Summary: La tradición del Año Jubilar añade otra capa de significado a esta temporada de Adviento.

Título: El Adviento nos invita a caminar juntos

Introducción: La tradición del Año Jubilar añade otra capa de significado a esta temporada de Adviento.

Escritura: Apocalipsis 22:1-5

Reflexión

Queridos amigos,

Hay algo silenciosamente revolucionario en esperar juntos. En un mundo que valora los logros individuales y la espiritualidad personal, el tiempo de Adviento nos recuerda que nuestra fe nunca fue concebida para ser una tarea solitaria.

Al encender velas semana tras semana, en la cuenta regresiva para la Navidad, participamos en un ritmo ancestral que siempre ha sido comunitario y compartido. Este año, esa dimensión colectiva de nuestra fe cobra especial importancia, ya que la Iglesia abraza lo que el Papa Francisco llama sinodalidad —la práctica de caminar juntos en nuestro camino espiritual— y nos encontramos en el umbral de un Año Jubilar que nos llama a la renovación y la esperanza.

La sinodalidad puede parecer jerga teológica, pero en realidad es una idea sencilla y hermosa. La palabra proviene del griego "syn-hodos", que significa "caminar juntos". Es el reconocimiento de que la Iglesia no es solo una jerarquía que dicta decisiones desde arriba, sino una comunidad de creyentes que se escuchan, disciernen juntos y avanzan en un entendimiento compartido. El papa Francisco ha hecho de esta visión un elemento central de su papado, abogando por una Iglesia donde cada voz cuente y donde busquemos genuinamente la guía del Espíritu Santo a través de las experiencias y perspectivas de los demás.

La tradición del Año Jubilar añade un nuevo significado a este Adviento. Con raíces en las Escrituras antiguas, el Jubileo fue un tiempo de liberación: se perdonaron las deudas, se liberó a los esclavos y la tierra fue devuelta a sus dueños originales. Fue un reinicio radical, una oportunidad para comenzar de nuevo con la justicia y la misericordia como ejes centrales. Cuando la Iglesia celebra un Año Jubilar, se hace eco de esta visión bíblica, invitando a la peregrinación, al arrepentimiento y a un renovado compromiso con el Evangelio. Es una pausa santa que nos invita a reflexionar sobre lo que necesita ser restaurado, lo que necesita ser perdonado y las nuevas posibilidades que Dios abre ante nosotros.

El Adviento, con su énfasis en la preparación y la expectativa, ofrece el marco espiritual perfecto para abrazar tanto la sinodalidad como el espíritu jubilar. Consideremos cómo celebramos estas cuatro semanas antes de Navidad. Las parroquias se reúnen para los servicios vespertinos de oración. Las familias se reúnen para encender coronas de Adviento. Las comunidades organizan iniciativas caritativas para servir a los necesitados. No corremos solos hacia el pesebre, sino que avanzamos juntos en la anticipación, y nuestra espera colectiva refleja la historia original del Adviento. María no expresó su extraordinario sí a Dios aisladamente; corrió hacia Isabel, y su alegría compartida se convirtió en un momento de reconocimiento y alabanza mutuos. Los pastores escucharon juntos el anuncio de los ángeles y fueron en grupo a Belén.

Lo que hace que este tiempo sea particularmente propicio para la práctica sinodal y la renovación jubilar es su invitación a escuchar. El Adviento es inherentemente contemplativo, y nos invita a acallar el ruido y prestar atención. Crea espacio para el silencio, la reflexión y la escucha atenta. ¿Y no es eso precisamente lo que exigen tanto la sinodalidad como el Jubileo? Antes de poder caminar juntos o abrazar una auténtica renovación, debemos aprender a escuchar juntos: la Escritura, las inspiraciones del Espíritu y las historias de fe y de lucha de los demás.

Los aspectos penitenciales del Adviento también se alinean maravillosamente con estos temas de conversión y nuevos comienzos. El Jubileo nos llama a examinar qué necesita liberación en nuestras propias vidas y comunidades. ¿Qué deudas —espirituales, emocionales, relacionales— necesitan perdón? ¿Qué injusticias necesitan ser abordadas? ¿Qué viejos patrones necesitan romperse para que surja algo nuevo? La sinodalidad plantea preguntas igualmente difíciles. ¿Damos cabida a las voces que han sido marginadas? ¿Estamos dispuestos a que se cuestionen nuestras suposiciones? Estas no son preguntas cómodas, pero tampoco lo es el trabajo espiritual del Adviento, con su llamado a reconocer dónde hemos fallado y volvernos hacia Dios. Sin embargo, dentro de esta incomodidad yace una tremenda posibilidad: la oportunidad de una auténtica transformación en lugar de un cambio superficial.

Quizás lo más poderoso es que el Adviento, la sinodalidad y el Jubileo están animados por la esperanza. El Adviento anhela la venida de Cristo: no solo su nacimiento histórico en Belén, sino su regreso en gloria y su presencia diaria en nuestras vidas por la gracia. Es un tiempo suspendido entre la memoria y la promesa, arraigado en lo que Dios ya ha hecho, mientras se extiende hacia lo que Dios aún realizará. El Jubileo proclama de igual manera que ninguna situación está fuera de la redención, ninguna persona fuera de la misericordia y ninguna comunidad fuera de la renovación. Y la sinodalidad abraza el "todavía no" de nuestra vida en comunidad, reconociendo que la Iglesia no está terminada, que aún estamos transformándonos en lo que Dios nos llama a ser.

Al avanzar en este tiempo de Adviento y entrar en el Año Jubilar, podríamos considerar cómo nuestros preparativos pueden reflejar este espíritu de caminar juntos hacia nuevos comienzos. Cuando nos reunimos con la familia o las comunidades parroquiales, ¿estamos realmente presentes los unos con los otros? Cuando leemos los llamados urgentes de los profetas a la justicia, ¿escuchamos cómo Dios podría estar hablando a través de las voces contemporáneas? Al encender nuestras velas de Adviento, ¿podemos ver en ese brillo creciente la imagen de una Iglesia y un mundo que se renuevan, brillando con más plenitud cuando todos aportan su luz única?

El camino a Belén lo hacemos juntos, así como nuestro camino como creyentes es fundamentalmente comunitario. Este Adviento no solo nos prepara para la Navidad; nos prepara para una nueva forma de ser Iglesia y vivir como discípulos: caminando juntos, escuchando atentamente, abrazando la posibilidad de una auténtica renovación y confiando en que Cristo nos encuentra no a pesar de nuestra unión, sino precisamente en ella.

Que el corazón de Jesús viva en el corazón de todos. Amén.