“Clariza, ¿has visto mis llaves?” Cada unos días se escuchan esas palabras en mi casa. Y luego empieza la búsqueda: bajo el sofá, en la cocina, en mi oficina, entre la ropa sucia. Como locos las buscamos porque como siempre ando tarde para una cita. Cuando de repente se escuchan las gloriosas palabras: “Aquí están.” Que alivio...
Esta mañana nuestro Señor Jesucristo nos va a contar dos parábolas, una sobre una oveja perdida y otra sobre una moneda perdida. Y quiero que presten atención a que tan importante era para el pastor y la mujer de las parábolas encontrar sus bienes perdidos y luego el gozo que se sintieron al encontrarlos. Entonces, leemos de San Lucas el capítulo 15...
Hoy vamos a meditar sobre el siguiente tema: Jesús recibe a los pecadores. Jesús recibe a los pecadores. Esta es una invitación a confiar en él y es una exhortación a predicar sobre él.
I. Es una invitación a confiar en él
Vamos a tomar un examen rápido. Tengo unas preguntas para ustedes:
– ¿Saben qué es un fariseo? Los líderes religiosos, hombres muy “santos” ante los ojos del pueblo... pero también eran santurrones, confiando en sus propias obras en vez de la misericordia de Dios. No querían admitir que eran pecadores.
– ¿Qué es un publicano? Un cobrador de impuestos, el peor de los pecadores. Se habían traicionado a sus paisanos para trabajar por el imperio romano y eran odiados porque mayormente eran políticos corruptos... ladrones.
– ¿Qué es una parábola? Una historia terrenal con un significado celestial. Una ilustración para enseñarnos de Dios y su reino.
Muy bien...
Bueno, los fariseos, para mantenerse puros e intachables ante los ojos del pueblo nunca se acercaron a los publicanos, prostitutas o otros “pecadores”. Entonces, el hecho de que Jesús hablaba con ellos, comía con ellos y hasta se hospedaba con ellos fue insoportable. En el texto para esta mañana, Jesús está en el camino a Jerusalén por última vez para cumplir con su misión de sacrificarse en la cruz por los pecados del mundo. Y en el camino se le acercan unos publicanos y pecadores... Y bueno, después de tres largos años de lo mismo, los fariseos ya no aguantan más. Se murmuran contra él: “¿Cómo puede un hombre que supuestamente es tan santo, juntarse con la basura de nuestra sociedad?”
Y entonces Jesús le cuenta las dos parábolas del texto. En la primera, un pastor que tiene cien ovejas pierde una. Y esta oveja le era tan importante que dejó a las demás ovejas en el desierto para buscarla. Y al encontrarla, estaba tan feliz que invitó a todos sus amigos y vecinos para celebrar con él.
La otra parábola trata de una mujer pobre que tenía 10 dracmas. Una dracma fue una moneda griega de plata que valía más o menos el trabajo de un día. Y al perder una de sus dracmas, la mujer la buscó por toda la casa... así como muchos de nosotros cuando perdemos la cartera o las llaves. Y al encontrar la moneda, estaba tan feliz que invitó a todas sus amigas y vecinas para celebrar con ella.
Y Jesús nos dice el punto de estas dos ilustraciones. “Os digo que así habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente, que por noventa y nueve justos que no necesitan de arrepentimiento... Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios por un pecador que se arrepiente.”
Jesús recibe a los pecadores. De hecho, Jesús recibe gozosamente a los pecadores. Hay una fiesta en el cielo cada vez que un solo pecador se arrepiente y llega a creer en él. No vino al mundo para salvar a los justos, sino a los pecadores. Y que bien, porque eso quiere decir que aceptará aun a nosotros.
Hay que tener cuidado de no pensar como los fariseos del texto para esta mañana. Porque nosotros necesitamos a Jesús. Todos nacemos perdidos en el pecado, pero Cristo nos buscó en nuestro bautismo y nos hizo sus hijos queridos. Y hubo una fiesta en el cielo.
En nuestra vida tenemos épocas en que nos hemos flaqueado en nuestra fe hasta que unos la han perdido. Pero por medio de su evangelio, Cristo nos ha buscado y nos ha regresado a su rebaño. Y hubo una fiesta en el cielo.
Aunque asistimos a la iglesia, aunque somos cristianos, cada rato mentimos, nos enojamos, nos preocupamos, hablamos mal de otros, etc. Pero Cristo por medio de su Palabra nos llama a arrepentirnos y a confiar en él. Y gozosamente nos recibe a nosotros pecadores. Y hay una fiesta en el cielo.
San Pablo en la segunda lectura para esta mañana escribió: “Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.” O sea, el peor de los pecadores. Pero San Pablo era el mejor misionero de todos los tiempos. Sufrió encarcelamiento, burlas, azotes y la muerte en vez de negar a su Salvador. Tenía que estar exagerando un poco, ¿verdad?
Pero no, acuérdense de que Pablo antes persiguió a la iglesia y encarceló a los cristianos. Estuvo presente en la muerte de Esteban dando su aprobación. Y aun después de su conversión, no dejó de ser pecador. Tenía sus pecados escondidos de pensamiento y de corazón que nadie podía ver. Él mismo dijo que lo malo que no quería hacer, eso lo hizo, y lo bueno que quería hacer, eso no lo hizo. San Pablo realmente se consideraba el peor, el primero de los pecadores.
Y bueno, cada uno de nosotros conoce sus pecados escondidos que nadie más ve. Cada uno de nosotros tiene que confesar que soy el primero entre los pecadores. Pero lo podemos decir sin miedo, así como Pablo, porque Jesús vino para salvar a los pecadores. Siempre nos recibe a nosotros los pecadores. No importa que tan grave sea el pecado, porque Cristo ya sufrió el castigo de ese pecado en la cruz. Ante los ojos de Dios, ya no somos pecadores, sino justos. Somos sus ovejas queridas.
Jesús recibe a los pecadores. ¡Que alivio! ¡Que consuelo! Esta es una invitación a confiar en él. Y también es una exhortación a predicar sobre él.
II. Una exhortación a predicar sobre él.
Por más que una semana buscaron sobrevivientes entre los escombros del World Trade Center. Bomberos, policías, y hombres del rescate buscaron con desesperación para encontrar algún sobreviviente del desastre. No querían rendirse; no podían.
Pues, el pastor y la mujer de las dos parábolas para esta mañana buscan a sus bienes con el mismo fervor. El pastor dejó a las otras ovejas en el desierto para buscar a la perdida. La mujer limpia toda la casa, buscando con diligencia su moneda. Y, ¿saben qué? El pastor y la mujer de las parábolas representan a Jesús.
Es que Jesús no solamente recibe a los pecadores, sino activamente y con fervor los busca. Y, ¿cómo busca a los pecadores? Pues, buscó a San Pablo en el camino a Damasco, apareciendo a él en una gran luz. Pero por lo general, no busca a los pecadores así, ¿verdad? Entonces, ¿cómo los busca?
Jesús busca a los pecadores por medio de su Palabra y sacramentos. Por medio de las buenas nuevas del evangelio, anuncia al mundo que él recibe a los pecadores, que por su muerte en la cruz todos pueden encontrar paz y perdón en sus brazos. Pero nadie va a escuchar estas buenas nuevas si no hay quien les dice. San Pablo escribió a los romanos: “¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? ¿Y cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique?”
Es por eso que Cristo nos manda a todos nosotros: “Id y predicad el evangelio a toda criatura.” No es solamente el trabajo del pastor, sino de cada cristiano compartir su fe con los demás. Al ver que Dios nos ha buscado y nos ha recibido a nosotros, ahora él quiere que vayamos y busquemos con el mismo fervor a los demás perdidos.
Y hay muchas oportunidades. Pueden invitar a sus amigos a asistir contigo a la iglesia.
Pueden hablar del consuelo y fortaleza que tenemos en Cristo con sus vecinos que están batallando con las tragedias del once de septiembre. Pueden ser luces del amor de Cristo, recibiendo a todos en amor.
Les pregunto: si una persona sucia y que huele feo viene a nuestra iglesia, ¿cómo reaccionarías? Si entra por esas puertas una prostituta o un homosexual y se sienta a tu lado, ¿hablarías con esa persona?
Jesús recibe a los pecadores. Nos ha recibido aun a nosotros. Y ahora quiere que recibamos a los demás. Quiere que busquemos con fervor al perdido para que sea parte de la familia de Dios. Y tenemos muchas oportunidades aquí en Doral. Viven aquí más que 15,000 personas y muy pocos de ellos asisten a una iglesia. Están perdidos. Entonces, que los busquemos con la Palabra de Dios para que hayan más fiestas en el cielo.
Jesús recibe a los pecadores. Para nosotros estas palabras dan mucho consuelo y paz. Siempre podemos encontrar perdón en los brazos de nuestro Salvador. Y viendo ese amor por nosotros y el fervor con que Dios busca a los pecadores, que también compartamos el amor de Dios con los perdidos... sea con nuestros vecinos, amigos o familiares. Porque Jesús siempre recibe a los pecadores. Amén.