Me dan risa las telenovelas. Me parece que más que la mitad tratan del mismo tema: de una muchacha, una sirvienta joven y pobre la cual se enamora del hijo rico y guapo de sus empleadores. Y después de luchar y pasar por muchas tribulaciones y malentendidos, esa pobre sirvienta por fin alcanza la vida de sus sueños con el hombre de sus sueños. Por alguna razón, nos gusta mucho ese tipo de historia que termina como cuento de hadas. Y fíjense que hoy vamos a ver una historia que casi parece ser un cuento de hadas, pero es una historia verdadera – es nuestra historia, como Dios nos levantó de nuestras raíces humildes, nos dio ropa nueva y nos hizo herederos de su fortuna.
I. Nos levantó de nuestras raíces humildes (26,27)
Nuestra historia realmente empieza hace más que seis mil años en un bello huerto en donde nuestros antepasados, Adán y Eva, escucharon a la serpiente tentadora y comieron de la fruta prohibida. En un instante perdieron todo: la perfección, la harmonía con la creación de Dios, y su lugar en el reino de él. Y nosotros somos descendientes de ellos, nacidos en el pecado como esclavos sucios y sin valor. Fíjense que no nos gusta escuchar eso. Como celebramos hace unos días en el día de independencia, somos libres: libres para vivir como queramos y para hacer nuestro propio destino. No somos esclavos de nadie.
Pero cuando te encuentres enredado en tus propias mentiras, y en algún momento de nuestra vida todos nos encontramos así, realmente te darás cuenta de esa esclavitud. Hacemos algo malo y luego echamos mentira tras mentira tratando de encubrir lo que hemos hecho. Somos esclavos a la mentira.
O estás manejando. Has prometido a tu esposa que vas a mostrar más paciencia y no enojarte tanto por como maneja la gente, pero como quiera, no puedes evitar enojarte por esos ineptos que no saben manejar. Somos esclavos a nuestra ira.
O tu papá se muere y no puedes ir al funeral porque tienes miedo de enfrentar el ataúd el que algún día servirá como tu lugar del descanso. Somos esclavos al temor. La verdad, hermanos, es que todos nacemos esclavos al pecado, al diablo y al temor a la muerte.
Pero de esos principios bajos y humildes, nuestro Dios hace algo increíble. Nos vio en nuestro estado de la pobre esclavitud y en su amor decidió pagar el precio de nuestra libertad, o sea, que nos redimió. Pagó el precio de nuestra libertad, pero no la pagó con oro o plata, sino que su preciosa sangre y su muerte inocente. Sufrió los azotes, los golpes y el castigo que nosotros merecemos por nuestras mentiras, enojo y dudas.
Y por eso, Dios ahora nos recibe como sus hijos queridos, o sea, que nos ha adoptado a nosotros miserables esclavos. En nuestro bautismo nos vistió con ropa nueva, con la perfección de Jesús. Todas las manchas del pecado han sido cubiertos con las togas blancas de su perfección. Cuando Dios nos ve, ahora no se fija en nuestros pecados, nuestra suciedad, nuestras debilidades, sino en la perfección que Cristo ganó por nosotros en la cruz. Y por consecuencia, nos recibe como hijos e hijas del rey, como príncipes y princesas.
¿Has notado cómo nuestra historia se diferencia de los cuentos de hadas o de las telenovelas? La diferencia es que nosotros no hemos hecho nada. No hemos luchado, no hemos superado grandes obstáculos, ni hemos logrado algo por nuestro propio esfuerzo. No hemos hecho nada. Dios nos salvó. Dios nos escogió. Dios nos llamó a la fe. Sí, aun la fe es regalo de Dios. Entonces que no seamos tan presumidos diciendo que nosotros tenemos algo que ver con el hecho de que somos hijos de Dios.
Saben que cuando voy a visitar a prospectos de la iglesia, una de las primeras cosas que les pregunto es si piensan que van a ir al cielo y si dicen que sí, les pregunto por qué. Las respuestas más comunes que he escuchado son las siguientes: “Porque soy buena persona y he tratado de llevar una buena vida.” O, “Porque he escogido a Dios y decidí creer en él.” Pero no, la razón por la que vamos al cielo es lo que escribió San Pablo que “Dios envió a su hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley (o sea nosotros), a fin de que fuéramos adoptados como hijos.” En su sublime gracia, Dios nos ha cambiado de mendigos a príncipes. Pero no con su barita mágica, sino con su sangre, el precio increíble que pagó para librarnos de la muerte y del pecado. Y por medio de nuestro bautismo y la predicación del evangelio, el Espíritu Santo nos da la fe para recibir esa salvación.
II. Todos somos herederos de su reino.
Ese muchacho que siempre te está molestando en tu escuela. Ese hombre del trabajo que tiene tan mal aliento que ni quieres acercarte a él por el temor de que va a abrir su boca. Esa vecina chismosa que te está volviendo loca. Todos conocemos a personas así, de hecho, algunos de nosotros somos personas así. Pero no importa lo que el mundo piensa de nosotros. No importa si somos molestosos, feos, gordos, flacos, blancos, negros, hispanos y aun si olemos feo, ante los ojos de Dios somos sus hijos queridos, guapos y perfectos, parte de su gran familia.
San Pablo nos dice en el versículo 28 del texto: Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer, porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús. No importa quién eres o de dónde vienes, por medio de la fe todos recibimos el mismo amor y estamos unidos en Cristo. Y en su carta a los efesios, Pablo explica en qué consiste esa unidad: que tenemos un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos. Pero eso no quiere decir que todos somos iguales, o sea, que hay diferencias entre hombres y mujeres en cuanto a sus papeles y responsabilidades en el reino de Dios. Todos tenemos diferentes talentos y responsabilidades. Y por causa de nuestra naturaleza pecaminosa también todos tenemos pecados y debilidades distintos. Pero por la fe estamos unidos en una sola familia.
Entonces, que nos comportemos como una familia unida. Mientras que crezcamos como una congregación, con la ayuda de Dios, vamos a tener un gran rango de personalidades y culturas. Unos que vienen a la iglesia a lo mejor van a oler feo, algunos nos van a molestar un poco, algunos van a venir de culturas distintas, algunos van a hablar demasiado, pero por medio de la fe, han llegado a ser hijos de Dios y nuestros hermanos en la fe. Entonces, que los veamos así como Dios los ve. No veamos las debilidades y manchas de nuestros hermanos, sino veámoslos como hijos santos y queridos de Dios... así como nuestro Dios nos ve a nosotros.
Además fortalezcamos esta unidad que tenemos, hablando después del culto y animándonos. Den la bienvenida a los que están visitando y anímenlos a volver aun si parecen ser un poco extraños, porque Dios quiere que todos lleguen a ser parte de su familia. Fíjense, si aceptó a nosotros con todas nuestras fallas y pecados, va a aceptar a cualquier persona.
Y saben que aquí en el Divino Salvador, tenemos una situación especial en que tenemos dos cultos, uno en inglés y el otro en español. El tener dos grupos que hablan diferentes idiomas puede a veces crear un ambiente de dos congregaciones separadas, causando malentendidos y problemas. Pero no dejemos que pase eso. Que vengan al estudio bíblico que tenemos a las 10 todos los domingos, no solamente para estudiar la Palabra de Dios (que es lo más importante), sino también para conocer a sus hermanos que van al primer culto. No dejen que el idioma nos impida ser buenos hermanos y hermanas en la fe. Y tenemos una oportunidad especial para el compañerismo con nuestros hermanos esta tarde allá en Júpiter con el evento “la Navidad en Julio” en donde podemos conocer a gente de otras congregaciones luteranas aquí en el sur de la Florida.
Bueno, tal vez sería bueno brincar hasta el fin de nuestra historia, porque tiene un final muy feliz. Nosotros como hijos del rey recibiremos nuestra herencia al morir. De hecho la Biblia nos dice que vamos a reinar como hijos e hijas del Rey para siempre en el cielo. Que final tan increíble considerando nuestros principios tan humildes.
Entonces, hermanos y hermanas, les animo a portarse como es digno de hijos e hijas del Rey, con una confianza humilde. Son libres de la muerte y del castigo del pecado. Y entonces, que sigan luchando contra las tentaciones del diablo el cual quiere volver a ponerlos bajo la esclavitud. Vivamos en la unidad que compartimos como hermanos y hermanas, animándonos y fortaleciéndonos en la Palabra de Dios hasta el día en que nuestra historia llegue a su fin en el cielo, en donde viviremos felices por siempre. El fin. Amén.