Cuando yo estaba en la universidad, la gran mayoría de los muchachos que vivían en mi residencia vieron una telenovela americana llamada “Days of our Lives” todos los días. Honestamente, esa novela nunca me llamaba la atención, pero un día me senté con mis compañeros para verla. Y me acuerdo que en ese capítulo, una mujer llamada Esperanza se perdió en una avalancha de nieve cuando estaba esquiando. Todos los familiares estaban desesperados porque pensaban que nunca la iban a encontrar. Pero, uno de los protagonistas les dijo a ellos: “Hay que tener fe que vamos a encontrar a Esperanza.” “Hay que tener fe que vamos a encontrar a Esperanza.”
La fe. Escuchamos esta palabra mucho hoy en día, ¿verdad? Pero, ¿en qué se basa la fe del mundo? “Hay que tener fe que vamos a encontrar a Esperanza.” ¿En qué se basa tal fe? Pues, para muchos en este mundo, la fe es una mano desesperada buscando el camino en la oscuridad, la última esperanza cuando ya no existe otra. Pero Dios nos presenta la fe en otra forma. Bueno, es cierto que la fe está basada en cosas que no se puede ver con el ojo humano. Como dice la Biblia: “La fe es la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve.” Pero la fe no es una mano desesperada buscando esperanza en las tinieblas. No es una esperanza necia sin base. Al contrario, nuestra fe tiene un fundamento sólido y por lo tanto afecta cada aspecto de nuestra vida. Entonces, ahora quiero que escuchen de nuevo la segunda lectura para esta mañana y piensen en qué se basa nuestra fe, y por consecuencia, cómo afecta nuestra vida...
I. Que nuestra fe tenga un fundamento sólido
¿Ya saben en que se basa nuestra fe? Se expresa en unas frases pequeñas del texto: Que Jesús es Señor; que Dios lo resucitó de entre los muertos; que Dios nos justifica y nos salva. Esta mañana vamos a enfocar nuestra atención en la primera de estas frases: que Jesús es Señor.
¿Para qué propósito sirven los nombres? Yo me llamo Andrés y es buen nombre. Me queda muy bien, pero realmente no me describe, porque el nombre “Andrés” originalmente significaba “Fuerte, macho”. Y aunque a veces pienso que soy así, la verdad es que el nombre Andrés no describe quién realmente soy. Pero, ¿saben que significa el nombre Jesús? Significa “él salva” o “Salvador”. Fíjense que decimos mucho que Jesucristo es nuestro Salvador. Pero, ¿realmente pensamos en lo que significa eso para nosotros? Si Jesús es nuestro Salvador, quiere decir que nosotros tenemos la necesidad de que alguien nos salve.
Y realmente no nos gusta escuchar eso. Nuestro orgullo no quiere hablar del pecado. La sociedad moderna nos dice que hay que ir a iglesias que nos dicen que “Somos buena gente”, que el pecado y el infierno realmente no existen. Pero si eso es cierto, ¿en qué creemos? Si creemos que Jesús es nuestro Salvador, pero no creemos que tengamos necesidad de un Salvador, nuestra fe no se basa en nada.
Pero el pecado sí existe. Y pensándolo bien, lo sabemos todos, porque vemos el mal, el odio y el egoísmo que se encuentran en el mundo. Vemos el enojo, el orgullo y la envidia que moran dentro de nosotros. Y la Biblia nos dice claramente lo que nuestros pecados merecen: La paga del pecado es muerte. La muerte eterna en el infierno.
No obstante, nosotros creemos que Jesús es nuestro Salvador. Él mismo nos dijo que no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate del mundo. Con su vida perfecta y muerte inocente en la cruz, Cristo pagó el precio de nuestra libertad, rescatándonos de la muerte, el diablo y la culpa del pecado. Y como resultado, Dios nos justifica, es decir, que como el juez justo y perfecto, Dios nos declara inocentes porque Cristo ya ha sufrido la pena de muerte en nuestro lugar.
Y vemos aquí en el texto que este Salvador Jesús es el Señor. En el Nuevo Testamento, la Palabra “Señor” se usa como traducción del nombre “Jehová” que es del Antiguo Testamento, o sea, que nuestra fe se basa en el hecho de que Jesús es Jehová, nombre que literalmente significa “Yo soy”. Dios es el gran “Yo soy”. Y, ¿qué nombre mejor puede describir a nuestro Dios? Siempre ha sido y siempre será; es el Dios que nunca cambia.
Y ese punto es muy importante, porque nuestra fe se basa en un Dios salvador cuyo amor por nosotros nunca cambia. Cuando nos promete: Todo aquel que en el creyere no será avergonzado; lo podemos creer, porque Dios siempre cumple con sus promesas. Cuando nos promete: He aquí estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo; que nada nos puede separar del amor de Dios que tenemos en Cristo Jesús Señor nuestro; que todos los cosas les ayudan a bien a los que aman a Dios...Cumplirá, porque el gran “Yo soy” es fiel.
Por consecuencia, nuestra fe no es nuestra última esperanza cuando ya no hay otra opción, una esperanza vaga y desesperada. Al contrario, nuestra fe se basa en la promesas de nuestro fiel Dios salvador, el cual nunca cambia. Y, ¿de dónde proviene esta fe? Pues, el versículo 17 nos dice: La fe es por el oír y el oír por la Palabra de Dios. Aunque no podemos ver a Dios con nuestros ojos físicos, no quiere decir que nuestra fe es ciega. Porque sí lo vemos por medio de su Palabra. En su Palabra tenemos el testimonio de los que vieron y tocaron al Dios hecho hombre, a nuestro Señor Jesucristo. Por medio de esta Palabra el Espíritu Santo abre nuestros ojos espirituales para que veamos y conozcamos a Dios. Pero sin esta Palabra, “la fe” no es nada, es solamente una mano buscando esperanza en las tinieblas.
Y una cosa: cuando preguntado por qué van al cielo, muchas personas dicen, “Porque tengo la fe”. Pero, ¿es la mejor respuesta que se puede dar? ¿Voy al cielo porque yo creo o porque Jesús murió en la cruz por mis pecados? Que siempre confiemos en el objecto de nuestra fe y no en la fe propia. ¿Por qué voy al cielo? Porque Jesucristo murió en la cruz por mis pecados. La fe solamente es la mano abierta que recibe el regalo de la salvación.
II. Que nuestra fe comparta lo que cree
Entonces, dado que nuestra fe no es una esperanza vaga, sino una confianza basada en el amor de nuestro Dios que nunca cambia, tal fe va a afectar cada aspecto de nuestra vida. Cuando vemos el amor de nuestro Dios salvador, cuando miramos a nuestra mano y vemos el regalo del cielo que nos ha dado, vamos a querer agradecerlo. Lo que creemos directamente afecta como vivimos. Como dice el texto, si tenemos fe, la vamos a confesar, vamos a invocar al nombre del Señor, adorando y agradeciéndolo.
Pues, es como un manzano. Si las raíces del manzano están vivas, ¿qué va a producir el árbol? Manzanas, ¿verdad? El tener la fe es como tener raíces vivas, y por consecuencia, al tener la vamos a producir fruto. Nadie tiene que decir al manzano: “produce manzanas”, porque lo hace naturalmente. Así es también con el cristiano. Lo más fuertes son las raíces, es decir, nuestra fe, lo más fruto vamos a producir. Y entonces, ¿cómo fortalecemos nuestras raíces? Al leer la Palabra de Dios, al participar en la Santa Cena, al recordar nuestro bautismo, estamos recibiendo las preciosas aguas que da vida a nuestra fe. Lo más que recibimos de este agua espiritual, lo más fruto vamos a producir.
Y el texto para esta mañana nos da un muy buen ejemplo del fruto que producimos: que compartimos con los demás esas buenas nuevas de cómo Dios nos ha salvado. ¡Cuán hermosos son los pies de los que anuncian la paz, de los que anuncian buenas nuevas! Bueno, me podría quitar los zapatos ahora para mostrarles que mis pies no son tan hermosos... Pero la hermosura no proviene de los pies, sino del mensaje increíble que llevan. Qué privilegio Dios nos ha dado de que podemos ayudar a una persona quien está atormentada por sus pecados a ver y sentir el consuelo del perdón. Que privilegio tenemos en que Dios nos permite traer a un amigo o familiar, y él los acepta como parte de su familia.
Y bueno, para que quedemos claro, no todos van a creer. Lo dice muy claramente aquí en el texto. Pero, ¿no queremos al menos darles la oportunidad? Pablo aquí nos da unas preguntas para hacernos pensar : ¿Cómo, pues, invocarán a aquel en el cual no han creído? Y, ¿cómo creerán en aquel de quien no han oído? ¿Y cómo oirán sin haber quien les predique? Y voy a agregar una pregunta más: Y, ¿a dónde van a ir si no creen? La Biblia nos dice muy claramente: El que creyere y fuere bautizado será salvo, más el que no creyere será condenado. Y no se refiere aquí al creer que hay una abstracta fuerza sobrenatural que gobierna el universo, sino habla de la fe, del creer en Jesucristo como nuestro Salvador.
Y la verdad es que no tenemos que ser fanáticos. No tenemos ninguna razón para ser un sabe-lo-todo, fanático con quien nadie quiere hablar. Mas sin embargo, podemos ser luces reflejando el amor de Cristo a todos. Podemos llevar nuestras vidas como Dios quiere, mostrando la paz y confianza que tenemos en Jesús. Y el mundo se dará cuenta. Te preguntarán: ¿Cómo puedes estar tan tranquilo cuando sabes que estás muriendo de cáncer? ¿Cómo puedes tratar a la gente tan bien cuando te tratan tan mal? Y ya tienes la oportunidad de compartir el amor de Cristo en una forma que no ofende ni molesta.
En la misma manera, pueden invitar a sus amigos y familiares que no asisten a ninguna iglesia a venir para escuchar la buenas nuevas aquí. “Oye, ¿sabes que hay una nueva iglesia aquí en Doral que creo que a ti te gustaría? Tal vez sea lo que estás buscando. ¿Quieres ir conmigo el domingo?” No creo que vamos a ofender ni molestar a nuestros amigos y familiares hablándoles así.
Y bueno, como muchos de ustedes saben, dentro de dos semanas, el 18 de marzo, vamos a empezar de tener la escuela dominical para niños y estudios bíblicos para adultos a las diez de la mañana (o sea, antes de la misa). Y quiero proponer que hagamos de ese primer domingo, un “domingo de amistad”, es decir, que aplicemos lo que Pablo nos dice aquí en el texto. Que cada uno de nosotros invite a un amigo o familiar, vecino o compañero de trabajo a “probar” la nueva iglesia en Doral. Inviten a los hijos de sus vecinos o a los amigos de sus hijos a la escuela dominical. Otra vez, si nadie les dice del amor de Jesús, ¿cómo van a saber? Pero, bueno, hablaremos de esto más en la semana que entra.
Por ahora, sepan que su fe tiene un fundamento sólido en las promesas de Dios. El cielo es suyo, no porque lo han ganado, ni porque tienen fe, sino porque Jesús lo ganó por cada uno de nosotros y porque Dios nos ha dado la fe. Y ahora, que produzcan fruto. Que sirvan al Señor en todo lo que hacen, que la fe que tienen afecte sus acciones, sus palabras, su ser. Amén.