Summary: El amor verdadero solo lo encontramos en Jesús

Estamos en el tercer domingo de Adviento. El adviento es una temporada de preparación para celebrar el advenimiento de nuestro Señor Jesucristo. Es decir, para recordar la encarnación de la segunda persona de la trinidad, la cual celebramos en Navidad.

Por eso en este tiempo celebramos y recordamos que Jesús es nuestra paz y Jesús es nuestro gozo. Pero también hoy celebramos que Jesús es el amor de Dios manifestado hacia su pueblo.

Entonces, en adviento celebramos el amor de Dios en el pasado en la primera venida de Jesús, pero también celebramos el amor de Dios que se manifestará en su plenitud final cuando tengamos su segundo advenimiento o segunda venida. El adviento mira hacia el pasado, pero también mira hacia el futuro, para que a la luz de estas dos realidades vivamos nuestro presente en Cristo. Por eso, nuestra serie se llama: Ven Señor Jesús.

Hoy abordamos, entonces, el amor. Cuando hablamos de amor quizá inmediatamente pensamos en una pareja. Quizá muchos de nosotros estuvimos en alguna boda recientemente, y la palabra amor fue la reina de la noche.

Otros, quizá cuando pensamos en amor, pensamos en unos padres y sus hijos. Como el caso del que me enteré esta semana de dos familias en Colombia que por equivocación en el hospital les intercambiaron al bebé que correspondía a la otra familia. Y el drama familia que se estaba dando porque después de seis años de crecer al niño equivocado tenían que entregarlo a su respectiva familia biológica. ¡Qué prueba tan grande desprenderse del niño que ya amas como tu hijo, aunque no sea tuyo de sangre!

O bien podemos pensar en amor relacionándolo con amigos y hermanos fraternales con quienes compartimos nuestras vidas.

En fin, el amor siempre tiene algún referente para nosotros. Si bien estos referentes humanos son parte de nuestra experiencia del amor, cuando hablamos de la esencia, origen, significado y propósito del amor tenemos que ir a la fuente de todo que es nuestro Dios.

La Biblia afirma que Dios es amor. Advierte que el amor es de Dios y que si vamos a hablar de amor verdadero tenemos que empezar con conocer a Dios, porque él es amor. Es más, una de las evidencias más importantes de que conocemos a Dios es que podamos amar como él nos ha amado.

En fin, al hablar de amor tenemos que fundamentarnos y sustentarnos en Dios.

La Escritura nos habla en muchos lugares acerca del amor de Dios, pero hoy tomaremos un pasaje en el Antiguo Testamento, en el libro de Isaías en su capítulo 62, para derivar dos acciones que el amor de Dios realiza en y para su pueblo. Dos acciones que realiza o manifiesta el amor de Dios en nosotros.

En primer lugar, El amor de Dios persevera.

Dice Isaías 62:1-3 Por amor a Sión no guardaré silencio, por amor a Jerusalén no desmayaré, hasta que su justicia resplandezca como la aurora y como antorcha encendida su salvación. Las naciones verán tu justicia y todos los reyes, tu gloria; recibirás un nombre nuevo, que el Señor mismo te dará. Serás en la mano del Señor como una corona esplendorosa, como una diadema real en la palma de tu Dios.

Para entender Isaías 62, debemos considerar la realidad de su audiencia. Isaías apuntaba proféticamente hacia un período devastador: el exilio babilónico. Imagina la escena: Jerusalén en ruinas, el templo destruido, el pueblo deportado, Su identidad religiosa y nacional quebrada. Dudas profundas: “¿Nos ha abandonado Dios?”

El pueblo se encontraba aplastado por el imperio más poderoso de la época, Babilonia. Parecía que los dioses paganos habían vencido al Dios de Israel. Humanamente, no había salida.

Pero en medio de esa realidad en la que parecía que Dios había dejado de amar a su pueblo, en la que su justo juicio había disciplinado a su pueblo con el exilio, hay en el anuncio profético un gran clamor de esperanza y este era que el amor de Dios seguía vigente, seguía perseverante para con su pueblo caído.

Dios no iba a permanecer aparentemente callado o pasivo, Dios seguía amando a su pueblo y su amor es perseverante. Su amor no iba a descansar o desmayar sino hasta cumplir su cometido. Su amor persevera y cumple sus propósitos. Su amor nos descansa sino hasta completar su obra perfecta en su pueblo.

Su amor iba a perseverar hasta que esa ciudad y pueblo en ruinas y devastación fuera una antorcha de justicia y resplandeciera como la aurora. Eso era difícil de imaginar dadas las condiciones en que se encontraba el pueblo, pero su amor no iba a descansar hasta ver hecho una realidad que todas las naciones de la tierra vieran como su pueblo se vuelve una corona o diadema real esplendorosa en las manos de nuestro Dios.

Este es un amor que no claudica, este es el amor que no deja a medias las cosas, este es el amor que persevera, este es el amor cuyo origen es Dios, porque Dios es amor.

Este pasaje nos muestra algo profundo: el amor de Dios es un amor que habla, que actúa, que insiste. Cuando alguien ama de verdad, no permanece indiferente.

Este pasaje no describe a un Dios indiferente, sino a un Dios apasionadamente comprometido con su pueblo. Isaías 62 nos recuerda que, aunque Dios parezca callar, su amor nunca descansa. Su amor persevera. Eso es exactamente lo que celebramos en Adviento: el amor de Dios que se hizo carne en Jesucristo.

El amor de Dios perseveró hasta que vino el cumplimiento del tiempo y Jesús llegó para que su pueblo pudiera ser esa diadema y esa corona en las manos de Dios. Por la obra de Jesucristo, que es la manifestación misma del amor de Dios, es que podemos estar seguros de ese amor perseverante del Señor.

Quizá hoy te puedes encontrar, por lo que estás viviendo, como se encontraban aquel pueblo en el exilio, pensando quizá Dios ya no nos ama. Pero si estamos en Cristo, la Escritura afirma que no hay nada ni nadie que nos pueda separar de su amor incansable, de su amor perseverante.

Cuando enfrentamos la vida en Cristo en un mundo complejo hay dificultades y sufrimientos que pudieran hacernos dudar si podremos continuar en el camino porque como que estas cosas nos han apartado o alejado del amor de Dios.

En Romanos 8 el apóstol repasa algunas de esas circunstancias difíciles que pudieran hacernos dudar si el amor de Dios sigue perseverando o no en nosotros. ¿Te acuerdas? Tribulación, angustia, persecución, hambre, desnudez, peligro, espada.

Pasar por estas circunstancias difíciles podrían estar gritando: Dios ya te abandonó, estas cosas te han apartado de su amor. Y quizá estás, ahora mismo, pasando por algunas circunstancias que parecen gritarte de esa manera.

Pero si conocemos el amor de Dios que persevera, podemos saber que las circunstancias no son termómetro para saber cuánto nos ama Dios. Sino que el parámetro para saber cuanto nos ama Dios es lo que hizo por nosotros al enviar a su hijo a tomar nuestro lugar para que podamos ser reconciliados con él.

Y si Dios no escatimó ni a su propio hijo, ¿Cómo no nos dará juntamente con él todas las cosas?

Por eso el pasaje en Romanos concluye con ese canto de victoria del amor inquebrantable de Dios, de ese amor perseverante, de ese amor incansable: Ni la muerte, ni la vida, ni los seres espirituales, ni lo presente ni lo porvenir, ni ninguna otra cosa creada nos puede separar del amor de Dios que es en Cristo Jesús.

¡Qué manera tan bíblica de ver la vida! Tener la firme convicción de que el amor de Dios en Cristo es perseverante e inquebrantable. No hay circunstancia o cosa que exista en el universo que pueda cambiar el amor de Dios para aquellos que amó desde antes de la fundación del mundo. Por eso somos más que vencedores. Ya se ha ganado la victoria por medio de Cristo Jesús.

Por eso mi hermano, en este adviento, reafirma tu confianza en el amor perseverante de tu Dios que en Cristo te hace más que vencedor en medio de las dificultades que estás atravesando.

El amor de Dios persevera hasta cumplir su propósito y lo ha completado en Cristo Jesús.

Pero el amor de Dios no sólo persevera, sino también en segundo lugar, El amor de Dios transforma.

Dice Isaías 62:4-5 Ya no te llamarán «Abandonada» ni a tu tierra la llamarán «Devastada»; sino que serás llamada «Mi deleite», tu tierra se llamará «Mi esposa»; porque el Señor se deleitará en ti y tu tierra tendrá esposo. Como un joven que se casa con una joven, así el que te edifica se casará contigo; como un novio que se regocija por su novia, así tu Dios se regocijará por ti.

Si algo tenía el pueblo exiliado era el estigma de abandonado, despreciado o devastado, de haber sido repudiado por Dios. En los libros proféticos el exilio se describe como un divorcio entre Dios y su pueblo como un juicio por los múltiples adulterios que el pueblo había hecho con dioses falsos, abandonando a su esposo fiel, a su Dios del pacto, que lo había sostenido y lo había hecho suyo para siempre.

El pueblo exiliado cargaba con estos nombres que denotaban abandono, repudio, culpa, pecado. Pero el amor de Dios perseverante no iba a dejar para siempre a su pueblo en esa condición y con esos nombres. En su amor, Dios iba a dar un nombre nuevo y una nueva condición a su pueblo.

Primero le cambia el nombre, ya no más sería llamado “abandonado”, o “devastado”, nombres cargados de vergüenza y dolor, sino ahora tendría un nuevo nombre, ahora se llamaría: “mi deleite” y en lugar de repudiada, sería llamada: “esposa”.

Esto hace el amor de Dios para con su pueblo. Le da una nueva identidad. Un nuevo nombre que ya no lo identifica con su pecado, sino con el amor que ha recibido por parte de su Señor.

En vez de abandono, de separación, de divorcio, ahora se habla de deleite, de esposa, del regocijo que hay en la unión de un matrimonio. Dios en amor, nuevamente cobija a su pueblo y le dice: Mi deleite.

Pero no solo hay un cambio de nombre, que ya es significativo, sino también hay un cambio de condición o posición. Mira como dice Isaías 52:12: Serán llamados «Pueblo santo», «Redimidos del Señor»; y tú serás llamada «Ciudad anhelada», «Ciudad no abandonada».

¡Qué maravillosa obra de transformación realiza el amor de Dios! Aquel pueblo exiliado, deportado, juzgado, ahora es llamado “Pueblo santo”, “Redimido del Señor”. Aquella ciudad destruida y que había sido la despreciada por los enemigos ahora es llamada “ciudad deseada o anhelada” o “ciudad que no está desamparada”.

Ese es el cambio y transformación que hace el amor de Dios en su pueblo: experimenta un cambio de identidad y un cambio de condición.

Esto es lo que precisamente Dios ha hecho en todos aquellos que ahora están en Cristo. Es lo que Dios ha hecho en aquellos que han sido objeto de su amor transformador.

Aquellos que, por la obra perfecta de Jesús en su vida, muerte y resurrección, han recibido un nuevo nombre y una nueva posición delante de Dios.

En adviento celebramos el amor de Dios que transforma por la obra y persona de Jesús. Celebramos que antes de estar en Cristo éramos llamados: Culpa, vergüenza, pecado, Pero ahora por el gran amor con que nos han amado, tenemos un nuevo nombre, ahora somos llamados: santos, escogidos, amados, perdonados, adoptados, justificados, reconciliados.

Como vemos, el evangelio de Cristo no es un maquillaje de nuestro pasado, sino una transformación de quienes somos delante de Dios. Es una transformación de nuestra identidad y de nuestra posición delante de Dios. Y todo por el amor del Señor.

Adviento es un tiempo de recordar que no esperamos a un Juez frío, sino por su amor que transforma, ahora esperamos a un esposo que se deleita en su esposa, que se goza en su pueblo.

El amor de Dios persevera y el amor de Dios transforma. Y vemos que al final de este pasaje, el profeta recalca esta buena noticia que debe ser proclamada para un pueblo que vive en circunstancias difíciles.

Isaías 62:11 dice: He aquí lo que el Señor ha proclamado

hasta los confines de la tierra: «Digan a la hija de Sión: “¡Ahí viene tu Salvador! Trae su premio consigo; su recompensa lo acompaña”».

Mira el anuncio de buenas noticias para gente abrumada: Ahí viene tu salvador. Este es el anuncio del evangelio. En la primera navidad estas fueron las buenas noticias de la llegada del salvador.

Cuando los ángeles anunciaron su nacimiento ellos dijeron a un grupo de pastores que habían entrado en pánico de ver la majestuosidad angelical: “Miren que les traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy les ha nacido en la ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor.” (Lucas 2:10-11).

Esto son ecos de las buenas noticias de Isaías 62:11 “ahí viene tu salvador”.

Las buenas noticias que cambiarían su temor en gran gozo era el nacimiento de un niño. Siempre los nacimientos son ocasión de celebración. El nacimiento de un niño son noticias que queremos comunicar.

Aquella noche, el anuncio no fue una tarjeta o una llamada, o una publicación en redes, sino fue todo un despliegue de la gloria celestial. Y no era para menos, porque esa noche estaba ocurriendo un evento de trascendencia cósmica y eterna. Ese niño era sumamente especial y sin igual.

Este niño es el renuevo de David que trae justicia y paz, gozo y alegría. Jesucristo por medio de su vida, muerte y resurrección ha reconciliado con el Padre a todos los que se identifican con él por medio de la fe. Ya no hay más condenación para los que están en Cristo. Tenemos el perdón de nuestros pecados, tenemos un nuevo nombre, tenemos una nueva posición, estamos en paz con Dios.

El pecado ya no nos esclaviza de tal manera que no tenemos por qué obedecerlo en sus caprichos. Somos libres para servir al Señor, somos Su pueblo, somos linaje escogido, real sacerdocio, nación santa, somos hijos amados, somos conciudadanos de los santos y herederos de las promesas, somos nueva creación, experimentamos vida abundante y eterna en él, y la lista puede seguir y seguir….y ¿todavía dudamos de su amor? ¿Y todavía nos sentimos abandonados y desolados? ¿Y todavía pensamos que Dios ya claudicó con nosotros?

¿No será que estamos siendo ciegos a las realidades espirituales del amor de Dios en nuestras vidas? ¿No será que, aunque tenemos ojos no podemos ver todo lo que hemos recibido y está seguro para nosotros por el amor de Dios que es en Cristo?

¿No será que estamos buscando el verdadero amor en la vida en el lugar equivocado? ¿En personas falibles? ¿En circunstancias pasajeras? ¿En relaciones efímeras? ¿En bienes que se vuelven polvo y que los ladrones nos pueden arrebatar? Hermanos, nuestro corazón ha sido preparado para un amor que sobrepasa nuestro entendimiento y solo lo podemos recibir cuando abrazamos por la fe a Jesús en nuestros corazones. El amor verdadero solo lo encontramos en Jesús.

Ese amor que persevera, del cual nada ni nadie nos puede separar, y ese amor que transforma, que ha hecho de personas rebeldes y pecadoras como nosotros, las ha transformado en hijos e hijas de Dios, amados de eternidad a eternidad.

Cuando pienses en el amor, está bien…puedes pensar en parejas ejemplares que viven en matrimonios longevos, puedes pensar en padres e hijos que viven en armonía o en amigos y hermanos que se procuran mutuamente, pero sobre todas las cosas, piensa en aquel que define, manifiesta y origina el amor de verdad.

Piensa en aquel que amó de tal manera que dio a su hijo para que todo aquel que en él cree, no se pierda más tenga vida eterna.

Aférrate al Dios que ama perseverantemente y transformadoramente. Al Dios que te amó, te ama y te amará en Cristo y que por su obra perfecta en la cruz y su resurrección hoy nos llama: “mi deleite”, “Mi esposa”.

Hermanos, somos amados en Cristo mucho más de lo que podemos imaginar o concebir. Y porque él nos amó primero, nosotros podemos amarlo ahora y decir con todo nuestro corazón: Ven Señor Jesús. Tu iglesia te ama. Tu iglesia te espera. Tu iglesia vivirá para tu gloria.