Hace ya nueve meses, enviamos unas postales anunciando la gran apertura de nuestra iglesia aquí en Doral. La primera postal que enviamos tenía la foto de una joven diciendo: “Cuando dejé de asistir a la iglesia de mis papás, pensé que nunca regresaría. Para mi la iglesia consistía solamente en reglas, ropa incómoda, y el intento de quedarme despierta. Consistía en ver a mis papás comportarse como santos el domingo y como pecadores los otros seis días de la semana. La iglesia no era para mí.”
¿Qué significa ser un cristiano? ¿Quiere decir que voy a asistir a la iglesia todos los domingos? ¿Es la repetición de los ritos; diciendo el Padrenuestro, el Credo; cantando unos himnos alentadores; luchando para mantenerte despierto durante el sermón? ¿Eso es lo que significa ser un cristiano? ¿Es nada más un compromiso de los domingos por la mañana?
Esta mañana, el apóstol Pablo nos va a exhortar a que seamos cristianos todos los días de la semana: veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Como se dice en inglés: 24/7. Entonces, leemos de la carta de San Pablo a los Romanos, el capítulo doce (Romanos 12:1,2,17-21)...
I. Por las misericordias de Dios...
San Pablo aquí nos ruega, nos exhorta a presentar nuestros cuerpos como sacrificios vivos, a ser transformados, a ser cristianos: 24/7. La palabra usada aquí en el texto para decir “rogar” es la misma que se usaba en los días pasadas para exhortar a las tropas para que entren en la batalla.
Y la verdad es que es muy difícil animar a las tropas a que entren en la batalla – a que enfrenten la muerte – si no saben para qué están luchando o por qué están allí. Necesitamos la motivación, algo que nos anima, una razón para entrar en la lucha larga contra el pecado. Y San Pablo nos da esa razón, animándonos a entrar en la batalla: “por las misericordias de Dios”.
El profeta Jeremías nos dice que las misericordias de Dios, su compasión que el pecador no merece, es nueva todas las mañanas. Cada día, 24/7, Dios nos concede ropa y comida, casa y hogar... cable y el internet. Cada día, 24/7, Dios nos cubre con la colcha consolante del perdón y salvación.
No la merecemos. Somos los que cantamos alabanzas a Dios el domingo, confesando su santo nombre, y de repente cambiamos entre semana. Somos los que usamos malas palabras para que nuestros amigos piensen que somos buena honda. Somos los que vemos cosas que no debemos en la televisión y el internet. Somo los que oramos por nuestro prójimo el domingo y luego el lunes destruimos su reputación con nuestros chismes. Somos los que confiamos en Dios con todo el corazón el domingo por la mañana, pero para la noche no nos podemos dormir por nuestras dudas y preocupaciones. Somos pecadores 24/7, o sea, veinticuatro horas al día, siete días a la semana.
Pero es precisamente por eso que las misericordias de Dios son tan consolantes. Cuando Cristo murió en la cruz, él sufrió el castigo por todos los pecados que ibamos a cometer. El perdón de Dios nos cubre completamente como una colcha caliente en la noche fría. Cada día vemos esas misericordias, su amor y su protección en nuestra vida. Y más importante, nos da nuestro hogar eterno en la perfección en donde gozaremos de su presencia 24/7 – para siempre.
Entonces, con nuestros ojos fijados en su amor y misericordia, Dios ahora quiere que entremos en la batalla, que peleemos la buena batalla de la fe para agradecerle por todo lo que nos ha dado en su misericordia. Nos promete dar la fuerza y promete estar con nosotros cada paso del camino. Y entonces, por las misericordias de Dios, que enfrentemos a nuestro enemigo en el campo de la batalla, que peleemos esa buena batalla de la fe.
II. Nos transformemos
Y hacemos eso al presentar nuestros cuerpos como sacrificio vivo y agradable a Dios – es nuestro verdadero culto, es decir, nuestra verdadera adoración. No solamente se debe adorar a Dios los domingos, sino todos los días. La adoración embarca mucho más que oraciones e himnos. Dios quiere que le adoremos 24/7, que le ofrezcamos nuestros cuerpos, corazones y mentes – nuestro ser. San Pablo escribió a los corintios: “Ya sea que coman o beban o hagan cualquier otra cosa, háganlo todo para la gloria de Dios.” Todo lo que hacemos como cristianos para agradecer a Dios por sus misericordias es parte de nuestra adoración – nuestro verdadero culto. Entonces, piensen en eso la próxima vez que estén en el internet o vean la televisión o estén hablando con sus amigos. ¿Estoy dando gloria a Dios por lo que estoy haciendo?
Es que cuando Dios nos dio la fe, una transformación ocurrió, o sea, que Dios realmente es quien empezó esa guerra dentro de nosotros. Antes de creer no hubo lucha porque nosotros hicimos lo que queríamos, buscando nuestro propio bien, actuando como egoístas. Pero por medio de Palabra y Sacramentos, el Espíritu Santo ha entrado en nuestros corazones. Ahora tenemos ese cristiano dentro de nosotros el cual está constantemente luchando contra nuestra naturaleza pecaminosa y el mundo pecaminoso.
Y esta guerra en que estamos involucrados es una lucha constante. El Presidente Bush, hablando de la guerra que vamos a emprender contra el terrorismo, ha dicho que nos debemos preparar para una pelea larga y difícil. Debemos estar preparados también para una pelea larga y difícil contra el pecado. Al llegar a ser cristianos, no hemos llegado a ser perfectos y libres de tentación. Hemos sido declarados inocentes y Dios nos ha dado el cielo, pero todavía estamos en la lucha aquí en este mundo – una lucha que durará toda nuestra vida aquí.
Es por eso que es tan importante asistir a la iglesia los domingos. Es por eso que es tan importante estudiar la Palabra de Dios en sus hogares durante la semana. Porque Dios por medio de su Palabra y los sacramentos nos renueva, como dice el texto, es decir que por estos medios de gracia, Dios nos da la fuerza para pelear la buena batalla de la fe contra nuestros enemigos poderosos: el diablo, el mundo y nuestra naturaleza pecaminosa. Además, por medio de esa misma Palabra Dios nos enseña lo que quiere que hagamos para agradecerle, para que como dice el texto: podamos comprobar cuál es la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.
Y aquí en el texto tenemos un ejemplo de qué es la buena voluntad de Dios para nosotros. En los versículos 17 al 21, Dios nos dice cómo quiere que reaccionemos a los ataques malvados y odiosos de nuestros enemigos.
III. Vencer el mal con el bien
“¡No es justo!” Que tan fácilmente salen esas palabras de nuestras bocas. “¡No es justo! La mamá de Enrique lo va a dejar ir a la fiesta.” “¡No es justo! Si mi esposo no me va a tratar bien, no debo sentirme mal por engañarlo.” “¡No es justo! Nuestros enemigos no pueden atacar nuestra nación sin recibir su merecido.” “¡No es justo!”
Dentro de cada uno de nosotros anhelamos la justicia. ¿Es malo eso? Pues, Dios quiere que odiemos lo malo y que amemos lo bueno. Como leímos en la primera lectura para esta mañana, hay salmos llamados imprecatorios los cuales ruegan a Dios que castigue a nuestros enemigos. Entonces, ¿se está contradiciendo Dios al decir aquí que no debemos vengarnos de nuestros enemigos, sino amarlos, orar por ellos y ayudarles en todo?
San Pablo nos dice la respuesta aquí en el texto: “Mía es la venganza, yo pagaré, dice el Señor”. Tenemos un Dios justo el cual odia el pecado y siempre lo va a castigar. Por eso estamos tan agradecidos que en su amor él castigó a Cristo en vez de castigar a nosotros. Sin embargo, los que rechazan a Jesús tendrán que enfrentar el justo juicio de Dios. Como cristianos, nosotros ahora también odiamos el pecado y nos regocijamos en el hecho de que Dios lo castiga... pero no nos toca a nosotros castigarlo.
La asombrosa verdad es que Dios en su amor quiere que todos sean salvos y que vengan al conocimiento de la verdad. Quiere que los malos busquen el perdón en él. Sus pecados sí merecen castigo, pero otra vez, Cristo sufrió ese castigo. Entonces, está bien que deseemos la justicia y que odiemos la maldad. Pero a la vez, Dios quiere que mostremos amor a nuestros enemigos, orando por ellos y compartiendo con ellos el precioso evangelio. Aun si llegan a creer, se hará justicia. Su pecado todavía fue castigado, porque Dios castigó a su hijo por los pecados del mundo.
Entonces, apliquemos eso a lo que pasó el once de septiembre: podemos estar enojados. Debemos odiar ese pecado horrible y pedir a Dios que muestre su justicia divina. Pero a la vez, viendo la misericordia que Dios nos ha mostrado a nosotros, pedimos a Dios también por esos hombres malos a que se arrepientan y crean en él. Les perdonamos esos actos terribles, así como Dios en Cristo nos ha perdonado a nosotros nuestros actos terribles, o sea, que respondamos en amor. No busquen venganza personal contra los árabes o los musulmanes sino venzan con el bien el mal.
Y, bueno, no quiero decir que el gobierno de los Estados Unidos no debe responder a estos ataques. Dios ha dado al gobierno el derecho de la espada, el derecho de castigar y proteger a sus ciudadanos, el derecho de ser su instrumento de justicia. En Romanos 13, San Pablo dice acerca del gobierno: “Está al servicio de Dios para tu bien. Pero si haces lo malo, entonces debes tener miedo. No en vano lleva la espada, pues está al servicio de Dios para impartir justicia y castigar al malhechor.” Dios ha dado al gobierno el derecho y la responsabilidad de proteger a sus ciudadanos.
Entonces, como cristianos y con corazones agradecidos por las misericordias de Dios, que no hablemos palabras de odio y enojo por los crímenes del once de septiembre, sino levantemos nuestras voces en oración y amor. Oremos por nuestro gobierno y el Presidente Bush para que actúen con sabiduría. Oremos por Osama bin Laden y todos los terroristas para que se arrepientan y encuentren perdón en Jesucristo, porque Dios quiere que le pidamos por los que nos persiguen. Y también que hablemos en amor con todos... aun con los que nos tratan mal, los que hablan mal de nosotros, y los que nos odian.
No es fácil. Es una lucha, una batalla, una guerra. Por naturaleza queremos decir: “¡No es justo!” Pero por las misericordias de Dios, que venzamos el mal con el bien, el odio con el amor, y que lo hagamos 24/7, veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Porque el ser cristiano no es un compromiso solamente para los domingos, sino que es la lucha para mostrar el amor toda nuestra vida: veinticuatro horas al día, siete días a la semana. Amén.