Título: Hospitalidad Divina
Introducción: Es una hoja de ruta para nuestro viaje espiritual.
Escrituras:
Éxodo 12:1-8,
Éxodo 12:11-14,
1 Corintios 11:23-26,
Juan 13:1-15 .
Reflexión
Queridos hermanos y hermanas:
Imagina caminar durante días. No solo una caminata corta o una ruta de fin de semana, sino un viaje que te pone a prueba. Tus pies están polvorientos, doloridos y pesados por el cansancio. Cada paso se siente como una carga, y el camino por delante parece interminable. El sol cae a plomo. Tus músculos piden descanso. Tu espíritu oscila entre la esperanza y la desesperación.
Esto es más que un mero viaje físico : es una imagen poderosa de nuestra vida espiritual.
En el mundo antiguo, viajar nunca fue fácil. No había autobuses con aire acondicionado. No había coches cómodos. No había vuelos rápidos que te llevaran de un lugar a otro. La gente caminaba. Y cuando digo caminaba, me refiero a caminar de verdad : durante días, a veces semanas enteras. Caminos ásperos. Senderos rocosos. Calor abrasador. Frío cortante. Senderos polvorientos que parecían extenderse eternamente.
Hace mucho tiempo, en la tierra de los caminos polvorientos y los viajeros cansados, la hospitalidad era más que una simple amabilidad. Era un deber sagrado. Una obligación moral. Cuando alguien llegaba a casa, cansado y agotado, el anfitrión le ofrecía agua para lavarse la suciedad y el dolor del viaje. No se trataba solo de limpieza. Se trataba de restauración. De dignidad humana.
Normalmente, esta tarea recaía en el sirviente de menor rango, quien lavaba cuidadosamente los pies del viajero, brindándole consuelo y alivio. Imagine la ternura de esos momentos. Manos quitando suavemente las sandalias. Agua fresca aliviando la piel ampollada y agrietada. Músculos relajándose. Ánimos alentadores.
Esta antigua costumbre sienta las bases para uno de los momentos más profundos del ministerio de Jesús. La noche antes de su crucifixión, durante la cena de Pascua, Jesús hizo algo impactante. Revolucionario. Inesperado. Él, el Señor y Maestro, se arrodilló y comenzó a lavar los pies de sus discípulos.
Imagínate la escena. La sala está en silencio. La tensión flota en el aire. Los discípulos están reclinados a la mesa, incómodos y confundidos. El ambiente está cargado de emociones no expresadas. Pedro, siempre apasionado, al principio se resiste. «Señor», dice, «¿me vas a lavar los pies?». Parece incorrecto. Se siente al revés. El maestro no debería servir a los alumnos. El amo no debería actuar como un esclavo.
Pero Jesús insiste. Y en ese momento, revela algo profundo sobre el amor de Dios y nuestro camino de fe.
Retrocedamos en el tiempo. En el libro del Éxodo, leemos sobre la primera Pascua. El pueblo de Dios se preparaba para un viaje : un éxodo masivo de la esclavitud en Egipto a la libertad en la Tierra Prometida. Se les instruyó que comieran con las sandalias puestas, bastón en mano, listos para partir. Esa comida era un acto de preparación, de estar listos para la liberación de Dios.
Ahora, años después, Jesús transforma esa comida de preparación en algo aún más poderoso. Durante la Última Cena, toma el pan, da gracias, lo parte y dice: «Este es mi cuerpo, que es para ustedes. Hagan esto en memoria mía». Toma la copa y dice: «Esta copa es la nueva alianza en mi sangre. Hagan esto cada vez que la beban, en memoria mía».
Esto no es solo una comida. Es una guía para nuestro viaje espiritual.
La vida es dura. Seamos sinceros al respecto. Nuestro camino espiritual rara vez es fácil. Nos cansamos. Nos desanimamos. Nos preguntamos si podemos seguir adelante. El camino parece largo. La carga se siente pesada. Las dudas se cuelan como viajeros indeseados.
Y en este desafiante viaje, Jesús nos ofrece algo milagroso : un lugar de restauración, de sanación, de fuerza renovada.
Cuando Jesús lava los pies a sus discípulos, hace más que un simple acto de servicio. Nos muestra el corazón de Dios. Nos revela que el verdadero amor se manifiesta en la humildad. La verdadera fuerza se manifiesta en la mansedumbre. El verdadero liderazgo se manifiesta en el servicio.
Piénsenlo un momento. En un mundo que celebra el poder, el dominio y el control, Jesús demuestra algo radicalmente diferente. Se arrodilla. Ocupa el último lugar. Sirve.
La resistencia inicial de Pedro refleja nuestra propia naturaleza humana. A menudo queremos ser los fuertes, los servidores, los que ayudan. Dejarnos servir nos hace sentir vulnerables. Admitir que necesitamos ayuda nos hace sentirnos débiles. Queremos ser autosuficientes. Independientes. En control.
Pero Jesús le dice a Pedro algo crucial: «Si no te lavo, no tendrás parte conmigo».
Reflexionen sobre esto. Primero debemos ser servidos para poder servir. Primero debemos ser amados para poder amar. Primero debemos ser restaurados para poder restaurar a otros.
Cuando Pedro finalmente comprende, su respuesta es hermosa. Transformadora. "¡Señor, no solo mis pies, sino también mis manos y mi cabeza!". Es un momento de entrega total, de apertura total al amor transformador de Dios. De la resistencia a la aceptación total. Del orgullo a la humildad.
La Eucaristía —la comunión— es nuestro refugio espiritual. Al igual que aquellas antiguas posadas junto al camino que restauraban a los viajeros cansados, esta comida sagrada restaura nuestras almas. Es un momento de pausa en nuestro largo viaje. Un momento para que nuestros pies espirituales sean lavados, nuestras heridas curadas y nuestras fuerzas renovadas .
Pero aquí está el giro poderoso. Esta restauración no pretende hacernos sentir cómodos. No se trata de crear un spa espiritual donde simplemente nos relajemos sin hacer nada. Su propósito es prepararnos para continuar nuestro camino y ayudar a otros en el suyo.
Después de lavarles los pies, Jesús dice algo profundo: «Les he dado ejemplo, para que hagan como yo he hecho». En otras palabras, después de ser servidos, estamos llamados a servir. Después de ser amados, estamos llamados a amar. Después de ser restaurados, estamos llamados a restaurar.
Tu vida es un viaje. Algunos días, el camino se siente largo y difícil. Otros, tus pies espirituales están polvorientos y doloridos. Otros, podrías sentir ganas de rendirte. El camino parece incierto. Los obstáculos parecen insuperables.
Pero Jesús está aquí, listo para lavarte los pies. Listo para restaurarte las fuerzas. Listo para prepararte para el camino que tienes por delante.
Y cuando tus pies han sido lavados, cuando tus fuerzas han sido renovadas, no eres solo un receptor de gracia. Te conviertes en un portador de gracia. Te conviertes en alguien que puede lavar los pies de otros , que puede brindar consuelo al cansado, esperanza al desanimado, amor al quebrantado.
Este es el hermoso ritmo de la fe: Somos restaurados para poder restaurar. Somos amados para poder amar. Somos servidos para poder servir.
Al acercarse a la mesa de la comunión, vengan con las manos y el corazón abiertos. Vengan sabiendo que Dios ve su camino. Vengan sabiendo que Jesús está listo para lavar su cansancio. Vengan sabiendo que se les está preparando no solo para un momento de descanso, sino para un camino continuo de amor y servicio.
Puede que tus pies estén cansados. Puede que tu espíritu esté agotado. Pero no estás solo. Quien creó el camino te acompaña. Quien conoce cada camino polvoriento te prepara. Quien sirve te capacita para servir.
Descansa aquí. Renuévate. Y luego levántate, listo para amar como has sido amado.
Recuerda, cada paso de tu camino importa. Cada momento de servicio. Cada acto de amor. No solo estás caminando. Te estás transformando.
Que el corazón de Jesús viva en los corazones de todos…Amén.