Hace un tiempo escuché de una pareja que tuvo un solo hijo y que con mucha dedicación le dieron todo lo que pudieron. Lo crecieron rodeado de mucho amor y de todas las comodidades que estuvieron a su alcance. Con sacrificios y esmero, lograron apoyarlo para que pudiera ser un profesionista, e incluso pudo estudiar una especialidad. Fueron unos padres que centraron sus vidas en su único hijo.
Lo triste de esta historia, es que me enteré que este hijo, ya de adulto, raras veces se ocupaba de sus padres ancianos. Muy escasamente los visitaba, ya que vivía en otra ciudad. Cuando falleció su madre, llevó a su padre a la misma ciudad donde él radicaba y lo puso bajo el cuidado de otras personas. Casi no tenía tiempo para el ancianito, quien anhelaba más que nada un poco de relación con su único hijo y sus nietos. Cuando estaba con él, la gente notaba que su trato era áspero e impaciente hacia su padre.
Lo último que supe es que cuando le avisaron que había fallecido su ya muy enfermo padre, no hizo lo que la mayoría hubiera hecho: ir y llorar ante su lecho de muerte. Sino se dirigió a la funeraria, hizo los trámites y luego avisó a sus empleados que irían de la funeraria a buscar el cuerpo para llevarlo al crematorio. Básicamente, siguió con su vida como si nada hubiera pasado.
Los que conocieron a esta familia, se extrañaban del comportamiento de este hijo hacia sus padres. Después de todo, ellos le habían dado todo y él no los trató con la honra que se pudiera haber esperado.
Quizá este es un caso extremo, pero creo que todos de una u otra manera, en algún tiempo de nuestras vidas, hemos también fallado en honrar a nuestros padres como debiéramos. Quizá ahora mismo estamos en una situación en la que luchamos con este tipo de cuestión. Por eso se hace muy importante afianzar en nuestros corazones la verdad de la Escritura sobre la honra a los padres.
En nuestra serie de sermones: “Amor familiar” estamos abordando el tema de las relaciones en la familia con relación a la práctica y vivencia del amor, desde una perspectiva bíblica. La semana pasada hablamos del amor principal en la familia que es el amor a Dios y sus implicaciones; y hoy nos toca hablar del amor a los padres, en su forma más básica que es la honra a los padres.
Hoy comenzamos afirmando que el deber que los hijos tenemos de amar a nuestros padres, de honrar a nuestros padres, es un tema muy importante y serio en la Escritura.
En la ley de Moisés, encontramos el mandamiento de honrar a nuestros padres en los conocidos diez mandamientos, Éxodo 20:12 dice: “Honra a tu padre y a tu madre para que tus días se alarguen en la tierra que el Señor tu Dios te da”. Este mandamiento está a la altura de otros como adorar sólo a Dios, santificar su nombre y no cometer adulterio. Es decir, forma parte medular de la ética santa del pueblo de Dios.
En la ley de Moisés en el Antiguo Testamento, el honrar a los padres era considerado de tal seriedad, que una de las causales de la pena de muerte era precisamente, deshonrar rebelde y contumazmente a tus padres.
El Nuevo Testamento reafirma y recalca esta ética y la identifica plenamente con el carácter cristiano y santo. Los creyentes en Cristo se caracterizan por honrar a sus padres. Y la deshonra a los padres sigue apareciendo en las listas de los pecados más vergonzosos.
En Efesios 6:1-3 y en su pasaje paralelo en Colosenses 3:20, se recalca y aclara esta instrucción tan importante para que las familias vivan de acuerdo con la voluntad del Señor. La forma en que los hijos, que viven bajo la autoridad, cobijo, techo, dirección y dependencia económica de sus padres muestran su amor hacia ellos, es a través de la honra de obedecerlos.
Efesios 6:1-3 dice: Hijos, obedezcan en el Señor a sus padres, porque esto es justo. «Honra a tu padre y a tu madre —que es el primer mandamiento con promesa— para que te vaya bien y disfrutes de una larga vida en la tierra».
Colosenses 3:20: Hijos, obedezcan a sus padres en todo, porque esto agrada al Señor.
Como vemos, el mandamiento es claro, directo y aplicable. ¿Qué tiene que hacer un hijo? Obedecer. La verdad es que nosotros comenzamos a complicarlo. Siguiendo el impulso de nuestra naturaleza rebelde comenzamos a cuestionar “Y qué tal si mi padre no es cristiano, ¿también tengo que obedecerle?”, “¿Y si la instrucción es injusta?”, “¿Y si mis padres no viven de acuerdo con sus reglas?” “¿Y si . . .?”
Por supuesto, que hay casos en los que no se debe obedecer. Tales casos ocurren, excepcionalmente, cuando los padres piden a sus hijos que hagan algo que, sin lugar a dudas, está en contra de la ley de Dios. Pero siendo honestos, tales casos ocurren muy rara vez.
La mayoría de las veces se trata de instrucciones que nos causarán más trabajo, quizá un poco de sacrificio o incomodidad, quizá hacer a un lado nuestros deseos o simplemente tener que humillarnos ante alguien más. Por lo tanto, la mayoría de las veces, los hijos no tienen razón legítima para desobedecer.
¿A cuántos seminarios, talleres, retiros o clases tienes que asistir para saber qué debes hacer con respecto a tus padres? A muy pocos o a ninguno. Lo que Dios pide a los hijos es claro, directo y aplicable.
Dios, en su gracia, no sólo da a los hijos el mandamiento, sino también les provee tres razones para cumplirlo. No era necesario, bastaba con que Él lo ordenara, pero para nuestro provecho nos da las siguientes razones para la obediencia a los padres.
• Porque es justo (Ef. 6:1). La palabra “justo” en este contexto no se refiere a que los padres merezcan ser obedecidos, sino tiene el sentido de “recto”, “moralmente bueno” y “santo”. Es importante entender esto porque quizá algún hijo piense que sus padres no merecen ser obedecidos (y quizá sea cierto), pero la Biblia no está usando la palabra “justo” en ese sentido, sino queriendo decir que obedecer a los padres está en concordancia con la ley de Dios. Si quieres hacer lo santo, lo bueno, lo recto respecto a la relación con tus padres, debes obedecerlos.
• Porque agrada a Dios (Col. 3:20). Muchos hijos cristianos quieren agradar a Dios y hacer su voluntad. Aquí tienen la clave para cumplir esa meta. El primer paso para agradar a Dios es la obediencia a tus padres. Puedes estar involucrado en muchos ministerios cristianos, pero si como hijo no obedeces a tus padres no le estás agrando en lo más básico.
• Porque hay una promesa (Ef. 6:2-3) ¡Esto es fabuloso! No sólo haces lo recto y agradas a Dios, sino también recibes bendición. La promesa viene con una doble bendición: “Para que te vaya bien” y “tus días se prolonguen”. ¡Cuánta protección hay para los hijos cuando obedecen a sus padres! Al obedecer a tus padres estás dentro del círculo de bendición que Dios promete a los que se deleitan en sus mandamientos.
Así que, si somos hijos, no debemos tomar a la ligera este asunto de honrar a los padres, sino debería ser una meta constante el practicarlo en las diferentes etapas y circunstancias de nuestras vidas.
En la Biblia encontramos casos que nos ilustran cómo se debe honrar a los padres, pero también vemos instancias en las que los hijos no honraron a sus padres, casos en los que hubo deshonra de los padres y sus respectivas consecuencias.
Tal es el caso de la familia del Rey David. David experimentó en carne propia la infame deshonra de uno de sus hijos llamado Absalón. La historia la encontramos en el segundo libro de Samuel en los capítulos del 13 al 18.
Para tener una idea de quien era Absalón podemos ver 2 Samuel 14:25-26 dice: En todo Israel no había ningún hombre tan admirado como Absalón por su hermosura; era perfecto de pies a cabeza. Tenía una cabellera tan pesada que una vez al año tenía que cortársela; y según la medida oficial, el pelo cortado pesaba dos kilos.
Las narraciones bíblicas pocas veces dan detalles de la apariencia física de las personas, pero por lo que aquí nos dice, Absalón debió haber sido un hombre de pelo muy largo y muy guapo. Quizá imagínate a Brad Pitt con pelo largo. Era un hombre hermoso por fuera, pero con un corazón horrible por dentro. Y manifestó ese corazón deshonrando una y otra vez a su propio padre.
En el libro de Samuel nos enteramos de la existencia de Absalón en el relato bíblico de un episodio muy triste que le acontece a su hermana Tamar.
Tamar era hermana (de padre y madre) de Absalón y tenía un medio hermano llamado Amnón, quien de una manera pecaminosa y obsesiva fijó sus ojos en su media hermana Tamar. Por medio de artimañas logra quedar a solas con Tamar en casa fingiéndose enfermo y ante la negativa de Tamar cuando él se le insinuó sexualmente, él abusó de ella y luego la repudió y la sacó de su casa.
Tamar se refugió con su hermano Absalón, quien le dijo que no dijera nada y que lo dejara así. Pero Absalón, odió a su medio hermano Amnón por esto y él iba a tomar el asunto en sus propias manos.
Pasaron dos años en los que Absalón fraguó un plan para vengarse de Amnón. A base de engaños, de fingimientos, (que fue su estrategia reiterada y característica a lo largo de su vida) logró que su padre accediera a enviar a su casa a todos sus hermanos, incluyendo a Amnón, por supuesto.
En 2 Samuel 13:26-28, nos dice: Entonces Absalón le dijo:
?Ya que Su Majestad no viene, ¿por qué no permite que nos acompañe mi hermano Amnón? ?¿Y para qué va a ir contigo? —le preguntó el rey. Pero tanto insistió Absalón que el rey dejó que Amnón y sus otros hijos fueran con Absalón. Este, por su parte, les había dado instrucciones a sus criados: «No pierdan de vista a Amnón. Y, cuando se le haya subido el vino, yo les daré la señal de ataque, y ustedes lo matarán.
Esta fue la primera deshonra que hizo Absalón hacia su padre, lo engañó con insistencia y fingimiento y su padre, en un sentido, entregó a su hijo Amnón a las manos vengativas de su hermano. Amnón es ejecutado y Absalón, huyó de la justicia y se fue a un exilio autoimpuesto por tres años. Pasado un tiempo David anhelaba ver a su hijo Absalón, aunque no le hacía volver de su exilio.
Joab, uno de los principales capitanes del ejército de David, logró que el rey autorizara el retorno de su hijo, sin embargo, aunque regresó a la ciudad, David dio la orden que se retirara a su casa, y que nunca lo visitara. Así que Absalón tuvo que irse a su casa sin presentarse ante su padre.
Pasaron dos años más antes de que Absalón y su padre tuvieran un encuentro cordial, nuevamente logrado por estrategias engañosas por parte de Absalón, manipulando nuevamente a las personas para lograr sus fines incluyendo a su Padre.
Después de un tiempo, Absalón comenzó a poner en marcha su plan maestro para derrocar a su padre del trono. Comenzó un complot para dar un golpe de estado a su padre y quedarse con el trono de Israel.
La primera parte de su traicionero plan era lanzar una campaña sucia de descrédito contra su padre con tal de posicionarse en la simpatía de la gente. (Ya desde entonces, los malos políticos usaban estos ardides con la gente).
2 Samuel 15:2-6 nos dice que Absalón: Se levantaba temprano y se ponía a la vera del camino, junto a la entrada de la ciudad. Cuando pasaba alguien que iba a ver al rey para que le resolviera un pleito, Absalón lo llamaba y le preguntaba de qué pueblo venía. Aquel le decía de qué tribu israelita era, y Absalón le aseguraba: «Tu demanda es muy justa, pero no habrá quien te escuche de parte del rey». En seguida añadía: «¡Ojalá me pusieran por juez en el país! Todo el que tuviera un pleito o una demanda vendría a mí, y yo le haría justicia».
Además de esto, si alguien se le acercaba para inclinarse ante él, Absalón le tendía los brazos, lo abrazaba y lo saludaba con un beso. Esto hacía Absalón con todos los israelitas que iban a ver al rey para que les resolviera algún asunto, y así fue ganándose el cariño del pueblo.
De esta manera traicionera, sucia e hipócrita iba deshonrando a su padre para lograr sus aspiraciones de poder. Era un hombre de muy buena apariencia y quería vender engañosamente la imagen de un líder accesible, que escucha, que está con la gente para que lo siguieran en la segunda parte de su plan de traición contra su padre.
La segunda parte de su plan fue engañar nuevamente a su padre para que le permitiera desplazarse hacia un lugar llamado Hebrón para supuestamente pagar unos votos hechos al Señor (de esta manera el Rey no sospecharía nada) y ya estando allá lanzar abiertamente la sublevación contra su padre.
2 Samuel 15:9b-12 dice: Absalón emprendió la marcha a Hebrón, pero al mismo tiempo envió mensajeros por todas las tribus de Israel con este mensaje: «Tan pronto como oigan el toque de trompeta, exclamen: “¡Absalón reina en Hebrón! […] Así la conspiración fue tomando fuerza, y el número de los que seguían a Absalón crecía más y más.
La deshonra y rebelión contra su padre David ya era un hecho público. Y cuando David se enteró de la traición y el complot, para evitar una carnicería y derramamiento de más sangre, salió en huida de Jerusalén dejando en el palacio a diez de sus concubinas.
Cuando Absalón llegó a Jerusalén, David ya se había ido y por supuesto, iba a terminar el trabajo aniquilando a su padre para quedarse con el trono. Pero antes, siguiendo el consejo de uno de sus consejeros, que había sido consejero de su padre y se había unido a la rebelión, nuevamente deshonró la dignidad de su padre al abusar públicamente, a la vista de todos, a las diez mujeres que David había dejado en el palacio.
Absalón fue un hombre hermoso por fuera, pero de un corazón horrible por dentro. Era un hombre de buena apariencia, diligente, sagaz, agradable en su trato, pero usó todos estos atributos para deshonrar a su propio padre.
Y su historia termina como podemos anticipar que terminan, al final de cuentas, las historias de aquellos que deshonran necia y reiteradamente a sus padres.
Siguiendo los consejos de su séquito, Absalón salió a perseguir a su padre para matarlo. David, un hombre de guerra, también se preparó para defenderse, pero encomienda encarecidamente a sus capitanes que cuidaran que nadie matara a su hijo Absalón.
Se enfrentan los ejércitos y el de David prevalece. Absalón y su gente comenzaron a huir y miren lo que nos dice 2 Samuel 18:9 que ocurrió: Absalón, que huía montado en una mula, se encontró con los soldados de David. La mula se metió por debajo de una gran encina, y a Absalón se le trabó la cabeza entre las ramas. Como la mula siguió de largo, Absalón quedó colgado en el aire.
Allí estaba el hombre hermoso, cuya cabellera era la envidia de muchos, suspendido vergonzosamente de un árbol, al estar huyendo derrotado en su intento frustrado de quedarse con el trono de su padre. Estaba indefenso y así lo encuentran los hombres de David y no haciendo caso a su recomendación, Joab, su capitán más reconocido, lo mató clavándole tres dardos en el corazón y luego, diez escuderos se encargaron de rematarlo.
Cuando David se enteró de la noticia, esta fue su reacción en 2 Samuel 18:33: Al oír esto, el rey se estremeció; y mientras subía al cuarto que está encima de la puerta, lloraba y decía: «¡Ay, Absalón, hijo mío! ¡Hijo mío, Absalón, hijo mío! ¡Ojalá hubiera muerto yo en tu lugar! ¡Ay, Absalón, hijo mío, hijo mío!»
Así acabó Absalón un hijo de David que tenía todo para ser un gran líder del pueblo de Dios: Tenía carisma, tenía buen trato, era sagaz y estratega, contaba con el agrado de su padre. Sin embargo, todo esto lo empleó para deshonrar a su padre. Y al pecar de esta manera, trajo consecuencias fatales sobre su propia vida. Hizo caso omiso al consejo verdadero de Dios que dice: Honra a tu padre y a tu madre para que tus días se alarguen sobre la tierra.
¡Qué historia! ¿No? Pero no vayamos lejos, guardando quizá las justas proporciones, todos los que somos hijos hemos hecho algo parecido en alguna ocasión. En relación con nuestros padres hemos engañado, hemos manipulado, hemos desobedecido, hemos traicionado, hemos hablado mal, hemos deseado su mal, hemos atentado contra su dignidad. En alguna medida, en alguna ocasión, no hemos honrado a nuestros padres como deberíamos. No hemos amado a nuestros padres de maneras concretas y bíblicas.
¿Qué podemos hacer entonces? ¿Cómo podremos cumplir este mandamiento de Dios?
Las buenas noticias para nosotros que no hemos sido los hijos que Dios espera que seamos es que un hijo de David, un descendiente de David, vino a la tierra enviado por Dios para reconciliarnos con Él.
Este hijo, a diferencia de Absalón, fue un hijo que honró a su Padre en todo, que obedeció a su Padre en todo, y esa obediencia lo llevó hasta la cruz para pagar por nuestro pecado, incluida por supuesto, la deshonra que hemos cometido hacia nuestros padres.
Y gracias a la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, el hijo de David, podemos hoy gozar de una nueva relación con Dios basada en Su gracia que nos habilita por el poder del Espíritu Santo a vivir de manera diferente. A vivir en la ética de los diez mandamientos, a practicar las verdades de la Escritura en las cuáles, por su gracia, vamos creciendo más y más.
Todo gracias a la obediencia de ese hijo ejemplar que dijo a su Padre en Juan 17:4-5: Yo te he glorificado en la tierra, y he llevado a cabo la obra que me encomendaste. Y ahora, Padre, glorifícame en tu presencia con la gloria que tuve contigo antes de que el mundo existiera.
Es sólo por la obra de obediencia a su Padre que Jesucristo realizó es que hoy podemos aspirar a ser hijos diferentes, hijos obedientes, hijos respetuosos, hijos agradecidos, hijos que velen por sus padres ancianos.
Es por eso que este día, basándonos en la obra de Cristo y en la gracia del Señor, te animo a que honres a tus padres. ¿Cómo se verá esto en tu vida práctica?
Quizá si eres adulto estarás cuestionándote si aun debes obedecer a tus padres como lo hacías cuando eras niño. Para entender esto, debemos recordar que el mandamiento original con promesa es “Honra a tu padre y a tu madre” (Ex. 20:12). Este mandato lo debemos obedecer hasta la muerte. Me refiero a nuestra muerte o a la de nuestros padres.
Ahora bien, este mandamiento se lleva a la práctica dependiendo de la etapa en la vida. Cuando somos pequeños o jóvenes y estamos bajo el cobijo, autoridad, dependencia económica y responsabilidad de nuestros padres, los honramos por medio de la obediencia a sus instrucciones. Pero cuando nos hemos independizado como adultos (Gen. 2:24) ya no tenemos que obedecerles como niños pequeños, pero aun debemos honrarles por medio de respetarlos, escuchar sus consejos, buscar una relación madura con ellos, cuidarles, atender sus necesidades y hasta proveer para ellos cuando sea necesario en su vejez (1 Tim. 5:15).
Si eres un hijo o hija que vive aún bajo el cobijo y la autoridad y dependencia de tus padres, no te pierdas más la oportunidad de hacer lo que es justo, agradable a Dios y tiene una promesa: obedécelos.
Dios estableció a los padres como la autoridad sobre sus hijos. Por eso cuando un hijo desobedece a sus padres, no está desobedeciendo sólo al hombre sino al mismo Dios que los estableció como autoridad.
Cuando no obedeces a tus padres estás implicando que Dios se equivocó al ponerlos como tu autoridad. La desobediencia muestra tu rebelión hacia tus padres y hacia Dios. Así que ya basta de quejas, de rebeldías, de berrinches, de manipulaciones hacia tus padres, como hijo bajo su autoridad, obedécelos en todo, con un corazón dispuesto y sometido.
Si eres un hijo o hija que ya no estás bajo el cobijo y la responsabilidad de tus padres, recuerda que todavía tienes el deber de honrarles.
Ya no es una obediencia como niño, pero sí un respeto dispuesto y amoroso hacia ellos. Si ya son ancianos y no pueden valerse, no te retires o estés ausente de sus vidas en este tiempo en el que más te necesitan tanto moralmente como materialmente.
Tenles paciencia cuando haya que repetirle las cosas muchas veces, cuando su motricidad no sea como la de antes, cuando las cosas más sencillas de la vida, como comer, vestirse, bañarse, sea para ellos toda una odisea.
Si eres casado, recuerda que tu cónyuge también tiene el mismo deber. No le impidas que lo cumpla con responsabilidad y entrega. Tanto tú como tu cónyuge abóquense a la tarea de buscar maneras particulares de honrar a sus padres. Después de todo, también estarás marcando una pauta y ejemplo para el trato que tus hijos te darán cuando les llegue su turno.
Por la gracia del Señor, el amor a los padres que se manifiesta en honrarlos puede llegar a ser un gozo para ti y para mí. No desaproveches esta oportunidad de glorificar a Dios por medio de honrar a los padres que él te ha dado. Vivamos forjando una renovación de nuestra familia en la cual los hijos glorifican a Dios, siendo hijos a semejanza del Hijo de David, Jesús, por cuya obra podemos hoy decir “Abba Padre” y podemos vivir para la gloria de Dios.