El 11 de abril de 1992, mi esposa y yo nos casamos. Recuerdo que a partir de esos días, algunas personas cercanas y en son de broma, me decían: “Don Wil”. Por supuesto, a mis 24 años sentía alergia a esa manera de referirse a mí mismo. No me veía ni me sentía como “Don Wil”.
Pero aunque en ese entonces, no me sentía como “Don Wil”, el hecho que yo no me sintiera ni me percibiera así, no negaba el hecho de que en verdad, por haber dicho “Sí acepto”, ya era “Don Wil”. Mi falta de reconocimiento de este hecho, no anulaba la realidad de que era, desde entonces, un hombre casado, un “don” o un “señor” (como se acostumbra en otras partes de México).
Han pasado 33 años y durante todos estos años he estado aprendiendo y creciendo en entendimiento de lo que significa ser “Don Wil”. El 12 de abril, el día siguiente de mi boda, no se podía decir que ya estaba actuando, pensando y hablando con un entendimiento pleno de lo que significa ser un esposo. Sino a lo largo de estos años he estado aprendiendo (y sigo aprendiendo) que es lo que significa ser y actuar como “Don Wil”.
Primero, recibimos el título, nomenclatura o nombramiento y luego sigue un continuo y constante proceso de crecer tanto en entendimiento, como en aplicación práctica de lo que significa esa identidad. A nuestra identidad (lo que ya somos) le sigue un llamamiento a vivir acorde con lo que somos en la vida diaria. La identidad de esposo precede al llamado a comportarte como tal. Primero fui “Don Wil” y desde entonces, he ido creciendo para comportarme como todo un “Don Wil”.
Algo así sucede en nuestra relación con Dios en Cristo respecto a la Santidad.
La Biblia afirma que todos los que están en Cristo, aquellos que creen en él, aquellos que son discípulos de Jesús, son “Santos”. Y no te asustes, en realidad eso es lo que dice la Escritura. La nueva identidad del que está en Cristo es la de ser santo.
Pero por otro lado, esto de ser llamado o nombrado como “Santo”, no implica ya ser un producto terminado o que ya no hay algo más para hacer, sino que esta identidad implica un llamamiento, esto es, el llamamiento a una vida que refleje esa identidad. La realidad de la identidad no implica en automático una vida plena y completa de santidad, sino implica un llamamiento a llegar a ser en la vida diaria, práctica y cotidiana, eso que ya se ha declarado que somos en nuestra identidad.
Por eso en nuestra nueva serie de sermones: “llamados a la Santidad”, basada en la primera epístola a los Corintios, estaremos explorando tanto nuestra identidad como santos, así como nuestro llamamiento al proceso práctico y cotidiano de crecer en santidad en la vida diaria. Una buena idea es leer toda la epístola durante este mes. Si haces tu “A solas con Dios”, estarás leyendo varios pasajes selectos de la epístola, pero te animamos a leerla toda.
Comencemos, entonces, considerando el primer capítulo de la epístola a los corintios para comprender un poco más estos aspectos de la santidad, tanto la identidad como el llamado.
La Iglesia de Corinto fue fundada por el Apóstol Pablo. Según nos relata Hechos 18, el apóstol pasó de Macedonia a Grecia, y fue de Atenas a Corinto. Habiendo dejado a Silas y a Timoteo en Macedonia, Pablo estaba solo. Estaba llegando de Atenas donde su proclamación había hallado poca acogida, pero el Señor le animó diciéndole que allí, en Corinto, tenía un pueblo numeroso; y en efecto, el Apóstol se quedó allí por un espacio aproximado de 18 meses.
Pablo vio levantarse a su alrededor una iglesia numerosa, compuesta en gran parte de gentiles, pero que contenía también judíos; Pero el apóstol se ausentó y se estableció en Éfeso, donde residió por tres años y durante los cuales escribió la epístola a los Corintios.
¿Qué sucedió durante su ausencia? La Epístola nos describe los tipos de problemas que se habían desarrollado en la Iglesia de Corinto. Entre otras cosas, había división, desorden moral, confusión en cuanto al matrimonio, a lo ofrecido a los ídolos, a los dones espirituales, a la cena del Señor y a la resurrección.
Pero una de las raíces que constantemente aparecía en todas estas problemáticas era la falta de entendimiento de lo que eran en Cristo y cómo esto tenía implicaciones en como debían comportarse como un pueblo santo del Señor.
Esta falta de entendimiento había derivado en una vida laxa como iglesia en medio de una ciudad que presentaba muchos desafíos respecto al pecado. No podían entender cómo su identidad como santos, tenía implicaciones directas en su manera de vivir como iglesia santa del Señor en un mundo que se opone a Cristo.
En pocas palabras, la Iglesia de Corinto no era muy distinta a nuestras iglesias. Nosotros no vivimos en Corinto del primer siglo, pero seguimos teniendo el mismo desafío de vivir diariamente conforme a nuestra identidad como pueblo santo de Dios en Cristo en una cultura humana fuertemente influyente que contradice la manera santa de vivir de los redimidos por Cristo.
Pablo, el apóstol, escribió su epístola, precisamente para corregir, dirigir y enseñar, cómo vive el pueblo santo de Dios, llamado a vivir conforme a su identidad en Cristo.
Así comienza la primera epístola a los Corintios en el capítulo 1, del 1 al 3.
1 Corintios 1:1-17 NBLA dice: Pablo, llamado a ser apóstol de Jesucristo por la voluntad de Dios, y Sóstenes, nuestro hermano, a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los que han sido santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos, con todos los que en cualquier parte invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro: Gracia y paz a ustedes de parte de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
El apóstol se está dirigiendo a gente que no era desconocida para él. Él había sido el plantador de la iglesia en Corinto, los conocía, los amaba y por eso estaba escribiéndoles para enseñarles y guiarles al camino verdadero de la santidad en Cristo.
Mira cómo se refiere a los destinatarios de su epístola: “A los santificados en Cristo Jesús”. A juzgar por el tipo de temas que va a tocar en la epístola, no sé si yo les llamaría “santificados” precisamente. Los corintios se la pasaban peleando en bandos, se demandaban ante las cortes judiciales unos a otros, consentían la inmoralidad sexual entre los miembros de la iglesia, se emborrachaban con el vino de la comunión, entre otras barbaridades. Pero Pablo les llama: “Santificados en Cristo Jesús”.
¿Cómo es esto posible? Es posible porque Pablo está hablando en esta primera frase de la identidad de aquellos que han creído genuinamente el evangelio y están en Cristo Jesús. La nueva identidad de aquellos regenerados y justificados por la persona y obra de Cristo, es la de ser santo.
Santo significa apartado, separado, reservado, para Dios. La persona es considerada santa porque es de Dios y para Dios por el hecho de estar en Jesucristo.
A esto los teólogos le han llamado la santificación posicional. Es decir, la posición o identidad de los que están en Cristo, ya no es el pecado, sino es el estar apartados, separados, reservados en Cristo para Dios y son participantes del reino del Señor.
Posicionalmente, ya son santos, comparativamente con sus justas dimensiones, como yo era “Don Wil”, el 11 de abril de 1992.
El Espíritu Santo ha sacado de las tinieblas y ha colocado en el reino de luz a aquellos que están en Cristo, es decir, han sido santificados en Cristo Jesús.
Mi hermano, si hoy estás sentado junto a alguien que ha sido regenerado y justificado en Cristo Jesús, estás sentado junto a alguien que es considerado con identidad descrita como “Santo”.
Ahora bien, notemos que a penas ha declarado la identidad de los que están en Cristo como “Santificados en Cristo Jesús”, inmediatamente hace una aclaración igualmente importante y dice: los santificados en Cristo Jesús, “llamados a ser santos”.
Esto puede confundirnos un poco. Acaba de llamar santos a los que están en Cristo, pero ahora declara que esos llamados “santos”, deben responder a un llamado a SER santos.
No debemos confundirnos, sino simplemente distinguir que una cosa es tener la identidad de Santos, pero que el ser Santo en la vida de las lágrimas y risas es algo todavía en formación o proceso. Por eso el ser santos es un llamamiento que se hace a todos los cristianos.
Los que tienen la identidad de la santidad necesitan llegar a ser, vivir, pensar y actuar en la vida diaria de esa manera, y esto es un proceso constante que durará toda la vida.
La santidad es presentada desde este ángulo como un proceso. La santidad es una identidad, por un lado, pero la santidad es también un llamamiento, es decir, un proceso de crecimiento constante para parecernos cada vez más a Jesús.
A esto los teólogos le han llamado: “Santificación progresiva”. Es ese proceso constante del verdadero creyente, impulsado por el Espíritu Santo, en el que abandona cada vez más el pecado y abraza su identidad en Cristo que se traduce en obediencia, sujeción a su Palabra, gratitud creciente por su gracia y adoración en todo lo que hace viviendo para la gloria de Dios.
Entender esto nos puede dar mucha luz de las realidades de nuestra relación con Dios. Hermano, cuando llegas a una comunidad de fe vas a encontrar a muchos “Santos” en cuanto a su identidad en Cristo, pero puedes dar por un hecho, de que esos santos, se trate de quien se trate, todavía necesita seguir respondiendo al llamado que tiene todo creyente verdadero a seguir creciendo en santidad.
Aunque saludaste hace un rato al santo que está sentado a tu lado, ten por seguro que a ese santo posicionalmente, todavía le falta seguir avanzando en su proceso de santificación progresiva.
¿Podemos esperar personas que reflejen el carácter de Cristo en la iglesia? Por supuesto que sí. (santificación posicional) ¿Podemos esperar que aun verdaderos creyentes muestren aspectos de sus vidas en los que aun no reflejen los rasgos del carácter de Cristo? Por supuesto que sí (santificación progresiva).
¿Debemos simplemente conformarnos y justificar nuestras fallas y carencias por esto y decir: ni modos, ¿qué le vamos a hacer? Por supuesto que no. En virtud de nuestra identidad en Cristo, somos exhortados a responder, en dependencia total del Espíritu Santo, a nuestro llamado a la Santidad.
Y notemos que esta realidad de nuestra identidad y llamado no es solo para la iglesia de Corinto, sino pablo es muy cuidadoso en incluirnos a ti y a mí en este asunto.
Los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos no solo son los corintios, sino también todos los que en cualquier parte invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo.
Ahí estamos tú y yo que hemos creído en Cristo y estamos en él. Entonces, tú y yo que creemos en el Señor somos considerados “Santos” posicionalmente y somos llamados a ser y vivir como santos en la vida diaria, reflejando el carácter de Jesús. Esto, por un lado nos da la seguridad de nuestra identidad, y por otro lado, nos da el impulso de nuestro llamado, no permitiendo que estemos pasivos e inactivos en nuestra santificación.
La pasión de todo creyente verdadero debe ser crecer en santidad cada día para la gloria de Dios.
Esto es muy importante y en Corintios vamos a ver que, el llamamiento a la Santidad tiene como punto de partida la identidad posicional como santos. Es decir, antes de empezar Pablo de comenzar con sus correcciones, exhortaciones, y llamados al arrepentimiento para la iglesia de Corinto, les asegura de la obra de gracia soberana de Dios en Cristo en ellos, de tal forma que les recuerda que están habilitados en el Espíritu Santo para seguir progresando en su santificación.
Escucha lo que se le dice a los santificados en Cristo llamados a ser santos en el capítulo 1 del 4 al 9.
1 Corintios 1:4-9 dice: Siempre doy gracias a mi Dios por ustedes, por la gracia de Dios que les fue dada en Cristo Jesús. Porque en todo ustedes fueron enriquecidos en Él, en toda palabra y en todo conocimiento, así como el testimonio acerca de Cristo fue confirmado en ustedes; de manera que nada les falta en ningún don, esperando ansiosamente la revelación de nuestro Señor Jesucristo. Él también los confirmará hasta el fin, para que sean irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios, por medio de quien fueron llamados a la comunión con Su Hijo Jesucristo, nuestro Señor.
Sabiendo todo lo que les va a decir luego de las barbaridades que estaban haciendo los corintios, la verdad que estas palabras me parecen asombrosas y llenas de gracia y esperanza que es solo en Cristo.
Sabiendo que los corintios estaban en tanta cosa rara como divisiones, errores doctrinales, inmoralidad consentida, desorientación en cuanto al matrimonio, etc. ¿Cómo hablarles con tales palabras de ánimo y esperanza?
La única razón es porque en Cristo la santificación de los verdaderos creyentes es algo seguro. El verdadero creyente es posicionalmente santo y su santificación progresiva, podemos darla por sentado, pues Dios es fiel y lo hará así.
Por eso, el apóstol es capaz de dar gracias a Dios por lo corintios. No por lo que en ese momento estaban haciendo o practicando (cosas por las cuales les iba a exhortar o reprender), sino por lo que es seguro en la vida de todo creyente, por aquello con lo que podemos contar y dar por sentado: La gracia de Jesucristo que nos fue dada y por la cual hemos recibido toda palabra y conocimiento y todo don que nos hace estar aguardando la venida de nuestro Señor.
La promesa es que el Señor confirmará a los suyos hasta el fin porque es fiel para guardarnos irreprensibles para el día de su venida. Esto es maravilloso.
Por la obra de gracia de Dios en Cristo, los creyentes que posicionalmente son santos pueden tener la esperanza de que un día serán, vivirán y actuarán santamente en la venida del Señor. Podemos dar esto por sentado porque Dios es fiel.
Pero como veremos en toda esta epístola, esto no implica inactividad o pasividad de nuestra parte, sino sabiendo que Dios está cien por ciento involucrado en nuestra santificación, podemos y debemos responder a tanta gracia con una entrega total y toda intencionalidad constante en crecer en santidad delante del Señor, aborreciendo el pecado y amando la verdad de la palabra de Cristo en la vida diaria.
Hermanos, si somos creyentes verdaderos en Cristo Jesús, en ese sentido, no nos “pobretiemos” y digamos: “Pobre de mí, soy tan solo un pecador, que no puede con estos pecados”. Ciertamente la lucha contra el pecado es real y no es cosa bonita, pero aferrémonos a la identidad que la gracia de Dios nos ha dado en Cristo.
Hemos sido Santificados en Cristo Jesús, por lo tanto, somos llamados y habilitados a vivir conforme a tal identidad. Esto es progresivo, ciertamente, pero no por ello es igual a pasividad e inactividad.
Dios nos ha provisto los medios de gracia, la palabra, la oración, los sacramentos, la comunidad de Cristo para sigamos creciendo en santidad, para que respondamos diligentemente al llamado de ser santos como él es santo.
En esta luz debemos ver todo lo que Pablo está corrigiendo en la vida de la iglesia de Corinto, y de camino, en la nuestra. Hemos sido santificados en Cristo Jesús, por tanto, vivamos de acuerdo a nuestro llamado a la santidad.
Muchos son los pecados abordados en la epístola, pero de manera breve consideremos el primero con el que empieza el apóstol en su abordaje del llamado a la santidad.
En la iglesia de Corinto, al perder de vista su identidad y llamado a la santidad, estaban entregándose a una vida de individualismo, de división, de contiendas, de egoísmo.
Este es el primer tema como prioridad que aborda el apóstol, después de orientar a la iglesia hacia su identidad y llamado a la santidad. De inmediato salta al tema que le parecía una alta prioridad.
Y esto es lo que leemos en 1 Corintios 1:10-17
Les ruego, hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que todos se pongan de acuerdo, y que no haya divisiones entre ustedes, sino que estén enteramente unidos en un mismo sentir y en un mismo parecer. 11 Porque he sido informado acerca de ustedes, hermanos míos, por los de Cloé, que hay discusiones entre ustedes.
Al olvidarse de su identidad y llamado a la santidad, los corintios estaban viviendo en discusiones, pleitos, desavenencias y desunión. En vez de buscar crecer en santidad en sus relaciones, daban rienda suelta a su egoísmo en su sentir y parecer personal y dejaban de ver el principio que debía regir sus vidas. Se olvidaban, en primer lugar que,
Los santificados en Cristo, llamados a ser santos, viven bajo un mismo Principio.
¿Cuál es ese principio? El principio de la unidad. Se les exhorta a que busquen activamente ponerse de acuerdo, a hacer a un lado las divisiones, crecer en entendimiento mutuo en sus motivaciones y razonamientos.
Lo que debía caracterizar al pueblo santo del Señor es la unidad, no la división y los pleitos.
El Señor sólo tiene un pueblo Santo que debe vivir en
unidad. Al no verse en esa luz, los corintios estaban metiéndose en pleitos. Los corintios eran llamados a vivir de acuerdo con su identidad de santidad, que se caracteriza por la unidad.
Hermanos, nuestra identidad de santidad implica nuestro llamado a buscar la unidad. Por tanto, si en nosotros hay divisionismos, hay pleitos, hay contiendas, hay desunión, estamos viviendo de una manera incompatible con nuestro llamado.
El llamado a la santidad nos lleva este día a dejar a un lado todo egoísmo, todo individualismo, todo orgullo, todo sectarismo, para buscar genuinamente coincidir, concordar, reconciliar para la gloria de Dios. Así es llamado a vivir el pueblo santo del Señor.
Pero Pablo agrega a este llamado a la unidad, una verdad contundente más y esta es,
Los santificados en Cristo, llamados a ser santos, viven bajo un mismo Partido.
Dice 1 Corintios 1:12-13 Me refiero a que cada uno de ustedes dice: «Yo soy de Pablo», otro: «yo de Apolos», otro: «yo de Cefas», y otro: «yo de Cristo». ¿Está dividido Cristo? ¿Acaso fue Pablo crucificado por ustedes? ¿O fueron bautizados en el nombre de Pablo?
Los corintios estaban mostrando su falta de crecimiento en santidad en que estaban viviendo divididos en varios partidos y tal parece que seguían estos partidos con gran pasión.
Había unos que se consideraban seguidores de Pablo. Después de todo, él había sido el plantador de la iglesia, ¿Cómo no estar identificados con él? Otros preferían a Apolos. Quizá por su erudición y elocuencia. Unos más, decían que su grupo era el de Cefas, que es el nombre arameo de Pedro. Quizá el ala judía tradicionalista se identificaba con él. Y por último, un grupo más que quizá se consideraba más “santo” que los demás, decía que ellos seguían a Cristo, pero al mismo tiempo, vivían sectariamente y en desunión con los demás.
Pablo los reprende con preguntas contundentes: ¿Está dividido Cristo? En qué cabeza cabe que Cristo pueda estar dividido. ¿Acaso Pablo fue crucificado por ustedes o fueron bautizados en el nombre de Pablo? Obviamente, la respuesta es un “no” enfático a todas estas preguntas. Ninguno de los que ustedes consideran sus héroes, pueden ser verdaderamente, los protagonistas del reino de Dios.
El único partido que importa es la iglesia de Cristo, que es una sola, porque Cristo no se divide ni nadie más puede ocupar su lugar.
El llamado a la santidad para los corintios y para nosotros, nos debe llevar a reconocer que, si estamos dividiendo en cachitos la iglesia de Cristo, estamos haciendo algo que atenta contra la santidad del pueblo de Dios.
Sólo Cristo es a quien seguimos y debe ser el único importante en nuestras vidas. No hay “partidos” en la iglesia de Cristo; solo hay un Redentor y un Salvador. Nuestra lealtad no es a alguien más, sino solo a Jesucristo, nuestro Señor.
Debemos preguntarnos donde está nuestra lealtad. Los llamados a la santidad, santifican a Cristo en sus corazones y permanecen leales solo a él. Los santos no siguen banderas humanas, siguen la cruz de Cristo.
Finalmente, el apóstol pablo también aterriza el llamado a la santidad, no solo centrándonos en el mismo principio y el mismo partido, sino también diciéndonos, en tercer lugar, que
Los santificados en Cristo, llamados a ser santos, viven bajo un mismo propósito.
Dice el versículo 17 Pues Cristo no me envió a bautizar, sino a predicar el evangelio, no con palabras elocuentes, para que no se haga vana la cruz de Cristo.
Parece ser que había una identificación peculiar entre los ministros que bautizaban y los creyentes que eran bautizados por ellos, pero pablo agradece que él no hubiera bautizado a tantos en corinto para que no se mal entendiera el propósito del creyente en la vida de santidad.
Aquellos que responden al llamado a ser santos, tienen un solo propósito y este es predicar el evangelio, no con palabras de hombres sino con el mensaje de la cruz de Cristo, que es poder de Dios para salvación.
La misión que tiene el pueblo santo de Dios es la de hacer discípulos a través de la predicación del evangelio en todo lugar donde Dios nos ha puesto.
¿Vemos este como el propósito de nuestra vida? El llamado a la santidad es un llamado a predicar el evangelio con nuestras palabras y nuestras acciones. El pueblo santo de Dios hace discípulos hasta todos los confines de la tierra.
¡Cuán importante es tener presente nuestra identidad y llamado a la santidad! Somos posicionalmente santos por la obra de Cristo, la cual proclamamos en el evangelio y en virtud de esa identidad somos llamados a vivir en santidad, creciendo progresivamente a semejanza de Jesús.
Los santificados en Cristo, llamados a ser santos, deben vivir en unidad, no en partidos, sino en un mismo propósito de proclamar a Cristo en quien hemos sido santificados.
Una y otra vez en la epístola a los corintios seremos recordados que Hemos sido santificados en Cristo Jesús, por tanto, vivamos de acuerdo a nuestro llamado a la santidad.
Para la gloria de Dios.