El domingo pasado el ejército de los Estados Unidos atacó a Afganistán dando inicio a nuestra guerra larga contra el terrorismo. No sabemos cuánto va a durar esta lucha. Sólo sabemos que va a ser una lucha larga y difícil.
Esta mañana, San Pablo exhortó a Timoteo a “pelear la buena batalla de la fe”, a entrar en la guerra contra el pecado. Es interesante notar que el griego tiene la idea de una lucha continua, o sea, que estemos constantemente peleando esa buena batalla. De hecho, Pablo le dice a Timoteo que nuestra lucha va a continuar hasta “la aparición de nuestro Señor Jesucristo” en el fin del mundo. Pero no sabemos en qué día va a volver. Sólo sabemos que va a ser una lucha larga y difícil.
Entonces, esta mañana vamos a hablar de nuestra lucha constante, de nuestra buena batalla de la fe. En el texto para esta mañana San Pablo nos dice tres componentes importantes de esta buena batalla: 1) que “echemos mano de la vida eterna”, 2) que imitemos a Dios y 3) que estemos contentos.
I. Echamos mano de la vida eterna.
Pablo le dice a Timoteo en el versículo 12: “Echa mano de la vida eterna, a la cual asimismo fuiste llamado, habiendo hecho la buena profesión delante de muchos testigos.” ¿Buena profesión? ¿Muchos testigos? ¿De qué está hablando Pablo aquí? Está haciendo referencia al bautismo de Timoteo. Es que Timoteo se bautizó como adulto, y así como todavía es nuestra costumbre hoy en día, Timoteo confesó su fe antes de bautizarse. Es interesante notar que las confesiones de fe que hicieron esos primeros cristianos en su bautismo formaron la base de lo que es el Credo Apostólico que usamos hoy en día. Cada vez que decimos el Credo Apostólico, estamos confesando la fe en que fuimos bautizados.
Entonces, Pablo está exhortando a Timoteo y a nosotros a que nos aferremos a la vida eterna que recibimos por medio de nuestro bautismo. Por medio de agua y Palabra, renacemos, es decir, que nosotros quienes estábamos muertos en nuestros pecados, recibimos una nueva vida por medio del sacramento del santo bautismo. Y ahora por medio de la fe que recibimos en el bautismo, también tenemos la vida eterna. Verdaderamente se puede decir que Dios es el dador de vida como vemos en el versículo 13.
Pero ahora, una parte importante de nuestra lucha constante en este mundo es siempre estar aferrándonos a esa salvación para nunca dejarla. Quiero contarles una historia sobre un niño de tres años que vivía en Minnesota. ¿Alguien aquí ha estado en Minnesota? Bueno, yo les digo que en el invierno hace mucho frío allá. De hecho, las calles y las banquetas se llenan de hielo y son muy deslizadizas. Bueno, como les dije, hubo un niño de como tres años que salió a caminar con su papá. El papá le preguntó: “¿Quieres que te tome la mano para que no te caigas?” El niño le dijo que no, que él pudo solo. Adivinen que pasó. Se cayó, ¿verdad? Entonces el niño le dije a su papá, “Bueno, papi, yo tomaré la mano tuya.” Pero sus manos eran tan chiquitas que pronto se cayó de nuevo. Por fin el niño le dijo a su papá muy apenado, “Papi, ¿puedes tomar mi mano?” Y con su mano grande y fuerte el papá agarró la mano pequeña de su hijo y nunca la dejó.
Dado que nosotros somos pecadores, dado que somos débiles, no podemos agarrar bien la salvación que hemos recibido. San Pablo advirtió a los corintios: “Si alguien piensa que está firme, tenga cuidado de no caer.” Entonces, ¿cómo agarramos bien la salvación que Dios nos ha dado? Pablo le dijo a los filipenses que todo lo podemos en Cristo que nos fortalece. Y, ¿cómo nos fortalece Cristo? Mediante su Palabra y Sacramentos, ¿verdad? En el fin de la carta a los efesios, Pablo nos anima a poner nuestra armadura espiritual para pelear la buena batalla de la fe. Y nos dice que nuestra espada en esta lucha es la Palabra de Dios. O sea, Dios por medio de su Palabra nos da la fuerza. Por medio de su Palabra él nos protege y nos agarra bien a nosotros. Nos mantiene en la verdadera fe por medio de su Palabra y Sacramentos. Usan estos medios de gracia y Dios les dará la fuerza para poder aferrarse a la salvación que tienen aun en medio de las batallas más feroces.
Y ahora que hemos recibido la salvación en nuestro bautismo, ahora que tenemos la seguridad de que somos hijos de Dios y herederos de la vida eterna, vamos a luchar contra el pecado para agradecerle. Lucharemos contra nuestros enemigos: el diablo, el mundo y nuestra naturaleza pecaminosa, los cuales quieren quitar nuestra salvación. Sencillamente, vamos a luchar para ser imitadores de Dios.
II. Imitemos a Dios
Después de hablar de que tan peligrosa es la avaricia, Pablo le dice a Timoteo en el versículo 11: “Pero tú, hombre de Dios, huye de estas cosas y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la paciencia, la mansedumbre.” Son características de Dios. Nuestra lucha es para ser imitadores de Dios.
Seguimos la justicia, es decir, queremos guardar perfectamente su ley. Y otra vez, no lo hacemos porque tenemos que hacerlo para no ser castigados, sino gozosamente para agradecer a Dios por la salvación que nos ha dado. También seguimos la piedad. Aquí no está hablando de la compasión, sino de la devoción. La palabra griega literalmente significa “la buena adoración”, o sea, que Dios quiere que seamos muy devotos a él. Seguimos la fe. Si un soldado no come por varios días, ¿tendrá la fuerza para luchar en la batalla? Obviamente no, ¿verdad? La Palabra de Dios es la comida espiritual que alimenta nuestra fe. Entonces, ¿cómo pretendemos que vamos a tener las fuerzas para pelear la buena batalla de la fe sin estar constantemente en ella? Seguimos el amor. El amor: la palabra que resume toda la ley de Dios. Nuestra lucha es para mostrar amor a Dios y a nuestro prójimo, aún a los que nos maltratan. Seguimos la paciencia. La palabra griega literalmente significa: “quedarse bajo”, o sea, que en esta lucha larga y difícil, tendremos paciencia y resistencia bajo la presión. La carga muchas veces es pesada; la enfermedad y la muerte siempre nos rodean; andamos por la valle de la sombra de muerte. Pero seguimos pacientemente sabiendo que sólo es por un tiempo y que el cielo nos está esperando al otro lado. Y finalmente, seguimos la mansedumbre. Intentaremos mostrar el amor y la comprensión en todo lo que hacemos.
Esa es nuestra lucha. Con corazones agradecidos por la vida eterna que Dios nos da, lucharemos para ser imitadores de él.
III. Estemos contentos.
Y San Pablo aquí en el texto enfoca en un aspecto en particular de nuestra lucha espiritual. Dice en el versículo 6: “Pero gran ganancia es la piedad (otra vez la devoción a Dios) acompañada de contentamiento.” ¿Quién quiere ser millonario? Bueno ahora, mientras hablemos sobre el estar contentos, hay que aclarar algo importante: el dinero y los bienes son regalos de Dios. Son bendiciones. Entonces, podemos recibirlos con gozo. Dios quiere que trabajemos duros para ellos y quiere que le pidamos todo lo que desean nuestros corazones.
Entonces, ¿de qué habla Pablo aquí? Pues realmente es una cuestión de actitud, una cuestión de prioridades. ¿Qué es lo más importante para ti? Bueno, dado que Dios nos ha dado la vida eterna, dado que él es el Rey de los reyes y el Señor de los señores, él quiere ser el número uno en nuestra vida. Pero, ¿realmente tiene primer lugar en nuestros corazones? Trabajamos tanto, enfocamos toda nuestra energía en conseguir buenas casas, nuevos carros, en dar a nuestros hijos todo lo que nosotros no teníamos. Pero es una trampa. El tener todas esas cosas no trae la verdadera felicidad.
Leamos de nuevo los versículos nueve y diez: “Pero los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas que hunden a los hombres en destrucción y perdición, porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe y fueron atormentados con muchos dolores.” Es una trampa. Al fin de cuentas, no podemos llevar esas cosas con nosotros. Y aun mientras estamos aquí, no nos traen la verdadera felicidad. ¿Cuál familia no sufre si los papás trabajan todo el tiempo y no pasan tiempo juntos como pareja o con sus hijos? ¿Cuál niño no sufre si los papás lo echan a perder dándole todo lo que pide? Teniendo sustento y abrigo, estemos ya satisfechos, porque Dios siempre proveerá todo lo que necesitamos. Porque la verdad es que no necesitamos el cable, un mercedes, una casa grande, el super nintendo, o un trabajo que paga mucho dinero. No necesitamos tales cosas para ser felices.
Dejenme contarles una historia acerca de un negociante americano quien estaba visitando a México. Estaba en la playa de un pueblo pequeño en la costa cuando de repente llegó un señor mexicano en su balsa, en su lanchita pequeña. El hombre era pescador y traía unos peces grandes en su barquita. El americano le preguntó cuánto había tardado en pescarlos. El mexicano respondió que no mucho tiempo. El americano entonces le preguntó por qué no quedó más tiempo para pescar más. El mexicano le dijo que tenía lo suficiente para las necesidades inmediatas de su familia. Entonces el americano le preguntó, “Y, ¿qué haces con el resto de tu tiempo?” El pescador le respondió, “Pues, me levanto tarde, pesco un poco, juego con mis hijos, tomo una siesta en la tarde con mi esposa y luego voy a la plaza de mi pueblo para tomar un poco de vino y tocar la guitarra con mis amigos. Tengo una vida sumamente llena, señor.”
Asombrado, el americano le dijo, “Yo me gradué de Harvard con una licencia en negocios y te puedo ayudar. Debes pasar más tiempo pescando y con el dinero que ganas de lo que pescas, puedes comprar una barca más grande, y con el dinero que ganas de eso puedes eventualmente comprar varias barcas. En vez de vender los peces a un vendedor, tú mismo puedes venderlos a la fábrica de conservas, hasta que algún día tienes para comprar tu propia fábrica. Después, vas a tener que salir de este pueblo y mudarse al México D.F., y luego a Los Angeles y finalmente a Nueva York en donde controlarás tu gran empresa.”
Y el pescador preguntó al americano: “Y, ¿en cuánto tiempo podría lograr todo eso?”
“Más o menos 15 a 20 años,” dijo el americano.
“Y después, ¿qué?”
Se rió el americano y le dijo, “Esa es la mejor parte. En el momento correcto venderás tu empresa y llegarás a ser un hombre rico, un millonario.”
“¿Un millonario? Y después, ¿qué?”
“Entonces, te jubilarías,” siguió el americano, “te mudarías a un pueblo pequeño en la costa en donde te levantarías tarde, pescarías un poco, jugarías con tus hijos, tomarías siestas con tu esposa e irías al pueblo para tomar uno poco de vino y tocar la guitarra con tus amigos.”
El punto es que el dinero y los bienes no traen la verdadera felicidad. Son bendiciones de Dios las cuales él quiere que disfrutemos, pero también pueden llegar a ser una trampa, una tentación. No debemos obsesionarnos tanto con la idea de ser ricos, de llegar “a la cima” en este mundo que no tenemos tiempo para lo importante: para Dios y su Palabra. Nuestra lucha no es para enriquecernos, sino para ser imitadores de Dios. Si Dios decide bendecir nuestro trabajo y darnos bendiciones físicas, pues, que lo agradezcamos. Pero no debe de ser nuestra meta principal en este mundo.
Porque como cristianos, ya somos más ricos que aún Donald Trump o Bill Gates. Tenemos tesoros en el cielo que nos están esperando. Nuestra lucha es para agarrar bien ese tesoro. Pero si nuestras manos están llenas aferrándonos a las cosas de este mundo, ¿cómo vamos a poder aferrarnos a nuestra salvación?
Mis hermanos, Dios nos ha dado el cielo. Tenemos perdón por las muchas veces que nuestras prioridades están mal. Entonces, con corazones agradecidos, que tomemos la espada que es la Palabra de Dios, entremos en la lucha, seamos imitadores de Dios, y estemos contentos. ¡Que peleemos la buena batalla de la fe! Amén.