Hay un libro en el Antiguo Testamento que termina de esta manera: “En estos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que bien le parecía”. (Jueces 21:25). Y ese libro se dedica a mostrar todo lo que pasaba en Israel por no tener un rey digno, justo y recto en el trono reinando sobre el pueblo de Dios. Al final, nos queda la conclusión de que necesitamos un rey sobre nuestras vidas.
Y es que este tema del rey y el reinado de Dios es un hilo conductor de la historia de la redención a través de toda la Biblia. La historia bíblica nos va llevando de la mano hasta mostrarnos quien es el rey, cómo es nuestro rey y cuán importante es estar sujetos a su señorío.
Y esta mañana, continuando con nuestra serie: “Redentor”, iniciamos el recuento de los hechos históricos de los últimos momentos de Jesucristo que lo llevaron a su muerte y resurrección, según lo relatado en el evangelio de Lucas.
Hoy iniciamos la celebración de la tradicional fiesta cristiana enmarcada en lo que se ha llamado “Semana Santa” en el calendario litúrgico.
Y hoy comenzamos el recuento de los eventos de la vida de Jesús, en sus últimos momentos, con un hecho histórico muy relevante que se ha conocido tradicionalmente como la “Entrada Triunfal”, que pone un énfasis especial en Jesucristo como nuestro rey. Jesús es el rey que necesitamos como el Señor de nuestras vidas.
Jesús es el rey que se necesitaba en los tiempos de los jueces donde cada quién hacía lo que bien les parecía. Y es el rey que necesitamos hoy también para poner orden y dar dirección a nuestras vidas. Jesús es el rey que necesitamos como Señor nuestras vidas y el evento histórico de la entrada triunfal a Jerusalén nos reafirma esta verdad.
De este evento dan recuento los cuatro evangelios. Normalmente Mateo, Marcos y Lucas coinciden en incluir los mismos eventos en su narración, pero este evento es tan relevante que, hasta Juan, que normalmente tiene otra línea narrativa, lo incluye en su evangelio.
Y en el evangelio de Lucas encontramos el registro de este evento histórico en el capítulo 19.
Consideremos la narrativa del texto de Lucas 19 y si notas en tu Biblia, la mayoría de las versiones de la Biblia en español, los editores han colocado el subtítulo de “la entrada triunfal”.
Y aquí quisiera que consideremos que, aunque se le llama la entrada triunfal, encontramos un rey muy distinto al que nuestra imaginación hubiera esperado, a juzgar por el subtítulo.
Encontramos un rey que rompe con todos los estándares humanos de lo que debe ser un rey soberano en una entrada triunfal. No obstante, la Escritura nos indica que él es el rey y que un día toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es el Señor para la gloria de Dios padre. Jesús es el rey que necesitamos como el Señor de nuestras vidas.
La narración en Lucas nos presenta, por lo menos, tres rasgos de este rey que son inesperadas, pero al mismo tiempo lo señalan y apuntan como el verdadero rey esperado, nuestro redentor Jesucristo.
Primero, encontramos a Un rey sin cabalgadura
Lucas 19:28-34 28 Dicho esto, Jesús siguió adelante, subiendo hacia Jerusalén. 29 Cuando se acercó a Betfagué y a Betania, junto al monte llamado de los Olivos, envió a dos de sus discípulos con este encargo: 30 «Vayan a la aldea que tienen enfrente y, al entrar en ella, encontrarán atado un burrito en el que nadie se ha montado. Desátenlo y tráiganlo acá. 31 Y si alguien pregunta: “¿Por qué lo desatan?”, díganle: “El Señor lo necesita”».32 Fueron y lo encontraron tal como él les había dicho. 33 Cuando estaban desatando el burrito, los dueños preguntaron: —¿Por qué desatan el burrito? 34 —El Señor lo necesita —contestaron.
Jesús estaba ya en la recta final camino a la cruz, debía entrar a Jerusalén y cumplir con el plan de la redención. Ya se lo había dicho a sus discípulos varias veces, pero ellos no lo habían entendido en ese entonces. Su entrada a Jerusalén no podía ser cualquier entrada, sino tenía que llenar ciertas características.
El debía entrar a Jerusalén montado en un burrito, pero no tenía burrito. ¿Pero por qué debía entrar así? ¿Por qué no simplemente entrar caminando? ¿Qué de relevante tenía entrar a Jerusalén en burrito o a pie?
Para entender esto tenemos que hablar del trasfondo histórico y profético de este evento en la vida de Jesús que conocemos como la entrada triunfal.
Primero hablemos del evento histórico.
En 1 Reyes 1, encontramos que el rey David estaba ya en los momentos finales de su vida. El heredero al trono debía ser establecido pronto, porque de un día a otro, la vida de David se extinguiría. Y recordemos que David había tenido muchos hijos (varios candidatos al trono).
Aprovechando esta coyuntura y vacío de poder, Adonías, uno de sus hijos, se autoproclamó rey, a espaldas de su padre. Por su parte, Betsabé, la madre de Salomón, le recordó a David que había prometido que Salomón sería su sucesor.
David, entonces, cumpliendo su promesa, mandó llamar al Sacerdote Sadoc y al profeta Natán y les dijo que montaran a su hijo Salomón en la mula del rey y lo llevaran Gihón para que ser ungido como rey por el sacerdote Sadoc y el profeta Natán.
Lo hicieron como David lo indicó. Sadoc ungió a Salomón como Rey, luego tocaron la trompeta y todo el pueblo se reunió. La gente tocaba flautas y se regocijaba con tal regocijo que la tierra se partía con el estruendo de ellos y decían: “Viva el rey Salomón” mientras entraba a Jerusalén.
Entonces, el cuadro que vemos es el del heredero legítimo del trono de David viniendo sobre un animal de carga (mula de David) y la gente recibiéndolo con gran aclamación como el rey legítimo. Como el único y legítimo rey sobre Israel.
Este es el trasfondo histórico de la entrada triunfal de Jesús. Pero además, hay un trasfondo profético. Siglos después de que Salomón entrara a Jerusalén, el profeta Zacarías, profeta del postexilio dijo estas palabras registradas en Zacarías 9:9, ¡Alégrate mucho, hija de Sión! ¡Grita de alegría, hija de Jerusalén! Mira, tu rey viene hacia ti, justo, victorioso y humilde. Viene montado en un burro, en un burrito, cría de asna.
Zacarías profetizó a la comunidad del posexilio que un día entraría a Jerusalén el rey, el único y legítimo heredero al trono de David. Y así como Salomón entró montado en un animal de carga, así también este rey justo, victorioso y humilde, entraría un día a Jerusalén montado en un burrito.
¿Vemos entonces la relevancia de que Jesús ese día entrara montado en un burrito? Al hacerlo estaría diciendo claramente, Yo soy el heredero legítimo al trono de David. Yo soy el rey profetizado por Zacarías. Yo soy el rey que tanto la historia como la profecía avalan como el Mesías que viene a sentarse en el trono de David para traer paz y orden a toda la tierra.
Pero este rey no tenía cabalgadura para la que llamamos, entrada triunfal. No tenía burrito. No obstante, Lucas y los otros evangelios, nos indican este dato y hasta nos dice la manera extraordinaria en la que lo consiguió. Envía a sus discípulos a un poblado cercano a buscar un burrito amarrado a la entrada y que básicamente iban a tomar prestado.
Hasta les dijo qué debían decir en caso de que les cuestionaran sus acciones. Esto me recuerda como cuando tu mamá te enviaba a la tienda de la esquina y hasta te decía cómo ibas a pedir al tendero tu encargo y hasta qué ibas a contestar si te preguntaban algo, cubriendo casi todos los escenarios posibles.
Los discípulos lo hacen como les habían indicado, y en efecto, los dueños del animal los cuestionan y un simple, “el Señor lo necesita” fue suficiente para que pudieran tomarlo sin problema.
El rey de gloria, el legítimo heredero al trono, ni siquiera tenía cabalgadura propia para entrar a Jerusalén. Y ese día cumplió con todo lo escrito, con un burrito prestado. Bien lo definía Zacarías, un rey justo, victorioso y humilde que aun ante la escasez y la necesidad completó todo lo necesario para nuestra redención. Todas estas señales nos indican que Jesús es el rey que necesitamos en nuestras vidas.
Pero siguiendo con nuestra llamada entrada triunfal, no solo encontramos a un rey sin cabalgadura, sino encontramos algo más inesperado en la entrada a Jerusalén de nuestro gran rey.
En esta entrada triunfal, encontramos, en segundo lugar, Un rey aclamado por unos, pero rechazado por otros.
Dice Lucas 19:35-40: 35 Se lo llevaron, pues, a Jesús. Luego pusieron sus mantos encima del burrito y ayudaron a Jesús a montarse. 36 A medida que avanzaba, la gente tendía sus mantos sobre el camino.37 Al acercarse él a la bajada del monte de los Olivos, todos los discípulos se entusiasmaron y comenzaron a alabar a Dios por tantos milagros que habían visto. 38 Gritaban: —¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! —¡Paz en el cielo y gloria en las alturas! 39 Algunos de los fariseos que estaban entre la gente reclamaron a Jesús: —¡Maestro, reprende a tus discípulos! 40 Pero él respondió: —Les aseguro que, si ellos se callan, gritarán las piedras.
Estos versículos nos dan la idea de lo que está pasando. Esta no es cualquier entrada de cualquier persona a la ciudad. Este es el procesional de un rey regresando victorioso de la batalla y su séquito celebra sus grandes hazañas. Así entraban los grandes y poderosos señores de la antigüedad a sus ciudades después de haber conquistado reinos para sus imperios.
Las palmas están asociadas con esa celebración de victoria y según otros evangelios, incluso ponían sus mantos, como pavimentando el camino del Rey que entraba a la ciudad.
Y lo que gritaba la multitud, reportado en este y los otros evangelios, nos confirma nuevamente que se trata de la entrada de un rey. Decían ¡Hosanna! (que quiere decir “Sálvanos Señor” y es tomado del Salmo 118:26), ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor! ¡Bendito el Rey de Israel!
No cabe la menor duda, las personas en ese séquito estaban viendo a Jesús como el Mesías prometido, lo estaban viendo como el enviado del Señor para liberarlos, lo estaban viendo como su rey esperado y anhelado.
Pero no todo era fiesta y júbilo. Aunque este es el rey legítimo al trono de David, respaldado por la historia y la profecía, reconocido y aclamado por un grupo de personas, no obstante, este rey experimenta también oposición. Hay personas que no están contentas con el alboroto que están armando estos seguidores de Jesús.
Y hacen su reclamo a Jesús. Le dicen que calle a sus discípulos. Que no le estén llamando rey. Que no le estén atribuyendo posiciones que, según ellos, no le correspondían.
La respuesta de Jesús no sólo es una gran verdad, sino también es profética. Les dijo que, si ellos dejaran de aclamarlo y reconocerlo como rey, si los seres humanos dejaran de reconocer la verdad y declararla tal y cual es, entonces, los objetos inanimados, como las piedras, no resistirían la compulsión de gritarlo a los cuatro vientos. Si nosotros nos callamos, incluso las piedras lo declararán porque es una verdad innegable y que no puede dejar de decirse.
Mis hermanos, Jesús es el rey. Y aunque en esa entrada triunfal enfrentó oposición, y aunque hubo este contrapunteo por parte de los fariseos que se oponían a su reinado, un día, no solo las piedras clamarán, sino toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es el Señor para gloria de Dios padre.
Algunos lo reconocerán en victoria y otros, habiendo tenido un corazón de piedra, duro hacia el evangelio, tendrán que reconocer su derrota ante el Señorío de Jesús, el Cristo.
Por eso hermanos, Jesús es el rey que necesitamos como el Señor de nuestras vidas.
Pero no deja de ser extraña esta entrada triunfal, tenemos un rey sin cabalgadura, tenemos un rey que es aclamado por algunos y rechazado por otros, pero hay algo más, en tercer lugar,
Tenemos Un rey que llora.
Dice Lucas 19:41-44 41 Cuando se acercaba a Jerusalén, Jesús vio la ciudad y lloró por ella. 42 Dijo:—¡Cómo quisiera que hoy supieras lo que te puede traer paz! Pero eso ahora está oculto a tus ojos. 43 Te sobrevendrán días en que tus enemigos levantarán un muro, te rodearán y te encerrarán por todos lados. 44 Te derribarán a ti y a tus hijos dentro de tus murallas. No dejarán piedra sobre piedra, porque no reconociste el tiempo en que Dios vino a salvarte.
Hace algunos años tuve el privilegio inmerecido de estar en la zona del monte de los olivos y desde ese punto alcanzas a ver a una distancia relativamente corta, las murallas de la ciudad de Jerusalén. Recuerdo que cuando estaba allá pensé en este texto.
Ese día Jesús, a la distancia, miró la ciudad de Jerusalén y una tristeza profunda lloró por ella. Lloró porque en la dureza de su corazón, la gente no alcanzaba a ver lo que era evidente y lo que era para su paz y bien
La gente rechazaría y mataría a su rey. Y lloró porque vendría un juicio sobre ellos y sufrían gran destrucción. No quedaría piedra sobre piedra porque no se acogerían al cuidado de su rey.
Este rey que estaba entrando a Jerusalén, justo, humilde y victorioso, fue un rey que lloró porque el pueblo cerraba su corazón a la paz que él les traería y estarían acarreando sobre si mismos una destrucción indescriptible.
Un rey sin cabalgadura, un rey que experimenta oposición, un rey que llora. Desde la perspectiva meramente humana, podríamos preguntarnos ¿Cuál entrada triunfal? A la vista meramente humana, no pareciera haber mucho que celebrar. Pero como hemos visto, aunque esta modesta entrada a Jerusalén, no fue quizá todo lo que un seguidor exigente hubiera esperado, es lo suficientemente clara para convencernos de que estamos siguiendo al verdadero rey justo, victorioso y humilde a quien debemos entregar nuestra existencia.
Mis hermanos, la Entrada triunfal, lo que recordamos este día, establece que Jesús es el único heredero del trono de David, nadie más puede ocupar su lugar. El es el Señor.
En ese momento, sus discípulos mismos, no alcanzaban a dimensionar lo que estaban viviendo.
El entendimiento pleno del reinado de Cristo fue claro para sus discípulos después de que Jesús ascendió al cielo después de su resurrección y vino el Espíritu Santo a sus corazones. Ese mismo Espíritu Santo es el que está con nosotros para aclararnos la realidad del Señorío de Cristo en nuestras vidas.
Hoy día nosotros quizá tampoco nos damos cuenta de la realidad del Señorío de Cristo en toda su dimensión. Muchas veces, pensamos que no necesitamos un rey, que no necesitamos quien dirija nuestras vidas. Pero Dios es bueno y nos confronta con nuestra fragilidad, con nuestra vulnerabilidad y nos muestra lo indefensos que somos y cuánto necesitamos un rey victorioso que reine sobre nosotros.
Las cosas que vivimos hoy día nos están confrontando con eso. No estamos nosotros en control de las cosas. No podemos garantizar que nuestros planes se cumplan. No podemos tener seguridad en nosotros mismo de que vamos a salir adelante por nosotros mismos. ¡Necesitamos un rey en nuestras vidas! Alguien que pelee nuestras batallas, alguien que dirija nuestras vidas.
Conociendo Dios esta necesidad desde antes que el mundo fuese, el proveyó esta persona, este rey para dirigir nuestras vidas en la persona y obra del Señor Jesucristo.
Y toda la historia bíblica nos va llevando por diferentes etapas en las que se fue preparando todo para la llegada de este rey a la tierra. Todo lo que leemos en la Biblia ocurrió para preparar el camino para el establecimiento final de reino de Dios en la tierra en la persona y obra de Jesucristo, sentado en el trono de David, reinando para siempre en los cielos y en la tierra. Para que toda rodilla se doble y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre.
Hoy recordamos la entrada triunfal de Jesucristo a Jerusalén como el único rey legítimo sobre nuestras vidas, y aunque este hecho histórico tuvo su relevancia, queda reservada todavía otra entrada de Jesucristo, que no sólo será histórica, sino aún más gloriosa que la primera. Una entrada que ahora sí, con mayor razón podríamos llamar entrada triunfal.
En otro libro de la Biblia, coincidentemente también el capítulo 19 encontramos algo maravilloso de esta entrada triunfal final de Jesucristo, el rey.
En el libro de Apocalipsis 19:11-16 encontramos el recuento de esta gran y final entrada triunfal de Cristo: 11 Luego vi el cielo abierto, y apareció un caballo blanco. Su jinete se llama Fiel y Verdadero. Con justicia dicta sentencia y hace la guerra. 12 Sus ojos resplandecen como llamas de fuego, y muchas diademas ciñen su cabeza. Lleva escrito un nombre que nadie conoce sino solo él. 13 Está vestido de un manto teñido en sangre, y su nombre es «el Verbo de Dios». 14 Lo siguen los ejércitos del cielo, montados en caballos blancos y vestidos de lino fino, blanco y limpio. 15 De su boca sale una espada afilada, con la que herirá a las naciones. «Las gobernará con puño de hierro». Él mismo exprime uvas en el lagar del furor del castigo que viene de Dios Todopoderoso. 16 En su manto y sobre el muslo lleva escrito este nombre: Rey de reyes y Señor de señores.
Este es tu rey iglesia de Cristo. Esta es su entrada final y triunfal. Ya no vendrá montado en un burrito, sino en un caballo blanco. Ya no será un puñado de seguidores entusiastas, sino las multitudes de las huestes celestiales. Ya no vendrá como un simple siervo humilde, sino juzgará a las naciones como el Rey de reyes y Señor de señores.
Necesitamos un rey en nuestras vidas. Este rey es Jesucristo. Jesús es el rey que necesitamos como el Señor de nuestras vidas.
Por eso, dejemos de buscar culpables de lo destructiva que ha sido nuestra vida hasta este día. No te preguntes, cómo he llegado hasta este punto, mientras recoges los pedazos rotos de relaciones, de situaciones en las que por haber querido dirigir tú propia vida, han resultado en desastre, caos, lágrimas, confusión, temor, y desolación.
La razón es que hemos querido dirigir nuestra propia vida, o no hacer caso a la instrucción y dirección del experto.
Hemos, quizá, vivido la vida como si no hubiera rey, haciendo lo que nos parece mejor. Pero las cosas no tienen que ser así. Necesitamos un rey. Ese rey ha sido provisto por Dios. Necesitamos rendirnos ante este rey que es bueno. Depositar nuestro todo, nuestra vida, nuestros sueños, nuestros anhelos, nuestras familias, nuestros trabajos…todo, rendirlo ante el nombre y gobierno del Señor Jesucristo.
Por eso, no esperemos más.
Esa situación que no sabes cómo manejar, quizá en el trabajo, en la familia, en la iglesia, ponla bajo el Señorío de Cristo. Confía en él. Todo está bajo su control. Con él aprenderás cómo debes responder, cómo debes actuar, como debes sentir, cómo debes pensar.
Esa relación que está a punto de destruirse o ya se ha destruido, ponla bajo el Señorío y dirección de Cristo. En su Palabra encontramos cómo debemos tratar a los demás, cómo debemos actuar cuando los otros actúan mal, cómo tener relaciones cristocéntricas que glorifiquen al Padre. Dejemos de conducirnos en nuestras relaciones como mejor nos parezca y sometamos nuestras vidas en obediencia al Señorío de Cristo.
Esa angustia, tristeza, desolación que experimentas, ponla bajo el Señorío de Cristo y confía en sus promesas. El ha dicho que estará con sus discípulos todos los días hasta el fin del mundo. No hay razón para temer, estás seguro en las manos de aquel de cuyas manos nadie puede arrebatarnos ni nada nos puede separar de su amor.
Quizá está es la primera vez que escuchas estas verdades y aun no has considerado con seriedad una relación con Jesús. Te animo a que replantees en tu vida la posibilidad de una relación con Dios por medio de Jesucristo, porque sólo así podrás disfrutar de todas estas bellas promesas que el Dios de gracia nos da en Su amado Hijo Jesús.
Quizá ya tienes una relación creciente con Cristo, pero estás agobiado por la situación a tu alrededor. Tal vez estos últimos días has visto de cerca los males de este mundo. El dolor, la muerte, la enfermedad, la crisis, la maldad de los seres humanos te ha alcanzado muy de cerca. Te sientes desanimado y piensas que esta historia tendrá un final triste.
Te invito a reanimar tu corazón con la verdad de la promesa de Dios. Este orden, esta situación no siempre será así. Dios hará todas las cosas nuevas para los que confían en él. No te desanimes, sigue viviendo por la fe en él; es el mejor camino que puedes escoger. Es el camino que te lleva al final feliz, porque Jesús regresará y vas a estar muy bien.
A veces la lucha es difícil, la carga es pesada, la presión es fuerte, las fuerzas desfallecen, el desánimo nos llega. Pero este día, me gustaría que te quedes con tus ojos de fe fortalecidos y renovados por la esperanza segura que nos da el evangelio. Por la gracia que Dios te da para obedecer, sigue al rey Jesús hasta el final; se fiel a su palabra y confía en su dirección y protección.
Necesitamos que Jesucristo, el rey, dirija nuestras vidas. No seamos sabios en nuestra propia opinión. Entreguemos las armas, y sometámonos al Señorío de Jesucristo. En el hallaremos descanso, paz, seguridad, amor y todo lo que se requiere para vivir una vida para la gloria de Dios.