Summary: Dios es autosuficiente en todo; nosotros somos totalmente dependientes de Él.

Hay un dicho popular mexicano que dice: “Si quieres conocer a Manuel…vive con él”. Significa que la convivencia diaria es la mejor manera de conocer a una persona, ya que en la convivencia se revela la verdadera manera de ser de cada quien y se aprende todo sobre sus hábitos y costumbres.

Pues en nuestra relación con Dios pasa algo semejante, si quieres conocer al Señor, debes tener un contacto diario, cercano y profundo con él como se ha revelado en las Escrituras. Nuestro conocimiento de Dios debe volverse vida, experiencia cotidiana, respuesta práctica, obediencia gozosa. Si quieres conocer a Dios…vive en él.

Hoy comenzamos nuestra nueva serie: “Castillo Fuerte” en la que estaremos explorando varios atributos de nuestro Dios como se revela en la Escritura, para que, conociéndole más, le amemos más.

Esta serie abarcará dos meses, en el mes de octubre estaremos hablando de algunos atributos que hacen a Dios único y distinto a nosotros, llamados por los teólogos, “Atributos incomunicables” y en el mes de noviembre estaremos viendo algunos atributos de Dios de los cuáles a compartido en parte con nosotros como sus hijos. O sea, los llamados “Atributos comunicables”.

Comenzamos hoy con el atributo conocido como la Aseidad de Dios. Esta palabra que viene de una raíz latina que significa “de sí mismo”, apunta al hecho de que Dios no depende de alguien más que de sí mismo para todo lo que es y hace. Es decir, Dios es autoexistente, autocausado, autosuficiente. En pocas palabras, Dios es totalmente independiente y autosuficiente. No necesita nada que esté fuera de sí mismo.

Nosotros somos todo lo contrario. En las últimas semanas, han estado naciendo los primeros bebés de familias de nuestra comunidad de la oleada de embarazaditas que hay en nuestra iglesia. Y aunque hay una gran alegría por la llegada de estos maravillosos bebés, también estoy seguro que la necesidad del ser humano está siendo sumamente evidente para esas familias.

Primero, lo frágiles que son los bebés humanos, tan indefensos y necesitados de atención intensiva. Si los bebés no reciben lo que necesitan: alimento, sueño, protección, en cuestión de muy poco tiempo dejan de existir. Así mismo, las madres de los bebés están tan necesitadas de descanso, de alimentación adecuada y apoyo en todo sentido para poder enfrentar su maternidad con entereza.

¿Y los padres? También seguramente están sintiendo más que nunca cuán carentes y necesitados están de recursos materiales y espirituales para ser los papás y esposos que su familia requiere de manera intensa en estos momentos. En fin, el ser humano es un ser tan dependiente, necesitado, carente, frágil de la cuna hasta la tumba.

Pero Dios no es así como nosotros. La Escritura nos enseña que Dios es autosuficiente, no necesita nada ni a nadie para ser, para existir o para hacer. Este concepto puede ser un poco complejo de comprender para nosotros porque no hay nada en nuestro entorno de experiencia que sea así. Nosotros, como creación, sólo conocemos el mundo de carencia, necesidad y dependencia.

Además, que por nuestro orgullo o soberbia se nos hace difícil pensar en un Dios así, porque esto implicaría nuestra total y absoluta dependencia de ese Dios, y nuestra total y absoluta imposibilidad de manipular, controlar, chantajear a un Dios así.

Pero la enseñanza de la Escritura al respecto es indudable. En varios pasajes encontramos la enseñanza de la aseidad o la autosuficiencia de Dios, pero hay uno en particular que consideramos hoy que, sin duda, sobresale; y lo encontramos en Hechos capítulo 17.

En el contexto de este capítulo encontramos al Apóstol en la ciudad de Atenas y lo que notó inmediatamente y causó dolor en su corazón, es ver la gran adoración que la ciudad hacía de dioses que no son dioses. No conocían al Dios vivo y verdadero y canalizaban ese sentido de necesidad y carencia buscando refugio en un sinfín de deidades que nada son ni nada podían hacer.

Eran dioses a la imagen de sus adoradores, igualmente carentes, necesitados de adoración humana e incluso necesitados de casas donde habitar.

Pero el Dios vivo y verdadero es muy distinto a esos dioses que no son dioses. El Dios vivo y verdadero es autosuficiente. No necesita nada ni a nadie para ser, existir y hacer.

Entonces, cuando Pablo tuvo la oportunidad de hablar públicamente acerca de la enseñanza de la verdad, no desaprovechó el momento para presentar al único y verdadero Dios, sus atributos, sus obras y la respuesta humana correcta ante él.

Y dijo así en el areópago, donde muchos académicos y pensadores lo escuchaban, allá en Hechos 17:24-25 NBLA: »El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay, puesto que es Señor del cielo y de la tierra, no mora en templos hechos por manos de hombres, ni es servido por manos humanas, como si necesitara de algo, puesto que Él da a todos vida y aliento y todas las cosas.

El Dios desconocido para los atenienses era tan distinto a las supuestas deidades que adoraban en esos templos paganos de Atenas. Para empezar, este Dios que presentaba Pablo hizo el mundo y todo lo que en él hay; y es el Señor o el amo, el dueño del cielo y la tierra. O sea, no le dejó nada a las otras supuestas deidades.

No hay otro dios que pueda adjudicarse la creación o el reinado supremo en el cielo y en la tierra. Nadie más puede ser llamado “Dios”. No comparte su gloria con nadie más.

Podemos comenzar a escuchar el estruendo de estatuas e ídolos cayendo para romperse en mil pedazos. Básicamente, se nos dice que los dioses falsos a los que nos aferramos, no son verdaderos dioses; son falsos, pues no son los creadores ni los señores de todo lo que existe.

Pero Pablo, agrega algo más que pone en jaque mate a cualquier corazón que hace ídolos conforme a su semejanza, ídolos parecidos a nosotros, a los cuales podemos manipular, presionar, poner contra la pared y controlar para que nos respondan de acuerdo con lo que queramos.

Dice que el Dios vivo y verdadero no habita en templos humanos, no es un Dios en condición de calle o sin casa, no es un Dios mendigo que necesita que los seres humanos le construyan templos donde habitar, donde refugiarse. Tampoco ese Dios no necesita seguidores o aprobación de los seres humanos, no necesita que los seres humanos lo adoren para sentirse o ser glorioso; no necesita aceptación humana para sentirse valioso.

En pocas palabras, el Dios vivo y verdadero no necesita nada de los seres humanos; ni su servicio, ni su adoración, ni su afirmación, para ser quien ha sido, es y será por siempre. El Dios que la Escritura revela es autosuficiente en sí mismo. No necesita nada. No le podemos hacer un favor, que luego podamos cobrarle. Su gloria y poder no depende de nuestra aceptación u obediencia. Él es y será por siempre autosuficiente.

Así que si teníamos la idea de que Dios nos necesita de alguna forma. Si teníamos la idea de que, sin nosotros, Dios no sería quien es. Si teníamos la idea que Dios se interesa por nosotros porque depende de alguna forma de nosotros. Estamos total y absolutamente equivocados.

De hecho, todo es al revés, dice el apóstol que Dios da vida y aliento a todo. No es Dios quien depende de nosotros, sino nosotros dependemos total y absolutamente de Dios. Él es la fuente de todo; sin él nada somos ni podemos existir. Sin él, nada tiene sentido ni propósito.

Así se marca por un lado la distinción entre Dios y nosotros. Él es el Creador autosuficiente y nosotros somos su creación siempre dependiente y supeditada a él. Y por otro lado, se marca nuestra total y absoluta dependencia en todo y por todo como su creación. La vida humana no tiene sentido sin Dios.

Por eso hermanos, este día podemos llevarnos esta verdad: Dios es autosuficiente en todo; nosotros somos totalmente dependientes de Él.

Y en lo que sigue diciendo Pablo en este pasaje a su audiencia incrédula Ateniense podemos encontrar tres verdades sobre la autosuficiencia de Dios o la aseidad de Dios que son relevantes para todo ser humano.

Primero, Dios es autosuficiente, no necesita nada para crear y gobernar.

Dice Hechos 17:26-27 »De uno solo, Dios hizo todas las naciones del mundo para que habitaran sobre toda la superficie de la tierra, habiendo determinado sus tiempos y las fronteras de los lugares donde viven, para que buscaran a Dios, y de alguna manera, palpando, lo hallen, aunque Él no está lejos de ninguno de nosotros.

Ya anteriormente había hablado de quién había creado todo y quién es el Señor en el cielo y en la tierra. Y ahora, extiende un poco más a lo que se refería.

El Dios vivo y verdadero, el Dios autosuficiente en sí mismo, no tiene ningún problema para gobernar su creación. De hecho, él ha estado en control desde el principio de toda la historia y desarrollo de la civilización humana.

De un solo hombre, Adán, hizo todas las naciones, todas las etnias, todos los grupos humanos en toda la tierra. Los seres humanos tenemos un origen único y provenimos de una sola fuente. Aunque tengamos diferentes rasgos de piel o el tamaño de los ojos, o la estatura y complexión, todos provenimos de la misma fuente que soberanamente fue controlada hasta llenar la tierra.

El Dios autosuficiente, determinó los tiempos y los lugares de todos los seres humanos. La historia y los territorios geopolíticos de cada grupo humano han sido determinado por el Dios vivo y verdadero. No hay nadie que se le oponga o condicione su designio santo.

Hizo todo esto no porque nos necesite de alguna manera o requiera para existir un club de fans, sino al contrario. Por compasión por nosotros, sabiendo cuán necesitados y dependientes somos, sabiendo que él es la única fuente de vida y sentido para la vida humana, él encamina todo para que las personas vengan a él y encuentren vida en verdad. Él está cercano porque nosotros le necesitamos.

El nos hizo, estableció el lugar y tiempo de la humanidad y estableció que le busquemos porque todos lo necesitamos.

Él es autosuficiente y eso garantiza su soberanía y control sobre todas las cosas en el cielo y en la tierra. Este es nuestro Dios. Y si estamos en manos de este Dios soberano y autosuficiente, podemos confiar que todo cuanto pasa a sus hijos viene con el sello de su misericordia, gracia y propósito, aunque a veces no lo entendamos al momento.

Pero el pasaje dice una verdad más acerca de la aseidad de Dios. En segundo lugar, Dios es autosuficiente, no necesita nada para dar vida y existencia.

Dice Hechos 17:28-29 Porque en Él vivimos, nos movemos y existimos, así como algunos de los poetas de ustedes han dicho: “Porque también nosotros somos linaje Suyo”.

»Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la Naturaleza Divina sea semejante a oro, plata o piedra, esculpidos por el arte y el pensamiento humano.

Ya anteriormente había declarado el apóstol que Dios da vida y aliento a todas las cosas, y aquí queriendo conectar con su audiencia, cita a dos personajes que eran conocidos por ellos en su cultura. Cita a Epiménides de Creta y a Arato de Cilicia.

Y el mensaje reitera la gran verdad de que Dios es el único ser que tiene en sí mismo la facultad de dar vida y a sostener la existencia. En él vivimos, nos movemos y existimos.

Dios no depende de nada ni nadie para ser y existir. Nosotros necesitamos todo de él para vivir y existir. Somos nada sin él. Esto asentaba un fuerte golpe contra la idolatría.

No es Dios el que necesita de sus adoradores para mantenerse en existencia. No es Dios quien sea semejante a nosotros en su dependencia de algo o alguien más. Alguien que sea hecho por el ingenio humano con materiales físicos disponibles a nuestro alcance. La divinidad no es así.

Si el ser humano es linaje de Dios, como decían sus poetas, era absurdo pensar que él creador no fuera algo más que un ídolo de hechura o fabricación humana.

Pero Dios, de sí mismo, es quien da vida y la sostiene. Todo en el universo depende de él para su existencia.

Hermanos, esto es un golpe para nuestro orgullo y soberbia. Somos tentados a pensar que la existencia del ser humano depende de los avances que tengamos como humanidad, solemos pensar que la vida puede ser sostenida y controlada por nuestro ingenio e inventiva.

Solemos confiar en nuestros recursos y tecnología, pero al final de cuentas, cuando los hombres de ciencia reconocen su limitación y dicen: “ya no hay nada más que se pueda hacer”, es cuando nos encontramos frente a frente con lo que fue verdadero desde el principio: “En él vivimos, nos movemos y existimos”.

Dios es autosuficiente, en ese Dios que no necesita nada para existir y dar vida y existencia a todo, es en quien debemos confiar nuestras vidas para siempre. Él es único de quien dependemos en todo momento.

Pero hay una tercera verdad en este pasaje que es pertinente para todos nosotros, en tercer lugar, Dios es autosuficiente, no necesita nada para juzgar.

Dice Hechos 17:30-31: Por tanto, habiendo pasado por alto los tiempos de ignorancia, Dios declara ahora a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan. Porque Él ha establecido un día en el cual juzgará al mundo en justicia, por medio de un Hombre a quien Él ha designado, habiendo presentado pruebas a todos los hombres cuando lo resucitó de entre los muertos».

Para el final de su presentación, el apóstol, aterriza de manera práctica, las implicaciones de estar ante el Dios vivo y verdadero, aquel que no necesita nada ni a nadie, que creó todo y lo gobierna todo sin depender de nadie, que tiene la existencia de todo y todos en sus manos.

Ante un Dios así, lo que necesitamos es acogernos a él. A no vivir en rebelión ante él, a arrepentirnos y acogernos a la provisión divina para nuestro perdón y salvación que es Jesucristo, aquel a quien Dios resucitó y por medio de quien juzgará a todas las personas.

El Dios autosuficiente un día juzgará a vivos y muertos. Y más nos vale que hayamos reconocido nuestra necesidad y dependencia de él para acogernos al Salvador y Redentor de nuestras vidas, a Jesucristo, que regresará como Rey, Redentor y Juez. Los que se hayan arrepentido y creído el evangelio tendrán su misericordia y gracia. Los que se obstinaron en su rebelión y supuesta autosuficiencia tendrán el justo juicio sobre sus cabezas.

El Dios del que dependemos totalmente ha provisto al Salvador y todo aquel que cree en él ha pasado de muerte a vida. Por eso, somos llamados a arrepentirnos y creer en el evangelio de Jesucristo.

Al declarar esta gran verdad de vida o muerte, los atenienses tuvieron varias respuestas, como nos dice Hechos 17:32-34: Cuando oyeron de la resurrección de los muertos, algunos se burlaban, pero otros dijeron: «Le escucharemos otra vez acerca de esto». Entonces Pablo salió de entre ellos. Pero algunos se unieron a él y creyeron, entre los cuales estaban Dionisio el areopagita, una mujer llamada Dámaris y otros con ellos.

Algunos se burlaron del mensaje verdadero, otros decidieron que no era lo suficientemente relevante para tomarse el tiempo de escucharlo y considerarlo. Pero algunos otros creyeron y encontraron al Dios autosuficiente que creó y gobierna todo, que da vida y existencia a todo y que será el juez justo de todos. Y al creer el evangelio de Jesucristo, encontraron la vida verdadera dada por el único Dios vivo y verdadero.

Esta fue la respuesta de los Atenienses y ¿Cuál será la nuestra?

¿Nos burlaremos de lo que nos parece locura y fábulas o cuentos de hadas?

¿Pensaremos que hay cosas más importantes qué considerar en nuestras agendas apretadas que enfrentar la realidad de nuestra necesidad infinita del único Dios vivo y verdadero para dar sentido a todo en nuestras vidas?

O, ¿Reconociendo nuestra bancarrota, nuestra necesidad, nuestra dependencia, caeremos arrepentidos de rodillas ante el único y sabio Dios que es autosuficiente y que ha provisto todo lo que necesitamos en Cristo Jesús para que él supla toda nuestra carencia, déficit y estado de indefensión en el que nos encontramos lejos de él?

Dios es autosuficiente en todo; nosotros somos totalmente dependientes de Él.

Por eso, reconozcamos su soberana voluntad sobre nuestras vidas. Confiemos en su maravillosa dirección a través de Su Palabra en cada decisión, relación y circunstancia en la que estemos.

Agradezcamos su cuidado permanente y su misericordia palpable cada día que respiramos en este siglo.

Obedezcamos sus mandamientos que son siempre para nuestro bien. Compartamos con toda intencionalidad el mensaje del evangelio que se abraza con arrepentimiento y fe.

Y vivamos cada momento para la gloria de aquel de quién por él, para él y de él son todas las cosas por los siglos de los siglos. Amén.