperadamente. Esa tarde fue a su casa y encontró un lugar calmado donde le abrió su alma al Gran Pastor. Antes de irse a dormir tiró su piel de oveja a la basura.
Ya no la iba a necesitar más.[2]
A los hipócritas y a los cínicos Jesús hace el mismo llamado. La redención es disponible para todos. Únicamente hay una manera de ir ante Jesús y esa es como pecadores. El llamado que Jesús te hace hoy es como su hijo, sin importar tu condición. Jesús te llama hoy y te acepta hoy. El llamado es para todos. Pero es para ti de una manera especial.
[1]Billy Joel, Honesty (Impulsive Music and April Music Inc., 1978).
[2]Adaptado de Ken MacFarland, Leonard the Up-tight Wolf, Insight, 5 June 1979, pags. 11-15.