GOOOOOOOL!!!!!!!!!!! Pues, al meter un gol o al clavar una canasta o al marcar un touchdown, ¿qué hacen los atletas hoy en día? Corren por la cancha gritando, muestran el número de su camiseta, bailan, brincan, lo que sea. Pues, con sus acciones realmente están diciendo, "Miren al gran yo. Yo soy el mejor. Soy el número uno!!!!!" Pues, qué humildad ¿no? La verdad es que hoy en día la humildad no es una característica muy popular. Según nuestra sociedad hay que buscar su propio bien y cuidar al número uno; hay que ganar el dinero; hay buscar la popularidad; hay que buscar tus "quince minutos de fama." Pero en el texto para esta mañana vemos que San Pablo nos anima a tener una actitud muy diferente. Nos anima a mostrar la humildad que se basa en la humildad y la gloria de nuestro Salvador Jesucristo. Entonces, escuchen bien otra vez la segunda lectura para este Domingo de Ramos que se encuentra en la carta de San Pablo a los filipenses, capítulo 2 de los versículos 5-11…
I. Humildad basada en la humildad de Cristo (6-8)
Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, o sea, qué Ustedes tengan la misma actitud que tenía Cristo. Y, ¿cuál actitud tenía él? Pues, San Pablo nos dice: el cual, siendo en forma de Dios no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse. Cristo era verdadero Dios, el Señor y Creador de todo. San Juan nos dice que Jesús, el Verbo, existía en el principio y que por él todas las cosas fueron hechas. Tenía todo: poder, autoridad, honor, gloria…todas las cosas que los hombres hoy en día buscan. Y Cristo no tenía que esforzarse para ser el número uno, porque era y es el número uno; es el Dios todopoderoso. Y entonces, bueno, hoy me voy a referir varias veces al Credo Apostólico porque da un muy buen resumen de lo que creemos en cuanto a la humildad y la gloria de Cristo. Y la primera cosa que vemos en cuanto a Cristo en el credo es que él es el único hijo (de Dios), nuestro Señor. Cristo es el Señor de todo.
Pero siendo el Señor de todo, se despojó a sí mismo, tomando la forma del siervo, hecho semejante a los hombres. O sea que Cristo dejó toda la gloria del cielo y dejó de usar el poder que tenía como el Hijo de Dios para hacerse hombre. Así como confesamos cada domingo: fue concebido por obra del Espíritu Santo y nació de la Virgen María. ¡Qué humildad! No dijo,"Mírame al gran yo. Soy el número uno!" Sino siendo el número uno, tomó la forma del siervo y se hizo hombre. Imagínate si Bill Gates, el hombre mas rico de todo el mundo, dijera,"Bueno, voy a dejar esta vida cómoda. Voy a dejar mis mansiones, mis albercas, mis limusinas y voy a dormir en la calle y comer basura." Pues, imagínate. Pero esto no es nada en comparación con lo que Cristo hizo por nosotros…dejó la perfección y gloria del cielo para venir a este mundo sucio lleno de sufrimiento y pecado. ¡Qué humildad! ¡Qué amor!
Y entonces, en el primer Domingo de Ramos, Cristo, aunque es el Rey de todo, no entró en Jerusalén con esplendor real. No vino como acostumbraban los conquistadores, montado sobre corcel brioso o en un carro de guerra, rodeado de siervos o con ejército armado y cautivos en pos. Jesús se montó sobre un animal común: un asno. Los mantos de sus discípulos le sirvieron de silla de montar. ¡Qué paradoja! El rey de toda la creación sentado sobre un animal de carga.
Y, ¿por qué tal humildad? Pues, para ser nuestro substituto, porque la mera verdad es que nosotros no siempre mostramos la humildad que debemos. Somos egoístas los cuales buscamos nuestra propia gloria. La naturaleza pecaminosa que existe dentro de cada uno de nosotros no quiere escuchar cuando la Palabra de Dios le dice que es mala. Pero la verdad es que sí, por naturaleza nosotros somos malos, o sea, somos pecadores horribles. Nos enojamos cuando nuestro esposo o esposa, nuestro novio o novia no hace lo que queremos, en vez de mostrarles paciencia y humildad. Además pensamos que somos mejores que los que "pecan," porque nosotros no usamos drogas, ni matamos, ni lastimamos a nadie. ¿Cuántas veces mostramos la misma actitud que mostró el fariseo en la parábola del fariseo y el publicano? El fariseo puesto en pie, oraba consigo mismo de esta manera: Dios te doy gracias porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano; ayuno dos veces a la semana, doy diezmos de todo lo que gano…Qué humilde…Pero al vernos en el espejo de la ley vemos que sí mentimos, sí tenemos pensamientos lujuriosos, sí desobedecemos a nuestros papás y maestros…Al ver nuestros muchos pecados, tenemos que decir con el publicano: Dios, ten misericordia de mí, pecador.
Y Dios sí, tenía misericordia de nosotros. Por eso vino Cristo, para tomar nuestro lugar bajo la ley. Cristo sí obedeció la ley de Dios perfectamente en cada punto, y aún se hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Por esta misma razón entró Cristo en la Santa Ciudad hace dos mil años, para emprender el camino de dolores hacía la cruz. Como confesamos en el credo: Cristo padeció bajo el poder de Poncio Pilatos, fue crucificado, muerto, y sepultado. Cristo mismo nos dijo: El hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por muchos. El Señor y Rey de todo, sufrió nuestro castigo y murió nuestra muerte, para darnos el perdón de los pecados y la salvación eterna.
Qué humilde ¿verdad? Cristo no buscó su propia gloria como muchos lo hacen hoy en día, sino dejó toda la gloria del cielo para ser nuestro substituto. Vino para servirnos en humildad hasta que dio su propia vida en rescate por nosotros. Pero, fíjense que Cristo no se quedó en la tumba. La muerte no tenía dominio sobre él…pues, nuestra humildad no se basa en uno que fue vencido. Claro que no. Porque nuestra humildad también se basa en la gloria de Cristo…
II. Humildad que se basa en la gloria de Cristo.
Hace dos mil años Cristo entró en Jerusalén sabiendo que dentro de cinco días iba a morir por nuestros pecados. Emprendió esta jornada de sufrimiento y dolor porque nos quiere tanto. Pero después de pagar todos nuestros pecados en aquella cruz, Dios lo exaltó hasta lo sumo y le dio el nombre que es sobre todo nombre, para que en el nombre de Jesús se doble toda rodilla de los que están en los cielos, y en la tierra, y debajo de la tierra…
Y otra vez vemos en el credo como Dios lo exaltó: descendió al infierno, al tercer día resucitó de entre los muertos, ascendió al cielo, y está sentado a la derecha de Dios Padre todopoderoso. Después de morir, Cristo descendió al infierno como el Rey victorioso, ahora en toda su gloria para proclamar al diablo y a todos los demonios la victoria que había ganado sobre ellos. Aún ellos tenían que arrodillarse al escuchar el nombre de Jesús, que literalmente quiere decir "él salva." Y al tercer día, Dios levantó a Cristo de entre los muertos, acceptando su obra salvadora. Y después de cuarenta días, Cristo ascendió al cielo, y ahora reina sobre toda la creación en toda honra y gloria. No hay duda, Cristo tiene la victoria.
Y Cristo ofrece esta victoria a cada uno de nosotros. Nos ofrece el perdón de los pecados y la salvación. Mis hermanos, nuestra humildad se basa en esta victoria. Pues, muchos hoy en día hablan de la autoestima (self-esteem) ¿verdad? Dicen que si un niño tiene problemas en la escuela, muchas veces es por falta de autoestima. Dicen que se puede mejorar la autoestima al ver los dones el valor que uno tiene. Pero yo les digo que no, porque nosotros somos feos, débiles, y llenos de pecado…sin embargo, nosotros tenemos sí tenemos valor, porque nosotros los cristianos tenemos "Cristo-estima." Sí, tenemos Cristo-estima. Los dones que tenemos provienen de Cristo; nuestro valor proviene de Cristo; la victoria que tenemos proviene de Cristo. Ante los ojos de Dios somos hijos queridos y herederos de la gloria del cielo. Por Jesucristo nuestro Salvador, somos número uno.
Entonces, así como Jesucristo, qué nosotros, que somos el número uno, mostremos humildad los unos a los otros. Qué sigamos el ejemplo de Cristo, el cual dejó todo para servir a nosotros. Porque nuestra humildad realmente es amor: es el amor que se sacrifica; es el amor que no se enoja, sino muestra paciencia; es el amor que busca el bien de los demás antes de nuestro propio bien; es el amor que no se queja; es el amor que se basa en el amor de Cristo. Y entonces, qué siempre le agradezcamos a él con vidas humildes.
Y así como los discípulos en el primer Domingo de Ramos qué le rindemos a Cristo la gloria y alabanza que merece como nuestro Rey y Salvador. A los aficionados de un equipo no le da pena decir, "Le voy a los empacadores o le voy a los vaqueros." Por la muerte inocente y resurrección de Cristo, nosotros somos los campeones, tenemos la victoria. Y entonces que digamos sin temor y con corazones agradecidos y humildes, "Yo le voy a Cristo." Y entonces también por nuestras acciones que digamos, "Mira al gran él. El es tu Salvador. Por él recibes todo." Y entonces, a él sea todo honor y gloria, por los siglos de los siglos. Amén.