Summary: Hace falta volver a ver el punto de vista de Dios sobre el divorcio para romper el ciclo de familias rotas en nuestras iglesias

Dos Llegan a Ser Uno—

y Vuelven a Ser Dos

Me acuerdo de algo que pasó cuando yo estaba estudiando en la universidad en Abilene. Un amigo mío fue a entrevistarse con una congregación en Carolina del Sur. Antes de que fuera, esta congregación mandó decir: “Prediques en cuanto a lo que quieras… menos el tabaco.” Me gustaría pensar que había algún motivo piadoso detrás del pedido, pero temo que esta gente no quería incomodarse por un sermón. Si hubieran estado convencido de su creencia, ¿por qué no querrían escuchar una lección sobre ella?

Estoy muy agradecido de que aquí no ocurriría tal cosa. Siento una libertad absoluta de predicar la Palabra con tal de que lo que predico es la Palabra de Dios. Con tal de que hable la verdad con amor.

Hoy haremos una parada en nuestro viaje por el evangelio de Lucas. Quiero tocar un tema que se menciona en Lucas 16:18, aunque el evangelio de Lucas no le dedica mucho espacio al tema. Creo que merece ser investigado. Vamos a ver qué pasa cuando dos personas llegan a ser uno… y luego vuelven a ser dos. Vamos a ver el tema del divorcio.

Abran sus Bibllias conmigo a Lucas 16, versículo 18. “Si un hombre se divorcia de su esposa y se casa con otra, comete adulterio; y el que se casa con una divorciada, también comete adulterio.”

Viendo este versículo en su context, vemos que Jesús hablaba con los fariseos sobre su falta de respecto por la Ley de Dios. En este caso, no respetaban la enseñanza de Dios sobre el divorcio.

Para los fariseos, todo el debate provino de lo que Moisés dijo en Deuteronomio 24:1 “Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, pero después resulta que no le gusta por haber encontrado en ella algo indecente, le dará por escrito un certificado de divorcio y la despedirá de su casa.”

Los dos puntos de vista principales venían de dos rabinos: el rabino Hillel y el rabino Shammai. Hillel dijo que un hombre podía dar a su esposa un “certificado de divorcio” si “no le gustaba,” sea por quemar la comida o criticarlo demasiado. Otro rabino ensenó que un hombre podía divorciarse si “encontraba otra mujer más bella que la suya.” El rabino Shammai creía que un hombre sólo podía divorciarse si había sido infiel; es decir, que “algo indecente” refería al adulterio.

Si has estudiado este tema antes, recordarás que Jesús, como dice el evangelio de Mateo, enseñó en dos ocasiones doctrina que estaba de acuerdo con el rabino Shammai, enseñando que el adulterio es motivo válido del divorcio. Yo creo, sin embargo, que hemos pasado demasiado tiempo escudriñando esa excepción. Si hubieras vivido en el primer siglo y si hubieras recibido el evangelio de Lucas, no hubieras sabido de esa “claúsula de escape.” Hemos pasado demasiado tiempo hablando de cuándo puedes y por qué puedes y no hemos hablado lo suficiente del punto de vista de Dios. ¿No será la razón por la cual el divorcio es tan común dentro de la iglesia como lo es en el mundo?

Pasemos al libro de Malaquías, el último libro del Antiguo Testamento. En Malaquías 2:13-16 se nos da un vistazo del corazón de Dios y su actitud hacia el divorcio. Oigan estas palabras:

Mal. 2:13 Pero aún hacéis más:

Cubrís el altar de Jehová de lágrimas,

de llanto y de clamor;

así que no miraré más la ofrenda,

ni la aceptaré con gusto de vuestras manos.

14 Mas diréis: «¿Por qué?».

Porque Jehová es testigo

entre ti y la mujer de tu juventud,

con la cual has sido desleal,

aunque ella era tu compañera y la mujer de tu pacto.

15 ¿No hizo él un solo ser,

en el cual hay abundancia de espíritu?

¿Y por qué uno?

Porque buscaba una descendencia para Dios.

Guardaos, pues, en vuestro espíritu

y no seáis desleales para con la mujer de vuestra juventud.

16 Porque dice Jehová, Dios de Israel,

que él aborrece el repudio y al que mancha de maldad su vestido,

dijo Jehová de los ejércitos.

Guardaos, pues, en vuestro espíritu

y no seáis desleales.

Quiero que se lleven esta enseñanza esta mañana: Dios aborrece el divorcio. Dios aborrece el divorio. Y como hijos de Dios, como imitadores de Cristo, debemos aborrecerlo tanto como él lo aborrece.

Por favor, no dejen de escucharme ni se enojen por lo que he dicho. Afortunadamente, desconozco las historias detrás de los divorcios que ocurrieron en esta congregación. Sé de algunas cosa, pero no sé los detalles en cuanto a ninguno. No estoy aquí para juzgar a nadie que se haya divorciado. Y tengo un mensaje para ustedes: Dios aborrece el divorio, pero ama a los divorciados. Y como hijo de Dios, como imitador de Cristo, debo amarlos también.

Habiendo dicho eso, necesito hablar la verdad sobre el divorcio, la verdad que se contiene en la Palabra de Dios. Y la parte central de esa verdad es: Dios aborrece el divorcio.

Una razón por la cual la cantidad de divorcios ha aumentado en los último años es que a la gente no le importa lo que Dios aborrece y lo que no aborrece. Miramos al matrimonio como lo hacían los fariseos, viendo lo como un pacto social o acuerdo de negocios. Nos olvidamos de que es un acto sagrado. Nos enredamos con los vestidos de novia, con los pasteles de varios pisos, con los autos pintados y la gente bien arreglada y nos olvidamos de que es un acto sagrado.

Para entender lo que Dios siente en cuanto al divorcio, debemos ver como ve El el matrimonio. Fíjense en lo que dice en Malaquías.

(1) Dios es testigo de los votos que hemos hecho. No hablamos mucho de los votos, sobre todo porque Jesús advirtió en cuanto a su mal uso. Pero si hablamos de los votos en el matrimonio, y debemos recordar que eso es lo que son. Votos.

Volveremos a Malquías, pero vamos a ver algo en Eclesiastés 5. Vamos a leer los primeros 7 versículos.

Ecl. 5:1 Cuando vayas a la casa de Dios, guarda tu pie. Acércate más para oir que para ofrecer el sacrificio de los necios, quienes no saben que hacen mal.

Ecl. 5:2 No te des prisa a abrir tu boca, ni tu corazón se apresure a proferir palabra delante de Dios, porque Dios está en el cielo, y tú sobre la tierra. Sean, por tanto, pocas tus palabras. 3 Porque de las muchas ocupaciones vienen los sueños, y de la multitud de palabras la voz del necio.

Ecl. 5:4 Cuando a Dios hagas promesa, no tardes en cumplirla, porque él no se complace en los insensatos. Cumple lo que prometes. 5 Mejor es no prometer que prometer y no cumplir.

Ecl. 5:6 No dejes que tu boca te haga pecar, ni delante del ángel digas que fue por ignorancia. ¿Por qué hacer que Dios se enoje a causa de tus palabras y destruya la obra de tus manos?

Ecl. 5:7 Pues,

donde abundan los sueños

abundan también las vanidades

y las muchas palabras.

Pero tú, teme a Dios.

Dios toma los votos muy en serio, y nosotros debemos hacer lo mismo. De hecho, creo que éste es el problema básico en el mundo en cuanto al matrimonio. No tememos a Dios. No pensamos en lo serio que es tomar un voto delante de Dios. Hoy la gente quiere tomar votos como “Prometo amarte hasta que se muera nuestro amor.” Dios no lo ve así.

Cuando Jesús habló de la seriedad del matrimonio en Mateo 19, sus discípulos respondieron: “Si este es el caso del hombre en relación con su esposa, no conviene casarse.” Y Jesús básicamente dijo: “Así es.” Diría lo mismo hoy en día. Si no puedes cumplir con lo que Dios exige, es mejor que no te cases. Es mejor no dejar de cumplir un voto. En Malaquías, Dios condena a la gente por ser desleales.

Volvamos a Malaquías 2. Otra cosa que vemos acerca del punto de vista de Dios.

(2) Cuando dos personas se casan, llegan a ser uno solo. Decimos “Qué metáfora tan linda. Y Dios dice, “No… qué realidad tan linda.” Dos personas llegan a ser uno. Esta es una realidad. Dios forma un nuevo ser de los dos.

Si te cuesta entender eso, quiero que pienses en cómo comenzó tu vida. Dios tomó cromosomas del cuerpo de tu padre y del cuerpo de tu madre e hizo un ser nuevo… tú. Eso es lo que ocurre físicamente. Y lo mismo ocurre espiritualmente. Dios toma a dos personsas y crea un ser nuevo… un matrimonio.

Es por eso que el cohabitar sin casarse es tan nocivo. Experimentan esa sensación de ser uno, pero tratan de sea temporario. Dios quiere unir a las personas permanentemente. Ese fue el plan desde el principio: un hombre, una mujer, juntos para la vida. Cualquier otra cosa está fuera del plan de Dios. Hubo un entonces cuando ésa fue la norma aceptada en nuestra sociedad. No había matrimonios homosexuales, ni cohabitación ni divorcios fáciles. Pero hoy en día vemos que nuestras familias se están desintegrando porque no respetamos la santidad del matrimonio.

¿Existe un momento cuando el divorcio está bien? NO. Quizás sea justificable, quizás sea necesario, pero nunca está bien. Dios aborrece el divorcio, aun en los casos raros en donde lo permite.

¿Te acuerdas de la historia de Aron Ralston del año pasado? A Aron Ralston le encanta la vida silvestre, haciendo montañismo en los lugares más aislados. En mayo del 2003, hacia trekking solo cuando una piedra enorme se deslizó y lo atrapó por el brazo. Espero cinco días esperando que lo rescataran. Al último, enfrentando la muerte por deshidratación, tomó una decisión increíble. Tomó un cuchillito de bolsillo y amputó su propio brazo, librándose y permitiendo que volviera a la civilización.

¿Cómo llega uno a una decisión así? ¿Qué tan desesperado tiene que estar uno para amputar un miembro de su cuerpo? ¿Buscarías esa solución rápidamente o primero examinarías toda posibilidad? Solamente estando cara a cara con la muerte podría un hombre hacer semejante cosa. Así debe ser el divorcio. Es un acto de desesperación, de automutilación. Es la amputación de una parte de nuestro ser. Debemos buscar esa solución en situaciones extremas únicamente.

Cuando uno toma un curso de montañismo, ¿le enseñan a amputarse el brazo? No. ¿Por qué no? Porque se supone que nunca llegarás a tal extremo de desesperación. ¿Qué pasaría si nuestra enseñanza sobre el divorcio fuera así? ¿Qué pasaría si volviéramos al momento cuando el divorcio era algo raro entre nosotros y no algo común?

Durante la guerra entre Irak e Irán en los años 80, la Fuerza Aérea Iraqí utilizaba el avión MiG-26, uno de los más avanzados de todos los tiempos. Sin embargo, sufrieron muchísimas pérdidas de aviones, aun cuando los iraníes utilizaban aviones inferiores. Los fabricantes de los MiG fueron a investigar, y uno vez leí que descubrieron lo siguiente. Esto aviones tenían una alarma que advertía cuando un misil tenía al avión en su sistema de guía electrónico. Este alarma estaba diseñado para advertirle al piloto para que pudiera hacer las maniobras necesarias para esquivar el misil, lo cual era muy posible con estos aviones. Pero los iraquíes reaccionaban de otra forma. ¡Se saltaban del avión! Se salvaban pero perdían los aviones sin necesidad de hacerlo.

¿Nos estamos saliendo de nuestros matrimonios cuando debemos estar salvándolos? ¿Es más fácil “saltar” que hacer que nuestros matrimonios vuelan más altos? ¿Por qué será que en un entonces 90% de nuestros matrimonios duraban toda una vida, pero ya no es así?

Aprendí una lección de vida una vez de un muchacho universitario que ni siquiera conozco su nombre. Yo tenía unos 8 ó 9 años y tomaba clases de natación de la Cruz Roja. Llegó el día para la prueba para pasar de Principiantes Avanzados al grupo de Intermedios. Cada niño tomaba su turno para realizar distintos ejercicios mientras cruzamos al otro lado de li pileta y volvíamos. Cada chico que lo había intentado antes de mí había fracasado. Una niña llegó al otro lado, pero no pudo volver. Llegó mi turno, y comencé a nadar, esperando el momento en que yo también tendría que parar. Llegué a cierto punto y sentí ese ardor en la nariz cuando el agua entra las fosas nasales. Dejé de nadar y agarré el borde de la pileta. Este muchacho se paró encima mío y me preguntó, “¿Por qué paraste?” Le di la respuesta obvia: “Entró agua en mi nariz.” En ese momento dijo una sola cosa que me quedó hasta el día de hoy: “¿Y qué?” En ese momento me di cuenta de que no “tenía de parar” sino que había elegido parar. Aprendí que muchas veces terminar algo depende del grado de determinación de dejar de hacerlo. Como pueden adivinar, la próxima vez fui el primero en la clase en aprobar la prueba. Y cuando lo hice yo, varios más lo hicieron.

¿Qué tiene que ver con el divorcio? Creo que necesitamos cuestionar nuestras razones y nuestros motivos por darnos por vencidos con nuestros matrimonios. ¿Estamos abandonando demasiado pronto? ¿Hemos perdido esa determinación de terminar lo que hemos comenzado?

También pienso en el ejemplo que damos a otros. Una de las razones por las cuales yo quería enseñar sobre este tema es algo que pasó el año pasado en la clase de los adoloscentes. Yo enseñaba esa clase un miércoles y les pedí que pensaran el futuro, en lo que estarían haciendo dentro de 10 años. No puedo olvidarme de las palabras de unos de los chicos que se crió en esta iglesia: “¡Diez años! Para ese entonces estaré casado. Quizás me haya divorciado dentro de diez años.” ¿Queremos que nuestros jóvenes piensen así? ¿Queremos que entren en sus matrimonios pensando que el divorcio es algo muy posible para ellos y su futuro? ¿O queremos algo mejor para ellos?

Albert Einstein dio esta definición de la locura: “Locura: hacer la misma cosa vez tras vez y esperar resultados diferentes.” Fíjense en nuestra iglesia. Fíjense en nuestras familias. ¿Es esto lo que queremos? Si no, tenemos que hacer algo distinto.

Tenemos que romper el ciclo. Aunque nos duela, nuestra generación tiene que admitir que estuvimos equivocados, que no hemos visto el matrimonio como Dios lo ve. Tenemos que enseñar a nuestros jóvenes que el pueblo de Dios no es como el mundo, que nuestros matrimonios son de por vida.

Déjenme contarles otra cosa que escuché en la clase de los jóvenes hace poco. Cuando hablábamos del sexo fuera del matrimonio, un joven preguntó: “¿Por qué nos preocupamos tanto por el sexo fuera del matrimonio cuando los matrimonios terminan en el divorcio?” ¿No ven lo que hemos hecho? Hemos robado a nuestros jóvenes, quitándoles el concepto de la santidad del matrimonio. Les hemos robado de la esperanza de “hasta la muerte nos separe.”

Si te molesta que no haya hablado más esta mañana en cuanto a las excepciones, que no haya dedicado más atención a los momentos raros cuando el divorcio es la solución, piensa en nuestros jóvenes. Escucha las palabras que salen de sus corazones. La próxima vez que escuches de una joven que quedó embarazada, piensa en quién le enseñó que el matrimonio era algo trivial. La próxima vez que una pareja decide cohabitar en vez de casarse, recuerda dónde aprendió esa lección.

Tenemos que romper el ciclo. Ya hemos hablado lo suficiente de los “excepto” y los “En el caso de” y los “qué pasa cuando.” Es hora de enseñar un mensaje claro sobre el divorcio: Dios aborrece el divorcio. Tenemos que pedirles perdón a nuestros hijos y decirles que nos equivocamos. Tenemos que enseñar a nuestros hijos que el divorcio no es cristiano. Tenemos que estar firmes y enseñar esa lección, aunque nos avergüence, aunque nos duela. Tenemos que romper el ciclo.