Vimos la semana pasada que dado que nuestra fe tiene un fundamento sólido basado en las promesas de nuestro fiel Dios que nunca cambia, y entonces, afectará toda nuestra vida. Lo que creemos directamente afecta quiénes somos y cómo vivimos. Entonces, en las próximas semanas, en los próximos meses, y en los próximos años, Dios mediante, escucharán de Pastor Carlos y de mí como se aplica la fe a nuestros matrimonios, familias, el trabajo, la escuela, el sexo, las finanzas, el tiempo libre...realmente cada aspecto de nuestra vida. Pero primero vamos a ver hoy una de las formas más importantes en que la fe afecta nuestra vida.
Pues, fíjense que cuarenta días después de que Jesús se resucitó de entre los muertos, en los momentos antes de ascender a los cielos, Jesús dio unas instrucciones finales a sus discípulos. Y es interesante lo que los mandó hacer por la fe que tenían en él. Fíjense que no les dijo: Id y seaís buenos esposos y esposas. Tampoco dijo: Id y trabajad diligentemente. Aún no dijo: Id y ayudad a los pobres y necesitados. Todas esas cosas son buenas, pero no es lo que dijo Cristo a sus discípulos antes de ascender. La última cosa que Jesús dijo a sus discípulos y a nosotros es: Id y haced discípulos (creyentes) de todas las naciones, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñandoles que guarden todas las cosas que os he enseñado.” Así es. Nuestra fe afecta nuestra vida directamente en que ahora somos mensajeros del evangelio. Y no es fácil, tampoco es algo que consideramos “práctico” para la vida diaria, pero como quiera es importante. Entonces, hoy vamos a hablar de esto meditando en las palabras de San Pablo que servían como la segunda lectura para esta mañana. Mientras que lea de nuevo esta sección quiero que piensen en tres cosas: ¿Qué es el mensaje que compartimos? ¿Cómo somos nosotros los mensajeros? ¿Cuál es nuestra motivación? Leemos de...
I. El mensaje
Nuestro mensaje. Pues, antes de que veamos de qué consiste nuestro mensaje, debemos aclarar de qué no consiste. Pablo nos dice aquí en el texto que no nos predicamos a nosotros mismos, es decir, que el mensaje no trata de lo que hemos hecho nosotros. Si paso todo mi tiempo contándoles historias de mi juventud y de mi vida, no estoy siendo buen mensajero de Dios, porque esto no trata de lo que he hecho yo...Y cuando ustedes hablan de su fe, no trata de lo que han hecho ustedes tampoco.
Al contrario, predicamos a Jesucristo como Señor. Un poco de repaso de la semana pasada: ¿Qué significa mi nombre Andrés? Sí, correcto. Pero momento, no predicamos a nosotros, ¿verdad? Una mejor pregunta: ¿Qué significa el nombre Jesús? Sí. Salvador. Nosotros predicamos que Jesucristo es nuestro Señor y Salvador, y lo predicamos porque así lo creemos, ¿verdad? Este mensaje “Jesús es Señor” es el mismo mensaje que vimos la semana pasada, el mismo mensaje que creemos. Y entonces, si Jesús es nuestro Salvador, eso quiere decir que tenemos la necesidad de que alguien nos salve. Y, ¡el resto del mundo tiene esa misma necesidad!
Saben que no quiero ser uno de esas personas con quien nadie quiere hablar porque actúa como un cristiano fanático y falso. Pero la verdad es que aunque esa es mi intención, hay muchas personas que todavía se van a molestar por el mensaje del evangelio...pero necesitan escucharlo. Son pecadores y lo necesitan saber, porque si no reconocen su pecado, no van a ver su necesidad de un Salvador, y si no necesitan a un Salvador, no tienen por qué creer en Jesús.
Es como tu vecino a que no le gusta que le despierte ni moleste cuando está durmiendo. Pero su casa está envuelta de llamas a las tres de la mañana. ¿No vas a despertarlo por miedo de que se va a molestar? ¡Claro que no! Vas a despertarlo, aun se enoja, porque está en peligro mortal. Pues, si una persona se cree bueno y piensa en que no necesita a Dios, es como que está en una casa envuelta de llamas, en peligro de la muerte eterna en el infierno. ¿No vamos a querer despertar a está persona para que vea el peligro en que se encuentra?
Y lo podemos hacer con un mensaje sumamente sencillo. No tienes que estudiar por ocho años en el seminario o ser un gran teólogo para poder hablar de Jesús, porque Dios nos ha dado un mensaje sencillo: 1) Somos pecadores que necesitamos un Salvador y 2) Jesucristo es ese Salvador que necesitamos. Puede ser que vamos a tener que mostrar a la persona específicamente como es pecador usando la ley de Dios, mostrando como Dios exige la perfección. Puede ser que tenemos que aclarar cómo Jesús es nuestro Salvador, que vino a este mundo como nuestro substituto para llevar la vida perfecta en nuestro lugar y morir en la cruz por nuestros pecados. Pero sencillamente, nuestro mensaje es: 1) necesitas un salvador 2) Jesús es aquel salvador.
II. ¿Cómo es el mensajero?
Pero, pastor, no es tan fácil... No tengo en entrenamiento... Nadie me va a escuchar. Bueno, Dios nos ayuda con esas preocupaciones al recordarnos cómo somos nosotros. Nos dice que somos “vasos de barro”. Y, ¿cómo son vasos de barro? Son frágiles y feos; en sí, sin importancia. Pero si somos nada más vasos de barro, frágiles y feos, ¿por qué nos usa Dios? Pues dice aquí, para mostrar que el poder proviene de él y no de nosotros. Esto a la vez nos enseña humildad y nos consuela. Nos enseña humildad en que si una persona cree, no es por nosotros, o sea, no es porque nosotros hicimos algo. No creen por causa del vaso de barro, sino por el tesoro que lleva ese vaso, que es el evangelio.
Pero también nos consuela el hecho de que somos nada más vasos de barro porque nos quita la presión. No tenemos que convencer a nadie de nada. Dios solamente quiere que compartamos este mensaje precioso de su amor, y los resultados están en sus manos. Si una persona cree, es porque Dios obró la fe en su corazón. Si no cree, es porque en su pecado esa persona rechazó al Espíritu Santo. Entonces, no se preocupen. Dios entiende que somos vasos de barro. Entonces, que compartamos este mensaje en la forma más clara que sea posible, y Dios hará el resto.
Pero, cuidado, que no usemos esto como excusa de compartir el mensaje en una forma antisimpática. Si presentamos el evangelio en una forma ofensiva y fanática, nadie ni nos va a escuchar y el evangelio no va a tener oportunidad de hacer su trabajo. Saben que esta es la parte más difícil de compartir nuestra fe: el quitar las barreras para que al menos escuchen el mensaje que tenemos, porque muchos tienen ideas muy extrañas de qué es la iglesia y cómo son cristianos. Si en el primer momento que conocemos a una persona le decimos: “¿Conoces a Jesucristo con su Salvador personal?”, ¿nos va a escuchar esa persona o va a buscar la forma más rápida de despedirse de nosotros?
Entonces, necesitamos buscar oportunidades cuando no hay barreras. Hay que conocer bien a la gente para haya confianza antes de compartir con ellos las buenas nuevas que tenemos. Además, hay muchas oportunidades que Dios nos presenta para compartir nuestro mensaje sencillo con nuestros amigos, familiares y vecinos: cuando una persona está batallando con la muerte de un ser querido, un divorcio, problemas familiares, el estrés...recordatorios del efecto del pecado en el mundo y en nosotros. Y ya tienes una oportunidad de decirles cómo Dios ha resuelto su problema del pecado al darles el cielo y cómo les puede dar la paz aquí en la tierra. En esos momentos generalmente hay mejor probabilidad que nos van a escuchar. Y después, los resultados están en las manos de Dios. Otra forma sencilla de compartir el evangelio es invitar a sus amigos a eventos aquí en la iglesia como dije la semana pasada: Vamos a tener tal evento este domingo o vamos a empezar la escuela dominical si quieres venir con tus hijos... Y entonces tendrán la oportunidad de escuchar el mensaje aquí en la iglesia.
III. La motivación
Pero ¿por qué hacer tanto esfuerzo? ¿Para qué preocuparme por esas personas? Pues veamos de nuevo nuestra motivación. Pablo nos dice, “Creemos por lo cual hablamos.” Aunque “estamos atribulados en todo, pero no angustiados; en apuros, pero no desesperados; perseguidos, pero no desamparados; derribados, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, llevamos siempre en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos.” Nuestra fe testifica al hecho de que aún en medio de todos los problemas y tribulaciones de este mundo, seguimos adelante, no somos destruidos, no nos desesperamos. Aunque nuestros cuerpos testifica al hecho de que estamos lentamente muriendo, la vida eterna que tenemos en Jesús brilla por nosotros.
Con corazones agradecidos a nuestro Dios por su amor asombroso, por protegernos y darnos esperanza, nuestro corazón nos obliga a hablar. El profeta Jeremías dijo que era como un fuego dentro de él que no podía apagar. Cuando realmente vemos todo lo que ha hecho Dios por nosotros, es difícil no decirlo a los demás. Si el banco Washington Mutual anunciara mañana que por todo un mes iba a dar un millón de dolares a cualquier persona que se presentara en sus puertas, ¿que harías? Me imagino que irías para ver si fuera cierto. Y al recibir su millón de dolares, ¿ahora qué harías? ¿No hablarías a sus familiares, amigos y vecinos compartiendo con ellos lo que te ha pasado y diciéndoles que ellos también lo pueden recibir? Si están dispuestos a hacer eso por el dinero que hoy está y mañana se va...¿cuánto más por el tesoro eterno del cielo?
Nosotros creemos: tenemos una confianza segura en las promesas de nuestro fiel Dios salvador que nunca cambia. Aun en medio de los problemas y tribulaciones de este mundo pecaminoso, tenemos fortaleza y esperanza. Por lo cual hablanos: Esta fe afecta nuestra vida en que viendo el amor de Dios y el regalo del cielo que nos da, vamos a querer compartir ese regalo con los demás. Si todavía no estás seguro que lo puedes hacer, lee tu Biblia más, porque Dios es el que te va a capacitar. Si tienes alguna pregunta sobre la mejor forma de tratar una situación específica, el Pastor Carlos y yo estamos aquí para servirles. No nos molestaría para nada. Es mi esperanza en Dios que cada uno de ustedes tenga la misma actitud como el himno que apenas cantamos:
Grato es contar la historia más bella que escuché
Más aurea, más hermosa, que cuanto yo soñé
Decirla siempre anhelo, pues hay quien nunca oyó
Que para hacerle salvo el buen Jesús murió
¡Cuán bella es esa historia! Mi tema allá en la gloria
Será ensalzar la historia de Cristo y de su amor. Amén