Thomas Alva Edison, el renombrado inventor y científico estadounidense, que mayormente es conocido por sus mejoras a la bombilla que llevó la luz a los hogares de todo el mundo, en una ocasión respondió así cuando su laboratorio se había incendiado en diciembre de 1914 dejando cuantiosas pérdidas económicas.
Él dijo:"Este incendio es de gran valor, todos nuestros errores se están quemando con él. Gracias a Dios, podemos empezar de nuevo”.
No se si tú podrías responder con ese optimismo cómo lo hizo Edison, pero siendo muy sinceros cuando nos enfrentamos a situaciones así de complejas, tendemos a no ser tan positivos. Al contrario, tendemos a verlo con un tono de fatalidad, pesimismo y desesperanza.
Y es que cuando estás yendo contra corriente, cuando pareciera que solo te medio levantas para que de nuevo te embistan y caigas, cuando lo has intentando una y otra vez y nada más no terminan de asentarse lan cosas, cuando pareciera que esta historia no tendrá un final feliz, pues la verdad de las cosas, es que nos desanimamos, nos desalentamos, comenzamos a considerar tirar la toalla y sobre todo, comenzamos a desconfiar del Señor.
Pero mis hermanos, cuando estamos en esas circunstancias, lo peor que podemos hacer es alejarnos, enfriarnos, endurecernos respecto a nuestra confianza en el Señor, porque cuando lo piensas un poco mejor, sin el Señor, ¿de dónde te agarras?
¿Qué sentido pueden tener los sin sentidos de la vida sin la confianza de que más allá de las circunstancias difíciles hay alguien que tiene todo bajo su control, alguien cuya voluntad al final de cuentas es buena, agradable y perfecta, alguien que nos ama como su pueblo?
En la vida vamos a tener muchos momentos muy alegres, pero también muchos momentos en los que todo parezca derrumbarse, quizá estás pasando uno de esos momentos en los que te es difícil confiar o ver las cosas de una manera más positiva, sino pareciera que estás llegando al final de la soga. A todos los que hoy estamos así, o estaremos en algún momento de nuestras vidas así, la Palabra del Señor nos dice hoy:
Renueva tu confianza en el Señor porque Él nunca abandona a su pueblo.
Recordemos que estamos en nuestra serie: “Renovados” que está basada en el libro profético de Zacarías en el Antiguo Testamento. Recordemos también que Zacarías, juntamente con el profeta Hageo, ministraron en el período del postexilio en la historia de Israel.
Recordemos que reino de Juda, con capital en Jerusalén, como parte de un juicio anunciado y advertido por parte del Señor, fueron exiliados a Babilonia y la ciudad de Jerusalén y el templo que construyó Salomón fueron destruidos en el año 587 antes de Cristo.
Este exilio duró como unos setenta años, hasta que los Persas conquistaron a los Babilonios y en el año 538 aC. como resultado de un decreto de Ciro, el Persa, se le permitió a los judíos regresar de Babilonia a su tierra bajo el liderazgo de Zorobabel y la guía espiritual del sumo sacerdote Josué. Así comienza el postexilio que es la época en la que están ubicados los ministerios de Hageo y Zacarías.
La comunidad judía del posexilio que regresó a Jerusalén, en el año 536 a C. comenzaron a reconstruir el templo, pero la oposición de los vecinos y la indiferencia de los judíos causó que la obra fuera abandonada. Comenzaron con mucho ánimo, pero pasado un tiempo, dejaron la construcción. El templo continuaba en ruinas.
Dieciséis años más tarde, los profetas Hageo y Zacarías fueron comisionados por el Señor para alentar al pueblo no solo a reconstruir el templo, sino a reordenar sus prioridades espirituales.
Hageo tuvo mucho más que ver con la reconstrucción de templo y el ministerio de Zacarías tuvo un énfasis especial en la renovación del corazón del pueblo de Dios. Una renovación espiritual que debía acompañar a la renovación material de la comunidad del postexilio. Zacarías tiene un mensaje de renovación espiritual para el pueblo de Dios.
Este es el énfasis de Zacarías. Veremos cómo nos va impulsando a una renovación espiritual como pueblo de Dios. Porque no sólo la comunidad del posexilio requería esto, sino también nosotros, siglos después, como pueblo del Señor, también requerimos esa renovación y en particular una renovación de nuestra confianza en el Señor pase lo que pase en nuestras vidas. Por eso decimos: Renueva tu confianza en el Señor porque Él nunca abandona a su pueblo.
Tratemos de imaginar cómo estaba este pueblo del posexilio al que Zacarías está ministrando y guiando a una renovación espiritual. Ellos habían regresado de muchos años de estar bajo la opresión extranjera y tenían la encomienda de reconstruir el templo y la ciudad de Jerusalén, pero tenían pocos recursos humanos y materiales. Además, los pueblos circunvecinos mostraban hostilidad a la idea de la reconstrucción.
Habían pasado más de 70 años sin templo, que entonces era el centro de la actividad religiosa y la representación visible de la presencia de Dios con su pueblo. Imagínate si en pandemia estuvimos unos meses sin poder reunirnos y cómo nos afectó, imagínate setenta años sin un recordatorio cotidiano de quien es Dios y que eran el pueblo del Señor.
En fin, urgía una renovación espiritual. Y sobre todo, una renovación de su confianza en el Señor.
La oposición de los pueblos vecinos los llenó de temor, pesimismo y fatalidad al punto de que abandonaron pronto la obra de construcción que habían iniciado. Por eso el Señor envía a sus profetas para recordarles las verdades que también son pertinentes para nosotros para renovar nuestra confianza en nuestro gran Dios y su relación para con su pueblo.
En el capítulo 2 de Zacarías encontraremos, por lo menos, tres acciones del Señor para con su pueblo que nos aseguran que él nunca nos abandona.
Zacarías 2 describe acciones del Señor para con su pueblo que lo hacen digno de confianza y son un aliciente para confiar en él en tiempo difíciles y complejos como los que estaba pasando la comunidad del posexilio.
Nosotros también, al escuchar estas acciones de Dios para con su pueblo, podemos cobrar ánimo y fortalecer nuestra confianza porque podemos estar seguros de que él nunca abandona a su pueblo.
Mis hermanos, en primer lugar, Renueva tu confianza en el Señor porque él Protege a su pueblo.
Dice Zacarías 2:1-5: Alcé la vista y vi ante mí un hombre que tenía en la mano un cordel de medir. 2 Le pregunté: «¿A dónde vas?». Y él me respondió: «Voy a medir a Jerusalén. Quiero ver cuánto mide de ancho y cuánto de largo».
3 Ya salía el ángel que hablaba conmigo, cuando otro ángel vino a su encuentro 4 y le dijo: «Corre, dile a ese joven: “Tanta gente y ganado habrá en Jerusalén, que llegará a ser una ciudad sin muros. 5 Yo seré para ella —afirma el Señor—, un muro de fuego y dentro de ella seré su gloria”.
Zacarías dice que tuvo una visión de un hombre que tenía un instrumento de medición. Era claro que el hombre era un trabajador de la construcción. Era obvio que esta persona iba a hacer un trabajo de medición. Entonces, le preguntó a donde se dirigía y esta persona le responde que iba a medir a Jerusalén, su ancho y su largo.
Jerusalén, digamos, no estaba en su mejor momento. La ciudad en general, las murallas y el templo estaban prácticamente en ruinas y descuido. Y si entonces, ves a un trabajador de la construcción tomando medidas, lo lógico es pensar que un trabajo de reconstrucción se avecina.
La razón para medir la ciudad es precisamente para poder reconstruirla. Esto quedaba claro, pero miren qué ocurre.
Cuando el ángel que estaba hablando con Zacarías se disponía a retirarse, llegó con cierta prisa otro ángel y le dijo a su compañero: que le diera un mensaje urgente al joven que iba a medir la ciudad. Era un mensaje de actualización a la instrucción que había recibido.
Y básicamente le dice que no será muy necesario ya medir el espacio de la ciudad para colocar las murallas que la rodearían porque sería una ciudad sin muralla. ¿La razón? Porque iba a haber muchísima gente y ganado en la ciudad, es decir, sería tan grande, tan grande que no habría muros que la pudieran contener o circunscribir.
Recordemos que esto lo están escuchando un grupo no tan numeroso de personas de la comunidad del posexilio que estaban batallando con reconstruir el templo y la ciudad. Al ser ellos tan pocos, de dónde se iban a imaginar que el Señor tenía planes para que esta ciudad no tuviera murallas porque iba a ser tan grande que la gente iba a rebosar de ella.
Seguramente, no podía ni imaginarlo. Pero estaban siendo llamados a confiar en la Palabra y promesa del Señor, aunque en ese momento no alcanzaran a ver más que una ciudad con mucho trabajo de reconstrucción por delante y un puñado de personas habitándola y trabajando en ella.
Pero en esta misma visión se expresan unas palabras que deben alentar nuestra confianza en el Señor. Se les dice que el Señor afirma que el será un muro de fuego y su gloria estará en medio de ella.
La primera línea de protección de una ciudad en la antigüedad eran sus murallas. Dentro de las murallas de la ciudad, la gente podía vivir segura. Pero Jerusalén ya no tendría murallas, en ¿Dónde estaría su seguridad?
No habría murallas de piedra que protegieran la ciudad, sino en su lugar estaría un muro de fuego. ¿Te acuerdas donde más el pueblo había sido protegido por un muro o columna de fuego? En el desierto, por supuesto.
Ese muro de fuego y esa gloria en medio de ella, sería precisamente, nuestro Dios. Dios mismo será el protector de su pueblo. Los muros de piedra se pueden derribar…los Babilonios lo habían hecho. Los Romanos también lo hicieron tiempo después. La verdadera protección no está en muros de piedra.
La verdadera protección viene de nuestro Dios. La comunidad del exilio debía renovar su confianza en su Dios porque él nunca abandona a su pueblo, sino lo protege.
Hermanos, nosotros también, renovemos nuestra confianza en el Señor, no importa qué situación estés pasando, si eres parte del pueblo del Señor él promete ser un muro de fuego alrededor de su pueblo para protegerlo. Pueden venir los enemigos de su iglesia y pueden dar embates fuertes contra ella, pero hay un muro de fuego que garantiza de que ni aun la muerte nos puede separar de su amor.
Niños que están tomando notas del sermón esta mañana, dibújense ustedes rodeados por un muro de fuego que represente la protección de Dios sobre ustedes todos los días.
Hermanos, el Señor nos llama a renovar nuestra confianza que quizá esta debilitada, atenuada o desanimada. Él es confiable, él es un Dios que nunca abandona a su pueblo, sino que lo protege.
Pero hay una segunda acción de Dios hacia su pueblo que nos llama este día a renovar nuestra confianza en él, a pesar de cualquier cosa que estemos viviendo.
En segundo lugar, Renueva tu confianza en el Señor porque él Restaura a su pueblo.
Dice Zacarías 1:6-9 »¡Atención! ¡Atención! ¡Huyan del país del norte! —afirma el Señor—, ¡Fui yo quien los dispersó a ustedes por los cuatro vientos del cielo!», afirma el Señor.
7 «Oh Sión, tú que habitas en Babilonia, ¡sal de allí; escápate!
8 »Porque así dice el Señor de los Ejércitos, cuya gloria fui enviado a buscar entre las naciones que los despojaron a ustedes: “La nación que toca a mi pueblo, toca la niña de mis ojos. 9 Yo agitaré mi mano contra esas naciones y sus propios esclavos las saquearán”. Así sabrán que me ha enviado el Señor de los Ejércitos.
Ahora cambian un poco los destinarios de la instrucción de Zacarías. Anteriormente, le estaba hablando a los que habían regresado a Jerusalén después del exilio, pero ahora le habla a los que aun están en tierras lejanas de Babilonia. No todos los judíos regresaron en esos primeros retornos a la tierra. Había muchos judíos todavía en las regiones de Babilonia.
Y se les da un llamado urgente a salir rápidamente de Babilonia. ¡Huyan! Se les dice. ¡Escápense! Ha llegado el momento de la restauración.
Esto del exilio no fue accidente o casualidad. Sino fue un juicio soberano del Señor. Así lo dice: Fui yo quien los dispersó por los cuatro vientos. Este exilio, este juicio, no fue algo que salió mal o fue por un descuido de Dios, nada de eso. Fue el plan disciplinario y purificador de Dios para con su pueblo rebelde.
A veces pensamos que cuando recibimos disciplina de parte de Dios, se trata de una venganza o un castigo punitivo de parte de Dios. Pero si somos su pueblo, él nos disciplina porque nos ama. Como paréntesis: Esto es algo muy importante que como padres debemos aprender. El amor y la disciplina de nuestros hijos van de la mano. Disciplinamos porque los amamos y los estamos amando cuando los disciplinamos. (Así que niños ya saben que sus papás los aman cuando los estén disciplinando y corrigiendo).
Esto fue el exilio para el pueblo, una disciplina amorosa. Pero ahora les estaba diciendo el Señor, el tiempo de la disciplina ha terminado. Es el tiempo de la restauración de mi pueblo.
Era el tiempo de la restauración de todas las cosas: de la ciudad, de la adoración en el templo, de los corazones arrepentidos de su pueblo. Era importante ahora salir de Babilonia, dejar esa vida, dejar esa manera de ser y regresar a la restauración del Señor.
Como parte de la restauración el Señor ahora traería juicio sobre las naciones que habían oprimido a su pueblo durante este tiempo. Y aquí usa una imagen que debe fortalecer nuestra confianza pues el Señor es quien nos vindica y es el Dios que venga las injusticias cometidas contra su pueblo.
Miren como dice el versículo 8: “La nación que toca a mi pueblo, toca la niña de mis ojos”. ¡Qué palabras tan impactantes! Si quieres molestar a cualquier persona, e incluso cualquier animal peligroso, pícale el ojo y luego corre porque no querrás que te alcance y recibir su ira.
El Señor está diciendo que el que se mete con su pueblo, le está picando el ojo, se mete con algo que es muy preciado para él y no escatimará poder y fuerza para traer justicia en la tierra.
Esa es la bendición de ser parte del pueblo restaurado del Señor. Nuestro Dios no deja planes a medias ni tiene proyectos que fallan. El que comenzó la buena obra la terminará y podemos estar seguros de esto, a pesar de que en estos momentos estés pasando por cosas complejas.
Todo lo que nos pasa como pueblo del Señor, no pasa por casualidad o porque Dios se fue de vacaciones, sino aunque nunca es el autor del pecado o la maldad, siempre tiene todo previsto en su plan de la restauración de sus hijos. Y por eso, no hay nada que te suceda como hijo del Señor, que no vaya a redundar, al final de cuentas, para tu bien en Cristo Jesús.
Recuerda por otro lado que, en esa restauración de todas las cosas, él es el que hace justicia en la tierra. Él es quien vengará la sangre derramada de sus santos. Él es quien vindicará a los justificados en Cristo Jesús. Él es quien hará justicia y repondrá todas las injusticias cometidas en contra de su pueblo.
El que se mete con su pueblo le ha “picado” el ojo al que tiene poder no sólo para matar el cuerpo sino también para matar el alma en el infierno. Sólo en él debemos confiar. Sólo a Él debemos temer.
Renueva tu confianza en el Señor porque él restaura a su pueblo. Pero nuestro Dios no solo protege y restaura a su pueblo, sino en tercer lugar,
Renueva tu confianza en el Señor porque Él Habita con su pueblo.
Dice Zacaraías 2:10-13 »¡Grita de alegría, hija de Sión! ¡Yo vengo a habitar en medio de ti!», afirma el Señor. «En aquel día, muchas naciones se unirán al Señor. Ellas serán mi pueblo y yo habitaré entre ellas. Así sabrán que el Señor de los Ejércitos es quien me ha enviado a ustedes. El Señor tomará posesión de Judá, su porción en tierra santa y de nuevo escogerá a Jerusalén. ¡Que todo el mundo guarde silencio ante el Señor, quien ya avanza desde su santa morada!».
¡Qué otra cosa podría haber animado más el corazón de la comunidad del posexilio que la promesa de la presencia de Dios en medio de ellos!
Este pueblo había estado lejos de ese punto observable y objetivo de la presencia de Dios que significaba el templo por más de 70 años. La pregunta sin duda estaba en sus mentes ¿Está Dios con nosotros si como pueblo hemos pasado 70 años expulsados de nuestra tierra y ahora estamos regresando a penas y con tanta oposición?
Tenemos una tarea monumental y ¿Cómo podremos atenderla si somos tan pocos y tan débiles? Hace 16 años lo intentamos, ¿Será que fracasemos otra vez cómo nos pasó entonces?
Estos y otros pensamientos estaban en sus mentes y creo que también nosotros podemos identificarnos. Cuando tienes un llamado que parece monumental, cuando hay que dar pasos que te parecen imposibles, cuando tienes grandes temores y grandes incertidumbres acerca de si podrás hacer aquello, los pensamientos de temor, duda, angustia, ansiedad nos pueden invadir.
Pero estos pensamientos llegan a nosotros porque estamos partiendo de una premisa que parece cierta, pero que no lo es: estamos solos. No contamos con el respaldo de alguien que realmente pueda hacerlo y lograrlo. El asunto es que se nos olvida algo muy importante que Dios ha garantizado para con su pueblo: Yo habitaré en medio de ustedes.
Dios dice: La tarea es grande. El desafío es monumental. La tarea parece imposible, pero esfuérzate porque yo estoy contigo.
Una cosa es que te digan ve y esfuérzate, se valiente, haz y deshaz, pero otra cosa mucha más grande es que te digan: Yo estaré contigo a dondequiera que vayas. La presencia de Dios hace la diferencia en nuestras vidas.
Y en estos versículos vemos algo maravilloso para nosotros. Dijo el Señor que no sólo los que regresaron del exilio estarían en Jerusalén habitando con Dios en medio de ellos, sino dijo que se unirían a él muchas naciones y serían su pueblo. ¡Esto es maravilloso! Ahí estamos nosotros incluidos.
Dios ha reunido un pueblo para sí de entre todas las naciones del mundo y nos ha introducido a su reino donde él está presente con su pueblo.
El pueblo del posexilio experimentó parte del cumplimiento de todo esto, lograron finalmente reconstruir la ciudad y reconstruir el templo. Pero ese era solo un cumplimiento parcial, pues faltaba aun el cumplimiento definitivo que vino siglos después.
Todas estas promesas de protección, de restauración y de presencia con su pueblo, ya son una realidad para nosotros gracias a la vida, muerte y resurrección de Jesucristo.
Én él está la protección de su pueblo y nada nos puede separar de su amor.
En Cristo han sido reconciliadas todas las cosas con Dios. Él ha restaurado nuestras vidas y nos ha hecho parte de la creación restaurada por la redención.
En Cristo, el Señor vino a habitar entre nosotros y ha prometido estar con nosotros todos los días hasta el fin del mundo.
En Cristo es que podemos estar seguros que Apocalipsis 21:3 será una realidad histórica y objetiva un día: Oí una potente voz que provenía del trono y decía: «¡Aquí, entre los seres humanos, está el santuario de Dios! Él habitará en medio de ellos y ellos serán su pueblo; Dios mismo estará con ellos y será su Dios.
Hermanos este es el final de nuestra historia en Cristo. El pueblo del posexilio, solo podía ver escombros, murallas derribadas y el templo en ruinas, pero fueron llamados a confiar en el Señor que nunca abandona a su pueblo, sino lo protege, lo restaura y habita en medio de él.
Nosotros también, hasta el cumplimiento pleno de todas las promesas del Señor en Cristo, sigamos confiando en nuestro Dios. Renueva tu confianza este día en el Señor porque él nunca abandona a su pueblo.