Estamos en nuestra serie “Llamados a ser santos” basándonos en pasajes selectos de la primera epístola a los Corintios. Espero que estés aprovechando la oportunidad de hacer tu A solas con Dios, que te prepara para el sermón que vas a escuchar el domingo, y que ahora ya tiene una sección para hacerlo en familia con tus hijos de primaria alta. Aprovechemos estos recursos que fomentan nuestra reflexión en la Palabra.
Esto es importante, porque como nuestra serie nos está indicando, como creyentes en Cristo, somos llamados a ser santos.
Ya hemos visto que esto de la santidad en el creyente debemos verlo desde dos ángulos inseparables. La santidad posicional y la santidad progresiva. O lo que es lo mismo, La santidad como identidad y la santidad como llamado.
Y es precisamente en la introducción de la epístola a los corintios donde el apóstol Pablo deja una frase que nos apunta en esa dirección.
En Corintios 1:1-3 NBLA dice: Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los que han sido santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con todos los que en cualquier parte invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro: Gracia y paz a ustedes de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Mira cómo se refiere a los destinatarios de su epístola: “A los santificados en Cristo Jesús”. A juzgar por el tipo de temas que va a tocar en la epístola, no sé si yo les llamaría “santificados” precisamente. Los corintios, como hemos visto, se la pasaban peleando en bandos, se demandaban ante las cortes judiciales unos a otros, consentían la inmoralidad sexual entre los miembros de la iglesia, se emborrachaban con el vino de la comunión, entre otras barbaridades. Pero Pablo les llama: “Santificados en Cristo Jesús”.
¿Cómo es esto posible? Es posible porque Pablo está hablando en esta primera frase de la identidad de aquellos que han creído genuinamente el evangelio y están en Cristo Jesús. La nueva identidad de aquellos regenerados y justificados por la persona y obra de Cristo, es la de ser santo.
Santo significa apartado, separado, reservado, para Dios. La persona es considerada santa porque es de Dios y para Dios por el hecho de estar en Jesucristo.
A esto los teólogos le han llamado la santificación posicional. Es decir, la posición o identidad de los que están en Cristo, ya no es el pecado, sino es el estar apartados, separados, reservados en Cristo para Dios y son participantes del reino del Señor. Esta es la identidad de los que están en Cristo: Santos.
Ahora bien, notemos que apenas ha declarado la identidad de los que están en Cristo como “Santificados en Cristo Jesús”, inmediatamente hace una aclaración igualmente importante y dice: los santificados en Cristo Jesús, “llamados a ser santos”.
Esto puede confundirnos un poco. Acaba de llamar santos a los que están en Cristo, pero ahora declara que esos llamados “santos”, deben responder a un llamado a SER santos.
No debemos confundirnos, sino simplemente distinguir que una cosa es tener la identidad de Santos, pero que el ser Santo en la vida de las lágrimas y risas es algo todavía en formación o proceso. Por eso el ser santos es un llamamiento que se hace a todos los cristianos.
Los que tienen la identidad de la santidad necesitan llegar a ser, vivir, pensar y actuar en la vida diaria de esa manera, y esto es un proceso constante que durará toda la vida.
La santidad es presentada desde este ángulo como un proceso. La santidad es una identidad, por un lado, pero la santidad es también un llamamiento, es decir, un proceso de crecimiento constante para parecernos cada vez más a Jesús.
A esto los teólogos le han llamado: “Santificación progresiva”. Es ese proceso constante del verdadero creyente, impulsado por el Espíritu Santo, en el que abandona cada vez más el pecado y abraza su identidad en Cristo que se traduce en obediencia, sujeción a su Palabra, gratitud creciente por su gracia y adoración en todo lo que hace viviendo para la gloria de Dios.
Al estar considerando los asuntos que se tocan en la epístola, debemos mirarlos bajo este filtro. Por un lado, el punto de partida para el llamado a la santidad en cada asunto que se corrige y exhorta es la identidad firme y segura de haber sido santificados en Cristo Jesús. Pero, por otro lado, este hecho, no exime de la responsabilidad de responder con toda intencionalidad y esmero al llamado a alinear nuestros pensamientos, actitudes, palabras y acciones a la santidad que corresponde a los que están en Cristo Jesús.
Y así, en el capítulo 7 de la epístola encontramos un tema importante que tiene pertinencia también a la santidad a la que somos llamados los santificados en Cristo Jesús, y es el tema de las relaciones. En particular, el llamado a la santidad en el matrimonio y el llamado a la santidad en la soltería.
Esto nos toca a todos de alguna manera, porque todos los aquí presentes, o están casados o están solteros.
¿Qué será de mayor bendición ser casado o soltero? ¿Cuál de estos contextos es de mayor santidad y trae mayor gloria a Dios?
En la cultura popular alrededor escuchamos bromas y comentarios negativos de ambos lados. Por una parte, escuchamos bromas diciendo de alguien que va a entrar al matrimonio: “Mi más sentido pésame”; “Dile adiós a la vida”. Por otro lado, también escuchamos bromas y presiones hechas al soltero: “Y tú, ¿para cuando?” “Ya te está dejando tu tren”, “Ya te quedaste” o “¿No vas a rehacer tu vida?”
Hay una especie de doble mensaje en cuanto al matrimonio y la soltería. Esto va creando una atmósfera de inconformidad y de falta de contentamiento por el estado civil de uno. Por un lado, parece que los que están casados desearían no estarlo, y a los que son solteros se les presiona para dejar de serlo. Se va desarrollando una especie de ingratitud por el estado en el que te encuentras.
Si eres casado, comienzas a ver como algo nada atractivo el estar ligado para toda la vida a esta mujer o a este hombre. Si eres soltero, comienzas a pensar que lo que haría tu vida verdaderamente feliz sería tener una persona junto a ti. Comienzas a desear lo que no tienes o no debes. Y tu falta de contentamiento puede llevarte a tomar decisiones que luego lamentes.
No se cuáles sean tus pensamientos este día al respecto, pero lo que sí se, es que la Escritura nos enseña de una manera muy distinta a la tendencia cultural. La Biblia nos enseña que ambos estados, la soltería y el matrimonio, son contextos que pueden ser una bendición y que son una oportunidad para hacer lo más importante en la vida que es glorificar a Dios al vivir en santidad.
Cada estado presenta sus propios desafíos y oportunidades, pero ambos tienen bendiciones especiales de parte de Dios. En ambos somos llamados a ser santos ¿Cómo debemos reflejar el carácter de Cristo? ¿cómo debemos crecer en santidad, en los contextos de la soltería y del matrimonio?
La Soltería es un llamado a la santidad
1 Corintios 7:8-9 RV60 dice: “Digo, pues, a los solteros y a las viudas, que bueno les fuera quedarse como yo; pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando”.
El apóstol Pablo hablando a los “solteros y a las viudas”, aquellos candidatos al matrimonio, no les dice: “apúrense que ya se les va su tren” o “Y ustedes ¿para cuándo?” sino todo lo contrario: “bueno les fuera quedarse como yo”.
En otras palabras, ser soltero es algo deseable, es algo “bueno”, es una bendición y llamado de parte de Dios. Ser soltero, desde la perspectiva bíblica, no es ser disfuncional o incompleto o como que algo no está correcto. Ser soltero es una bendición.
Cuán diferente es esta perspectiva a la de la cultura que nos rodea. Hermanos, solteros, no sientan que hay algo incorrecto, disfuncional, incompleto en ustedes. Dios les ha dado esta bendición de ser solteros. Su soltería les da oportunidades que los casados ya no tienen. Si tu tendencia es ver tu soltería como una maldición, Dios dice que no es así. En este estado eres llamado a ser santo, ya que fuiste santificado en Cristo Jesús. Administra bien la bendición que Dios te da.
Hermanos casados, no bromeemos ni presionemos a los solteros. A cada quien Dios le da la bendición de acuerdo con su buena y santa voluntad.
Por supuesto, la soltería tiene sus desafíos en cuanto a la santidad. El apóstol menciona uno de los más grandes desafíos de los solteros: “Pero si no tienen don de continencia, cásense, pues mejor es casarse que estarse quemando”.
Uno de los desafíos más grandes de los solteros (y realmente no sólo de los solteros) es mantener su pureza sexual. Porque disfrutar tu soltería no significa que puedes dar rienda suelta a tus deseos sexuales. ¡Para nada! Ser soltero, santificado en Cristo Jesús, llamado a ser santo, ser soltero que glorifica a Dios es entre otras cosas, alguien que vive una vida de santidad en esta área.
Dios ha reservado la vida sexual activa sólo para los cónyuges dentro del matrimonio. Entonces, si los solteros están teniendo sexo están viviendo en el pecado de la inmoralidad sexual, lo cual no agrada a Dios y es incongruente con la santidad a la que somos llamados como creyentes en Cristo.
El casarse ayuda en este aspecto, pero no acaba con la tentación. Quizá en las damas solteras la tentación no sea explícitamente de índole físico sexual, sino más bien un deseo de ser cobijadas, apreciadas, protegidas o cosas como éstas. Es más un: “Cómo sería si fulatino se casara conmigo” “Cómo sería si muriera la esposa de fulanito y se casara conmigo”. El punto es que todos estos deseos cuando se les empieza a dar una atención no debida pueden llevarnos a la impureza sexual.
Por eso, hermanos y hermanas solteros, aunque digan: “Yo no tengo el don de continencia y deseo casarme”, no pienses que no estás llamado a la santidad en el estado en que estás. Querer casarte es algo bueno, pero no te exime de cuidar tu pureza delante del Señor.
En este contexto de la soltería somos llamados a tomar toda precaución para no pecar en esta forma contra Dios. Este será un gran desafío para ti. Por tanto, pon mucha atención a esta área de tu vida para vivir en pureza como Dios requiere de sus hijos, solteros o casados.
La soltería tiene sus desafíos, pero también presenta grandes oportunidades para crecer en santidad. El apóstol dice en los versículos 32 al 35 de 1 Corintios 7: “Yo preferiría que estuvieran libres de preocupaciones. El soltero se preocupa de las cosas del Señor y de cómo agradarlo. Pero el casado se preocupa de las cosas de este mundo y de cómo agradar a su esposa; sus intereses están divididos. La mujer no casada, lo mismo que la joven soltera, se preocupa de las cosas del Señor; se afana por consagrarse al Señor tanto en cuerpo como en espíritu. Pero la casada se preocupa de las cosas de este mundo y de cómo agradar a su esposo. Les digo esto por su propio bien, no para ponerles restricciones sino para que vivan con decoro y plenamente dedicados al Señor”.
Básicamente, se presentan las oportunidades de enfoque que el soltero tiene, que el casado ya no tiene en la misma proporción. Los solteros pueden entregarse de cuerpo y alma al servicio de Cristo, en cuerpo y alma a buscar crecer en conocimiento y semejanza de Cristo, en tanto que el casado encuentra su tiempo dividido, entre atender responsablemente sus obligaciones con su cónyuge en obediencia al Señor y ampliar su servicio en otros ámbitos del reino.
El soltero tiene esa flexibilidad de horario y de enfoque para dedicar su vida al Servicio de Cristo. Por eso, hermanos solteros, no vean su soltería como una maldición o estorbo, sino como una bendición. Vean las oportunidades que su estado actual les provee para responder a su llamado a ser santos.
Tienen un corazón que sin divisiones puede dedicarse a Cristo. No desaprovechen esta gran oportunidad. Tus años de soltería son un regalo de Dios para que los inviertas en el Reino. Tienes disponibilidad de recursos, tiempo, esfuerzos para hacer la diferencia en el Reino de Dios.
Hermanos solteros y solteras, reflejen la santidad de Cristo en el contexto de su soltería. Desarrollen una actitud de contentamiento y de santidad por este bendito estado en el que Dios les permite vivir ahora para su gloria.
El matrimonio es un llamado a la santidad
Ahora cambiemos un poco el rumbo y atendamos el asunto del matrimonio. El matrimonio también es una bendición y un llamado a ser santos.
Regresando a nuestro pasaje en Primera de Corintios. En 1 Corintios 7:10-11 dice: Pero a los que están unidos en matrimonio, mando, no yo, sino el Señor: Que la mujer no se separe del marido; y si se separa, quédese sin casar, o reconcíliese con su marido; y que el marido no abandone a su mujer.
El apóstol ahora hablando a los casados les recuerda la enseñanza del Señor: “No se separen”. Manténganse unidos en todo sentido. Reconcíliense, regresen. Lo mejor para ustedes es permanecer en el matrimonio.
En otras palabras, ser casado es algo deseable, es algo bueno, es una bendición por parte de Dios. Ser casado, desde la perspectiva bíblica, no es perder la libertad, no es amarrarse o esclavizarse. Ser casado es una bendición. Y conlleva el llamado a la santidad en esta unión de pacto entre un hombre y una mujer, que no se supone que nosotros decidamos cuando terminarla.
Cuán diferente es esta perspectiva a la de la cultura que nos rodea. Hermanos casados no sientan que hay esclavitud, ataduras, miseria en ustedes. Dios les ha dado la bendición de estar casados. El pecado en nuestras vidas es lo que provoca que no lo percibamos o vivamos así. Pero es la búsqueda de la santidad la que nos permitirá recobrar el camino perdido.
Su matrimonio les da oportunidades que los solteros no tienen. Si tu tendencia es ver tu matrimonio como una maldición, Dios dice que no es así. El matrimonio es un llamado también a la santidad. En la santidad está la felicidad. Por eso, si eres casado, enfócate en administrar bien la bendición que Dios te da.
Por supuesto, el matrimonio tiene sus desafíos. El apóstol menciona uno de los más grandes desafíos de los casados: “No se separen”. Uno de los desafíos más grandes de los casados es mantener la unidad del matrimonio. Hay miles de factores que pueden impactar la unidad del matrimonio día tras día: los hijos, los suegros, los amigos, el trabajo, la economía, la rutina, la negligencia, etc. El punto más frágil del matrimonio es la unidad y a su vez es el punto esencial.
La Biblia habla del matrimonio como la unidad de un hombre y una mujer. Dos que dejan de ser dos y se vuelven “una sola carne”. De ninguna otra relación humana se habla en estos términos. No eres una sola carne con tus padres, con tus hermanos, amigos, etc. Pero con tu cónyuge, te vuelves “una sola carne”.
Esto tiene implicaciones tremendas para tu vida como casado. En el matrimonio no caben ya los egoísmos, el pensar sólo en ti, el hacer lo que tú quieres. El que se casa renuncia a una vida de egocentrismo y se entrega a una vida de donación y sacrificio constantes. Es decir, a una vida de servicio, de amor, de vivir para el bien de otra persona. Cuando te casaste, asesinaste a tu “yo” delante de Dios. Ahora eres una sola carne con tu esposo o tu esposa.
Cuando la Escritura te dice que “no te separes” te está haciendo el llamado a la santidad. De hecho, la santidad en el matrimonio se aterriza en unos cónyuges que están luchando contra todo pecado en sus corazones, trabajando incesantemente para no endurecerse, sino permanecer sensibles a la Palabra, confesando y abandonando todo pecado que se interpone entre ellos, y todo con tal de que la unión de ellos que Dios ha hecho no se vea vulnerada.
Por tanto, como dice este pasaje, pon mucha atención a la unidad en tu matrimonio. Como casado, ninguna otra relación humana debe anteponerse a la relación entre tú y tu cónyuge. Nadie del sexo opuesto debe ser tu mejor amigo o amiga que tu esposo o esposa.
A tus padres los debes honrar, a tus hijos los debes educar y amar, a tus hermanos los debes respetar y tratar como deseas que ellos te traten, pero con tu cónyuge, tu llamado es llegar a ser una sola carne. No hay otra relación humana más importante y fundamental para ti que eres casado que la que tienes con tu cónyuge.
Por eso, se intencional en librar todos los estorbos que se interponen y perjudican la unidad de tu matrimonio. Destruir un matrimonio es muy fácil. Sólo tienes que dejarte llevar por tus pasiones y egoísmos. Pero para mantener la verdadera unidad matrimonial se requiere dedicación, perseverancia, paciencia, sacrificio, dominio propio, amor, y todo aquello con lo que el Señor Jesucristo te equipa en su gracia.
La Biblia ve al matrimonio como una bendición que provee oportunidades maravillosas. Una es que el casado tiene la oportunidad de crecer en su ser interior al estar en el mismo yugo indisoluble con otra persona diferente a ti. El matrimonio se vuelve una gran escuela de humildad, de amor, de dominio propio, de sacrificio, de perdón, de paz, de paciencia, de perseverancia…en fin. De virtudes que reflejan el carácter de Cristo.
Pero hay una oportunidad aún más hermosa. El apóstol Pablo habla en Efesios 5 del matrimonio y del hecho de ser una sola carne, pero refiriéndose a la unión entre Cristo y su Iglesia. Es decir, cada matrimonio tiene la oportunidad de ser una imagen o reflejo de la unión perfecta entre Cristo y su Iglesia. La iglesia es huesos de sus huesos. Así también la esposa es hueso de sus huesos y carne de su carne del esposo. Una unión espiritual que Dios ve con agrado y bendición.
Por todo esto, en la unidad de tu matrimonio está en juego mucho más que tu felicidad. En la unidad de tu matrimonio está en juego la reputación de Cristo y de Su Iglesia. Está en juego la gloria de Dios. Tienes está gran oportunidad, cómo casado, de reflejar la gloria de Dios.
Hermanos casados, desarrollen esta visión por este bendito estado en el que Dios les permite vivir ahora para su gloria.
Si eres casado, tienes un llamado a la santidad en el estado en que estás. Si eres soltero, tienes un llamado a la santidad en el estado en que estás. Ten cuidado con tu corazón. No vaya a ser seducido para querer alterar imprudentemente el estado en que estás por haber endurecido tu corazón, y desarrollado ingratitud, incredulidad y falta de contentamiento. Por eso aprende a decir con todo tu corazón: Casado o soltero, voy a vivir conforme a mi llamado a la santidad.
Casado o soltero aprovecharé todas las oportunidades que mi estado mi provee para glorificar a Dios y crecer en santidad.
Casado o soltero voy a enfrentar con fe y por la gracia de Dios, todos los desafíos que mi estado conlleva.
Casado o soltero voy a hacer caso omiso a las mentiras que refiere la cultura popular acerca de mi estado para atender exclusivamente a lo que dice la Palabra de Dios.
Casado o soltero voy a ver mi estado como una bendición y llamado de parte de Dios.
Casado o soltero voy a ser intencional en reflejar el carácter de Cristo en cada aspecto de mi vida.
Casado o soltero voy a vivir como santificado en Cristo Jesús y llamado a ser santo para la Gloria de Dios.