Lc. 10:30-35
Un hombre judío iba de Jerusalén a Jericó. Eran, aunque en nuestros tiempos parece poco, 17 millas, y 17 millas a pie. El terreno era pedregoso, y los ladrones se escondían en él fácilmente. Se consideraba, aún en aquellos tiempos, especiálmente peligroso.
Mientras caminaba, unos ladrones lo atacaron, lo asaltaron, le quitaron toda su ropa, su dinero y sus pertenencias; tanto así, que pensaban que estaba muerto.
Poco después un sacerdote pasó por el mismo camino, y al ver al hombre, lo ignoró, cruzó al otro lado y pasó de largo. El levita hizo igual.
La responsabilidad principal de un sacerdote judío era ofrecer sacrificios. La de un levita era asistir en el mantenimiento de los servicios del templo y su orden.
Hay personas que sugieren, que tanto el sacerdote como el levita, no ayudaron al hombre, porque pensaban que estaba muerto y temían contaminarse rituálmente. Esto no es legítimo; ambos descendían de Jerusalén porque habían terminado con sus responsabilidades religiosas. Aquellos dos hombres o “siervos de Dios”, estaban símplemente sin excusa.
Ahora, un hombre de Samaria, un samaritano a quienes los judíos consideraban enemigos, lo vió y sintió compasión por él. Puso a un lado los sentimientos de hostilidad entre los dos pueblos, para hacer algo por aquel hombre en necesidad. Sintió una piedad y una simpatía tan profunda, que se dió a sí mismo para ayudarlo.
Dice la Biblia que se acercó a él, arrodillándose a su lado. Le curó las heridas con vino para desinfectarlas y aceite para aliviarlas. Las vendó, posíblemente usando su propia ropa, y lo puso en su burrito. Lo llevó a un mesón y lo cuidó durante toda la noche. En la mañana sacó dos denarios, dos monedas de plata que equivalían a dos días de trabajo, y le pidió al dueño del mesón que cuidara de él. Si gastaba más de lo que le había dado, al regresar se lo reembolsaría.
No hubo nada que aquel hombre no estuviera dispuesto a hacer, para servir a su prójimo.
- Interrumpió su viaje y cambió sus planes;
- Usó de lo que necesitaba para la jornada
para sanar sus heridas: vino, aceite y
piezas de ropa.
- Lo puso en su propio burrito y estuvo
dispuesto a caminar;
- Le pagó al dueño del mesón de su propia
bolsa.
Reconoció que aquel hombre estaba en grande necesidad, y dió de lo que tenía, dió de sí mismo, para servirle y ayudarle.
La sexta y última disciplina de un discípulo de Cristo es MINISTRAR O SERVIR A OTROS. Jesús nos llama, personálmente como seguidores, a servir y ministrar a la humanidad. A romper los estándares del mundo, y servir a otros antes de a nosotros mismos.
“Servir es hacer por alguién lo que él o ella no puede hacer fácilmente por sí mismo.” La tarea pudiera ser tediosa y consumir mucho tiempo. Pudiera ser simple, no digna de ser reconocida; pero si ayuda a alguién, Cristo es glorificado.
Como dijo la Madre Teresa, “No podemos hacer cosas grandes; solo cosas pequeñas con gran amor.”
¿Como sirves a otros? ¿Qué te guía a hacer el ser un discípulo de Cristo? Tus oportunidades para servir a otros sacrificiálmente, no tienen fin.
OREMOS