El problema: Dos puntos opuestos
Una leyenda japonesa cuenta la historia de un hombre que tenía una enorme verruga en una mejilla. El hombre había tratado todos los medios posibles para quitarse la verruga pero le había sido imposible. Debido a su verruga el hombre no únicamente era el centro de todo tipo de bromas pesadas, sino que algunas personas, y los niños en particular, sentían repulsión hacia él.
El hombre era leñador, así que todos los días iba al bosque a cortar leña para vender. Un día, después de haber sido el objeto de varias bromas pesadas, el hombre fue a hacer leña. A media tarde se sintió con sueño y se recostó a dormir una siesta en el hueco de un árbol. Pero se durmió más de lo planeado.
A media noche el leñador fue despertado por una música muy fuerte y contagiosa. ¿Qué será esa música? Se preguntó. Junto con la música escuchó gritos y risotadas, así que cuidadosamente asomó la cabeza del hueco donde estaba para ver qué era aquello. Lo que vio fue algo diferente: ¡Todos los diablillos estaban reunidos bailando! Y la música era tan contagiosa que él apenas si se podía contener de bailar. Pero él sabía que los diablillos no eran buenos, que le podían hacer un mal. Así que trató de contenerse. Pero aquella música era irresistible... El leñador estaba haciendo un esfuerzo supremo por no salir bailando entre los diablillos...
Pero la música pudo más que él. De un salto se encontró en medio de los diablillos y empezó a bailar. No es necesario decir que los diablillos se sorprendieron de verlo en su medio. ¡Pensaban que estaban solos en el bosque! Pero no les sorprendió tanto ver al leñador bailando, sino la forma en que bailaba. ¡Les encantó! Todos los diablillos dejaron de bailar e hicieron un corro alrededor del hombre. Le contemplaron con ojos desorbitados por un momento y empezaron a bailar como el leñador estaba bailando.
Así siguieron bailando y riendo hasta que estaba a punto de amanecer. La noche se les pasó sin darse cuenta siquiera. Pero los diablillos se tenían que ir.
—¿Quién te enseñó a bailar así? —le preguntaron los diablillos al leñador.
—Nadie —les contestó—. Fue su música lo que me inspiró...
—Mira —le dijeron—, nosotros venimos cada mes en esta fecha a celebrar nuestra fiesta en este mismo lugar. Nos gustó mucho tu forma de bailar. Nos gustó tanto que queremos que vuelvas el mes que entra a acompañarnos.
—¡Por supuesto! ¡Encantado! —les contestó el leñador un tanto preocupado pues algunos de los diablillos estaban haciendo comentarios entre ellos y no se veían muy contentos de dejarlo ir así nada más.
—¿Cómo podemos saber que estarás aquí el mes entrante? —le preguntaron.
—No se preocupen, aquí voy a estar... —repuso nerviosamente— Aquí voy a estar sin falta.
—Tienes que dejarnos algo como prueba —le exigieron.
—¡Mi hacha! ¡Les dejo mi hacha! —repuso el leñador con ansiedad.
—No —dijeron los diablillos a coro—, queremos algo más que eso...
Los diablillos lo examinaron de cerca buscando algo mejor que su hacha. Entonces la cara de uno de ellos brilló de conocimiento y llamó a los demás aparte. Después de consultar de nuevo, le dijeron:
—¡Queremos que nos des esa bola en tu mejilla!
Los diablillos pensaban que era lo que el leñador estimaba más en el mundo. Uno de ellos extendió la mano y le quitó la verruga, como si tal cosa. ¡Se la quitó! ¡Ni siquiera una cicatriz le quedó al leñador en la cara!
—¡Listo! —le dijeron— Ahora sabemos que vas a volver...
Y mientras decían esto, se despedían de él y salían del bosque pues el sol empezaba a salir en el horizonte.
¡El leñador no cabía de gozo! ¡Ya no tenía más la verruga! Fue corriendo a contarle a su esposa. Pero su esposa no le creyó. Le contó a la demás gente del pueblo. Pero la gente del pueblo no le creyó. Pensaban que estaba loco. No sabían como se había quitado la verruga, pero no le creían la historia de los diablillos. Pensaban que el trabajo bajo el sol lo había vuelto loco.
Pero hubo uno que sí le creyó. Un hombre que lo escuchaba todos los días. Un hombre que le hacía pregunta tras pregunta. Un hombre que quería saber todos los detalles. Un hombre que se sabía casi de memoria cada parte de la historia de los diablillos. Un hombre que tenía una verruga tan grande como la que el leñador había tenido.
—¿Vas a ir el mes que entra?—le preguntó por fin un día.
—¡Ni de loco que estuviera! ¡No pienso volver jamás!—le respondió el leñador.
Así que el hombre decidió ir el mismo. En la fecha indicada se dirigió al bosque. Fue al mismo árbol con el tronco hueco y esperó a que llegara la noche. Cuando la noche llegó, llegaron los diablillos, empezó la música y empezaron a bailar. El hombre esperó un buen rato y saltó de pronto en medio de los diablillos. ¡Los diablillos se asombraron! Hicieron un corro alrededor del hombre y lo contemplaron bailar. Se miraron unos a otros y se dirigieron al hombre.
—¿Qué es lo que te pasa?
—¡Nada! —les contestó— ¡Me estoy divirtiendo con ustedes!
—No... —dijeron— Tu baile no es el mismo. No bailas igual. No nos gusta...
El hombre los miró asustado, no sabiendo que iban a hacer. Los diablillos se miraron unos a otros de nuevo. De entre ellos salió uno y dijo:
—Ya no tienes que venir más a bailar con nosotros... Aquí tienes tu bola...
Diciendo esto, ¡le puso la verruga en la otra mejilla! ¡Ahora tenía dos verrugas! Diciendo y haciendo esto, los diablillos se fueron uno por uno... Nunca más volvieron al mismo lugar en el bosque... 1
Creo que tu y yo nos parecemos más al segundo hombre. Creo que casi todos nos parecemos más al segundo hombre. Todos tenemos en la cabeza la idea que tenemos que tener o deshacernos de algo para ser felices, para ser completos. Día tras día la televisión y la radio nos dicen que si tenemos un auto nuevo seremos felices. Nos bombardean con tanta promoción que todos queremos ser un American Idol. Porque si tomamos la “chispa de la vida” nos sentiremos mejor porque esa “sí es”. Que con Giorgio Armani te vas a ver mejor. Que lo importante no es sentirse maravillosamente, sino verse maravillosamente. Que mientras más tengas vas a disfrutar más. Que el que muere con más juguetes es el que gana. Que son las cosas las que nos dan la felicidad. Que son los placeres los que nos dan felicidad. Que es un buen puesto y fama los que nos dan felicidad. Que es el dinero el que nos da felicidad. Y son tras estas cosas que vamos.
Si eres un estudiante y te pregunto: ¿Para qué vas a la escuela? Quizás me mires incrédulamente por un momento y me contestes: ¡Para tener una buena carrera! ¡Para ganar bien! Si ya has terminado tus estudios o por cualquier razón ya estás trabajando y te pregunto para que trabajas, la respuesta no va a ser muy diferente. Pero la felicidad no se encuentra en una carrera, en una buena profesión, en una buena cuenta de cheques.
Voltaire, el pensador francés, aparte de ser un filósofo de los más destacados, no creía en Dios. Poco antes de morir, escribió: “Preferiría no haber nacido".
Lord Byron, quien viviese una vida de placeres mundanos y sensuales, el tremendo poeta y escritor inglés, escribió en una ocasión: “El gusano, la llaga y el dolor son míos, de nadie más".
El millonario norteamericano Jay Gould, quien muriese forrado en dólares, poco antes de morir dijo: “Me imagino que soy el hombre más miserable de la tierra".
Lord Beaconfield, quien gozase de una posición envidiable y de fama, escribió: “La juventud es un error, la hombría es una lucha, y la senectud es un pesar".
Alejandro el Grande, después de haber conquistado el mundo conocido a la edad de 32 años fue encontrado llorando en su tienda de campaña por sus generales y les dijo que la causa de su llanto era que “no había más mundos que conquistar".
Estos hombres y muchos más trataron de encontrar la felicidad. Al fin de sus días descubrieron que su búsqueda había sido en vano. Es únicamente en Dios que la felicidad puede ser encontrada y gozada. Cuando hablo de felicidad casi automáticamente viene a mi mente Mateo 5. No puedo sino pensar en esos preceptos que nuestro Señor enumerase en el Sermón del Monte:
Viendo la multitud, subió al monte; y sentándose, vinieron a él sus discípulos. Y abriendo la boca les enseñaba, diciendo:
Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación.
Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra por heredad.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los de limpio corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados sois cuando por mi causa os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros, mintiendo. Gozaos y alegraos, porque vuestro galardón es grande en los cielos; porque así persiguieron a los profetas que fueron antes de vosotros (Mateo 5:1-12).
A este pasaje se le conoce como “Las Bienaventuranzas", o “Las Beatitudes", (del latín beatitudo). Se trata de una forma literaria a la cual también se le conoce como un “makarismo” (del griego makários). Hay 44 bienaventuranzas en el Nuevo Testamento:
28 en Mateo y Lucas (Mat 5:5, 7-10; Luc 1:45; 11:27, 28; 12:37, 38; 14:14, 15; 23:29 junto con Mat 5:3, 4, 6, 11, 12 par. Luc 6:20-22; 11:6 par. Luc 7:23; 13:16 par. Luc 10:23; 24:46 par. Luc 12:43)
2 en Juan (13:17; 20:29)
3 en Pablo (Rom 4:7,8; 14:22)
2 en Santiago (1:12, 25)
2 en 1 Pedro (3:14; 14:14) y
7 en Apocalipsis (1:3; 14:13; 16:15; 19:19; 20:6; 22:7, 14)
Generalmente aparecen en la tercera persona plural. Esta forma literaria no es exclusiva del Nuevo Testamento ni de la Biblia. Se encuentra tanto en el Antiguo Testamento como en la literatura clásica griega.[2]
Así, en el Antiguo Testamento, tenemos por ejemplo al rey Salomón diciendo:
Bienaventurado el hombre que me escucha,
velando a mis puertas cada día,
aguardando a los postes de mis puertas (Proverbios 8:34).
Al salmista exclamando:
Bienaventurado el hombre que puso en Jehová su confianza,
y no mira a los soberbios, ni a los que se desvían tras la mentira (Salmo 40:4)
Y a Moisés, cuando bendijo a las tribus de Israel:
Bienaventurado tú, oh Israel.
¿Quién como tú,
pueblo salvo por Jehová,
escudo de tu socorro,
y espada de tu triunfo? (Deuteronomio 33:29 pp).
La palabra traducida “bienaventurado” en nuestra Biblia es la palabra griega makários.
El significado de makários puede ser visto mejor por medio de uno de sus usos particulares. Los griegos siempre llamaban a Chipre hé makaria (la forma femenina del adjetivo), que significa “la isla feliz”, y lo hacían porque creían que la isla Chipre era tan hermosa, tan rica, tan fértil que ningún hombre desearía abandonarla para encontrar la felicidad. Tenía un clima, unas flores, frutas y árboles, unos minerales, unas fuentes naturales tales que en sí misma reunía todas las cualidades materiales para la felicidad perfecta.[3]
En otras palabras, la mejor traducción que podríamos dar a las “bienaventuranzas", es las “felicidades". De lo que Jesús estaba hablando no era de otra cosa, sino de ser feliz. Jesús estaba hablando de encontrar la felicidad. Pero Jesús estaba hablando de esto en el contexto de el reino de los cielos.
Jesús nos está diciendo que el reino de los cielos es felicidad. Que todo aquel que entra en esa relación especial que le caracteriza como digno y apto para entrar en el reino de los cielos experimenta la felicidad que Dios provee.
Esto es un término que nos parece contradictorio. Ser cristiano y ser feliz nos parecen dos puntos opuestos. Con tantos nonos que tiene el cristianismo, ¿cómo puede alguien ser feliz? ¡Con razón la gente se va de la iglesia! ¡No los dejamos ser feliz! Cristo es como una carga pesada y difícil de llevar. Cuando él nos invita que llevemos todas nuestras cargas a él, eso mismo hacemos. Dejamos las cargas y lo dejamos a él también.
Alguien muy cuerdamente ha recapitulado nuestro espíritu de esta manera:
En cuanto a dieta:
No carne.
No cafeína.
No pimienta.
No mostaza.
No manteca de puerco.
No huevos.
Poco de sal.
Poco de azúcar.
No golosinas.
No queso.
Poco de grasa.
No especias.
En cuanto al sábado:
No comer fuera.
No nadar.
No TV.
No radio.
No lecturas seculares.
No deportes.
No temas seculares.
No baños.
No planchar.
No viajes largos.
No salir de compras.
No lavar platos.
No cocinar.
En cuanto a la vida diaria:
No novelas.
No maldiciones.
No sexo antes del matrimonio.
No tomar.
No drogas.
No baile.
No política.
No magia.
No fumar.
No cine.
No teatro.
No joyas.
Poco de TV.
No maquillaje.
No vestido sin mangas.
No escotes bajos.
No ropas ajustadas.
No entradas altas en los vestidos.
No esmalte de uñas.
No pintarse el pelo.
No ropa de moda.
No música con ritmo.
No noviar con no-adventistas.
No revistas dudosas.
No deportes de competencia.
No jugar cartas.
No apostar.
No, gracias. Digo, si eso es lo que tú no haces, ¿qué es lo que haces? Tu sabes, para divertirte. Nadie me ha dicho esa parte. Oh, claro, alguno que otro me ha explicado todos estos nos alguna vez y la mayoría de ellos tenían sentido. Digo, yo se que tomar no es bueno para ti y he leído las advertencias que el Cirujano General anuncia en las cajetillas de cigarrillos. Es cierto. Si tu asunto es ser cristiano, está bien, cada quien su vida. ¡Éntrale! ¡Haz eso mismo!
Pero lo que no entiendo es qué es lo que se supone que hagas en lugar de todas esas cosas malas. Yo no creo que soy tan malo, pero hago algunos nonos el sábado por la noche y algunas veces hasta voy a bailar con mis amigos. Algunos de ellos son Adventistas. Y, como ellos dicen, ¿qué otra cosa vamos a hacer?
Fui a una reunión de Adventistas con un amigo. Fuimos a patinar y tocaron música de órgano. ¡De verdad! ¿Puedes creer eso? Y mi amigo se alocó todo cuando salió por accidente una pieza de rock por las bocinas.
Me parece, y no me mal entiendas, pero creo que todos los jóvenes Adventistas están siempre tratando de ser malos. Yo se que odian todos esos nonos y esas reglas y algunos (no todos) están siempre tratando de ser obviamente malos. Como ordenando café o carne en un restaurante (aunque no les guste), o usando joyas cuando no están en casa, o tomando un poco. No entiendo. Si todas esas reglas son tan malas, ¿por qué continúan en la iglesia? Digo, si es tan malo, ¿por qué no se salen? Personalmente no me importa si son malos. No es tan divertido. Claro, yo voy al cine, pero hay algunas películas que desearía no haber visto. Y hago todo lo que me da la gana los sábados. Pero ustedes tienen algo por delante que yo no tengo.
¿Quieres saber qué es lo que creo? Yo se que no quieres, pero te lo voy a decir de todos modos. Creo que me has estado engañando. Creo que hay otra lista en alguna parte que tiene todas las cosas buenas que hacen los Adventistas. Creo que hay una lista que tiene lo que la Biblia dice acerca de tus problemas. Creo que la lista muestra que ustedes son más felices porque son más saludables. Creo que dice que en realidad les gusta el sábado y lo esperan con gusto porque pueden descansar y hablar con Dios y con otras personas. Creo que muestra como ustedes tienen menos problemas cuando no se enredan en drogas, alcohol y sexo. Pero, por otro lado, quizás estoy equivocado. Nunca he visto la lista, pero apuesto a que hay una.
Hazme un favor, si tienes esa lista mándamela.[4]
Creo que esa lista está en Mateo 5:1-12.
¿Qué es lo que estos versículos nos están diciendo?
En primer lugar, nos dicen que nunca vamos a llegar a ninguna parte en nuestra búsqueda de la felicidad hasta que dejemos de buscarla por nuestros propios esfuerzos. ¿Por qué? Porque la felicidad es un regalo que recibimos gratuitamente de Dios. Dios es la fuente de todas las bendiciones espirituales. Es Dios quien nos provee con la bendición, con la bienaventuranza, con la felicidad.
Santiago nos dice:
Amados hermanos míos, no erréis. Toda buena dádiva y todo don perfecto desciende de lo alto, del Padre de las luces, en el cual no hay sombra ni mudanza de variación (Santiago 1:16, 17).
Para ser feliz, entonces, tienes que volver tu atención hacia Dios. Tienes que dejar de contemplarte. Tienes que dejar de contemplar al mundo. Tienes que dejar de tratar de alcanzarlo por tu propio esfuerzo. Está en las manos de Dios. Únicamente él te lo puede proporcionar.
En segundo lugar, nos dicen que para ser verdaderamente felices tenemos que poner nuestra vida en armonía con Dios. Esto significa que tenemos que reconocer y pedir perdón por nuestros pecados. Tenemos que admitir nuestra condición e ir ante el Señor. Si de verdad deseamos ser felices... Cuando David quería hablar de la felicidad del creyente, escribió:
Bienaventurado aquel cuya trasgresión ha sido perdonada,
y cubierto su pecado.
Bienaventurado el hombre a quien Jehová no culpa de iniquidad,
y en cuyo espíritu no hay pecado (Salmo 32:1, 2).
¿Sabes qué es lo que no te permite ser verdaderamente feliz? Tu pecado. Y tu lo sabes bien. Puedes echarle la culpa a tu mala suerte o a tu suegra. Puedes buscar mil y un chivo expiatorio. La causa y la razón final de tus problemas y de tu infelicidad es tu vida de pecado. Tienes que reconocerlo. Tienes que admitirlo. Tienes que pedir perdón. Si de verdad deseas ser feliz.
En tercer lugar, nos dicen que para ser verdaderamente felices tenemos que permitir a Jesús venir a morar en nuestro corazón. Tienes que tener presente que el reino de los cielos es felicidad y que Jesús es el reino de los cielos. ¿No es maravilloso que ese mismo Jesús desea morar en tu corazón? El dice:
He aquí yo estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré a él y cenaré con él y él conmigo (Apocalipsis 3:20).
Por último, nos dicen que ser feliz no depende de las circunstancias. Ser feliz es una forma de vida.
Homero usaba la palabra makários para describir a un hombre rico. Platón la usaba para describir a alguien que tiene éxito en los negocios. Tanto Homero como Hesiodo, hablaban de los dioses griegos como quienes eran felices en sí mismos, porque no estaban afectados por el mundo o los hombres.
Makários describe ese gozo que va más allá de las circunstancias. Describe ese gozo que es sereno e intocable, ese gozo que es completamente independiente de los altibajos de esta vida. Mientras tú y yo dependemos de situaciones externas para ser felices, makários no lo hace. Cuando tu tienes esta felicidad, no estás atado a las circunstancias.
¿Cuando es que eres feliz? Cuando todo va bien. Cuando no tienes problemas con tu cónyuge o con tu jefe. Cuando ganas en el pleito del accidente automovilístico. Cuando tus hijos se portan bien y obtienen puras As en sus estudios. Cuando recibes un aumento de sueldo. Cuando la niña que te gusta te dice que sí... ¿Qué son estas cosas? Son circunstancias. Ponlo todo al revés y dime si eres feliz. Todo te va mal. Tu esposa no te da de comer y el jefe no te deja ni respirar en paz. Te ves involucrado en un accidente automovilístico en el cual no tienes la culpa, la corte te encuentra culpable y el seguro te aumenta la póliza de pagos. Tus hijos llegan de la escuela con una nota de mala conducta y son los últimos en su clase. Te corren del trabajo. La niña que te gusta le dice que sí a otro. ¿Puedes ser feliz ahora?
Si tienes a Cristo en el corazón, puedes ser feliz, puedes ser makários, a pesar de las circunstancias. La felicidad que Cristo te da no hay cosa alguna que te la puede quitar. “Nadie", nos dice el Señor, “os quitará vuestro gozo” (Juan 16:22).
Las beatitudes nos hablan de ese gozo, de esa felicidad, que nos busca en nuestras penas, esa felicidad que el dolor, la angustia y el desánimo no pueden tocar, esa felicidad que brilla a través de las lágrimas, y la cual ni la vida ni la muerte nos pueden quitar.
El mundo puede tener sus gozos y los puede perder. Pero el gozo que Cristo nos da es eterno. Para el cristiano está reservada esa felicidad confiada y serena que Cristo da a los que caminan con él. Si tu quieres sentir esa felicidad, te invito a que vayas a los pies de mi Jesús. Si ya lo haz hecho sabes, porque lo estás experimentando, a los que me refiero. Si no lo haz hecho, te invito a que lo hagas hoy. Te invito a que vengas a Jesús con tus cargas y con tus penas, con tus fracasos y tus derrotas. El puede transformar tus lágrimas en un arco iris y tu llanto en sonrisas. Jesús lo puede hacer. Jesús quiere darte felicidad hoy. ¿Vendrás a darle tu vida? Te invito a que lo hagas hoy. No dejes pasar más tiempo.
He aquí ahora el tiempo aceptable; he aquí ahora el día de salvación… (2 Corintios 6:2 up)
[1] Yei Theodora Ozaki, The Japanese Fairy Book (Singapore: Tuttle Publishing, 2000), p. 273
[2] Robert A. Guelich, The Sermon on the Mount (Waco, TX: Word Books, 1982), p. 63.
[3] William Barclay, The Gospel of Matthew, vol 1 (Philadelphia: The Westminster Press, 1975), p. 89.
[4] Joe Non-Adventist, “Feeling Listless", Insight, 26 Oct 1985, p. 30.