El estrés. Su hija de dos años está llorando con una fiebre muy alta a las tres de la mañana. Te llamaron hoy para decirte que tu papá va a morir de cancer. Hoy es el aniversario de la muerte de su esposo. Tienes que dar una presentación importantísima en el trabajo y andas muy atrasado. Extrañas a tu familia y a tus amigos que viven ahora muy lejos. Pues, vivimos en un mundo lleno de estrés y angustia. De hecho, los expertos dicen que el 43 porciento de los adultos en este país, casi la mitad, sufren algún problema físico, o sea, con su salud, por causa del estrés. Además dicen que un millón de personas se ausentan del trabajo cada día por quejas relacionadas con el estrés.
Y por consecuencia, el mundo busca formas de disminuir el estrés. “Tómate esa pastilla, haz ejercicio, lee este libro y el estrés se desaparecerá.” Pero por algún motivo seguimos preocupándonos, ¿verdad? Bueno, hoy y en el domingo que entra, vamos a hablar del remedio que Dios nos ofrece en su Palabra para el estrés. Porque Dios nos dice en su Palabra que no tenemos que preocuparnos por nada y nos da muchas muy buenas razones por qué. Y entonces, por medio del estudio de la Palabra de Dios, tengo como meta el darles a ustedes el mejor consejo que hay sobre cómo poder con el estrés.
La Dra. Rae Baum, una sicóloga y experta del estrés una vez escribió: “El estrés es la reacción bioquímica de su cuerpo ante la manera en que llevas tu vida. El estrés se puede desarrollar en angustia y enfermedad dependiendo como nos acoplamos al ambiente interno y externo.” O sea, en palabras más sencillas, el estrés es nuestra forma de reaccionar a lo que ocurre dentro de nosotros y en nuestro derredor. Y dado que vamos a hablar de este tema por dos semanas, voy a dividir esta serie así: hoy vamos a hablar del estrés que proviene de dentro de nosotros, y el domingo que entra vamos a hablar del estrés que es resultado de eventos en nuestro derredor como los hijos chillones, el trabajo, los problemas matrimoniales, etc. Pero hoy vamos a hablar del estrés que empieza aquí y aquí...dentro de nosotros.
I. Deben de sentirse culpa
Quiero que todos ustedes piensen por un momento en las cosas que les causa el estrés...hagan una lista. Y ahora levanten la mano los que pusieron “la culpa” como la cosa que le causa más estrés. Nadie, bueno, levanten la mano los que incluyeron “la culpa” en su lista. Pues, no, ¿verdad? Generalmente no pensamos en la culpa como algo que causa mucho estrés en nuestra vida.
Pero piénsalo bien por un momento. ¿Por qué te da tanto estrés las horas largas del trabajo? Puede ser que nada más es por la presión del trabajo. O tal vez es porque te sientes como que debes de pasar más tiempo con tu esposa o con tus hijos. Por consecuencia sientes la culpa, tratas de ser un superman en el trabajo y en la casa, y te causa estrés.
O, ¿por qué te da tanto estrés el hecho de que tu bebé llora a las tres de la mañana? Puede ser que nada más quieres dormir. Pero tal vez es porque en tu corazón te sientes como que no eres buena mamá.
Y mis amigos, no hay ninguna cosa que causa mas estrés que el tratar de esconder las malas cosas que hacemos. ¿Quién aquí ha visto la novela “Betty la fea”? Pues, casi no veo las novelas, pero, en esa novela cómica, el presidente de una empresa grande, Don Armando, se enreda en sus propios engaños porque está tratando de encubrir sus errores y mentiras del pasado. Casi se vuelve loco. No puede ni dormir en la noche por la culpa que siente en su corazón.
Entonces, tal vez “la culpa” merece tener un lugar más prominente en nuestra lista de cosas que causan el estrés. Pero ahora, ¿qué hacer para resolverla? El mundo supuestamente tiene varios remedios: dicen que no debes sentirte culpable porque realmente eres buena persona, porque nadie es perfecto y porque no existen el bien y el mal, sino solamente diferentes formas de vivir. Entonces, nadie se debe sentir culpable. Pero como quiera tenemos esa voz dentro de nosotros que nos dice que estamos mal. El hecho de que alguien me dice que nadie es perfecto o que soy buena persona no me da una paz duradera porque a cada rato me doy cuenta de que no soy tan bueno. Cuando veo algunas cosas que hago, cuando veo a la gente que he lastimado con mis palabras y acciones, me doy cuenta de que no soy bueno para nada.
Pero, Dios sí tiene un remedio para la culpa, y no es que me dice Dios que soy buena persona. De hecho, se esfuerza para que me dé cuenta que no lo soy. Me muestra el espejo de la ley, es decir, los diez mandamiento, para que me vea como realmente soy. Puedo creerme mucho y pensar que me veo como Ricky Martin o Brad Pitt, pero al verme en el espejo, me doy cuenta de la verdad. De la misma manera, cuando nos vemos en el espejo de la ley de Dios, nos damos cuenta de que realmente somos. Vemos que no cumplimos con lo que exige Dios: que seamos buenos papás, que seamos buenos esposos y esposas, que amemos a Dios más que al dinero, una casa nueva y nuestro Mercedes nuevo.
Y Dios no dice, “No se preocupe porque nadie es perfecto.” Al contrario, nos dice, “Sean perfectos así como Jehovah su Dios es perfecto.” Y después nos dice que la paga del pecado es la muerte, o sea, que por el egoísmo que mostramos en nuestros matrimonios, por nuestro materialismo, por nuestras mentiras, por nuestros chismes, merecemos el castigo de Dios, la muerte eterna en el infierno. Punto. Es lo que merecemos.
Pero si nos quedáramos así, la iglesia llegaría a ser un lugar que causa mucho estrés, ¿verdad? Pero Dios no nos deja así... Pues, leamos de nuevo de la segunda lectura para esta mañana porque realmente sirve como la base de nuestro mensaje. Se encuentra en Romanos capítulo ocho...
II. No nos tenemos que sentir culpables
El apóstol Pablo no suena muy estresado aquí, ¿verdad? Pero, ¿por qué no le afectaba la culpa? Antes de que se convirtió a la fe verdadera, apoyó a los que mataron a Esteban por ser cristiano. Además, persiguió a la iglesia, maldijo el nombre de Cristo, y encarceló a muchos cristianos.
Si alguien debía haber sentido culpa, era Pablo, ¿verdad? Pero habla en una forma muy positiva aquí, y tiene la razón, porque Dios resolvió su problema con la culpa. El Dios justo que exige la perfección y que tiene que castigar el pecado, también es un Dios de amor. De hecho, amó tanto a Pablo que dio a su propio Hijo para ser el sustituto de él, sufriendo el castigo de sus pecados en la cruz.
Sí, Jesús vino para sustituir a Pablo, para llevar la vida perfecta que Pablo no podía y para morir en la cruz, sufriendo el castigo de sus pecados. Fíjense que Jesús no solamente sufrió el horror de una muerte dolorosa en la cruz, es decir, que sufrió mucho más que el dolor de tener los clavos traspasar la carne de sus manos, porque Jesús sufrió el castigo de cada uno de los pecados de Pablo en la cruz. Mientras estaba en la cruz, Dios castigó a Jesús con el infierno, la separación completa del amor de Dios. Es por eso que Cristo clamó en la cruz, “Dios mío, Dios mío, ¿porque me has desamparado?”
Pero fíjense que Jesús no solamente vivió y murió para sustituir a Pablo, sino para sustituir a todas las personas de todos los tiempos, incluyendo a nosotros. Y después, en el momento antes de que respiró por última vez, Cristo dijo, “Consumado es.” En el griego original del Antiguo Testamento, esta frase es nada más una palabra, y es la palabra que usaban cuando una deuda estaba cancelada. Esto es lo que estaba diciendo Cristo. “El precio del cielo está pagado; la deuda de sus pecados está cancelada.”
Y por consecuencia, Dios nos justifica. Eso es lo que nos dice en Romanos capítulo ocho: “¿Quién acusará a los escogidos de Dios? Dios es el que justifica.” ¿Saben que quiere decir la palabra “justificar”? Trae a la mente una corte, o sea, un juicio. Allí estamos puestos de pie delante del todopoderoso y santo juez, el cual nos va a anunciar el veredicto. Según la evidencia, somos culpables de pecar contra Dios y merecemos ir al infierno. Pero luego se pone de pie Jesús, el Hijo de Dios y dice: “Sufriré yo el castigo. Que mi perfección cuente por ellos.” Y por consecuencia, Dios nos declara inocentes de todo. Esto es la justificación: que Dios nos declara inocentes. Por lo tanto, si Dios nos declara inocente, ¿quién nos puede acusar? ¿Quién nos puede condenar? Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? Pues, nadie, ¿verdad?
Entonces, ¿qué significa todo esto con respecto al estrés que sentimos por la culpa? Que no tenemos que sentirnos culpables de nada, porque todos nuestros pecados ya han recibido su castigo. No va a haber más. Aunque somos pecadores horribles, somos especiales ante los ojos de Dios. Ante sus ojos somos perfectos por el sacrificio que hizo Cristo en la cruz. Nuestros pecados de materialismo, de egoísmo, de mentiras, de no ser papás perfectos ni esposos y esposas perfectos...todos los pecados que hemos cometido en nuestra vida han sido lavados en la sangre de Cristo. Por lo tanto, no tenemos que castigarnos a nosotros mismos, no tenemos que sufrir para merecer, no tenemos que encubrir ni esconder nuestros pecados, porque no hay castigo para los que creen en Jesús. Dios en su amor ya castigó a Jesús en nuestro lugar. Y si Dios te ha perdonado, debes perdonarte a ti mismo. Si Dios te considera especial, eres especial, aun si te equivocas a cada rato, aun si haces cosas horribles. Eres un hijo querido de Dios. “Si no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?” Incluso el cielo que es el regalo que Dios da gratuitamente a todos los que creen en él. Entonces, no se preocupen. Dios ha borrado todas las cosas horribles que hemos hecho. Cuando te preocupen tus pecados, cuando la culpa de tus acciones te pesa, pues, abre tu Biblia y lee de nuevo Romanos capítulo ocho o también de Primero de Juan el capítulo uno para recordarse de que todos sus pecados han sido lavados en la sangre de Cristo.
Y en cuanto a todo lo demás, o sea, el trabajo y los niños, la enfermedad y la muerte, el desengaño y el divorcio, Dios nos promete dar la paz que el mundo no puede. Pero hablaremos más de eso en el domingo que entra. Por mientras, regocíjense, porque sus pecados han sido perdonados. Sí, somos pecadores horribles, pero tenemos las buenas nuevas de que Cristo murió por estos pecados y que Dios nos perdona, nos declara inocentes y nos da el cielo. Entonces, ánimo, no se preocupen. Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros? Amén.