Existe una tendencia entre los seres humanos de honrar a los muertos mientras persiguen a los vivos. Por siglos, hasta por milenios, muchos han perseguido a los que están fieles a la Palabra de Dios. En el Antiguo Testamento, varios profetas fueron asesinados por sus propios paisanos, solamente por ser mensajeros de Dios. La historia nos enseña que todos los discípulos de Jesús (con la excepción de San Juan) murieron como mártires. Por siglos la iglesia antigua fue perseguida por gobiernos y gentes que no querían aceptar esa “locura de la cruz”.
Entonces, tengo una pregunta. ¿Podrías tú mantenerte firme ante los azotes, el encarcelamiento, y el ejecutor? Si te dieran dos opciones: tu vida o Jesús, ¿escogerías a Jesús? ¿Podríamos nosotros dar tan buen testimonio como esos héroes de la fe que hace siglos dieron sus vidas en vez de negar a Jesucristo?
Pues, honestamente, nosotros solos no podemos. Pero vemos en el texto para esta mañana que no estamos solos, que Jesús nos promete enviar su Espíritu Santo y que con la ayuda de él, podemos mantenernos firmes y dar testimonio del Señor en cualquier que sea la situación. Entonces, hoy en este domingo de Pentecostés, en el día en que cumple años la iglesia cristiana, oramos: ¡Ven, Espíritu Santo! Testifica a nosotros acerca de Jesús y testifica al mundo por medio de nosotros.
I. Testifica a nosotros acerca de Jesús
Bueno, la verdad es que los eventos del texto para esta mañana no ocurrieron en el día de pentecostés, sino 53 días antes, en el jueves santo, en la noche antes de que Jesús murió en la cruz por nuestros pecados. En esa noche, Cristo se encontraba en el aposento superior con sus discípulos, celebrando la fiesta de la pascua. Y después de la cena, Cristo lavaba los pies de sus discípulos, predijo la traición de Judas y la negación de Pedro, e instituyó la Santa Cena. El texto para esta mañana ocurre durante un “sermón” que Cristo dio a sus discípulos para consolarlos. Y en las palabras que inmediatamente preceden el texto, Cristo les advierte a sus discípulos que el mundo los iba a odiar así como odiaba a él. Y en un par de horas, ellos iban a ver ese odio. Hombres armados iban a arrestar a Jesús y los discípulos huirían, escuchando en la distancia el grito terrible: “¡Crucifícale, crucifícale!” Se esconderían tras puertas cerradas por temor a los que mataron a Jesús.
Y en ese contexto, las palabras del texto para esta mañana sirven para consolar y animar a los discípulos. En el día de pentecostés cuando estas palabras se cumplieron, los discípulos ya podían enfrentar sin temor al mundo que los odiaba, al mundo que los llamaba borrachos, que los perseguiría, los echaría en la cárcel y eventualmente los mataría a casi todos. Entonces esta mañana, veamos estas palabras consolantes de Jesucristo:
Dice a sus discípulos en el versículo 26: Pero cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí. Jesús iba a mandar “el Consolador”, cuyo nombre en griego es “Paracleto.” No, no dije: “Anacleto”, sino “Paracleto”. Un paracleto literalmente es uno que se pone a tu lado para defender, guiar y ayudarte, como un buen abogado defensor. Y en este “sermón” de Jesús, él prometió a sus discípulos que el paracleto les iba a enseñar, guiar en la verdad y como dice aquí, iba a testificar a ellos acerca de Jesús.
Es que este paracleto es el Espíritu de verdad, o sea, que testificaría acerca de la verdad sobre lo que había hecho Jesús para salvarlos. Les ayudaría a recordar y aplicar lo que les había enseñado Jesús y les daría la confianza y seguridad de que Jesús es el resucitado Hijo de Dios y su Salvador.
Y en el día de pentecostés, Cristo cumplió con su promesa y los mandó su Espíritu Santo. Y por medio del Espíritu, ellos ya no se escondieron tras puertas cerradas, sino con el valor que les dio su paracleto, ellos enfrentaron al mundo que los llamaría borrachos, que los echaría en la cárcel y que los mataría.
Pero, ¿saben una cosa? El Espíritu Santo también es nuestro paracleto. Por medio de Palabra y Sacramento, el Espíritu Santo testifica a nosotros. Primordialmente, nos testifica acerca de quiénes somos nosotros. Fíjense que no tendríamos necesidad de Jesús, de un Salvador si pensáramos que podríamos ir al cielo por nuestras propias acciones, pero por medio de la Palabra de Dios, el Espíritu Santo nos enseña el espejo de la verdad. Y si miramos a ese espejo, diciendo, “Espejito, espejito, ¿quién es el más hermoso de este reino?” Dios nos responde en su Palabra: “No eres tú.”
Cuando nos vemos en el espejo de la Ley de Dios, vemos que somos débiles, vemos que aunque Dios quiere que compartamos con los demás las buenas nuevas de su amor, no lo hacemos porque tenemos miedo de qué va a pensar la gente. Fíjense que no sufrimos persecución, ni azotes, ni la cárcel, ni la pena de muerte, pero como quiera, tenemos miedo de hablar con los demás acerca del amor de Dios. ¿Con cuántos de tus amigos y familiares has hablado de Dios y lo que ha hecho por ti? ¿Cuántos de tus compañeros del trabajo o de la escuela aun saben que eres cristiano? Por medio de la Ley, el Espíritu Santo nos enseña cómo realmente somos.
Pero también nos testifica acerca de Jesús. Por medio de la Palabra y los Sacramentos recibimos la certeza de que Jesús tomó nuestro lugar y que es el Hijo de Dios, que tenemos perdón por nuestras flaquezas, por nuestros momentos de debilidad y temor. Vemos en la Palabra que por causa de la muerte de Jesús, Dios nos declara inocentes y perfectos. Por medio de Jesús, el más hermoso del reino, nosotros que no somos tan hermosos como quiera podemos entrar en el cielo.
Y el Espíritu Santo es el que nos da tal confianza, o sea, “la fe”. Y Dios nos dice en su Palabra que el Espíritu Santo usa unos medios, o sea, instrumentos especiales para testificar a nosotros y para darnos la fe. Obra la fe por los medios de gracia, el evangelio en Palabra y Sacramento. San Pablo escribió a los romanos: La fe viene por el oír y el oír por la Palabra de Dios. Por la Biblia y el Bautismo y la Santa Cena, el Espíritu Santo hace para nosotros lo que hizo para los discípulos en el día de Pentecostés: nos testifica acerca de Jesús y nos da confianza y valor. Pero fíjense que Jesús no solamente consoló a sus discípulos, sino también los mandó: Y vosotros daréis testimonio también, porque habéis estado conmigo desde el principio.
II. Testifica al mundo por medio de nosotros.
Hace quinientos años en un pueblo alemán llamado Wittenberg, un joven sacerdote católico llamado Martín Lutero se encerró en una celda pequeña y oscura y se dio azotes a sí mismo. Fue un joven sumamente atormentado por el hecho de que no podía alcanzar la perfección que Dios exige en su ley. Lo que vio en el espejo era un pecador que merecía el castigo de Dios. Pero ese cura joven pronto recibió la tarea de ser profesor de teología en la universidad en Wittenberg. Entonces, se puso a estudiar la Biblia, algo que muy pocos en su época podían hacer por el hecho de que sólo existían unas pocas Biblias y todas estaban escritas en latín, un idioma que solamente los pocos hombres educados podían leer. Y mientras estudiaba la Biblia, el Espíritu Santo, el paracleto, testificó a él acerca de Jesús y su amor. Vio en esas páginas sagradas que Dios nos declara inocentes y nos regala el cielo por medio de la fe en Jesús y no por nuestras obras. Y esas noticias afectaron profundamente al joven sacerdote. Pronto empezó a decirles a todos lo que había descubierto, pero dado que estaba enseñando que lo que decía la iglesia no concordaba con la Palabra de Dios, la iglesia empezó de perseguirlo.
Y todo llegó a su culminación en el año 1521 en la ciudad de Worms en Alemania. Llamaron a Lutero que se presentara ante un juicio de los hombres más poderosos de su día, incluyendo al Emperador Carlos V. En su juicio, pusieron todos los libros que había escrito Lutero en una mesa delante de él. Le dijeron que se retractara de lo que había escrito o lo iban a condenar a la muerte. Entonces Lutero pidió la noche para pensarlo bien. Y después de una noche de oración ferviente, se presentó ante los jueces y les dijo: Si no me convencen por medio de las Escrituras y la plena razón... mi consciencia queda cautivo a la Palabra de Dios, no puedo ni voy a retractarme de nada, porque el actuar en contra de la consciencia ni es correcto ni saludable. Que Dios me ayude. Amén. Y con esas palabras Lutero quedó condenado.
¿Podrías tú hacer lo que hizo ese joven sacerdote? No, pero tampoco pudía Martín Lutero – tampoco pudía San Pedro – tampoco pudía San Pablo. Pero el Espíritu Santo obrando por medio de ellos sí pudo. Con el valor que el Espíritu Santo dio a los discípulos el día de pentecostés, ellos dejaron de esconderse y salieron, testificando a la verdad de lo que habían visto y escuchado de Jesús. Eran testigos, o sea – un testigo se presenta en un juicio para decir lo que había visto y escuchado, ¿verdad? Fíjense que los discípulos no tenían convencer a nadie de nada, sino nada más contar las buenas nuevas de lo que había hecho Jesús por ellos. El Espíritu Santo es quien convence al corazón.
Y fíjense que eso es lo que Dios quiere también de nosotros hoy en día. Nos manda: Id y haced discípulos de todas las naciones bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y enseñandoles que guarden todas las cosas que os he mandado. Pero nosotros no lo podemos hacer solos, porque somos miedosos – siempre preocupados por lo que va a pensar la gente o que nuestros amigos se van a burlar de nosotros.
Pero el Espíritu Santo por medio de su Palabra nos da el valor que necesitamos. Como nuestro paracleto, nos enseña, nos guía y nos da las palabras que decir. Entonces, sí se puede. Fíjense que el diablo te va a tentar a hacer excusas, a pensar: “Nadie me va a escuchar.” “Van a pensar que soy un fanático.” “No lo puedo hacer tan bien como el pastor.” “Mejor que otra persona lo haga.” Mis hermanos, todos los domingos nuestro Dios derrama el Espíritu Santo sobre nosotros por medio de su Palabra para consolarnos y fortalecernos. Es nuestro paracleto. Entonces, que compartan estas buenas nuevas con sus vecinos y familiares, aun si es difícil e incómodo. Y si no saben que decir, sigan estudiando sus Biblias o que hablen con nosotros los pastores porque el Espíritu Santo por medio de la Palabra les enseñará.
En el día de pentecostés, más que tres mil personas se bautizaron – ¡más que tres mil personas! Y bueno, no estoy diciendo que eso va a pasar aquí en la iglesia Divino Salvador, pero Dios sí nos promete que su Palabra no volverá vacía, o sea, que su iglesia va a crecer. Pero la iglesia antigua no hubiera crecido si los discípulos no hubieran salido y predicado en medio de las burlas. Nosotros también con la ayuda de Dios podemos crecer como una congregación. Podemos ser una congregación grande y viva, pero no va a pasar si no decimos nada. Entonces, mi oración para ustedes esta mañana es que el Espíritu Santo por medio de su Palabra les dé el valor para compartir con los demás el mensaje sencillo del amor de Dios. Ven, Espíritu Santo. Amén.