En algunas personas los deportes despiertan aficiones y lealtades perdurables a equipos e incluso que pasan de generación en generación. En lo personal nunca desarrollé tal pasión. Recuerdo en alguna temporada de mi vida haber sido muy aficionado al Cruz Azul en el futbol y hasta tenia posters de los jugadores y los pegaba en algunos lugares estratégicos de mi cuarto. Pero no sé en qué momento dejé de estar atento a lo que acontecía en ese deporte.
Pero conozco personas que desde niños tuvieron una lealtad a un equipo y aun hoy de grandes sufren cuando pierden y celebran cuando ganan como si de esto dependiera la vida.
Recuerdo a un sobrino mío que por influencia familiar era fanático del América y aun a su corta edad como niño tenía los síntomas de ser americanista de corazón. No obstante, en una ocasión cuando el América estaba en la final del torneo y en el último partido perdió, él quedó muy decepcionado y triste. Cuando llegó a la reunión familiar en la que estaban todos los otros americanistas de la familia, con voz angustiada les preguntó: “¿Y ahora, a Quién le vamos a ir?”.
Para mi sobrino, el América sería su equipo siempre y cuando ganara. Pero ahora era tiempo de buscar un nuevo equipo que sí garantizara ser el campeón.
De una manera graciosa y en algo trivial, si quieres, esto muestra la realidad de nuestros corazones como seres humanos. Solemos tener lealtades condicionadas, compromisos del tipo “siempre y cuando” algo más suceda. Tendemos a cumplir promesas siempre y cuando siga siendo conveniente para nosotros.
Y muchas veces, cuando ya no nos satisface el arreglo, cuando ya no estamos a gusto con las circunstancias, cuando ya no está siendo fácil ni ágil hacer lo que debo hacer, entonces, tendemos, simplemente, a cambiar nuestra lealtad para ponerla en otro lugar.
Quizá mirando tu vida puedes ver rastros de esto que estamos hablando en relaciones abandonadas, proyectos cancelados, ministerios truncados, intenciones desistidas y promesas incumplidas.
Todos en algún momento u otro de nuestras vidas no hemos sido fieles a nuestra palabra empeñada, no hemos cumplido compromisos a cabalidad, hemos desistido de hacer algo bueno que habíamos empezado, hemos abandonado alguna relación que debíamos mantener. La fidelidad no es algo que se nos dé con naturalidad.
Pero, aunque nosotros fallamos en la fidelidad, hay alguien que jamás lo hace porque en la naturaleza misma de su ser está el ser fiel. Y ese es nuestro Dios.
Estamos en nuestra serie de sermones “Castillo Fuerte” hablando de los atributos de Dios. El mes pasado estuvimos hablando de los atributos incomunicables de Dios, es decir, esas características, cualidades y perfecciones del ser de Dios que lo hacen distinto a nosotros, que lo hacen único y diferente a nosotros. Así hablamos de la Aseidad, la omnisciencia, la omnipresencia, la omnipotencia de Dios.
Este mes estamos hablando de algunos atributos comunicables de Dios, o sea, aquellos atributos que él comunica o comparte parcialmente o en alguna medida con sus hijos. Estos atributos podemos esperar verlos en parte en la vida de los que están en Cristo.
Y es así como hoy continuamos hablando del atributo de Dios de la fidelidad. Dios es fiel.
La Escritura por todas partes declara que Dios es fiel. Por ejemplo en Deuteronomio 7:8-9 NVI dice: El Señor te ama y quería cumplir su juramento a tus antepasados; por eso te rescató de la esclavitud, del poder del faraón, el rey de Egipto, y te sacó con gran despliegue de fuerza. Por tanto, reconoce que el Señor tu Dios es el único Dios, el Dios fiel, que cumple su pacto por mil generaciones y muestra su fiel amor a quienes lo aman y obedecen sus mandamientos,
Como vemos, la fidelidad de Dios tiene que ver con lo que él ha prometido y el cumplimiento puntual de sus promesas y la perseverancia y constancia en mostrar que su palabra empeñada es verdad sin importar el paso del tiempo.
Cuando hablamos de la fidelidad de Dios estamos queriendo decir que Él nunca deja de ser quien dijo que es, ni de hacer lo que prometió hacer.
Él nunca miente, nunca cambia y nunca falla en sus promesas. Siempre dice verdad y su palabra es verdad no importa la situación. Él no promete y luego olvida. No cambia de parecer cuando las circunstancias cambian. Su carácter es inmutable.
La fidelidad de Dios no depende de nuestro comportamiento, sino de su naturaleza perfecta. Él no es fiel meramente en respuesta a nuestra fidelidad hacia él. Él mantiene su fidelidad, muchas veces, aun cuando nosotros fallamos.
La fidelidad es la base para poder confiar en él nuestras vidas. Es lo que hace seguro depositar nuestras vidas en él porque sabemos que no habrá letras chiquitas en el futuro, que no habrá triquiñuelas legales para que él se desdiga de sus promesas, sino todo lo que ha dicho es cierto y verdadero. Su fidelidad es el mayor aliciente para confiar totalmente en él.
Y esa es la confianza que podemos tener sus hijos. Por eso este día decimos: La fidelidad de Dios es una realidad en el pasado, presente y futuro de sus hijos.
Hay un pasaje en la Escritura que celebra la fidelidad de Dios en el lugar más inesperado y es el que estaremos considerando este día. Se trata de un pasaje en el capítulo 3 del libro de Lamentaciones en el Antiguo Testamento.
Como el mismo nombre del libro de Lamentaciones indica, sus cinco capítulos son básicamente un lamento poético o elegía que expresa tristeza profunda por una tragedia nacional.
Se le atribuye tradicionalmente su autoría al profeta Jeremías, aunque no hay certeza literaria, pero definitivamente está enmarcado en el contexto de la caída de Jerusalén en el 586 antes de Cristo a manos de los Babilonios y el respectivo exilio Babilónico.
Jerusalén fue sitiada, destruida y quemada. El Templo de Salomón fue destruido. Muchos israelitas fueron llevados al exilio en Babilonia y los que quedaron sufrían hambre, violencia y humillación.
Las escenas descritas poéticamente reflejan catástrofes humanas reales: hambre, muerte de niños, ruina total de la ciudad, y humillación de los líderes. El libro se convierte en una especie de “funeral poético” por Jerusalén.
Y en medio de este panorama desolador hay una frase por ahí en el capítulo 3 de Lamentaciones que dice enfáticamente: ¡Muy grande es su fidelidad! (Lam 3:23).
Imagínate estar parado sobre escombros, ruinas de edificios todavía oliendo al humo del fuego que los consumió, personas con cadenas siendo llevados cautivos, niños huérfanos llorando y poder exclamar en medio de tu llanto: “Muy grande es su fidelidad”
Humanamente no parece tener sentido. Pero es precisamente aferrarnos al atributo de Dios de la fidelidad el lugar correcto para encontrar esperanza en medio de las realidades crudas de la vida. La fidelidad de Dios es central para que el que lamenta pueda encontrar esperanza.
Porque la fidelidad de Dios es una realidad en el pasado, presente y futuro de sus hijos.
Esto es lo que encontramos en los versículos 19-24 del libro de Lamentaciones capítulo 3.
Primero, podemos ver que La fidelidad de Dios es una realidad en el pasado de sus hijos.
Dice Lamentaciones 3:19-21: Recuerda que estoy afligido y ando errante, que estoy saturado de hiel y amargura. Recuerdo esto bien y por eso me deprimo. Pero algo más me viene a la memoria, lo cual me llena de esperanza.
El pueblo estaba en la desolación posterior a la destrucción de Jerusalén. Solo había razones para estar afligidos, saturados de hiel y amargura. No había razón para estar alegres y sino solo para estar con el ánimo muy bajo.
Es una respuesta muy humana ante la pérdida, el luto, el fracaso, los sueños frustrados, las rupturas. Cuando pasas por situaciones desgarradoras solo hay razón para estar tristes.
Quizá así has estado en estos últimos días. En estas ultimas semanas hemos acompañado a varias personas y familias de la iglesia en diferentes situaciones en los que los hemos visto llorar. En la vida tenemos que enfrentar situaciones muy complejas y seguramente podemos identificarnos con estas palabras describiendo nuestras vidas saturadas de hiel y amargura.
Pero notemos, que los hijos de Dios, aunque no estamos exentos de sufrimientos que calen el alma, no estamos desprovistos, sino tenemos manera de enfrentarlos.
El escritor de lamentaciones dice que en esos momentos que la tristeza suena a depresión, algo en particular viene a su memoria. Trata de enfocar su mente y corazón en algo que es de tal impacto que le hace encontrar esperanza.
Centra su mente y su corazón en la fidelidad de Dios en el pasado. Cuando en tu presente no parezca haber razón para la esperanza, búscala en tu pasado con Dios.
Dios ha sido fiel en el pasado de sus hijos. Él siempre es fiel. Pero cuando hablamos del pasado tenemos la ventaja de la experiencia vista en retrospectiva. Los sucesos acontecieron y ahora tenemos una perspectiva histórica de los hechos y podemos ver claramente que fue la fidelidad de Dios la que nos sostuvo para atravesar por esas circunstancias pasadas y si hoy estamos aquí ha sido por él.
La fidelidad de Dios en el pasado es algo que debemos siempre traer a la memoria. Debemos traer a la memoria su fidelidad en la vida de su pueblo. La Escritura está repleta de ejemplos históricos de la fidelidad de Dios ante un pueblo que muchas veces no fue fiel. Él siguió bendiciendo, protegiendo y amparando de acuerdo con sus promesas del pacto. Todo lo que dijo se cumplió porque él es fiel y verdadero.
Nosotros también debemos traer a la memoria su fidelidad en nuestras propias vidas como sus hijos. Porque aunque hoy tengamos circunstancias difíciles, podemos saber que él Dios que nos sostuvo por su fidelidad en el pasado, lo seguirá haciendo ahora mismo.
Tengo ya cinco décadas de vida, acercándome peligrosamente a las seis décadas, y cuando miro mi vida, los eventos, las circunstancias, los encuentros y desencuentros, las decisiones, las cosas que salieron de mi control y las que fueron muy intencionales, cuando veo y hago un recuento de mi vida, lo único que puedo decir es ¡Muy grande es Su fidelidad!
Incluso recordando que aunque tomé unas decisiones no muy sabias y trajeron algunas consecuencias dolorosas en mi vida en ese entonces, a raíz de todo eso y en atención o en relación con esos asuntos, providencialmente, tuve el privilegio de conocer y tener un acercamiento a la que ha sido mi compañera de vida por más de 33 años. Yo no hubiera sido tan inteligente como para haberla escogido por mí mismo o haberme acercado a ella. ¡Muy grande es Su fidelidad!
Si eres hijo de Dios, podrás ver muchos episodios tristes en tu pasado; muchos en los cuales tú mismo trajiste dolor a tu vida, otros en los que las circunstancias pegaron fuerte y se volvieron complejas. Pero si das una mirada con los ojos de la fe a tu pasado, podrás ver en cada momento, en cada paso, al Dios que ha sido fiel a su palabra, a su promesa, a su carácter santo.
Y por eso puedes tener esperanza verdadera. Porque él es el mismo ayer, hoy y por siempre. Seguirá siendo fiel. La fidelidad de Dios es una realidad en el pasado de sus hijos.
Pero Dios no solo es fiel en el pasado, sino también, en segundo lugar, La fidelidad de Dios es una realidad en el presente de sus hijos.
Dice Lamentaciones 3:22-23: Por el gran amor del Señor no hemos sido consumidos y su compasión jamás se agota. Cada mañana se renuevan sus bondades; ¡Muy grande es su fidelidad!
No perdamos de vista que estas palabras son dichas no en un contexto de fiesta y celebración. Algo así diríamos en un aniversario, en un nacimiento, en una bendición recibida. Sino son dichas en el contexto de la desolación, angustia y aflicción total.
¿De dónde me agarro cuando mi presente es un caos de aflicción y dolor? ¿En donde me cobijo para enfrentar las realidades crudas de la vida?
En el mismo y el único lugar que existe que pueda traer verdadera esperanza: En la fidelidad de Dios. La fidelidad de Dios es una realidad en el presente de sus hijos, pase lo que pase.
Su fidelidad se muestra, como dice el pasaje, en su gran amor, en su compasión y su bondad. Por su gran amor nos tiene paciencia y no nos consume como hace rato podría haber hecho dado nuestro comportamiento. En tu presente sigues vivo porque Dios tiene un amor fiel que retrasa su juicio.
Su fiel compasión inagotable sigue vigente en cada paso que das, de tal forma que sigues recibiendo bendiciones, aunque sabes bien que no las mereces.
Y algo más, su fiel bondad se renueva cada mañana. Esto es maravilloso. Todo lo que necesitas para enfrentar este día con sus desafíos, te fue provisto hoy por su fidelidad.
No es con el resto o sobras de la bondad de ayer con lo que estás enfrentando el gran desafío presente, sino que esta mañana se te volvió a dar más de sus bondades, se te repuso, se te renovó, se reembolsó, con nuevas bondades para este día.
Su fidelidad es una realidad en tu presente. Dice la Escritura que Dios es fiel hoy en tu presente y no deja que seas tentado más de lo que puedes resistir y proporciona una salida. Dice la Escritura también que, si confiesas tus pecados, él es Fiel y justo hoy, para perdonarnos y limpiarnos de toda maldad. También dice que el que nos llamó es fiel y nos conservará irreprensibles para la venida del Señor.
En fin, la fidelidad de Dios tiene que ver con todo lo que estás viviendo hoy. Es tu única fuente de esperanza verdadera porque no fallará en sus promesas y su palabra, sino la guardará hasta el fin.
Si hoy tus circunstancias se te hacen parecidas a las del pueblo de Dios en los días del exilio babilónico, mira en estos textos cómo las afrontaron. Aunque estaban en medio del caos, debían poner su mirada no lo que sus ojos alcanzaban ver de la destrucción a su alrededor, sino en el Dios cuyas bondades por su misericordia son nuevas cada mañana.
Hoy, por la fidelidad de Dios, estás estrenando sus bondades para este día. Te ha dado tu porción de maná en su bondad y fidelidad, para que puedas hoy atender esa relación complicada, afrontar esa circunstancia presionante, actuar santamente ante esa tentación latente. Hoy vives y te sostiene la fidelidad de Dios. ¡Muy grande es Su fidelidad!
Los hijos de Dios cuentan con la fidelidad de Dios en el pasado y en el presente, pero hay algo mas que podemos decir en este pasaje, en tercer lugar,
La fidelidad de Dios es una realidad en el futuro de sus hijos.
Dice Lamentaciones 34:24: Me digo a mí mismo: «El Señor es mi herencia. ¡En él esperaré!».
El escritor parado en medio de escombros de las ruinas de la ciudad de Jerusalén se da cuenta que aparentemente ya no hay patrimonio, herencia o porción que repartir en la ciudad.
Sus ojos ven que hay nada de nada, pero desde lo profundo de su corazón se dice y exclama para sí mismo: No necesito herencia, porción o patrimonio, pues lo tengo ya y es el Señor.
Al final, cuando nos quitan todo, cuando nos quedamos con las manos vacías, cuando vemos la realidad de que estamos desprovistos y sin recursos, es cuando podemos ver cuán ricos somos al final de cuentas.
Nuestra herencia, nuestra porción, lo que nos toca en la repartición, no es algo, sino alguien. Es el Dios fiel.
El siempre estará. Él no se irá. Él no nos abandonará. Él es fiel, por lo tanto, podemos esperar, confiar, refugiarnos en él.
Es de risa pensar que nuestra esperanza esté cifrada en algo de este mundo. Por ejemplo, nuestra esperanza puede estar en nuestra fortaleza física. Pensamos que la buena salud que tenemos nos llevará lejos.
O bien, podemos estar esperanzados en los recursos, cuentas bancarias o previsiones financieras que hemos hecho. Pensamos: “Yo tengo asegurada mi vida”.
O a lo mejor, nuestra esperanza está en una persona o relación que es importante para nosotros.
Todas estas cosas son bendiciones de Dios, pero no nos fueron dadas para que depositemos nuestra confianza en ellas. Son frágiles, temporales y perecederas.
La única certeza que podemos tener para nuestro futuro es el Dios fiel. Es la única garantía de que estaremos mañana y sabremos y tendremos todo lo que necesitamos para enfrentar el futuro.
Él es nuestra herencia y esa herencia es fiel y segura para sus hijos. El futuro es lo más inseguro que hay si no estamos confiando en el único Dios fiel. Lo único seguro que tenemos en nuestro futuro es que Dios estará allá siendo quien es y haciendo lo que sólo él puede hacer. Por eso, esperemos sólo en él.
La fidelidad de Dios es una realidad en el pasado, presente y futuro de sus hijos.
¿Y cuál será la garantía máxima de la fidelidad de Dios? ¿Cómo podemos estar seguros de que Dios es fiel?
Porque él cumplió todas sus promesas y toda su palabra empeñada en su santo pacto en la persona y obra de Jesucristo. El precio de su fidelidad a sus promesas fue el derramamiento de la sangre de su santo hijo y al resucitarlo de entre los muertos al tercer día, aseguraba que también todos los que con arrepentimiento y por la fe se sujetan al Señorío de Jesús, pueden vivir confiados de que la fidelidad del Señor estará para siempre con ellos.
Por eso hermano, si estás en Cristo, puedes ver ahora cómo su fidelidad ha sido una realidad para ti en el pasado. En cada vericueto del camino ha estado contigo fiel asegurándose que llegues hasta dónde estás hoy.
Si estás en Cristo, puedes estar seguro que, aunque estés pasando por situaciones y circunstancias que te hacen llorar hoy, puedes vivir confiado en que has recibido de manera total y renovada todo lo que necesitas de su bondad y compasión para enfrentar el desafío presente.
Si estás en Cristo, puedes confiar en el Dios fiel que no te dejará ni abandonará en el futuro, sabiendo que el que no escatimó ni a su propio hijo, cómo no nos dará juntamente con él todas las cosas. Tu futuro está seguro en las manos de un Dios fiel.
Por eso hermano confía, confía, confía y sigue viviendo fiel a Cristo en todo. El Dios fiel ha guardado tu pasado, está en tu presente y te guiará en el futuro pues ha prometido hacerte semejante a aquel que es llamado “Fiel y Verdadero”. Confía en el Dios fiel y sigue viviendo en fidelidad para la gloria de Dios.