En los días pasados, los reyes y nobles acostumbraban a tener un bufón, un siervo que actuaba como payaso para su entretenimiento. Hace muchos años vivía un rey el cual disfrutaba mucho de las travesuras de su bufón. En broma, el rey le dio un cetro a su bufón y le dijo que lo guardara hasta el día en que encontrara a un hombre más tonto que él. Si conociera a uno más tonto que él, podría regalar el cetro a ese hombre.
Pocos años después, el rey se enfermó gravemente. El bufón fue a visitar a su rey. Y al ver a su querido payaso, el rey le dijo, “Temo que voy a emprender un viaje largo.”
“Y, ¿cuando volverá su merced?” preguntó el bufón inocentemente, “¿dentro de un mes?”
“No”, respondió su amo.
“¿Dentro de un año?”
“No, mi querido bufón, nunca voy a volver.”
“Y, ¿cuáles preparativos ha hecho su merced para ese viaje tan largo?” preguntó el bufón.
“Pues, ninguno”, respondió el rey.
“Su merced se va para siempre y ¿no ha hecho ningún preparativo para su viaje? Tome. Aquí está el cetro que me regaló, porque yo no soy culpable de una tontería tan grande.”
Tengo una pregunta para ustedes: ¿Cuántos años viven los más robustos, los más sanos de este mundo? ¿Ochenta, noventa años? Y, ¿qué es eso en comparación con la eternidad? La verdad es que la muerte siempre nos está llamando. Yo puedo salir a la calle esta tarde y ser machucado por un camión. Además, el mundo se puede acabar en cualquier momento antes de que muriéramos. Entonces, hay que estar preparados, ¿verdad? Para la muerte o para la venida de Jesucristo (cualquiera que venga primero). Pues, esta mañana nuestro Señor Jesucristo nos va a enseñar a cómo estar preparados para “el viaje largo” que nos queda por hacer, es decir, para el mundo venidero. Entonces veamos lo que nos quiere enseñar nuestro Salvador en San Lucas el capítulo doce, los versículos 32 al 40...
I. Busquen el tesoro eterno
Hay muchas preocupaciones en este mundo, ¿verdad? ¿Tenemos el dinero para alcanzar los gastos de este mes? ¿Está seguro mi trabajo? ¿Está bien mi matrimonio? ¿Qué va a pasar con mis hijos con todas las malas influencias de este mundo? Y el temor más grande que hay: ¿qué me va a pasar cuando me muera?
En este mundo hay mucho temor a la muerte, ¿verdad? Ni nos gusta hablar de ella. No nos gusta ir a los funerales y ver el ataúd que algún día va a ser nuestro lugar de descanso. Pero, ¿por qué? ¿Por qué tanto temor a la muerte? Pues, por lo desconocido, ¿verdad? ¿Qué me va a pasar? ¿A dónde voy a ir?
Cristo, en los versículos que preceden el texto para esta mañana, dice a sus discípulos que ellos no tienen que preocuparse por nada. Utilizando unos ejemplos de la naturaleza les dice que si Dios cuida a las flores y los aves del cielo, ¿cuánto más a nosotros, sus queridos hijos, nos va a proveer todo lo que necesitamos? Y sí es cierto, ¿verdad? Nunca nos ha faltado de las necesidades de la vida. No hemos tenido que vivir sin comida, sin ropa, sin una casa. Y realmente nos provee mucho más de lo que necesitamos.
Por lo tanto, Jesús aquí en el texto nos anima a no enfocar nuestra atención tanto en conseguir tesoros terrenales, sino en buscar el reino de él, o sea, los tesoros espirituales. Pero hay temor aun en eso, ¿verdad? O sea, que esa es precisamente la duda que tienen muchos: si realmente tienen el tesoro eterno de la salvación. Y por eso hay tanto temor a la muerte.
Porque nuestras consciencias dan testimonio al hecho de que por naturaleza no estamos preparados para la muerte ni para la venida de Jesucristo. Aunque el mundo y el diablo tratan de callar esa voz que tenemos adentro – aunque tratan de enfocarnos en el presente, en los quehaceres del momento en vez de lo porvenir, todavía está esa voz allí que dice: “Hay que tener miedo de lo venidero. No has hecho lo suficiente, lo correcto. Has sido egoísta, orgulloso y materialista y por lo tanto mereces ser castigado.”
Y es por eso que tenemos miedo a la muerte, porque al menos inconscientemente nos damos cuenta que al morir enfrentaremos el juicio del Dios justo. Todos estamos sujetos a esa esclavitud al temor y al pecado. Y es por eso que Cristo nos dice aquí: No temáis, manada pequeña (o sea, rebaño pequeño), porque vuestro Padre le ha placido daros el reino.
Que alivio, ¿no? O sea, que nosotros no tenemos que buscar a Dios ni tenemos que ganar el favor de Dios. El nos ha dado un lugar en su reino. Ha entrado en nuestros corazones para reinar allí por siempre, para darnos la salvación. Entonces, Dios ya nos ha preparado para la muerte. Nos ha preparado para el juicio final. Jesús vino y sufrió la muerte en nuestro lugar para darnos vida. Enfrentó el juicio de Dios por nosotros, sufriendo el justo castigo de nuestros pecados de egoísmo, orgullo y materialismo. Hemos sido librados del temor. Dice en la carta a los Hebreo que Cristo destruyó por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y libró a todos los que por el temor a la muerte estaban durante toda la vida sujetos a la servidumbre.
Podemos pararnos delante del trono santo de Dios con la consciencia limpia, con confianza, porque nuestros pecados han sido lavados en la sangre del Cordero. Hemos sido vestidos en las togas blancas de la perfección de Cristo. Miren lo que dice en el versículo 37: nos dice que cuando Dios venga que es para servirnos. No viene para castigarnos, sino para servirnos, para darnos el cielo, la perfección, la vida eterna. Entonces, para nosotros el día de nuestra muerte o el día final no va a ser algo temible sino nuestra victoria.
En este mundo, el diablo nos va a tentar a tener miedo de la muerte o a no prepararnos para ella. Pero no tenemos que temer ni la muerte ni el juicio final, porque Dios nos ha preparado. Jesucristo vino y ganó por nosotros el derecho de ir al cielo, librándonos del temor a la muerte. Y por medio de la fe en él – la fe que Dios mismo nos da – estamos completamente preparados.
II. Velen sin cesar
Bueno, Jesucristo sigue contándonos dos parábolas aquí en el texto. El primero trata de un hombre que se fue de viaje a una boda. Mandó a sus siervos que estuvieran listos cuando regresara. Dice que fueron bienaventurados, dichosos, los que “tenían ceñidos sus lomos y encendidas sus lámparas.” Es decir que estaban vestidos y esperándolo aun en el medio de la noche, aun en la segunda y tercera vigilia que son las horas de la madrugada.
El punto: que Dios quiere que siempre estemos preparados para su venida porque puede venir en cualquier momento. Y la otra parábola tiene el mismo punto: hay que estar vigilando toda la noche, porque no sabemos la hora en que va llegar el ladrón. Si supiéramos podríamos estar listos nada más en ese momento, pero dado que no lo sabemos, hay que estar vigilando constantemente.
Fíjense que hay unos en este mundo que piensan: “Dios siempre está dispuesto a perdonarme, entonces, por ahora, me voy a divertir. Hago lo que quiero, y después me arrepiento y vuelvo a creer.” Pero, ¿qué pasa si vuelve Jesucristo antes? ¿Qué pasa si Dios dice lo que escuchamos el en sermón la semana pasada: “Necio, esta misma noche vienen a pedirte tu alma.” Jesucristo puede venir dentro de cinco minutos o cinco mil años... entonces, hay que estar constantemente preparados.
Y bueno, ya vimos que estamos preparados para la muerte o para el fin del mundo al tener la fe en Jesucristo. Pero hay que seguir vigilando, ¿verdad? Y, ¿cómo nos mantenemos siempre preparados? ¿Cómo vigilamos? Pues, por medio de la Palabra de Dios y los sacramentos, nuestro café espiritual. Sí, la Palabra es como un buen café cubano. Cuando tienes mucho sueño y tomas un café cubano, ¿qué pasa? Te despierta, ¿verdad? Te mantiene alerto. Pues, la Palabra de Dios es lo que nos mantiene alertos, listos, preparados durante la noche larga y oscura mientras esperemos a Jesucristo. Sin esa café, nos podemos dormir o llegar a ser flojos en nuestra fe. Entonces, que no dejen de vigilar. Que asisten la misa, los estudios bíblicos. Que lean la Palabra de Dios en su casa. Que participen en la Santa Cena. Porque mediante estos “medios de gracia” Dios nos fortalece en la fe y nos da confianza ante la muerte.
Y esa confianza, esa fe que tenemos en Jesucristo, también va a producir frutos mientras que le esperemos. O sea, ya que tenemos la confianza en que Dios siempre nos va a proteger y proveer todo lo que necesitamos y ya que sabemos que no podemos llevar nuestros bienes terrenales con nosotros cuando vayamos al cielo, vamos a dejar de aferrarnos a ellos. “Donde está tu tesoro, allí está tu corazón.” Nuestro tesoro está en el cielo. Es un tesoro que nunca se echa a perder, que nunca se envejece y que nunca puede ser robado. Entonces dejemos de preocuparnos por “los tesoros” de este mundo. Hasta que estemos dispuestos a usar todo lo que tenemos para ayudar a los demás, o sea, a “dar limosna” como dice el texto.
Fíjense que siempre estamos juntando el cochinito para comprar un nuevo carro, un nuevo DVD player, o para ir de vacaciones, pero, ¿cuánto separamos para ayudar a los necesitados? ¿Cuánto separamos cada semana para nuestras ofrendas y para difundir la Palabra de Dios? No estoy diciendo esto porque nosotros queremos su dinero, sino porque Dios quiere que todos nosotros usemos las bendiciones que nos ha dado para servirle. Miren todo lo que nos ha dado aquí en este mundo: familias, amigos, casas grandes, carros, televisiones, etc. Y nos ha dado el tesoro más precioso que hay: el cielo, un lugar en su reino. Entonces, que le agradezcamos, ayudando a los necesitados y dando buenas ofrendas. No nos aferremos a las cosas de este mundo sino al tesoro eterno del cielo.
Porque viene el día en que no vamos a poder usar más los tesoros de este mundo. Job dijo: Desnudo salí del vientre de mi madre, y desnudo volveré allí. La muerte siempre nos está llamando. Jesucristo nos dice en el libro de Apocalipsis, “Ciertamente, vengo en breve.” Puede venir dentro de cinco minutos o dentro de cinco mil años. Pero no se preocupen. Dios nos ha preparado. Nos ha librado de la muerte y nos ha dado la fe. Estamos preparados. Vamos al cielo. Entonces, mientras esperemos que siempre vigilemos, tomando el café espiritual que es la Palabra de Dios y aferrándonos al tesoro eterno que él nos ha dado. Amén.