Summary: Nuestra esperanza está segura por la promesa, palabra y pastor que vienen de Dios.

Estamos en el cuarto domingo de adviento. Han pasado ya tres domingos en los que hemos estado considerando a Jesús como nuestro gozo, paz, amor y hoy cerramos con el énfasis en la esperanza.

El dicho popular dice: “la esperanza es lo último que muere”. Y es que ciertamente en el mundo la esperanza tiene que ver con la expectativa de que sucedan cosas difíciles o imposibles, y esa expectativa nos hace esperar hasta agotar todas las posibilidades.

La esperanza en el mundo es tomada como un pensamiento positivo acerca del futuro que nos hace perseverar y ser pacientes aguardando que llegue u ocurra aquello deseado.

Pero en la Biblia, cuando se habla de esperanza se tiene en mente algo mucho más grande que un mero pensamiento positivo acerca del futuro, mucho más grande que un buen anhelo o un “ojalá” esto o aquello sucedan.

La esperanza bíblica es certeza de que algo va a ocurrir y solo es cuestión de tiempo y de esperar. La esperanza bíblica nos hace perseverar y aguardar que las cosas ocurran, no porque eso es algo positivo en nuestras vidas, sino porque confiamos plenamente que van a ocurrir con toda seguridad.

La esperanza bíblica no es mero pensamiento positivo, sino es convicción basada en verdad. La esperanza bíblica se basa en quién es Dios y qué ha prometido. La esperanza bíblica está fundamentada en la fidelidad del Señor.

Por eso cuando hablamos de esperanza en la vida en Cristo, no estamos hablando de buenos deseos para el futuro, o anhelos positivos de que las cosas “ojalá” sucedan, sino es la espera certera, paciente, activa y perseverante de que Dios cumpla sus promesas y su palabra.

Es cuestión de tiempo, no de probabilidades. Es algo dado por sentado. En ese sentido, la esperanza no es lo último que muere, sino la esperanza bíblica nunca muere porque está fundada en un Dios fiel.

Y para pensar en nuestra esperanza en este adviento, vamos a considerar un pasaje en el Antiguo Testamento, en Isaías capítulo 40.

En este pasaje veremos en dónde está fundamentada nuestra esperanza. Esa esperanza cuyo cumplimiento es Cristo, esa esperanza que nos hace aguardar activamente su regreso, está fundamentada en nuestro Dios fiel. Por eso este día decimos: Nuestra esperanza está segura por la promesa, palabra y pastor que vienen de Dios.

En primer lugar, Nuestra esperanza está segura por la Promesa de Dios.

En Isaías 40:1-5 dice: ¡Consuelen, consuelen a mi pueblo! —dice su Dios—. Hablen con ternura a Jerusalén y anúncienle que ya ha cumplido servicio obligatorio, que ya ha pagado por su iniquidad, que ya ha recibido de la mano del Señor el doble por todos sus pecados. Una voz proclama: «Preparen en el desierto un camino para el Señor; enderecen en el desierto un sendero para nuestro Dios. Se levantarán todos los valles y se allanarán todas las montañas y colinas;

el terreno escabroso se nivelará y se alisarán las quebradas. Entonces se revelará la gloria del Señor, y la verá toda la humanidad. El Señor mismo lo ha dicho».

Recordemos que Isaías está apuntando proféticamente a un tiempo devastador del pueblo de Dios. Se habla del tiempo de exilio babilónico. Un tiempo en el que Jerusalén estaba en ruinas, el templo estaba destruido; el pueblo había sido deportado a Babilonia. Todo esto como consecuencia de su pecado. Todo esto por haber abandonado a su Dios fiel por ídolos falsos que los llevaron a su ruina.

Había pasado el tiempo del juicio y sus consecuencias y el Dios fiel a su pacto y a su pueblo, no lo iba a dejar en el abandono. Y estas palabras son de gran consuelo para un pueblo que estaba en su peor momento: Consuelen, consuelen a mi pueblo.

Aquel pueblo que se preguntaba si Dios los había dejado para siempre, recibe estas hermosas palabras que lanzan un rayo de esperanza por la promesa que reciben.

Dios no inicia con reproche, sino con gracia y lanza una promesa de que el exilio termina, de que su pueblo regresa a él. Qué Dios los trae de vuelta a él.

Es maravilloso lo que promete por medio de imágenes hermosas: Los montes serán allanados y los valles serán levantados de tal manera que se forma una especie de supercarretera por la que van a regresar los exiliados desde su cautividad. El Señor mostrará su gloria al ir por ellos y traerlos de vuelta a casa. Todos los pueblos serán testigos de estos actos de liberación.

Esta es la promesa que los exiliados tenían sobre la mesa. En medio de su cautividad podían tener esperanza de que Dios los salvaría y los regresaría a él y a su tierra.

Y ciertamente, hubo un cumplimiento parcial de esta promesa cuando el rey persa Ciro ordenó que los judíos regresaran a su tierra, pero aun quedó un cumplimiento final por realizarse, por lo cual, el pueblo continuó guardando la esperanza basada en la promesa.

Pasaron muchos años, hasta llegar a tiempos del nuevo testamento. El pueblo seguía viviendo en una forma de exilio, no en babilonia, sino ahora bajo el poder de Roma. Estaban en su tierra, pero no tenían libertad. Seguían esperando consuelo, liberación y el cumplimiento total de la promesa de Dios en Isaías.

Los ecos de las palabras de Isaías “Consuelen, consuelen a mi pueblo” volvieron a resonar, pero esta vez en un anuncio angelical en Lucas 2:10-12 Pero el ángel dijo: «No tengan miedo. Miren que traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto les servirá de señal: Encontrarán a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».

La esperanza basada en la promesa llegó a su cumplimiento. Ya no es un lenguaje de expectativa futura, sino de hechos consumados presentes.

La promesa de consuelo hecha a los exiliados encuentra su cumplimiento final en el nacimiento de Cristo.

Dios nos envió en Jesús la respuesta definitiva al pecado y a la rebelión de su pueblo. En Cristo tenemos un salvador.

Isaías dijo: consolaos, consolaos al hablar de la promesa. Lucas nos reporta: No tengan miedo, no teman. Por el cumplimiento de la promesa. La esperanza basada en la promesa llega finalmente a su destino con el cumplimiento en el nacimiento de Jesús, el Cristo.

Nuestra esperanza no son buenos deseos para el futuro, sino certezas basadas en el hecho de que Dios siempre cumple sus promesas. En Adviento avivamos nuestra esperanza porque confirmamos que Dios cumple lo que promete, aunque a veces nos parezca que ha tardado y lo haga en formas inesperadas.

El Dios del pacto, cumplió su promesa y la seguirá cumpliendo en Cristo Jesús. No hay duda alguna. Todo lo que Dios ha prometido darnos en Cristo, puedes darlo por sentado. Por eso Nuestra esperanza está segura en las promesas de Dios.

Si ha prometido que tenemos vida eterna en Cristo. Esto es algo seguro. Es cuestión de tiempo.

Si ha prometido que estará con nosotros hasta el fin del mundo, él está ahora mismo en medio de su pueblo.

Si ha prometido que le veremos cara a cara viniendo en las nubes como el Rey de Reyes y Señor de Señores, dalo por un hecho que ese día glorioso, llegará.

En el adviento celebramos que nuestra esperanza está segura en las promesas de Dios, pero también, Nuestra esperanza está segura, en segundo lugar, por la Palabra de Dios.

Isaías 40:6-8 dice: Una voz dice: «Proclama». «¿Y qué voy a proclamar?», respondo yo. «Que todo mortal es como la hierba y toda su gloria como la flor del campo. La hierba se seca y la flor se marchita, porque el aliento del Señor sopla sobre ellas. Sin duda, el pueblo es hierba. La hierba se seca y la flor se marchita, pero la palabra de nuestro Dios permanece para siempre».

El pueblo en el exilio, aun bajo el yugo opresor de sus captores, ¿cómo iba a estar seguro que sus circunstancias iban a cambiar? Si habían vivido en carne propia el brazo cruel de los babilonios y cómo habían arrasado con todo lo que ellos conocían como una vida normal, ¿Quién les aseguraba de que lo prometido de por Dios se cumpliría?

¿Cómo podían tener esperanza en medio de circunstancias difíciles? ¿Qué garantía tenían de que su esperanza era segura?

Isaías, en su mensaje profético, apunta al único lugar donde se puede tener seguridad verdadera: la Palabra de Dios. Lo que Dios ha dicho, lo que ha salido de sus labios, lo que ha prometido. Su palabra es certeza. Es verdad. Es garantía.

Y aquí se hace una comparación entre lo efímera, temporal, frágil y transitoria que son nuestras vidas y nuestras promesas como simples mortales, contrastada con la palabra del Señor.

Nosotros decimos, pero no podemos dar garantías. Seguramente este mismo día has dicho algo que harás o has comprometido tu dicho con alguien. Pero la verdad, no puedes tener la seguridad de que lo harás tal cual lo prometiste, ni puedes dar garantías de que allí estarás. Aunque tengas las buenas y nobles intenciones de cumplir tu palabra, la vida es tan frágil y tan transitoria, como la hierba, que cabe la gran posibilidad de que no puedas cumplir.

Pero el pueblo de Dios, ha recibido una palabra que no es como la palabra de los hombres. Esa palabra es la palabra de Dios y esa palabra…permanece para siempre.

Esa palabra no puede ser eliminada, cambiada, frustrada, contradicha, tergiversada, desechada. Esa palabra, si salió de boca de Dios, cumplirá su propósito en tiempo y forma siempre.

Esa es la garantía de nuestra esperanza. Si es palabra de Dios, ocurrirá. Si es palabra de Dios, permanecerá no importa las circunstancias. Aún en medio de algo catastrófico como un exilio, si es palabra de Dios, aunque parezca imposible, sucederá.

Y así fue con los exiliados. La palabra de Dios tuvo cumplimiento en parte y el remanente de Israel regresó a su tierra en el tiempo de Ciro, el rey persa. Pero, aunque fue un cumplimiento importante, esta esperanza apuntaba a algo mucho más grande.

El Nuevo Testamento, en el evangelio de Juan 1:1 y 1:14 dicen: En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Y el Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y contemplamos su gloria, la gloria que corresponde al Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.

La palabra traducida aquí como “Verbo”, es también traducible como “Palabra”. Es decir: en el principio ya existía la Palabra, y la palabra estaba con Dios y la palabra era Dios. Y la Palabra se hizo hombre o carne y habitó entre nosotros.

¿Te das cuenta? La palabra de Dios que permanece para siempre, como dice Isaías, apunta directamente a la Palabra hecha carne en la obra y persona de Jesucristo.

La palabra de Dios que es la garantía de nuestra esperanza, esa palabra que no se marchita ni se seca como la flor del campo, es la palabra hecha carne y permanece para siempre.

Se hizo carne y vimos su gloria, como del unigénito del Padre, lleno de gracia y verdad. Jesús, la Palabra de Dios hecha carne, es la garantía de nuestra esperanza.

Pues que Cristo vino y él es la Palabra, tenemos garantía de que todo es cumplido.

En adviento celebramos que la palabra de Dios que permanece para siempre, se ha hecho carne garantizando así de que todo ha sido cumplido. Nuestra esperanza hoy en día en Cristo tiene todo el sentido del mundo. Toda la Palabra de Dios es cumplida, pasado, presente y futuro, en aquel que es la Palabra que se hizo carne y habitó entre nosotros. Nuestra esperanza está segura en la Palabra de Dios.

Tenemos una esperanza segura, porque está fundada en la promesa y en la Palabra de Dios, pero también, en tercer lugar, Nuestra esperanza está segura por el Pastor que viene de Dios.

Isaías 40:9-11dice: Portadora de buenas noticias a Sión, súbete a una alta montaña. Portadora de buenas noticias a Jerusalén, alza con fuerza tu voz. Álzala, no temas; di a las ciudades de Judá: «¡Aquí está su Dios!». Miren, el Señor y Dios llega con poder y con su brazo gobierna. Su galardón lo acompaña; su recompensa lo precede. Como un pastor que cuida su rebaño, recoge los corderos en sus brazos; los lleva junto a su pecho, y guía con cuidado a las recién paridas.

El pueblo exiliado podía tener una esperanza segura porque el Dios que parecía haberlos abandonado en manos de los babilonios, ahora vendría a salvarlos de su cautividad como un pastor cuida y guía a su rebaño. Vendría con poder, pero gobierna a su pueblo con ternura. Reúne a sus ovejas, a los frágiles, los quebrados, los indefensos, los levanta en sus manos y con ternura los pone junto a su pecho y con cuidados compasivos guía a sus ovejas tan necesitadas.

La esperanza que el pueblo podía tener es que un día, Dios mismo vendría a pastorear a su pueblo que estaba como ovejas que no tienen pastor: frágiles, vulnerables, desorientados, necesitados.

La imagen de Dios viniendo al encuentro de su pueblo como un pastor es una imagen muy notable en los libros proféticos.

Esa esperanza encuentra su cumplimiento final en el pastor de pastores, enviado por Dios, en nuestro Señor Jesucristo.

Como veíamos hace un momento en Lucas, el anuncio del cumplimiento de la promesa y palabra de Dios fue entregado originalmente a un grupo de pastores que cuidaban sus rebaños en las afueras de Belén. Y podríamos preguntarnos ¿Por qué el anuncio no fue dado a los gobernantes o reyes de la época? ¿Por qué el anuncio no fue dado a los líderes religiosos de altas élites? ¿Por qué fue dado a unos sencillos y modestos pastores de belén?

El anuncio a los pastores es a simple vista inesperado para nosotros y ese impacto debe causar en nosotros el relato bíblico, pero cuando analizamos el evento más cuidadosamente a la luz del Antiguo Testamento, podemos ver que, aunque indignos de tal mensaje aquellos pastores, eran al mismo tiempo, los más indicados para recibirlo.

No tanto porque ellos eran dignos de recibirlo sino por la naturaleza de la misión del niño que les era anunciado. El niño que nació, era básicamente, uno de ellos. Era un pastor. Era el pastor prometido, deseado, profetizado, pactado y esperado por generaciones. Era la manifestación en carne, de aquel pastor que vendría a apacentar al pueblo de Dios.

Recordemos que el niño era el hijo de David, es decir, era descendiente de David, y había nacido al igual que David, en aquella insignificante, pero tan relevante Belén de Judea. Así como David fue elegido de entre los pastores de ovejas para ser el pastor de Israel, también Jesús, el hijo de David, es anunciado a los pastores porque sería el Pastor de pastores del pueblo de Dios.

Esta es la esperanza reflejada, como vimos en Isaías, en la época de los profetas del Antiguo Testamento

La esperanza del pueblo era que vendría un pastor que sería el que guiaría al pueblo de Dios hacia su libertad. Esa noche, los indignos e insignificantes pastores de Belén, recibieron el anuncio de la gloriosa venida del pastor deseado, profetizado y esperado por tantos años. Venía uno de ellos para pastorear al pueblo de Dios.

Nuestra esperanza está segura en Cristo porque tenemos al pastor que viene de Dios para guiar nuestras vidas hacia el Señor.

Jesús, el hijo de David, quien nació esa primera Navidad, es nuestro pastor. El dijo: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (Juan 10:11) El es el Pastor que dio su vida por personas que no lo merecíamos. Y esto muestra aún más la gloria de Dios en que siendo indignos de su gracia, de su fidelidad, de tener una esperanza gloriosa, él dio su vida por nosotros. ¡Cuán glorioso es el pastor prometido en la antigüedad que nació en Navidad! Nuestra esperanza está segura porque está con nosotros el pastor enviado por Dios.

El Adviento nos enseña que la esperanza cristiana, no es un mero deseo por un futuro mejor, sino una certeza segura porque se basa en una promesa cumplida, en una Palabra eterna y en un pastor que está ya presente con su pueblo.

El adviento no solo mira hacia lo que ya ha pasado, sino también a la esperanza de lo que falta por pasar. Somos exhortados y animados a mantener la vista puesta en Jesucristo el autor y consumador de la fe. El reino ha sido inaugurado, estamos en la continuación del reino, pero aguardamos la consumación del Reino con la segunda venida del Mesías, del Ungido, del Cristo a la tierra.

El Saber que nuestro maestro regresará para poner fin a los tiempos y establecer de manera plena el reino de Dios en la tierra, debe animarnos, edificarnos, fortalecernos, consolarnos, hacernos estar más atentos, más fervorosos, servir con más ahínco, soportar las tribulaciones, compartir el evangelio con más dedicación, vivir para la gloria de Dios.

Renovemos nuestra tu visión de la vida. Ya vivimos en los últimos tiempos desde la primera venida de Cristo. Ya el siglo venidero y sus realidades están presentes por la obra de Jesucristo. Vive de acuerdo con los valores del siglo venidero al que perteneces y en el que vivirás para siempre. Ya no vivamos más en la oscuridad, sino en la luz de Cristo.

Recuerda que los sufrimientos actuales en nada se comparan con la gloria venidera. Vivamos anhelantes de verle cara a cara en los cielos nuevos y la tierra nueva.

Pero mientras tanto, nuestra esperanza nos lleva a esperar. Y esa espera paciente, no es pasiva. Es una espera con los ojos en el cielo, pero con los pies sobre el suelo.

Todavía tenemos mucho qué hacer como iglesia. Todavía tenemos muchos lugares a donde llegar con el evangelio de Jesucristo. Todavía tenemos que seguir llevando la esperanza de Jesucristo que consuela los corazones hasta los confines de la tierra.

Que este sea nuestro ruego y acción constante, que nuestras vidas cuenten para el avance del Reino de Dios en la tierra, en tanto esperamos el cumplimiento final de la promesa del Señor.

Nuestra esperanza está segura por la promesa, palabra y pastor que vienen de Dios. Por eso, salgamos de este lugar con el consuelo que viene de nuestra esperanza en Jesucristo. Sigamos caminando de la mano de aquel que prometió estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo. Sigamos constantes en la paz, el gozo, el amor y el consuelo que sólo encontramos en nuestro Mesías, en nuestro Rey, Jesucristo para la gloria de Dios.