Estamos en las últimas horas del año 2025. ¡Parece que fue ayer que estrenábamos año el 1 de enero pasado! El final de un año tiene una manera muy particular de confrontarnos.
Para algunos, este ha sido un año notoriamente de logros, avances, metas alcanzadas y bendiciones. Para otros, ha sido un año de notorias pérdidas, enfermedades, fracasos, decepciones y preguntas sin responder. Pero lo más probable es que todos hemos experimentado un poco de ambos lados.
Al cerrar el año solemos hacer balances: Lo que salió bien; lo que no resultó como esperábamos; lo que todavía duele; lo que aún no se ha resuelto. Y si somos sumamente sinceros al hacer estos balances tenemos que concluir algo: No terminamos el año como “superhéroes espirituales”. Sino tenemos que reconocer que lo terminamos como personas frágiles, necesitadas, dependientes de la gracia de Dios cada momento.
No sé a ustedes, pero a veces a mí se me hace difícil reconocerlo. Es decir, me cuesta reconocer que soy débil, que soy frágil, que no tengo todo arreglado. Que tengo necesidad. Que todavía no soy como quisiera ser.
Cuando se muestra nuestra fragilidad inicia una batalla interna con nuestro orgullo, con nuestra soberbia y otros pecados con los que luchamos en nuestros corazones. Pero esta es una realidad: somos débiles y frágiles. Estamos necesitados y somos dependientes de algo más fuerte que nosotros.
Pero sabes, para personas como nosotros que tenemos debilidades, hay buenas noticias. La Biblia nos enseña que estas debilidades, que estas fragilidades, que este estado de necesidad constante tiene también su propósito en las manos de nuestro Dios.
De hecho, esto es clave para nuestro crecimiento: reconocer nuestra debilidad y fragilidad, para que podamos confiar y experimentar el poder maravilloso de nuestro Dios de gracia.
Hubo un hombre, llamado Pablo, que fue un gran siervo de Dios. Y quizá si conocemos un poco su historia, nos lo imaginamos como un hombre de un temple de hierro, de valentía incuestionable a prueba de fuego. Un hombre que no le temía a nada ni necesitaba nada. Pero, aunque lo imaginemos así, la verdad es que Pablo fue como tú y como yo, un hombre con debilidad, un hombre necesitado, un hombre frágil.
El apóstol Pablo fue quien inició la iglesia de Corinto, pero luego, llegaron unos maestros que decían que si uno es cristiano no debe ser débil, frágil, necesitado, que no debe sufrir, que no debe enfermarse, sino siempre debe tener prosperidad, victoria, salud, dinero y cosas semejantes.
¡Nada de sufrir! ¡Nada de fracasar! ¡Nada de ser inadecuado! ¡Nada de errar!
Esto era lo que estaban enseñando estas personas. Y como Pablo tenía un historial de grandes sufrimientos por Cristo, estos hombres lo desacreditaban diciendo que cómo era posible que Pablo fuera reconocido como apóstol de Cristo si su vida estaba llena de incomodidades, necesidades, problemas y dificultades. ¿Cómo puede decir Pablo que Dios está con él si tiene tantas debilidades?
La respuesta del apóstol en 2 de Corintios ante estas críticas fue precisamente algo que no esperarías. Quizá tú y yo nos hubiéramos puesto a publicar nuestro repertorio de fortalezas. Nos hubiéramos propuesto callar la boca de esos detractores mostrando cuán fuertes somos o cuán habilidosos o preparados estamos.
Pero Pablo se enfocó en hacer un inventario de todas las dificultades y debilidades que sufría.
El apóstol Pablo, al escribir a los corintios, en su segunda epístola, en el capítulo 12, no se presenta como un hombre que lo tenía todo bajo control. No presume éxitos ni aparenta fortaleza. Al contrario, nos abre su corazón y nos muestra que la vida cristiana auténtica se vive desde la debilidad, en reconocimiento de nuestra debilidad, pero sostenida por una gracia suficiente. Su gracia es suficiente.
Escucha las palabras claves para ti y para mí que tenemos batallas internas con ese sentido de debilidad o fragilidad. 2 Corintios 12:5: 5 De tal hombre podría hacer alarde, pero de mí no haré alarde sino de mis debilidades.
Fíjate qué está diciendo: Esta vida de debilidad, esta vida de fragilidad, esta vida de enfermedad, esta vida de fracasos, esta vida de sufrimiento, esta vida de necesidad, es mi motivo de gozo. En vez de hablar de mis glorias, elijo hablar de mis debilidades.
¿Qué es esto? ¿Por qué? ¿Por qué el apóstol podía decir que su motivo de celebración precisamente eran sus debilidades? ¿Cómo podía decir que celebraba el hecho de que todavía se enfermaba, que todavía tenía necesidades, que las aflicciones y las debilidades estaban presentes en su vida? ¿Qué estaba viendo él que no nosotros no alcanzamos a ver?
En los versículos 7 al 10 de 2 Corintios 12, nos muestra por lo menos tres verdades que nosotros olvidamos al considerar nuestras debilidades. Tres verdades que de creerlas y aplicarlas a nuestras vidas podremos decir igual que el apóstol “Me gloriaré en mis debilidades”. Pondré en Facebook y en Instagram no las grandes cosas que hago, o lo bonita que es mi vida y como tengo todos los cabos ataditos, sino mostraré la realidad de mi necesidad, mi debilidad, mi fragilidad”. Dice el apóstol: Si voy hacer alarde de algo será de mis debilidades.
¿Por qué?
1. Las debilidades nos ayudan con nuestro orgullo. Dice 2 Corintios 12:7: Para evitar que me volviera presumido por estas sublimes revelaciones, una espina me fue clavada en el cuerpo, es decir, un mensajero de Satanás, para que me atormentara.
No sabemos en realidad qué era específicamente a lo que se estaba refiriendo el apóstol cuando habla de esta espina o este aguijón. Hay quienes suponen que era alguna enfermedad, otros alguna lucha de índole espiritual, pero lo que sí podemos leer con claridad es que se trataba de algo que causaba mucho dolor o incomodidad, como cuando tienes una espina o aguijón clavado en la piel. O sea, era algo que molestaba constantemente.
Y algo más, el apóstol sabía la procedencia directa de esta circunstancia. Lo llama, un mensajero de Satanás. Un medio por el cual, Satanás me quiere atormentar con sus mentiras.
Pero fíjense que, aunque la procedencia directa venía evidentemente de Satanás, Pablo podía ver sobrepasando los propósitos perversos del diablo, Dios estaba logrando algo a través de esta circunstancia en su vida. El díce: Para evitar que me vuelva presumido. Para evitar que me exalte o enaltezca en sobremanera. En pocas palabras, para evitar que me vuelva orgulloso o soberbio.
¡Qué fácil es ser orgullosos y soberbios! Qué fácil es comenzar a sentir que somos una maravilla y nuestro corazón se llene de orgullo.
Comenzamos a envanecernos pensando que somos mejores que los demás. Pensamos que Dios debe estar fascinado de tenernos de su lado. Pensamos que Dios nos necesita a su lado y nos exaltamos y nos enorgullecemos.
Pero, las debilidades, las fragilidades, la necesidad constante nos ayudan a combatir nuestro orgullo. Las debilidades son como una piedrita en el zapato que nos recuerda nuestra realidad. No somos tan grandiosos como pensábamos, todavía nos falta mucho, todavía necesitamos tanto. Todavía somos tan inadecuados, tan frágiles, tan débiles. No hay mucho de qué estar orgullosos en nosotros mismos.
Las debilidades nos ayudan con nuestro orgullo. Y aunque nade se anota para esto, Dios usa estas debilidades para mantener nuestro corazón humilde. Las debilidades son como un recordatorio constante de que: No somos autosuficientes. No somos el centro. No somos tan fuertes como pensábamos.
Así que hermanos, cerrar el año reconociendo nuestra fragilidad no es derrota o fracaso; es gracia. Es Dios protegiéndonos del engaño del orgullo y la soberbia de nuestros corazones.
Pero según, la Escritura, las debilidades también nos ayudan a algo más.
2. Las debilidades nos ayudan a depender totalmente de Dios.
Miremos los versículos del 8-9ª de 2 Corintios 12: Tres veces le rogué al Señor que me la quitara; pero él me dijo: «Te basta con mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad».
El apóstol refiere haber rogado al Señor, no una o dos, sino tres veces que quitara esta molestia, esta circunstancia, esta espina incómoda. Y es que estamos hablando de alguien que al orar había resucitado muertos. Pero el Señor no contestó la oración en esta ocasión como Pablo rogaba. Le contestó de una manera muy diferente.
El Señor le dijo: Te basta con mi gracia. Mi gracia es suficiente. No necesitas más que mi gracia para esta situación de debilidad.
En pocas palabras, que yo te sea suficiente. Depende totalmente de mí. Aunque no tengas alivio de tu incomodidad, aunque esta situación no cambie, aunque tengas que seguir enfrentando espinas en tu vida, recuerda que Yo soy suficiente. Que en tu vida se cumpla la verdad que dice el Salmo: El Señor es mi pastor, nada me faltará.
Las debilidades nos recuerdan que dependemos totalmente de Dios. Cuando nos sentimos fuertes, aptos, capaces, adecuados, como comenzamos a pensar que podemos afrontar esta vida sin el Señor. Como que nuestros recursos son suficientes para sostenernos en esta vida.
Qué fácil es comenzar a depender de tantas cosas en vez de Dios. Quizá una relación. Quizá nuestra seguridad financiera, nuestra religiosidad, nuestras credenciales académicas, nuestras habilidades, nuestros dones, nuestra salud, nuestros logros, nuestro prestigio y tantas cosas más.
Pero cuando enfrentamos nuestra debilidad es cuando nos damos cuenta que en todo tiempo dependemos de nuestro gran Dios. Y que no hay algo que tengamos en nuestras manos que pueda sostenernos. Que en nosotros mismos estamos en bancarrota. Y es cuando nuestros ojos son abiertos a la infinita e inmensurable gracia de Dios que nos ha sostenido cada momento y que es suficiente.
Cuántas veces este año oramos diciendo: “Señor, quita esto”
“Señor, cambia aquello”. “Señor, ya no quiero seguir así”. Y muchas cosas… no cambiaron. Pero el mensaje de Dios sigue siendo el mismo al cerrar este año: “Mi gracia te basta.” No dice: “Te bastará cuando todo se resuelva.” No dice: “Te bastará cuando seas más fuerte.” Dice: “Mi gracia es suficiente hoy y ahora.”
Las debilidades nos despojan de falsas seguridades y nos llevan al único lugar seguro: la dependencia total de Dios.
Al cerrar este año, quizá no tienes todas las respuestas,
pero tienes algo mejor: la gracia de Dios que nunca ha faltado.
Mi hermano, hay situaciones de debilidad en tu vida que no van a cambiar. Hay circunstancias en tu vida que el Señor elige no retirarlas de nuestras vidas. Pero con lo que siempre podemos contar sea cual sea la situación, es con su gracia. Y esa gracia nos basta, esa gracia es suficiente. Esa gracia es todo lo que necesitamos. Las debilidades nos ayudan a ver la gracia de Dios en acción y nos ayudan a convencernos de que es suficiente.
Pero las debilidades logran algo más en la vida de los hijos del Señor.
3. Las debilidades nos ayudan a experimentar el poder de Dios.
Los versículos 9b-10 de 2 Corintios 12 dicen: Por lo tanto, gustosamente haré más bien alarde de mis debilidades, para que permanezca sobre mí el poder de Cristo. 10 Por eso me regocijo en debilidades, insultos, privaciones, persecuciones y dificultades que sufro por Cristo; porque, cuando soy débil, entonces soy fuerte.
Algo pasaba cuando el apóstol experimentaba su debilidad: de manera clara y evidente, se manifestaba el poder de Cristo en su vida. Ahí estaba la clave para su gozo en medio de debilidades. Sabía muy bien que cuando su debilidad se manifestaba, el poder de Cristo estaba a punto de hacerse presente con toda su gloria y majestad.
Entonces, la gloria del apóstol estaba en sus debilidades porque era cuando más era testigo del poder infinito e inagotable del Rey de reyes y Señor de señores.
Es a través de esta convicción que podía gozarse en debilidades, afrentas, necesidades, persecuciones, angustias porque cuando se reconocía más débil que nunca, era cuando más fuerte era.
Cuando por fin reconocemos que no podemos nosotros solos, cuando reconocemos que hemos sido orgullosos, cuando reconocemos que hemos tratado de vivir la vida cristiana por nosotros mismos, y comenzamos a depender totalmente de Cristo, es cuando se hace manifiesto y evidente el poder de Cristo.
Es muy claro su poder porque sabemos que no podríamos haber controlado nuestra reacción como lo estamos haciendo. Sabemos que no habríamos podido soportar el hecho de tratar bien a quien nos ha tratado mal. Sabemos que no hubiéramos sido capaces de perdonar las afrentas de otros.
Sabemos que no hubiéramos tenido el valor de hablar de Cristo como lo hicimos. Sabemos que no hubiéramos podido soportar estos sufrimientos por los que estamos pasando. En fin, sabemos que nuestra debilidad nos inhabilita para hacer la voluntad de Dios, por lo que si estamos en Él es sólo por su gracia que es suficiente.
Sólo el poder de Dios es el que hace que personas enfermas, necesitadas, débiles, frágiles puedan ser personas que enfrentan con poder y fortaleza las circunstancias más difíciles de la vida para la gloria de Dios. Cuando soy débil, entonces soy fuerte porque el poder de Cristo se manifiesta indubitablemente en mi vida.
No sé por qué batalla estés pasando. No sé cómo estás siendo confrontado con tu debilidad. Pero aquí hay una enseñanza muy importante para todos: Para ser fuertes, necesitamos comenzar con reconocer que somos débiles. Tenemos que entregar las armas. Dejémonos de aparentar una fuerza que no tenemos en nosotros mismos.
También necesitamos aceptar que necesitamos a Dios. Lo necesitamos cada instante. Dejemos a un lado nuestro orgullo. Y centremos nuestro corazón en Él.
Por eso este cierre e inicio de año grábate el mensaje de Dios para tu vida: En tus debilidades, Su gracia es suficiente. La gracia de Cristo es suficiente para tu debilidad. Reconócelo, humíllate ante él, aférrate a sus promesas y experimenta Su gran poder.
Cristo Jesús se hizo débil para que nosotros podamos ser fuertes. Él se entregó para que, de su quebranto, fragilidad y vulnerabilidad manifestada en la cruz del calvario, podamos renacer a una vida nueva donde se manifiesta el poder del Espíritu Santo para transformar y hacer todas las cosas nuevas. Ese poder que resucitó a Jesús de entre los muertos al tercer día está disponible para todo aquel que humildemente reconoce su debilidad y clama: tú gracia es suficiente.
Al despedir este año, Dios no nos llama a aparentar fortaleza, sino a confesar nuestra necesidad. No nos llama a gloriarnos en nuestros logros, sino en su gracia. No nos invita a empezar el nuevo año confiando en nosotros mismos, sino dependiendo totalmente de Él. El mensaje sigue siendo el mismo ayer, hoy y mañana: “Mi gracia es suficiente.”
Que el Señor nos ayude a decir y a creer con todo nuestro corazón este nuevo año: Soy débil, pero tu gracia es suficiente para mí y tu poder se manifiesta en mi debilidad. En esto me gozo y me glorío porque Dios es glorificado en mi vida.