¿Alguna vez te ha dicho alguien: “Yo te conozco perfectamente”? Quizá tu cónyuge o tus padres, quizá algún amigo de años o algún compañero de trabajo. Ciertamente, quizá conocen bastante de nosotros por lo que hemos dicho ante ellos o han observado en la convivencia con nosotros.
Pero sabemos muy bien, que, si somos muy sinceros, ni la persona que piensa conocernos más, en realidad sabe todos los motivos, pensamientos y deseos más profundos de nuestro ser, que hemos ocultado a la vista humana.
Incluso nosotros mismos hemos dicho alguna vez: “Te conozco como la palma de mi mano”. Si yo te diera una hoja con la silueta de tu mano, ¿podrías dibujar de forma exacta tus pliegues palmares o las líneas de tu palma en el lugar correspondiente sin consultar visualmente tu mano? Estoy seguro que nadie puede, así que, si no conocemos si quiera la palma de nuestra mano, ¿Cómo pretendemos conocer a alguien más a profundidad?
En pocas palabras, nosotros conocemos las cosas parcial, incompleta e imperfectamente. Todo conocimiento humano es así. Como parte de la creación, nuestro conocimiento siempre será limitado. Pero Dios, el creador, no es como nosotros. Él es omnisciente.
Estamos en nuestra serie de sermones “Castillo Fuerte” en la que estamos considerando varios atributos de Dios, y en este mes estamos viendo atributos incomunicables, es decir, atributos que hacen a Dios distinto a nosotros y a su creación. Cualidades que lo hacen ser único, diferente e incomparable.
La semana pasada hablamos de su Aseidad o su autosuficiencia. Dios no necesita nada ni a nadie para ser, existir y hacer. Y hoy nos estamos centrando en el atributo de su omnisciencia.
El prefijo latino “omni” significa “todo” e indica la idea de totalidad o universalidad. Cuando decimos que Dios es omnisciente lo que se quiere decir es que Dios conoce todo en el universo de manera completa, total y perfecta. No hay ningún evento en el pasado, ni situación en el presente, ni posibilidad en el futuro y ningún elemento de su carácter infinitamente santo del que Dios no tenga conocimiento perfecto, total y absoluto.
No hay ningún otro ser que sea omnisciente. Todo lo que se encuentra en el ámbito de lo creado está limitado, tiene conocimiento parcial y aun lo que conoce, lo conoce de manera incompleta e imperfecta.
A veces, hay la idea de que el diablo es omnisciente, pero no es así. Aun el diablo está en el ámbito de lo creado y su conocimiento también es parcial e incompleto. Jamás podrá ser comparado con el Dios vivo y verdadero que conoce todo de todo y de todos de manera completa, perfecta y total.
La omnisciencia de Dios se enseña en la Escritura en muchos lugares, pero hay un pasaje en especial que de manera concentrada lo describe de manera poética y lo encontramos en el Salmo 139:1-6 que estaremos considerando esta mañana.
El Salmo comienza diciendo en el verso 1 NBLA: “Oh SEÑOR, Tú me has escudriñado y conocido”.
El salmista comienza su oración en este poema, aplicando el atributo de la omnisciencia de Dios, no a cualquier aspecto de la creación, lo cual bien podría hacer, sino a su mismo ser.
En este salmo, entre otras cosas, habla de las implicaciones de que Dios sea omnisciente aplicado a la vida del ser humano. Y reflexiona en esta gran verdad. Un Dios omnisciente nos conoce, nos examina, nos escudriña perfecta, completa y totalmente.
Tu me has escudriñado y conocido. Es su punto de partida. Es su fundamento. Dios me conoce y ha examinado todos y cada uno de los detalles de mi vida, aun los más minúsculos y microscópicos.
No sé como tomas esa verdad. ¿Te aterra el hecho de que alguien te conozca de esta manera o te da paz? Hoy día cuidamos mucho la información acerca de nosotros. Por razones de seguridad, tomas decisiones acerca de qué información compartes, a quién permites que te contacte, quién puede ver tus fotos e información de contacto. En fin, la información acerca de nosotros nos deja vulnerables en muchos aspectos.
Dios no es ningún hacker que tenga que estar haciendo malabares para saber algo de ti. Él nos ha conocido y nos ha escudriñado y sabe todo de todo de nosotros.
Pero, hermano, no temas, Dios no solo es omnisciente sino también es santo y bueno. Aunque sabe todo de ti, el uso de ese conocimiento siempre es glorioso, bueno y santo. Él nos conoce y todo lo que hace es para su gloria. Así que, al contrario, el Dios vivo y verdadero es omnisciente y eso, para sus hijos, es una gran bendición y seguridad.
Para el Señor no somos una estadística, un número, un cuerpo sin rostro, uno más del montón, él nos conoce de manera personal, profunda, total, absoluta y perfecta.
Pero el salmista sigue su oración reflexiva acerca de la omnisciencia de Dios y describe con asombro los aspectos personales de los cuales Dios tiene conocimiento pleno, total y perfecto, en los cuales Dios lo ha examinado y conocido.
Mencionaremos, entonces, tres aspectos de nuestras vidas que el Dios omnisciente conoce de nosotros.
En primer lugar, Dios conoce nuestros pensamientos.
Dice el Salmo 139:2, Tú conoces mi sentarme y mi levantarme; Desde lejos comprendes mis pensamientos.
Te has dado cuenta que todo el día no paras de hablar. Me refiero a que no dejas de estar en tu mente hablando y hablando. Todo el día estás pensando y verbalizas en tu mente todos esos pensamientos.
¿No te aterrorizaría que se pudieran registrar de manera audible o visible esos pensamientos? ¿Y peor aun que se pudieran hacer públicos? Francamente, nos debería llenar de pánico.
Porque siendo sincero, ese ámbito de los pensamientos es la bóveda más privada que reservamos celosamente solo para nosotros mismos. Muy raras veces alguien es admitido en ese cuarto de nuestro corazón. Pero por más confianza que tengamos con aquella persona, no solemos revelar todo de manera plena. Al final, solo nosotros mismos conocemos nuestros pensamientos.
Pero el Salmista aquí reconoce, que por más ocultos y asegurados piense que estén sus pensamientos, hay alguien para quien son totalmente transparentes. No hay pensamiento que pueda ocultar de Dios. Él conoce nuestros pensamientos desde lejos.
¿Qué estabas pensando hace un momento del culto? ¿De la persona que está a lado tuyo? ¿Del Pastor? Dios lo conoce.
¿Qué es lo que piensas que es lo más importante para ti? ¿A qué quieres en verdad dedicar tu vida? ¿Qué es lo que te motiva cada instante? Dios lo conoce.
¿Qué es el plan que estás ideando en tu mente para atender algún asunto o relación? ¿Qué pasos estás pensando dar para alguna acción que nadie más sabe que realizarás? Dios lo conoce.
¿Cuáles son tus expectativas de lo que ocurrirá mañana? ¿Qué te preocupa? ¿A qué le temes? Dios lo conoce.
El ha conocido nuestros pensamientos desde lejos, dice el salmista.
No hay manera de engañar al Señor. A todos los que están a mi alrededor puedo mostrar una cosa, pero pensar otra. Pero con Dios, no se puede. Ante Dios, la habilidad de poner máscaras que camuflajeen nuestros pensamientos verdaderos, no funciona. Él conoce nuestros pensamientos. Es inútil tratar de engañar a un Dios omnisciente.
Pero al mismo tiempo, qué seguridad podemos tener en el hecho de su omnisciencia y saber que, a pesar de conocer mis más profundos pensamientos, y a pesar de estar enterado de lo que nadie más sabe o sabrá acerca de nosotros, que hemos guardado por vergüenza, a pesar de todo, él sigue presente en nuestras vidas.
Por mucho menos que eso, nosotros ya hubiéramos abandonado a la persona, pero Dios, a pesar de conocer mis pensamientos, sigue aquí, sigue mostrando su gracia, sigue presente en Cristo para con sus hijos.
Pero el salmista no solo reflexiona en la omnisciencia de Dios en los pensamientos, sino también, en segundo lugar, concluye que,
Dios conoce nuestras acciones
Dice el Salmo 139:3: Tú escudriñas mi senda y mi descanso, Y conoces bien todos mis caminos.
Con Dios, no hay movimientos secretos, misiones de encubierto ni expedientes clasificados. Toda acción, todo acto, toda obra es realizada ante la mirada profunda, penetrante y omnisciente de nuestro Dios.
Él conoce todo lo que hacemos de manera plena, completa y perfecta. No hay nada que podamos esconder de su mirada perfecta y omnisciente.
Él no solo ve las acciones sino el corazón detrás de todo lo que hago. No solo juzga el acto, sino también la motivación. No se deja impresionar por lo pomposo, notable o vistoso que sea lo que haga. Él conoce mis acciones plena, perfecta y completamente.
Recordemos a Ananías y Safira en Hechos 5, que quisieron impresionar a los hermanos de la iglesia con sus donaciones para los necesitados, pero con tal de quedar bien con los demás, mintieron diciendo que el donativo era el importe íntegro de la venta de una propiedad, cuando habían usado parte de ese dinero para otro fin.
Los demás podían haber estado impresionados por las acciones aparentemente bondadosas de este matrimonio, pero el Dios omnisciente que conoce nuestras acciones, no puede ser burlado y trajo su justo juicio sobre ellos.
Qué no caigamos fulminados cada vez que hacemos algo semejante, no debe hacernos pensar ilusamente que podemos engañar a Dios. Si no nos pasa lo que le pasó a Ananías y Safira, no es porque Dios no se haya enterado o ignore la calidad de nuestras acciones, sino es solo por su misericordia y gracia.
No esperemos, enfrentar sus juicios justos, para reconocer que él conoce lo que hacemos y todo el tiempo vivimos ante su rostro.
Dios conoce todo lo que hacemos cuando nadie nos ve, y aun aquello en lo que hemos sido exitosos, hasta este momento, en ocultar de la vista de los demás.
Dios conoce también toda acción que realizamos para su gloria y que nadie más reconoció, vio o se percató.
Por eso, no tenemos que afanarnos por ser vistos por los hombres cuando actuamos para su gloria, pues tiene conocimiento de ello y lo ha visto aquel que importa que lo conozca.
Aunque tu cónyuge no lo reconozca, aunque tus padres no lo vean, aunque tus hijos no lo valoren, sigue haciendo las cosas que debes hacer porque el más importante en tu vida sí conoce tus acciones, las escudriña y las conoce.
Nada de lo que vives, accionas, realizas es ajeno a la omnisciencia de Dios. Dios conoce nuestras acciones.
Pero no solo nuestros pensamientos y acciones son abarcadas en la omnisciencia de Dios, sino también, en tercer lugar,
Dios conoce nuestras palabras.
Dice el Salmo 139:4 Aun antes de que haya palabra en mi boca, Oh SEÑOR, Tú ya la sabes toda.
Las palabras son parte de nuestra vida diaria. Son el instrumento para comunicarnos con todos los que nos rodean.
Son tan comunes y ordinarias en nuestras vidas que las damos por sentado. No les dedicamos mucho tiempo para pensarlas y mucho menos para decirlas.
La verdad es que no nos damos cuenta de cuan importantes son las palabras. Con nuestras palabras podemos animar, con nuestras palabras podemos desalentar. Una palabra bien colocada puede marcar la diferencia en una decisión, en una vida, en una relación.
Después de 28 años como pastor, he hablado con muchísimas personas. Me asombra cuando alguien viene y me dice algo como: “todavía recuerdo cuando me dijo esto o aquello y eso marcó la diferencia en mis decisiones en aquella ocasión”.
Gracias a Dios por las veces que mis palabras ayudaron a alguien, palabras que, a veces, ni siquiera recuerdo haberlas dicho. Pero también sé que tristemente, mis palabras, habrán desanimado o confundido a alguien, y que ni siquiera estoy consciente de haberlo hecho.
Pero, así de importantes e impactantes son las palabras. Y aquí el salmista dice, que esas palabras que ni siquiera ha pensado y mucho menos pronunciado, ya son del conocimiento de Dios.
Nosotros no sabemos que vamos a decir mañana en algún encuentro que tendremos con alguna persona, pero Dios ya sabe qué dirás y qué dirá la otra persona.
Dios conoce si esas palabras serán edificantes o serán ofensivas. Conoce si esas palabras serán fieles al evangelio o deshonrarán el nombre de Cristo.
Dios conoce si esas palabras tendrán la intención de manipular egoístamente a la otra persona o si serán una donación personal de gracia a sus oídos y corazón.
Dios conoce lo que he dicho, lo que digo y lo que diré, incluso mucho antes de que ocurra en el espacio y en el tiempo. Así es su omnisciencia.
Cuando piensas en cómo es Dios en este atributo incomunicable de la omnisciencia ¿Qué reacción o respuesta tienes? ¿Cómo respondes ante este único y majestuoso atributo de la omnisciencia de Dios?
El Salmista responde de esta manera, en los versos 5 y 6:
Por detrás y por delante me has cercado, y Tu mano pusiste sobre mí. Tal conocimiento es demasiado maravilloso para mí;
Es muy elevado, no lo puedo alcanzar.
Lo primero que provoca la omnisciencia de Dios en él, es un sentido de seguridad. Dice que el hecho de saber que Dios es omnisciente le hace sentir que tiene a Dios delante de él y detrás de él y por encima de él. Totalmente rodeado de su presencia.
El saberse conocido así por Dios le da sentido a todo. Nada toma por sorpresa a Dios, nada lo pone en jaque mate. Nada hay que ocurra que esté fuera de su conocimiento.
Ni siquiera cuando oramos en realidad le estamos dando información nueva o información que venga a completarle el cuadro.
Aun cuando estamos pasando por pruebas, no está ocurriendo algo que él ignore y que tengamos que temer que se haya olvidado de nosotros.
Dios es omnisciente. Sólo en manos de un Dios omnisciente podemos sentirnos así, rodeados de su presencia, protección y bendición.
Pero también, el salmista puede responder ante la omnisciencia de Dios con un sentido de asombro. Dice que esta verdad acerca de Dios sobrepasa su entendimiento. No hay categorías mentales en las cuales pueda clasificarlo. No hay ningún casillero en la mente finita humana que pueda comprender la grandeza y maravilla de este atributo de nuestro Dios.
Lo único que queda es exclamar juntamente con el apóstol Pablo como dice en Romanos 11:33-36,
¡Oh, profundidad de las riquezas y de la sabiduría y del conocimiento de Dios! ¡Cuán insondables son Sus juicios e inescrutables Sus caminos! Pues, ¿QUIÉN HA CONOCIDO LA MENTE DEL SEÑOR? ¿O QUIÉN LLEGÓ A SER SU CONSEJERO? ¿O QUIÉN LE HA DADO A ÉL PRIMERO PARA QUE SE LE TENGA QUE RECOMPENSAR? Porque de Él, por Él y para Él son todas las cosas. A Él sea la gloria para siempre. Amén.
Para los que sabemos que Dios es omnisciente y no solo eso, sino también es santo, bueno, misericordioso, justo y soberano, podemos quedar maravillados de que nuestro Dios nos conozca plenamente, completamente y perfectamente. En ese Dios estamos seguros. En ese Dios podemos decir, de él, por él y para él son todas las cosas. Amén.
Puesto que Dios es omnisciente y conoce perfectamente nuestros pensamientos, acciones y palabras:
Vivamos en humildad sometidos a su sabiduría. ¿Cómo no confiar nuestra vida al que conoce todo perfectamente? Su Palabra nos guía por donde nos guía no porque este improvisando, sino porque sabe lo que hace. Cuando nos sometemos a su sabiduría estamos tomando la mejor de las decisiones, aunque no contemos con la aprobación del mundo a nuestro alrededor, aunque parezca locura o parezca que nos falta cerebro.
Cerebro le falta al que confía en mentes finitas, imperfectas y limitadas en lugar de seguir el sabio e infalible consejo de aquel que conoce todo perfectamente y completamente.
Vivamos en gratitud ante su paciencia. Conociéndonos como nos conoce y sabiendo todo lo que sabe de nosotros, ¿Cómo es que todavía quiere tenernos cerca de él? ¿Por qué sigue siendo paciente con personas que son cabezas duras? ¿Por qué seguir aguantando a gente que cree saberlo todo cuando en realidad no sabe nada? Porque es un Dios bueno y misericordioso.
Vivamos agradecidos con nuestro Dios omnisciente, viviendo cada momento de nuestras vidas por él, de él y para él.
Vivamos también con un corazón arrepentido y obediente ante su Santidad. Por su omnisciencia no podemos engañarlo, no podemos escondernos, no podemos aparentar, no podemos refugiarnos detrás de cortinas de humo. Ante su santidad estamos desnudos. Nada nos puede cubrir.
Pero en su gran amor, envió a su hijo Jesucristo para que sea nuestro gran y maravilloso salvador para que todo lo que Dios sabe de nosotros fuera perdonado por su sacrificio en la cruz.
Y habiendo sido reconciliados con el Padre por medio del hijo, ahora su omnisciencia en vez de señalarnos, nos asegura que él ha puesto su mano detrás, delante y por encima de nosotros y que estamos seguros en Cristo para siempre.
Por eso, ahora en Cristo, podemos con un corazón humilde y arrepentido, venir obedientes para hacer su voluntad. Ya no temiendo la condenación, sino gozando de su presencia y bendición.
Que la omnisciencia de Dios produzca en nosotros un temor reverente ante el Dios que nos conoce y una obediencia gozosa ante el Dios que nos mira siempre en su gracia por Cristo Jesús.
La omnisciencia de Dios no debe ser para nosotros un mero concepto teológico, sino una realidad que impacte nuestra manera de pensar, hablar y vivir que sea siempre para la gloria de Dios.