Summary: La Navidad no se mide por lo perfecta que es, sino por lo profundamente que se siente.

Título: La Navidad es aprender un nuevo idioma

Introducción: La Navidad no se mide por lo perfecta que es, sino por lo profundamente que se siente.

Escritura: Lucas 2:15-20

Reflexión

Queridos amigos,

Hace unos años, una abuela de Bombay sorprendió a su familia uniéndose a su videollamada la mañana de Navidad. Nunca había usado un smartphone, pero ese año, con la mitad de sus nietos trabajando en el extranjero, le pidió a la hija de sus vecinos que le enseñara. Cuando su rostro apareció en la pantalla, sonriendo, sosteniendo una pequeña parábola que había compuesto, sus hijos en Dubái y Londres rompieron a llorar. " Quería estar con ustedes " , dijo simplemente. Ese momento, pequeño e improvisado, capturó algo hermoso sobre cómo ha cambiado la Navidad: el corazón sigue siendo el mismo, pero las formas en que nos conectamos siguen creciendo.

La Navidad de hoy no se parece en nada a la de hace una generación, pero de alguna manera aún se siente como Navidad. En Filipinas, la gente cuelga faroles de estrellas brillantes desde septiembre, su brillo calienta la larga temporada de lluvias. En Europa, los mercados navideños huelen a canela y castañas asadas, sus puestos de madera brillan bajo guirnaldas de luces. En África y Latinoamérica, los coros de las iglesias llenan el aire con canciones que hacen vibrar las paredes de alegría. Y en todas partes, en todas las pantallas, la gente publica fotos de árboles, mesas y seres queridos, compartiendo la misma luz festiva a través de océanos y zonas horarias. La temporada se ha convertido en una extraña mezcla de rituales antiguos y momentos modernos, donde la fe se encuentra con la tecnología, y las velas comparten espacio con las cámaras.

Para algunos, este cambio resulta confuso, incluso triste. La Navidad de antes era más lenta, más tranquila, más arraigada en las reuniones familiares y los bancos de la iglesia. La Navidad de hoy es más rápida, más ruidosa, llena de notificaciones y tendencias. Sin embargo, bajo todo el ruido, el mismo anhelo perdura: el deseo de conectar, de compartir bondad, de creer que la esperanza sigue vigente. La Navidad no ha desaparecido. Simplemente es aprender a hablar de nuevas maneras.

La tecnología ha cambiado nuestra forma de celebrar, a veces para bien. Las familias ahora se reúnen no solo alrededor de la mesa, sino también alrededor de las pantallas de los teléfonos y las videollamadas. Un abuelo saluda desde otro país. Un niño presume de juguetes nuevos a través de un breve mensaje de video. Amigos separados por la distancia aún comparten la mañana de Navidad, con sus rostros brillando en pequeños cuadrados en una pantalla. Incluso los servicios religiosos ahora se transmiten por internet, permitiendo que las personas puedan celebrar juntos a kilómetros de distancia. La Navidad se ha convertido en un momento global compartido, que existe tanto en la nube como en la sala de estar.

A algunos les preocupa que esta nueva forma de celebrar parezca demasiado superficial, demasiado comercial. Y no se equivocan del todo. Cada diciembre, la publicidad se hace más ruidosa, las ventas empiezan antes y las redes sociales se llenan de presión para crear la festividad perfecta. Comparamos nuestras celebraciones en lugar de simplemente disfrutarlas. Representamos la alegría en lugar de sentirla. Pero incluso en medio de este ruido, algo real se abre paso: la gente de todo el mundo sigue intentando expresar amor y generosidad, incluso si lo hace a través de "me gusta" y "compartir". Las herramientas han cambiado, pero el mensaje de dar y pertenecer sigue encontrando su camino.

La globalización también ha transformado la Navidad de maneras sorprendentes. Esta festividad solía pertenecer principalmente a las culturas cristianas, pero ahora llega a lugares donde el cristianismo es poco común. En Japón, la Navidad es un día para las parejas y la amistad. En India, los hogares se iluminan con estrellas navideñas junto a las lámparas de Diwali. En algunas ciudades de Oriente Medio, los árboles brillan como símbolo de paz en barrios donde conviven diferentes religiones. Incluso donde las creencias adoptan formas diferentes, el espíritu navideño, la alegría, la luz y la esperanza, se ha convertido en un lenguaje universal. El mundo ha adoptado y fusionado elementos, convirtiendo la Navidad en un puente en lugar de una frontera.

Pero a pesar de todo este cambio, algo silencioso aún nos llama. No se encuentra en las canciones de moda ni en los videos virales. Se encuentra en los pequeños momentos imprevistos que se cuelan entre el ruido: la niña pegada a la ventana, esperando a que llegue la familia. El villancico desafinado mientras se lavan los platos. La vela encendida en memoria de alguien que no estará en la mesa este año. Estos rituales sencillos y personales nos recuerdan que la Navidad nunca se trató de perfección. Siempre se trató de presencia, de estar ahí, de cualquier manera posible.

Quizás eso sea lo que debemos recordar cuando la tradición se une a la moda. La Navidad no se mide por su perfección, sino por su intensidad. Ya sea compartida a través de una pantalla o cantada en una pequeña capilla, sigue reflejando la misma verdad humana: todos queremos ser vistos, pertenecer, dar algo de nosotros mismos. La forma cambia constantemente, pero el significado permanece inmutable.

Con el paso de los años, la Navidad seguirá evolucionando. Nuestros hijos podrían colgar adornos digitales o enviar tarjetas holográficas. Pero si protegemos la esencia, la bondad, la fe, la unión, no importará lo diferente que parezca. La luz que nació en Belén aún brilla, solo que ahora viaja a través de fibra óptica y señales satelitales, encontrándonos dondequiera que estemos.

Así que cuando publiques una foto, enciendas una vela o cantes un villancico con tus auriculares, recuerda que formas parte de algo mucho más grande que una simple moda. Formas parte de una tradición que se renueva constantemente, antigua y nueva, sagrada y compartida. La Navidad, en todas sus formas, aún encierra la misma promesa sencilla: que el amor puede cruzar cualquier distancia, llegar a cualquier generación y brillar a través de cualquier pantalla. Y esa promesa, más que nada, vale la pena mantenerla viva.

Que el corazón de Jesús viva en los corazones de todos. Amén .