Summary: Dependemos todo el tiempo de Dios.

Es muy común escuchar o ver a muchos motivadores o mensajes motivadores en las redes sociales que nos están diciendo, básicamente esto: “Que nadie te diga que no puedes, porque tú puedes.” “Eres grandioso, eres imparable”. “Cree en tu potencial y cambia frases como “no puedo” por “sí” puedo.” “Cree en ti, no dejes que te digan que no puedes”. “Tú puedes contra todo en esta vida”.

¿Ya se sienten motivados? Como que hay algo en este tipo de pensamiento que nos despierta, que nos cautiva, que nos atrae. Y a alguno de nosotros nos da ganas de salir de nuestro desánimo por algún fracaso, o nos impulsa a decir: claro que sí. Mi problema es que no estoy confiando en mí lo suficiente. Yo soy algo maravilloso y no estoy explotando todo mi potencial. Soy algo majestuoso y la respuesta debo hallarla en mí mismo y en nadie más.

Y allí está lo complicado de esta mentalidad porque parece apelar a una realidad de nuestras vidas, pero al diagnosticar mal el problema nos hace buscar la respuesta incorrecta en el lugar incorrecto.

En nuestra serie: “autoengaños” estamos considerando ciertas posturas de la cultura humana que nos resultan apelantes pero que nos están desviando de la verdad del Señor revelada en su Palabra. Hoy consideramos el autoengaño de la autonomía.

Básicamente, esta idea humana nos está diciendo: tu problema viene de afuera, pero la solución está dentro de ti mismo. Tu problema es que te has rodeado de personas que te han hecho creer que no puedes, que no eres suficiente, que eres inadecuado, que no tienes valor, que eres incapaz, que no vales la pena y te lo has creído.

Pero según esto, la verdad es lo contrario. En ti mismo está la suficiencia. Eres autónomo. Tú te riges a ti mismo y nadie tiene porque decirte que ser o hacer.

La solución, entonces, es proclamar tu autonomía. Creer en tu potencial, en tu capacidad, en lo maravilloso que eres, en lo perfecto que eres. Necesitas creer esto de ti mismo.

¿Se sigue oyendo apelante…no es cierto? Parece tener mucha lógica. Nos cautiva este tipo de pensamiento porque en realidad sí hay personas a nuestro alrededor que nos han dicho cosas así de negativas acerca de nosotros mismos, y es cierto que sentimos en alguna medida ese sentido de ser inadecuados, de ser incapaces, de ser fracasados, de ser enfermizamente dependientes y codependientes, de estar llenos de temores y cosas semejantes.

Pero, aunque parezca verdad y sea apelante, este tipo de pensamiento tan común a nuestro alrededor, tan aparentemente motivante nos está enviando en la dirección equivocada, nos está llevando en la dirección opuesta a la que nos lleva la Palabra de Dios.

La Escritura nos lleva a pensar algo opuesto a esa dirección tan apelante y motivante. La Escritura nos lleva en la dirección de decirnos que nuestro problema está adentro y la solución viene de afuera.

La Escritura nos lleva a pensar que más allá de las palabras insensatas de los demás hacia nosotros, nuestro problema viene de un lugar mucho más profundo, que es nuestro corazón. Tenemos un problema de corazón. El centro que engloba nuestra persona total está dañado letalmente por el pecado.

Ese sentido de ser inadecuado, de ser un fracaso, de estar llenos de temores, de estar derrotado y apabullado, no viene al final de cuentas, de los comentarios y opiniones negativas de los demás, sino en su sentido más profundo viene de nuestro propio corazón porque es una realidad: El ser humano a partir de la caída en pecado es un ser roto, partido, inadecuado, incapaz, fracasado, que no llega a la meta, que no puede.

Y está así porque nuestros corazones autoengañándose, se autoproclamaron autónomos de Dios, y estando lejos de Dios, el pecado nos ha dejado en banca rota. Cuando nos sentimos así estamos experimentando algo esperado en el ser humano caído.

El ser humano fue hecho para tener una relación de conexión y dependencia con Su creador, pero por el pecado esa conexión vital se ha perdido y ahora busca en los lugares equivocados lo que sólo debe buscar y encontrar en su Dios. Y esta es la lucha constante de nuestros corazones.

En esa desconexión con Dios, nos ofende sentirnos fracasados, necesitados, humillados porque no nos gusta esa sensación, y tratamos de remediarla por nuestros propios medios y recursos. Entonces, este tipo de mentiras, se vuelven muy apelantes, porque no tenemos reconocer que estamos en banca rota, sino podemos recurrir a una de las raíces más profundas del pecado en nuestro corazón que es la soberbia, el orgullo, la autosuficiencia necia.

Cuando nos dicen: Cree en ti, es tan apelante porque nos hace creer que no estamos en banca rota después de todo, que no estamos tan mal después de todo, que somos una maravilla en nosotros mismos después de todo.

Es tan apelante para nuestra soberbia y orgullo, que no quieren depender de Dios. ¿A quién no le atrae esto? El no tener que reconocer tu necesidad; el no tener que reconocer que no soy adecuado, que no llego al blanco, que no puedo en mí mismo hacer las cosas, que soy dependiente de alguien más. ¿A quién en su soberbia y orgullo le gusta reconocer esto?

Las buenas noticias para nosotros es que no tenemos que seguir autoengañándonos con ese sentido de supuesta autonomía. Sino podemos vivir como fuimos diseñados a vivir, dependiendo de nuestro amoroso, sabio y soberano Señor que sostiene, sustenta y guía nuestras vidas.

En muchos pasajes encontramos ese mensaje de amor y dirección que nos da nuestro Señor hacia él, pero hoy consideraremos dos pasajes, uno en Deuteronomio y otro, en Proverbios.

El pasaje de Deuteronomio 8 que hemos leído ya nos sitúa en el tiempo de Moisés y la segunda generación que había salido de Egipto. Y la enseñanza principal que Moisés quiere dejar en los corazones de toda esta generación que estaba a punto de entrar a la tierra prometida era que eran susceptibles de desviar su corazón hacia el orgullo, la ingratitud y la desobediencia en un sentido necio de autonomía.

Y así les advierte allá en Deuteronomio 8:10-14: Cuando hayas comido y estés satisfecho, alabarás al Señor tu Dios por la tierra buena que te habrá dado. Pero ten cuidado de no olvidar al Señor tu Dios. No dejes de cumplir sus mandamientos, leyes y estatutos que yo te encargo hoy. Y cuando hayas comido y te hayas saciado, cuando hayas edificado casas cómodas y las habites, cuando se hayan multiplicado tus vacas y tus ovejas, y hayan aumentado tu plata y tu oro y sean abundantes tus riquezas, no te vuelvas orgulloso ni olvides al Señor tu Dios, quien te sacó de Egipto, el país donde eras esclavo.

Y más adelante en los versículos 17 y 18 dice: No se te ocurra pensar: «Esta riqueza es fruto de mi poder y de la fuerza de mis manos». Recuerda al Señor tu Dios, porque es él quien te da el poder para producir esa riqueza; así ha confirmado hoy su pacto que bajo juramento hizo con tus antepasados.

Cuán interesante es notar en esto que no sólo las cosas difíciles y complicadas pueden afectar nuestros corazones, sino también las bendiciones.

Quizá estamos mucho más pendiente de nuestros corazones cuando estamos pasando por enfermedad, sufrimiento, carencia, necesidad, pues sabemos que estamos en una posición de alta vulnerabilidad. Podemos, al ser llevados al límite, empezar a tener serias dudas de nuestra relación con Dios e incluso del carácter de Dios.

Pero cuando hay bendición tras bendición, y hay prosperidad, y avances, y hay comodidad como que bajamos la guardia de la vigilancia de nuestro corazón.

Aquí Moisés estaba advirtiendo, precisamente de esto. El pueblo iba a entrar a la tierra e iba, con el tiempo y la bendición de Dios, comenzar a gozar de todo tipo de beneficios, comodidades y abundancia.

Sus casas dejarían de ser tiendas y se volverían casas sólidas y firmes; sus animales y propiedades aumentarían. La plata y el oro comenzaría a ser parte de la vida diaria. El “¿Vamos a comer hoy?” Se volvería “¿Qué quieres comer hoy?”. El “Esta es mi única muda de ropa” se volvería “Qué difícil es escoger qué ponerme entre tanta ropa en mi guardarropa”.

En esas circunstancias de bendición, de prosperidad, de abundancia había una alta probabilidad que su corazón se autoengañara en pensar que todo esto era “el fruto del poder y de la fuerza de sus manos”.

Por eso, Moisés les advierte, cuídate de no olvidar al Señor tu Dios. Todo esto lo tienes porque él fue fiel para contigo y ha cumplido lo que prometió a tus antepasados. Ha sido fiel sosteniéndote con pan y agua en el desierto. Ha sido fiel librándote de grandes peligros todos estos años. Ha sido fiel al darte la fuerza suficiente y la inteligencia necesaria para que puedas tener toda esta productividad.

No te veas como la causa de todo lo que tienes, sino recuerda de donde ha venido todo esto: Tienes lo que tienes, por la fidelidad de Dios. No somos autónomos, sino somos sostenidos día a día y segundo a segundo por nuestro Señor.

Nosotros no estamos tan lejos de todo esto tampoco. Podemos con mucha facilidad autoengañarnos al pensar que somos la causa de todo lo que tenemos. Que somos tan fuertes, inteligentes y autosuficientes y por eso vivimos como vivimos.

Pero cuando nuestro corazón se ha llenado de ese orgullo y vanagloria, nos alejamos de la verdadera fuente de toda bendición que podríamos gozar y es solo por la fidelidad de Dios.

Mis hermanos, el autoengaño de la autonomía es tan atractiva porque apela a nuestra soberbia y nuestro orgullo. ¿Quién no quiere sentirse exitoso, adecuado, capaz, sin temores? Todos queremos esto. Pero ¿Quién quiere lograr esto sin tener que reconocer que en verdad eres un fracaso en ti mismo, eres inadecuado, incapaz y lleno de necesidad y que dependes de Dios? Nadie quiere esto.

Nos gusta mucho más creer que el problema no somos nosotros mismos y nuestro corazón soberbio, sino que el problema está fuera de nosotros. Pero como vemos, la solución no viene de adentro sino de afuera. El único que en verdad reina es nuestro Dios y reconocer con humildad nuestra necesidad de él es prioritario para poder ser cambiados de dentro para fuera.

Él es quien proveyó la solución para nuestro más grande problema. Porque es una realidad que somos seres en banca rota. Y lo que hizo fue venir a habitar entre nosotros, como un ser humano, en la persona de Jesucristo. Un ser humano semejante a nosotros en todo, pero sin pecado. Se humilló a sí mismo al hacerse hombre y habitar en nuestra fragilidad.

Vivió perfectamente como ser humano, imagen perfecta de Dios, y se ofreció a sí mismo por nosotros como un sacrificio perfecto y suficiente por nuestros pecados en la cruz, y al tercer día resucitó de entre los muertos para ser ahora el rey de reyes y Señor de Señores.

Jesucristo vino a poner las cosas en orden. Vino a reconciliar todas las cosas con Dios. Y es así, que estos seres inadecuados, en banca rota, incapaces, al doblegar nuestra soberbia, nuestro orgullo, y someternos humildemente al reinado del Señor Jesús, es que podemos ser revestidos de él, y ser adecuados, aceptados, capaces, reconciliados, por la obra del Espíritu Santo.

Así que nuestro problema de adentro, que es el pecado, fue atendido con una solución que vino de fuera, que fue y es el Señorío de Jesucristo sobre nuestras vidas.

Por eso el clamor de la Escritura no es “Cree en ti”, “Sé autónomo” para ser exaltado, para salir de tu banca rota. Sino el clamor de la Escritura es lo que dice Santiago 4:10:

Humíllense delante del Señor, y él los exaltará.

El camino a la exaltación es un camino muy distinto al que el mundo ofrece. El mundo te dice con sus mentiras: Cree en ti. Tú puedes por ti mismo salir adelante. No dependas de nadie. Sé tú tu propio jefe. Tú puedes lograr todo lo que te propongas, sólo cree en ti. Y peor, aún…Dios cree en ti, cree tú también en ti mismo.

Pero como vemos aquí, no hay exaltación sin humillarse primero. Primero reconocemos que somos pecadores, que nuestro corazón ha vagado lejos de Dios, que hemos ensuciado nuestras manos con pecado en el camino, que hemos sido inconstantes en nuestra fidelidad, que estamos necesitados y por eso lloramos y lamentamos, que no hay verdadera razón para reir en nosotros mismos por nuestras acciones, que somos inadecuados, incapaces y fracasados en nosotros mismos. En pocas palabras, nos humillamos delante del Señor y él nos exalta.

La exaltación no es algo que nosotros hacemos sino es algo que Dios hace en los que se humillan delante de él. Humíllate delante del Señor y él te exaltará. No creas en ti, no hay mucho de donde agarrase, mejor cree mejor en el Dios soberano, glorioso y lleno de gracia, que ha dado a su hijo para hacernos aceptos, adecuados y capaces no en nosotros mismos sino en Él, en Cristo. Humíllate delante del Señor y entonces, él te exaltará.

¿Cómo se ve esto en la práctica? Proverbios 3:5-7 nos da una buena idea de lo que es vivir con un corazón humillado delante del Señor, un corazón que reconociendo su dependencia de Cristo, vive siguiendo la instrucción de Su Palabra.

Confía en el SEÑOR de todo corazón, y no en tu propia inteligencia. Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas. No seas sabio en tu propia opinión; más bien, teme al SEÑOR y huye del mal.

Un corazón humillado se ve en una persona que decide confiar en el Señor y no en sí mismo. Confía en el Señor de todo corazón y no en tu propia inteligencia.

Cuan contrario es esto al consejo soberbio del mundo. El mundo dice que es algo muy malo que tengas que depender en la dirección de alguien más. Ser dependiente de alguien más es visto como una señal de debilidad. Pero aquí la Escritura nos dice “confía con todo tu corazón”, no en ti, sino en el Señor.

Si de alguien vas a dudar, es de ti mismo y tus pensamientos, emociones e intenciones. Pero tu corazón debe estar clavado, firme, inconmovible en el Señor y su Palabra. Confiar con todo tu corazón.

Pero también un corazón humillado se ve en una persona que desea hacer la voluntad de Dios y no la suya. Dice proverbios “Reconócelo en todos tus caminos, y él allanará tus sendas”. Siempre estamos andando por este camino de la vida. Siempre estamos tomando decisiones y emprendemos acciones. La persona con un corazón humillado delante del Señor no buscará exaltarse a si mismo, sino exaltar al Señor. No buscará su propia gloria, sino la del Señor. Su temor más grande no será ser un fracaso, sino ser un ofensor de la gloria del Señor.

¿Al tener que tomar una decisión cuál es el primer filtro por el que pasamos nuestras opciones? ¿La voluntad revelada del Señor? ¿Lo que le agrada al Señor? ¿Lo que es correcto delante del Señor? O ¿Lo que me conviene? ¿Lo que me traiga más beneficios a mí? ¿Lo que me facilite la vida?

Un corazón humillado delante del Señor, es consumido por buscar la gloria de Dios en todos sus caminos, y el efecto de esto es que el camino de la vida se endereza y se hace llano.

Pero también un corazón humillado se ve en una persona que No se ve a sí mismo como la respuesta para su vida, sino que ese lugar lo tiene el Señor. No seas sabio en tu propia opinión; más bien, teme al SEÑOR y huye del mal.

Qué difícil es reconocer que nos equivocamos, que no tenemos todas las respuestas, que la solución no está dentro de nosotros mismos, que necesitamos ayuda que venga de fuera de nosotros mismos.

Tenemos grandes problemas y somos reacios a buscar ayuda. Tenemos problemas en nuestro matrimonio, por ejemplo, pero seguimos pensando que la respuesta está dentro de nosotros mismos. El Señor nos dice, no busques la respuesta en ti mismo, no seas sabio en tu propia opinión. No eres la respuesta, el Señor es la respuesta para ti.

Y Él ha provisto para sus hijos que humildemente lo reconocen, todo lo necesario para la vida y la piedad por medio del Señor Jesucristo. Así que abandonando el orgullo de creer que somos sabios en nosotros mismos, corramos a la gracia del Señor y recibamos de su parte esa dirección que nuestra vida necesita.

El autoengaño de la autonomía humana esconde un mundo interno de soberbia, orgullo y lejanía del soberano reinado de Dios. Al creer en mí como la solución a mi problema básico, estoy confiando en mí, estoy queriendo hacer mí voluntad y estoy buscando en mí mismo la respuesta que sólo puede ser nuestro Dios.

Por eso el mensaje para todos nosotros este día es pertinente:

Humíllate delante del Señor y él te exaltará. No te creas autónomo. No creas en ti, no hay mucho de donde agarrase, mejor cree en el Dios soberano, glorioso y lleno de gracia, que ha dado a su hijo para hacernos aceptos, adecuados y capaces no en nosotros mismos sino en Él, en Cristo. Humíllate delante del Señor y entonces, él te exaltará.