El apóstol Pablo en 1 Corintios 15:1-4 dice: Ahora, hermanos, quiero recordarles las buenas noticias que les prediqué, las mismas que recibieron y en las cuales se mantienen firmes. 2 Mediante estas buenas noticias son salvos, si se aferran a la palabra que les prediqué. De otro modo, habrán creído en vano. 3 Porque ante todo les transmití a ustedes lo que yo mismo recibí: que Cristo murió por nuestros pecados según las Escrituras, 4 que fue sepultado, que resucitó al tercer día según las Escrituras.
Cuando el apóstol se dispuso a hacer una especie de resumen de las “buenas noticias” es decir del “evangelio” para recordárselo a los corintios, lo sintetizó en tres premisas básicas. Y las menciona de manera directa, no sin antes recordarles que, por ese evangelio, ese mensaje concreto, es el que les había predicado y ellos habían recibido, y que en esas verdades se mantenían firmes. Les aclara que este mensaje debe ser una convicción en sus corazones, ya que es el medio de la salvación.
¿Cuál es el mensaje que se ha transmitido desde la época apostólica hasta nuestros días mediante el cual somos salvos?
Primero, Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras. Segundo, fue sepultado, y tercero, Cristo resucitó al tercer día según las Escrituras.
Como podemos ver entonces, la muerte de Jesús, la sepultura de Jesús y la resurrección de Jesús, forman parte esencial del mensaje del evangelio, las buenas noticias mediante las cuales somos salvos. Todo esto pasó en la historia de acuerdo con el testimonio de las Escrituras.
Así que, hermanos, cuando recordamos los eventos relacionados con la muerte y la resurrección de Jesucristo, estamos afirmando el evangelio, las buenas noticias por medio de las cuales somos salvos y en las cuales debemos mantenernos firmes.
Hoy recordamos los eventos que rodearon la muerte del Señor Jesucristo en la cruz del calvario según lo reporta el evangelio de Lucas.
En el evangelio de Lucas, en tres ocasiones, Jesús mismo les había anticipado a sus discípulos el programa que debía cumplirse invariablemente. Lucas nos reporta la tercera declaración explícita del programa de redención de esta manera en Lucas 18:31-33.
31 Entonces Jesús tomó aparte a los doce y dijo: «Ahora vamos subiendo a Jerusalén, donde se cumplirá todo lo que escribieron los profetas acerca del Hijo del hombre. 32 En efecto, será entregado a los gentiles. Se burlarán de él, lo insultarán, le escupirán; 33 y, después de azotarlo, lo matarán. Pero al tercer día resucitará».
Jesús tenía claro hacia donde estaba yendo y qué debía hacer. Nunca pensemos, por lo tanto, que la cruz haya sido un plan fallido, un accidente, o un efecto secundario. Nada de eso. Fue el plan exacto y preciso, designado desde la eternidad.
Jesús tenía muy claro que para la redención debía pasar por todo este sufrimiento, que debía morir y al tercer día resucitar. No era opcional. No había otra manera.
Él dijo: “Es necesario”. Todo debía cumplirse al pie de la letra y él estuvo dispuesto a sujetarse al Padre e ir al calvario como cordero que es llevado al matadero. ¡Este es nuestro redentor! Su cruz estaba cumpliendo lo que estaba escrito y estaba cumpliendo los propósitos de la redención.
Por eso este día que recordamos la muerte de nuestro Señor, consideremos lo que esa cruz, ese sacrificio, esa muerte, cumplió ese día que el Señor Jesucristo fue levantado en el monte calvario cuando entregó su vida por nosotros.
Consideremos, entonces, tres cumplimientos logrados en la cruz de Cristo. Tres cumplimientos que cristo logró con su muerte en la cruz, en la cruz del redentor.
Primero, La cruz del redentor cumplió la profecía.
Hace un momento leímos en Lucas 18 que Jesús les detalló a sus discípulos el programa a cumplir y fue específico en decir que todo sería cumplido de acuerdo con las profecías, con lo que los profetas habían dicho que acontecería.
También hemos leído que Pablo le dijo a los Corintios que todos estos eventos históricos envueltos en el evangelio ocurrieron de acuerdo con las Escrituras.
Este programa no fue por una casualidad o algo improvisado, sino había sido anticipado en tiempos pasados en la Escritura y todo tuvo su cumplimiento histórico en la vida y obra de Jesucristo.
Por ejemplo, el Salmo 22:6-8 cientos de años antes de que Jesús padeciera en la cruz, registraba: “Pero yo, gusano soy y no hombre; la gente se burla de mí, el pueblo me desprecia.
Cuantos me ven se ríen de mí; lanzan insultos, meneando la cabeza: «Este confía en el SEÑOR, ¡pues que el SEÑOR lo ponga a salvo! Ya que en él se deleita, ¡que sea él quien lo libre!».
Jesús había dicho en Lucas 18, que la gente se burlaría de él y le insultaría y en Lucas 23:35-37 el evangelio nos reporta el cumplimiento de esto de manera muy semejante: La gente, por su parte, se quedó allí observando, y aun los gobernantes estaban burlándose de él. —Salvó a otros —decían—; que se salve a sí mismo si es el Cristo de Dios, el Escogido. También los soldados se acercaron para burlarse de él. Le ofrecieron vinagre y dijeron: —Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!
Era necesario que todo esto aconteciera tal y como se predijo en las Escrituras y vemos cómo el día de su muerte, estando clavado en la cruz, la gente, los gobernantes y los soldados le escarnecían e injuriaban retándolo sarcásticamente para que se bajara de la cruz y se salvara a sí mismo de esa muerte atroz.
El Señor tenía el poder para bajarse de la cruz, pero decidió permanecer allí para que toda la Escritura se cumpliese para nuestra redención.
El Salmo 22:16-18 nos dice de nuevo: Como perros me han rodeado; me ha cercado una banda de malvados; me han traspasado las manos y los pies. Puedo contar todos mis huesos; con satisfacción perversa la gente se detiene a mirarme. Se repartieron entre ellos mi manto y sobre mi ropa echaron suertes.
Habla de haber sido traspasado y horadado en las manos y los pies y también de que sus enemigos echaron suertes sobre sus vestiduras.
Cientos de años después, Lucas reporta lo que pasó en la crucifixión del Señor en Lucas 23:32-34 También llevaban con él a otros dos, ambos criminales, para ser ejecutados. Cuando llegaron al lugar llamado la Calavera, lo crucificaron allí, junto con los criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda.
—Padre —dijo Jesús—, perdónalos, porque no saben lo que hacen. Mientras tanto, echaban suertes para repartirse entre sí la ropa de Jesús.
En la crucifixión se horadaban las manos y los pies (como predecía el salmo) y el condenado sufría una muerte lenta y agonizante en tanto se desangraba y se cansaba de sostenerse de estos tres puntos sufriendo gran dolor dejando su cuerpo caer por el peso y dificultando la respiración hasta el punto de la asfixia. Cuando querían acelerar la muerte les quebraban las piernas para que el resultado final llegara más rápidamente, cosa que hicieron con los malhechores, pero no con Jesús.
Vemos también que la Escritura se cumplió cuando los soldados echaron suertes sobre sus vestiduras, cosa que también preveía el salmista.
Incluso el hecho de haber sido crucificado con unos criminales estaba profetizado en Isaías 53:7-9 Maltratado y humillado, ni siquiera abrió su boca, como cordero fue llevado al matadero, como oveja que enmudece ante su trasquilador, ni siquiera abrió su boca. Después de aprehenderlo y juzgarlo, le dieron muerte; nadie se preocupó de su descendencia. Fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por la rebelión de mi pueblo. Se le asignó un sepulcro con los malvados y con los ricos fue su muerte, aunque no cometió violencia alguna ni hubo engaño en su boca.
Isaías, el profeta, habló de un siervo que sufriría y moriría por el pecado del pueblo, como un cordero que era llevado al matadero. Describe que lo aprenderían y lo juzgarían y lo matarían. Y que estaría en su muerte con los malvados y con los ricos también.
Lucas nos reporta el juicio de Jesús ante el sanedrín, ante herodes y ante poncio Pilatos y también su crucifixión entre dos malhechores. También Lucas nos reporta que un hombre justo y rico, pidió su cuerpo para darle sepultura en una tumba cavada en la roca que nadie había ocupado antes. Una tumba que solo los más ricos podían tener.
Como vemos, los eventos que rodearon la muerte de nuestro Señor, ocurrieron en cumplimiento de las profecías registradas en la Escritura. Por eso, Pablo dice que Jesús murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras.
La cruz del redentor cumplió indudablemente las profecías mostrándonos que es el sacrificio esperado, que es el verdadero redentor que estuvo colgado en esa cruz.
En el tiempo del imperio romano muchas personas murieron crucificadas, ¿Qué hacía esta crucifixión algo distinto a todas las demás? Que en esa cruz estaba muriendo el redentor, el cordero de Dios, el salvador. Aquel de quien los profetas habían hablado y que cumplió todo lo que estaba anticipado en la Escritura.
Podemos estar seguros de que seguimos al verdadero redentor. Aquel que murió en la cruz que cumplió con las profecías.
Pero la cruz de nuestro redentor no sólo cumplió las profecías, sino también, en segundo lugar,
La cruz del Redentor cumplió el pago por el pecado.
La Biblia es clara en decir que la paga del pecado es muerte. Como le habían dicho a Adán: El día que de él comieres, ciertamente morirás. La muerte es la consecuencia del pecado. Así que el que peca, debe morir.
Es por eso, que el redentor tenía que morir en nuestro lugar para librarnos de la condenación de morir eternamente. Nuestro redentor debía ser todo lo que Adán, nuestro primer representante, no fue. Con su obediencia perfecta y su sacrificio que consistía en morir la muerte que era nuestra, con esto sería cubierta para siempre la deuda que era totalmente nuestra.
Para redimirnos alguien debía morir. En el Antiguo Testamento, los animales morían para la propiciación por el pecado. Tales sacrificios apuntaban al sacrificio que sería una vez y para siempre, el sacrificio de nuestro redentor, el cordero de Dios que quita el pecado del mundo.
Y los efectos del cumplimiento de este pago por el pecado, lo vemos con claridad en la interacción que Jesús tuvo con los criminales estando en la cruz del calvario.
Dice Lucas 23:39-43: Uno de los criminales allí colgados empezó a insultarlo: —¿No eres tú el Cristo? ¡Sálvate a ti mismo y a nosotros! Pero el otro criminal lo reprendió: —¿Ni siquiera temor de Dios tienes, aunque sufres la misma condena? En nuestro caso, el castigo es justo, pues sufrimos lo que merecen nuestros delitos; este, en cambio, no ha hecho nada malo. Luego dijo: —Jesús, acuérdate de mí cuando vengas en tu reino. —Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso —le contestó Jesús.
En esta interacción vemos representado el drama del evangelio y la salvación en Cristo.
Tenemos a los criminales. Ambos recibiendo la justa condenación por sus pecados. No tenían nada que reclamar. Sus decisiones malvadas los habían colocado donde se encontraban justamente. No obstante, uno de ellos, aunque culpable como él solo podía ser, osa burlarse, escarnecer e insultar en incredulidad al que estaba muriendo a su lado, siendo totalmente inocente de pecado.
Uno de los criminales interactúa con Jesús con incredulidad. Por otra parte, el otro, estando en el mismo estado que el otro, sí reconoce que se estaba ejecutando la justicia en su caso. Era culpable y digno merecedor de su castigo. Sabía que no tenía nada que reclamar ni aducir. Era un condenado a muerte, justamente condenado a muerte. Porque la paga del pecado es la muerte.
Al mismo tiempo, este hombre pudo entender quien era el hombre que estaba en medio de ellos. Este hombre no era como ellos. Él no era un criminal. Él no era un pecador. Él no era culpable ni nadie podía acusarlo de algo. No obstante, estaba muriendo. Estaba padeciendo la misma muerte que ellos, pero su muerte era totalmente distinta.
De alguna manera sobrenatural, este hombre, pudo ver en la muerte de Jesús lo que su compañero no pudo ver. El otro solo veía a un reo de muerte correr la misma suerte que ellos. Pero este criminal culpable de su propia muerte, vio en Jesús algo distinto.
De alguna manera supo que aunque estaba viendo a Jesús morir, supo que no sería la última vez que lo vería y con una mirada de fe y esperanza le dice a Jesús, “acuérdate de mí cuando vengas en tu reino”.
¡Qué clamor de fe tan sentido! ¡Qué clamor de esperanza que solo el evangelio puede dar en un corazón arrepentido!
La respuesta de Jesús retumba en nuestros corazones: “Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.
¡Cómo puede ser esto! ¿Un criminal en el paraíso? Sí…un criminal en el paraíso porque su deuda fue pagada completamente por aquel que murió en la cruz. La cruz del redentor nos asegura que el pago ha sido cumplido. Ya no hay más deuda pendiente para aquel por quien murió Cristo.
Si este criminal encontró la gracia en el momento mismo de su propia muerte, cuan dichosos somos nosotros para quienes la gracia nos ha alcanzado ahora en plena vida.
Esas mismas palabras siguen siendo ciertas para todos los deudores a quienes el pago que Cristo hizo le ha cobijado. El día de nuestra muerte, podemos estar seguros con esas mismas palabras… Te aseguro que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso. No por algo que nosotros hayamos hecho, sino sólo por lo que hizo aquel que murió en la cruz de la redención.
La cruz del redentor cumplió las profecías, la cruz del redentor cumplió el pago por el pecado. Pero hay un tercer cumplimiento en la cruz de nuestro redentor.
En tercer lugar, La cruz del redentor cumplió su propósito.
Jesús afirmó que él había venido a buscar y a salvar lo que se había perdido. Y en la cruz de la redención, Jesús cumplió precisamente ese propósito. Él no sólo abrió la posibilidad de que alguien pudiera ser salvo, sino, de hecho, al morir estaba salvando y siendo el salvador de su iglesia.
Pablo en Corintios afirmó, como vimos, que el evangelio en su mensaje más concreto dice que Cristo murió por NUESTROS pecados. Es decir, no eran los pecados en lo abstracto, sino eran pecados en lo concreto. Eran los pecados “nuestros”, de personas particulares. No eran los pecados de “ellos” o de “alguien”, sino “nuestros”.
Al morir Cristo estaba cumpliendo todos los propósitos de la redención. Estaba salvando a pecadores en lo particular. Estaba muriendo por sus ovejas, por su iglesia, por su pueblo.
Lucas nos narra los últimos momentos dramáticos de este acontecimiento redentivo en Lucas 23:44-46: Desde el mediodía y hasta las tres de la tarde toda la tierra quedó en oscuridad, pues el sol se ocultó. Y la cortina del santuario del Templo se rasgó por la mitad. Entonces Jesús exclamó con fuerza: —¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu! Y al decir esto, expiró.
La creación mostraba la seriedad de lo que estaba pasando. Del medio día a las tres de la tarde es el momento cuando más luz hay, pero ese día no fue así. En vez de luz hubo tinieblas a esa hora. Y cuando llegó el momento establecido, Jesús exclamó: ¡Padre en tus manos encomiendo mi espíritu! Otros evangelios agregan las palabras “Consumado es”. Es decir, el propósito se ha cumplido. El propósito por el cual vine, buscar y salvar lo que se había perdido, ha sido cumplido.
Y después, expiró…murió. Jesús no aparentó estar muerto, sino murió en verdad. Esto es un hecho, que hasta fue sepultado, como vemos en la narración de Lucas. Pablo también lo menciona en 1 Corintios como algo importante al decir, que fue sepultado, antes de decir que resucitó al tercer día.
El redentor tenía que morir porque así cumplió el propósito de la salvación del pueblo del Señor. Así cumplía el rescate de su iglesia, de sus ovejas. En ese sentido, podemos decir, con el apóstol pablo al resumir el evangelio: Cristo murió por nuestros pecados conforme a las Escrituras.
Si Cristo cumplió su propósito redentor en la cruz, entonces, hermanos, eso quiere decir que nuestros pecados han sido pagados y perdonados en Jesús. Eso quiere decir, que no hay más condenación para aquellos que están en él. Eso quiere decir que por más que el diablo quiera recordarte tus pecados pasados, la promesa de Dios persiste de que no se acordará más de nuestras rebeliones y que nos ha limpiado de toda maldad.
Eso quiere decir que, la cruz de nuestro redentor cumplió su propósito y por eso somos verdaderamente salvos en Jesús.
El sacrificio de Cristo en la cruz es tan eficaz para rescatarnos del pecado que no sólo ha logrado el perdón de nuestros pecados, sino también asegura la transformación total de nuestras vidas de tal manera que pasemos de hacer obras que conducen a la muerte a vivir una vida al servicio del Dios viviente.
El sacrificio de Cristo o la obra de redención de Cristo es tan eficaz y tan completa, que no sólo nos salva de la culpa o condenación por el pecado, sino también nos libra de la corrupción del pecado. Es un rescate completo del pecado para siempre.
Y esta es una realidad de aquel que ha creído en Cristo verdaderamente. La respuesta a tal sacrificio de Cristo, que es lo que recordamos hoy, es una entrega total al servicio del Señor. Ahora que hemos sido rescatados eternamente del pecado y por la obra del Espíritu Santo somos transformados, en tu vida y en mi vida nadie más debe ocupar su lugar.
Creer en Jesús o ser discípulo de Jesús implica morir a mí mismo. Es cambiar mis deseos personales por Sus deseos. Es cambiar mis metas por sus metas. Es usar Sus métodos, no los míos. Es hablar sus palabras, no las mías. Es vivir de acuerdo con Su estilo de vida, no con el que me de la gana. Un estilo de vida que no se trate de mí, sino de él.
• Aprender a callar, cuando quiera hablar
• Aprender a hablar, cuando quiera callar.
• Aprender a ser paciente en vez de explotar
• Aprender a ser diligente cuando quiera ser desidioso.
• Aprender a pedir perdón, cuando quiera alejarme en mi orgullo.
• Aprender a compartir en vez de ser egoísta.
• Aprender a decir no a la impureza, cuando sea tentado a mancharme con ella.
Creer en Jesús o ser discípulo de Jesús implica tomar mi cruz. Es decir, estar cada día listo a vivir y a morir por él. Mi vida ya no cuenta, sólo cuenta el que Jesús sea conocido en la tierra y que Dios sea glorificado.
Creer en Jesús o ser discípulos de Jesús implica seguirlo. Regir mi vida por sus preceptos, por su ejemplo, por sus promesas. Seguirlo a donde quiera que me lleve.
Por su gracia, al seguirlo:
• No tengo que prestar mi boca para chismear, blasfemar, gritar, mentir, adular, engañar.
• No tengo que usar mis ojos para envidiar, para codiciar, para deleitarme en lo prohibido,
• No tengo que usar mis manos para golpear, para destruir, para ofender
• No tengo que usar mi cuerpo como instrumento de iniquidad. No tengo que decirle “sí” al pecado cada vez que toque a la puerta o que me invite a pasear con él.
Al seguirlo, viviré regido por sus preceptos, por su ejemplo, y sus promesas que son mías por su gracia. En mi vida y en tu vida nadie más debe ocupar su lugar.
¿Cómo responderás al sacrificio de Cristo que traemos a la memoria hoy? ¿Cómo responderás a tanto amor que Dios mostró para contigo y para conmigo al enviar a Jesús para convertirnos de hijos de ira en hijos de Dios? ¿Cómo responderás ante el derroche de gracia que Dios demostró en la cruz? La respuesta que su sacrificio produce en nuestras vidas es que en tu vida y en mi vida nadie más ocupe Su lugar.
La cruz del redentor nos recuerda que todo esto fue necesario porque nadie más podía ocupar el lugar de Jesús. Pero también nos desafía día a día a reconocer que, en nuestra vida, nadie más debe ocupar su lugar para la gloria de Dios.