Estamos en la tercera etapa de un viaje, un peregrinaje que estamos realizando junto con personas que murieron hace miles de años. Nos estamos uniendo con nuestros hermanos del Antiguo Testamento en un viaje a Jerusalén. Ellos viajaban a la Jerusalén terrenal. Nosotros a la celestial. Pero el viaje es el mismo.
Comenzando con el Salmo 120 tenemos un grupo de salmos que se conocen como los “Cánticos Graduales.” Eran himnos de viaje, cantados por los peregrinos que viajaban cada año a Jerusalén para participar de las fiestas religiosas ahí. En la primera etapa de nuestro viaje, vimos los tres salmos que hablan de como nos apartamos de este mundo para acercarnos a Dios y a su pueblo. En la segunda etapa, leímos de la protección continua de Dios, protección que se ve en la historia, protección prometida para el futuro.
Llegamos a la tercera etapa de nuestro viaje. Comenzamos con el Salmo 127:
1 Si Jehová no edificare la casa, En vano trabajan los que la edifican; Si Jehová no guardare la ciudad, En vano vela la guardia. 2 Por demás es que os levantéis de madrugada, y vayáis tarde a reposar, Y que comáis pan de dolores; Pues que a su amado dará Dios el sueño.
Salm. 127:3 He aquí, herencia de Jehová son los hijos; Cosa de estima el fruto del vientre. 4 Como saetas en mano del valiente, Así son los hijos habidos en la juventud. 5 Bienaventurado el hombre que llenó su aljaba de ellos; No será avergonzado Cuando hablare con los enemigos en la puerta.
¿Puede haber algo más tonto que tratar de hacer algo que no tenga la bendición de Dios? El salmista nos dice que en la vida personal (construir una casa) y la vida comunal (la defensa del pueblo) todo depende de Dios. También dice que las cosas “naturales” como la cosecha y el nacimiento de los hijos dependen de Dios. El viajero desprotegido necesito ver que todo depende de Dios.
El salmo 128 continúa esta idea, viendo las bendiciones físicas que recibe el que teme al Señor:
1 Bienaventurado todo aquel que teme a Jehová, Que anda en sus caminos. 2 Cuando comieres el trabajo de tus manos, Bienaventurado serás, y te irá bien. 3 Tu mujer será como vid que lleva fruto a los lados de tu casa; Tus hijos como plantas de olivo alrededor de tu mesa. 4 He aquí que así será bendecido el hombre Que teme a Jehová. 5 Bendígate Jehová desde Sion, Y veas el bien de Jerusalén todos los días de tu vida, 6 Y veas a los hijos de tus hijos. Paz sea sobre Israel.
¿Cómo reconciliamos lo que se dice aquí con lo que hablamos en la última lección, del hecho de que muchas veces cosas feas ocurren a personas buenas? ¿Y que Cristo nos prometió tribulaciones en esta vida? Es que hay bendiciones en esta vida que vienen de obedecer a Dios. El versículo 2 promete que el hombre que trabaja, ganará su sustento. ¿Quién puede negar eso? Luego dice que el hombre de Dios disfrutará de su familia. La esposa y los hijos son una bendición para el cristiano. Para mucha gente de este mundo, no lo son. Son una carga. Pero para el hombre que ha sido fiel a Dios, su familia será la bendición más grande que tendrá sobre la tierra. Y el salmo termina con una bendición, deseando que el piadoso reciba cosas buenas. Asi que, este salmo tampoco promete una vida sin problemas. Solamente habla de que la vida es mejor para el que obedezca a Dios.
Y en el Salmo 129, vemos la otra cara de la moneda
1 Mucho me han angustiado desde mi juventud, Puede decir ahora Israel; 2 Mucho me han angustiado desde mi juventud; Mas no prevalecieron contra mí. 3 Sobre mis espaldas araron los aradores; Hicieron largos surcos. 4 Jehová es justo; Cortó las coyundas de los impíos. 5 Serán avergonzados y vueltos atrás Todos los que aborrecen a Sion. 6 Serán como la hierba de los tejados, Que se seca antes que crezca; 7 De la cual no llenó el segador su mano, Ni sus brazos el que hace gavillas. 8 Ni dijeron los que pasaban: Bendición de Jehová sea sobre vosotros; Os bendecimos en el nombre de Jehová.
La nación de Israel nació en un contexto de esclavitud y sufrimiento. Sufrieron 400 años en Egipto antes de salir para la Tierra Prometida. Pasaron 40 años vagando en el desierto antes de entrar en Canaán. Y al entrar, al serle infieles a Dios, sufrieron invasión tras invasión de ejércitos extranjeros, terminando con la destrucción de su país y un cautiverio para su gente. Sin embargo, Dios no se olvidó de ellos y los trajo de vuelta a la Tierra Prometida. Los que han sido rescatados saben que es Dios quien les ha salvado y también saben que los triunfos de sus enemigos durarán poco. Dios es justo, y tarde o temprano los hombres recibirán su recompensa de acuerdo con sus obras. En el Salmo 128, vimos las promesas para el hombre justo. En el 129, vemos las promesas para el injusto.
Estos dos salmos hablan de lo material. El salmo 130 habla de las bendiciones espirituales:
1 De lo profundo, oh Jehová, a ti clamo. 2 Señor, oye mi voz; Estén atentos tus oídos A la voz de mi súplica. 3 JAH, si mirares a los pecados, ¿Quién, oh Señor, podrá mantenerse? 4 Pero en ti hay perdón, Para que seas reverenciado. 5 Esperé yo a Jehová, esperó mi alma; En su palabra he esperado. 6 Mi alma espera a Jehová Más que los centinelas a la mañana, Más que los vigilantes a la mañana. 7 Espere Israel a Jehová, Porque en Jehová hay misericordia, Y abundante redención con él; 8 Y él redimirá a Israel De todos sus pecados.
Ciertamente de todas las bendiciones de Dios, la más grande es el perdón de los pecados. Todo hombre tiene conciencia del pecado, todo hombre sabe en el fondo de su corazón que necesita perdón. En este salmo tenemos un mensaje importante: en Dios hay misericordia y redención. Hay salvación para el hombre pecador. Nuestro Dios es lento para enojarse y pronto para perdonar.
Y nuestra respuesta debe ser lo que vemos en el Salmo 131:
1 Jehová, no se ha envanecido mi corazón, ni mis ojos se enaltecieron; Ni anduve en grandezas, Ni en cosas demasiado sublimes para mí. 2 En verdad que me he comportado y he acallado mi alma Como un niño destetado de su madre; Como un niño destetado está mi alma. 3 Espera, oh Israel, en Jehová, Desde ahora y para siempre.
Cristo dijo que el reino de Dios es para los que son como niños. Acá vemos la humildad del hombre que acepta la gracia de Dios. Vemos la paz del hombre que pone toda su esperanza en Dios.
Entonces, ¿qué hemos visto en esta nueva etapa de nuestro viaje hacia la Santa Ciudad? Que nuestra dependencia de Dios es total. Que no podemos hacer ni las cosas grandes ni las cosas pequeñas sin él. Que nuestro comer diario y nuestra felicidad en el hogar depende de él. Que dependemos de él como un niño depende de su madre. Que la mejor forma de mostrar esa dependencia es seguir sus caminos, obedecer sus preceptos.
Y, quizás lo más importante, vemos que la mejor bendición que nos ofrece es la salvación de nuestras almas por medio del perdón de nuestros pecados. Porque podemos recibir todas las bendiciones del mundo, tener toda riqueza, tener fama, dinero y salud, pero ¿qué pasa cuando esta vida se termina? Si tuviera que elegir, elegiría la vida eterna y no la felicidad pasajera. ¿Quién no?
La elección es aun más sencilla. Elegimos a Dios o al mundo. Si elegimos al mundo, puede ser que lo pasemos bien en esta vida, aunque es muy posible que no. Si elegimos a Dios, puede ser que lo pasemos bien en esta vida, aunque también puede ser que no. Pero la diferencia está en que nos quedará toda una eternidad de bendiciones después de la muerte.
¿Cuál elegirás?